Alfonso
y Beatriz ven abandonar el baile a Carlitos y Amparín tiernamente cogidos del
talle.
- Eres un tunante, te lo has metido en el
bolsillo – dice Beatriz con una sonrisa burlona en su boca -, pero… no recuerdo
haberte dicho que a Carlitos le gustaran las motos.
- Y no lo has hecho, aunque sería el primer
adolescente al que no le gustasen. En verdad, ha sido un tiro a ciegas, pero
con muchas probabilidades a priori de acertar – asegura un sonriente Alfonso.
- ¡Huy, que peligroso eres! No sabes tú nada.
¿En manos de quien he ido a parar? – se interroga, humorísticamente, la joven.
- Es fácil de saber, estás ante un hombre que
intenta por todos los medios impresionarte. Es como si hubiese comenzado a
correr una contrarreloj. Tengo hasta Reyes para ganarla y el tiempo apremia.
Por eso he de emplear cualquier ardid que se me ocurra.
- ¿Y cuál es el premio de la carrera? –
pregunta Beatriz con aparente indiferencia, aunque el ligero temblor de la voz
le delata.
- ¿Lo preguntas en serio? Creía que era
evidente. El premio eres tú, eres el primer premio y… el
único que me importa.
La
contundencia de la afirmación ha pillado desprevenida a la joven. No es capaz
de responder, pero un silencioso torrente de encontrados sentimientos parece
escaparse por todos los poros de su piel.
Van
a dar las cinco. La fiesta del baile de los estudiantes empieza a decaer.
Algunas parejas ya se han ido, otras se lo están pensando. Pepín, Miguel y sus
respectivas damiselas están discutiendo si se van o se quedan un ratito más.
- Creo que ya va siendo hora de recogernos.
Esto está dando las boqueadas – opina Pepín.
- ¿Qué te parece, Julita, nos vamos o
continuamos? – pregunta Miguel.
- Lo que tú quieras – contesta mansamente la
muchacha.
- Bueno, Julita y yo nos vamos a ir – Miguel
ya se decidió - ¿Vosotros os quedáis?
- No nos vamos a quedar aquí solos – es la
respuesta de Pepín.
Ambas parejas salen y se adentran en la oscura y fría noche hasta que en
la plaza de la Iglesia se dicen adiós pues las muchachas viven en extremos
opuestos del pueblo. Ante la casa de los Traverso, Pepín se despide de
Maricarmen dándole un cariñoso cachete. No se atreve a ir más allá. Es la
muchacha quien, sorprendiéndole, le da un fugaz beso en la mejilla. Antes de
que desaparezca tras la puerta, Pepín pregunta:
- ¿Mañana saldrás a pasear al Rabal? ¿Sí? Te
estaré esperando.
La
otra pareja está despidiéndose ante el domicilio de Julita.
- Me lo he pasado muy bien, Miguel. Nunca
olvidaré esta noche. Creo que ha sido la más bonita de mi vida.
- Me alegra que te hayas divertido. Y
perdóname si en algún momento te he desatendido, pero es que con lo de la pelea
he pasado un mal rato.
- No te preocupes, lo entiendo. Y no tengo
que perdonarte nada. Has estado en todo momento fantástico, y has hecho muy
bien no dejándote amilanar por ese fantoche de Castaño. Y Maribel tendría que
haberse comportado de otra manera y más siendo la reina, y que conste que me
cae muy bien, pero esta noche no ha estado a la altura.
- Eres más buena que el pan – comenta,
sonriendo, Miguel, evidentemente halagado por los elogios de la muchacha -.
Otra en tu lugar me hubiese puesto a caldo por descortés y egoísta.
- Muy tonta tiene que ser la chica que piense
eso de ti. Ni eres descortés ni egoísta ni nada parecido. A mí… – se apresura a
matizar – y a otras muchas personas nos parece que eres uno de los chicos más…
- No encuentra el calificativo adecuado -, más estupendo del pueblo.
- Gracias, Julita, pero no es para tanto. Lo
que pasa es que tienes un corazón de oro. ¿Puedo darte
beso de despedida?
