Ante la intempestiva llamada de
Ballarín pidiéndole que lea la prensa del día, Ponte abre sin dilación el
ordenador para buscar la noticia que tan nervioso ha puesto a su amigo.
- También podría haberme dicho qué tengo que buscar - se dice.
En la portada de El Mundo, las fotografías y
los titulares principales se refieren al debate del día anterior entre los
líderes de los partidos políticos que se enfrentarán en las próximas elecciones
generales. Las siguientes noticias también son de comicios, pero en este caso
referidas a Venezuela y en las que la oposición al “chavismo” ha logrado un aplastante
triunfo. Desde luego, piensa Ponte, por nada de esto me ha llamado Amadeo. En
las siguientes secciones de la portada tampoco encuentra nada que justifique la
extemporánea llamada de su amigo. Está a punto de cerrar el periódico y abrir
otro cuando en las páginas de sucesos encuentra el posible motivo de la alarma
de Ballarín. Un escueto titular informa: Encontrados
los cuerpos de dos hombres muertos a balazos. El texto que sigue describe
que en un descampado, a medio camino entre Alcorcón y Móstoles, se han
encontrado los cadáveres de dos hombres de mediana edad que han sido
tiroteados. No dice más. Cuando abre la edición actualizada de ABC, la noticia
ya aparece en la segunda portada y la información es algo más extensa. Los
fallecidos, tras ser identificados, responden a los nombres de Obdulio Romero y
Juan Quesada, vecinos de Madrid. Ambos han sido tiroteados y rematados con un
tiro en la cabeza. La policía cree que puede tratarse de un ajuste de cuentas
entre bandas, la suposición se basa en el hecho de que ambos cuerpos están
mutilados: les han cortado la lengua. A falta de los análisis forenses, aún no
se puede determinar si la mutilación fue ante o post mortem.
- ¡Coño! – La más española de las imprecaciones le sale a Ponte del
alma -. Ahora me explico el nerviosismo de Amadeo - Le falta tiempo para
devolverle la llamada.
- Amadeo, acabo de leer la noticia. ¿Sabes algo más?
- Poco más. He leído todos los periódicos de Madrid. La Razón explica
que los cuerpos fueron encontrados por unos chiquillos que jugaban por los
alrededores y que la primera impresión de los forenses es que el fallecimiento
pudo ocurrir alrededor de las veintiuna horas de ayer. El País añade que las
familias de los dos asesinados habían denunciado su desaparición en la
tarde-noche del siete. Y nada más. ¿Tú has podido localizar a Jacinto?
- Ni siquiera le he llamado, igual está fuera de Madrid. De todos
modos, en cuanto cuelgue trataré de hacerme con él. Mientras tanto, ¿qué crees
que podemos hacer? – pregunta Ponte cuyo tono revela que la noticia también le
ha puesto nervioso.
- No se me ocurre nada, salvo estar atentos a que aparezcan más
informaciones. Tengo puesta la Cope y Telemadrid por si dan más datos. Y no sé
tú, pero estas dos muertes me dan muy mala espina y hasta un poco de canguelo,
la verdad – confiesa Ballarín.
- ¡Anda que a mí! No me llega la camisa al cuerpo – admite Ponte -. Y
pensar que solo el sábado estábamos husmeando en las vidas de esos pobres tipos
que en paz descansen. Bueno, te dejo porque hablando entre nosotros no vamos a
solucionar nada. Voy a vestirme y antes de que Clarita me llame para que saque
a pasear a los nietos saldré a ver si encuentro a Grandal. Es un hecho
demasiado grave para esperar a mañana y si no nos ha llamado es porque no debe
haberse enterado. Estaremos en contacto.
Ponte se viste apresuradamente
y antes de que aparezca su hija con los críos sale disparado. En el piso de
Grandal no contesta nadie al timbre ni tampoco se oyen ruidos en el interior de
la vivienda. Está claro que Jacinto no está. Como luce el sol y apenas si hace
frío igual se ha llevado a la Chelo de campo, se dice Ponte. Tendré que volver
por la tarde. En esas que suena su móvil.
- Papá, ¿se puede saber por dónde andas? – Es su hija Clara -. A tus
nietos les gustaría que los llevaras un rato al parque.
- He salido a estirar un poco las piernas. Estoy delante del Ministerio
del Aire – Hace años que dejó de ser ministerio, ahora es el Cuartel General
del Ejército del Aire, pero para Ponte seguirá siendo lo que fue antes -. Llego
en cinco minutos.
Durante el breve tiempo que le
cuesta llegar a casa, Ponte piensa que no le ha contado a su hija ni una
palabra de que, junto a sus amigos, anda investigando el robo del que fue
testigo. Ha cavilado sobre ello más de una vez y ha llegado a la conclusión de
que será mejor que Clarita no sepa nada. Lo mismo se ponía hecha una furia.
Llega a casa de su hija, allí están Gaby con una bolsa de plástico llena de cachivaches
con los que juega en la arena del parque y Julio aposentado en su carro.
- Antes de volver pienso pasarme por la La Fornata y comprar unos
pastelillos de postre.
- No hace falta, papá, voy a hacer la tarta de manzana que preparaba
mamá y que tanto te gusta. Por cierto, ¿cuántos años cumpliría hoy?
- Sesenta y seis. Nació en el cuarenta y nueve.
Clara asiente. Aunque han
transcurrido diez años del fallecimiento de su madre todavía le cuesta
referirse a ella.
- Procura que Gabriel no se ensucie demasiado, así no tendré que
cambiarle.
Hoy comen juntos, es una fecha
familiar señalada. Como aperitivo, Clara ha tenido en cuenta el gusto de todos
los miembros de la familia: hay tostas para untarlas con paté y que le chiflan
a su marido, unos triángulos de queso semicurado de oveja que le encantan a su
hijo mayor y una cazuelita de gambas al ajillo que les gustan a todos. El plato
fuerte son unas paletillas de lechal asadas a las que la familia al completo,
incluido el pequeñajo Julio al que su madre le da unos bocaditos, les da un
buen repaso. Se nota que tienen buen diente. Remata el almuerzo la tarta de
manzana que no falta casi nunca en los festejos familiares.
Después de la comida, Ponte se
retira a su casa, se sienta en el cómodo sillón orejero delante del televisor y
lo enciende, pone el canal de la National Geographic donde están dando un
documental sobre la vida de los pingüinos emperador y en pocos minutos se queda
roque. Descubrió hace tiempo que si ponía los telediarios le costaba más tiempo
mecerse en los brazos de Morfeo, por eso no pone ningún informativo sino cualquier
canal en el que no den noticias. No sabe cuánto ha dormido cuando le despierta
el molesto timbre del móvil. Al abrirlo ve que se trata de Álvarez, se había
olvidado de él, debe de haberse enterado del notición por otro cauce.
- ¿Cuándo pensabais contármelo? – le espeta Álvarez a las primeras de
cambio.
- Perdona, Luis, no te he llamado porque pensaba que ya lo había hecho
Amadeo que es quien me ha informado – se justifica Ponte.
- La noticia me ha puesto los pelos como escarpias. ¿Quién ha podido
cargarse a esos pobres tipos? – pregunta Álvarez y sin esperar que Ponte le
responda añade -. Me produce más repelús el hecho de que les hayan cortado la
lengua, ¿por qué será? Y de Jacinto, ¿se sabe algo? – sigue preguntando
Álvarez.
- Estuve esta mañana en su casa, pero no había nadie. Igual ha salido
fuera de Madrid. Dentro de un rato le voy a llamar para ver si ha vuelto. Como
no coja el teléfono me acercaré a su casa y si no hay nadie le dejaré una nota en
el buzón.
- ¿Quieres que te acompañe? – se ofrece Álvarez.
- No, gracias, no hace falta. No sé en qué momento iré, lo mismo me
acerco paseando a alguno de los nietos.
Puesto que los teléfonos de
Grandal siguen mudos, Ponte se acerca a la calle de Benito Gutiérrez, donde
vive el excomisario, y antes de llamar aplica la oreja a la puerta. Dentro del
piso se oyen ruidos, hay gente. En vez de pulsar el timbre llama con unos
golpes al tiempo que elevando la voz grita:
- Jacinto, soy Manolo. Tengo que contarte algo urgente.
La puerta se abre y aparece
Grandal ataviado con un chándal y unas zapatillas deportivas. Tiene las
mejillas algo coloradas, le ha debido dar bien el sol.
- Manolo, anda pasa. ¿Qué es eso tan urgente que me has de contar?
Ponte, sin decir más, pone
encima de la mesa del salón-comedor los cuatro periódicos madrileños de
información general en cuya segunda edición ya aparece en portada la noticia
sobre el descubrimiento de los dos cadáveres mutilados, noticia que ha
recuadrado con un rotulador rojo. Grandal lee rápido los titulares mientras no
deja de exclamar:
- Joder, joder, joder…
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