A
la mayoría de asistentes al baile la fatiga empieza a pasarles factura. A
Carmen Ribes, que ha vuelto a quedarse sola, se le han hinchado ligeramente los
pies y comienza a sentirse extenuada. En la pista van quedando pocas parejas.
Carmen no puede menos que sonreír sarcásticamente al fijarse en una de ellas:
Almiñana y la Barquerita. Bailan tan ceñidos que parecen formar un solo cuerpo.
Él le mordisquea el cuello mientras musita algo a su oído. La muchacha tiene
los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Ahí va, se dice Carmen, ese
cerdo en plena caza. Y parece que ha encontrado pieza que abatir. Que no te
pase nada, paloma. En un apartado rincón, Beatriz y Alfonso continúan absortos
su conversación, como si el resto del mundo se hubiese desvanecido. Carmen les
mira con envidia. Mira por donde, piensa, el baile de este año puede servir
para algo: quizá Bea haya encontrado al hombre de su vida. También puede
terminar siendo la aventura de una sola noche. ¡Ojalá no sea así! Bea se merece
lo mejor. Solo quedan unos cuantos, aunque cada vez con menos fuelle. El
cansancio hace mella, pero los irreductibles no se dan por vencidos. Hasta que el
director de la orquesta dice basta.
- Damas y caballeros, esta es la última
pieza. El año que viene, más.
El
baile de los estudiantes donde tantas historias pasaron ya es historia, ha
transcurrido algo más de un año. Es un ventoso y claro día de finales de enero.
Los pasajeros con destino a Valencia esperan el coche de línea. Una de ellos es
Amparín Vives, tiene que hacer unas gestiones en la Delegación de Hacienda. A
pesar de las tensas relaciones que mantiene con su padre, que sigue presionándola
para que corte su relación con Carlitos Villangómez, continúa ayudándole a
llevar la administración de los negocios familiares. Realmente es la única de
la familia que está preparada para hacerlo. Le hubiese gustado estudiar, y
hasta hacer una carrera universitaria, pero su padre es de los que opinan que
lo único que ha de saber una mujer es como llevar una casa. Por eso solo quiso
que estudiase su hermano Paquito, que no fue capaz de terminar ni el
bachillerato elemental. Ella se tuvo que conformar con hacer un curso de
contabilidad por correspondencia, los números siempre se le dieron bien. Su
padre es un lince para los negocios, pero no tiene formación para enfrentarse a
la cada vez más complicada gestión administrativa de sus empresas. Y su hermano,
que debería ser el natural heredero de los negocios familiares, ni está
preparado, ni tiene interés alguno, solamente le atraen las mujeres, los toros
y la caza. Una voz familiar la saca de su ensimismamiento, es Lola Sales.
- Buenos días, Amparín. ¿También a Valencia?
- Buenos días, Lola. Sí, voy a ver si
resuelvo unos asuntos del almacén.
A
pesar de que el padre de la jovencita y el marido de Lola son enemigos
políticos, ambas mujeres, pese a la diferencia generacional, han terminado
profesándose un sincero afecto. Hay algo que las une: la estrecha relación que
ambas tienen con la familia Villangómez. Carlitos es el novio de Amparín y
Beatriz es una rendida admiradora de la personalidad y carácter de Lola.
- Si vuelves a mediodía, ¿quieres que te
guarde sitio en el coche? - se ofrece Amparín.
- No, gracias. Dudo que haya terminado a
mediodía. Tengo que ver varios talleres de confección y, entre unas y otras
cosas, no creo que termine hasta bien entrada la tarde. Tendré que coger el
último autobús.
- Se me olvidaba, Lola. ¿Sabes que Bea va a
pedir la excedencia? – le informa Amparín -. Ahora que sus padres están
destinados en Puzol se irá a vivir con ellos y podrá terminar la carrera en
Valencia.
- Me alegro por ella y por Alfonso. Así podrán
verse todos los fines de semana – comenta Lola.
- Creo que van a ser más que los fines de
semana. Dentro de unos días le entregan a Alfonso un Renault cuatro-cuatro que
tenía pedido y seguro que irá a verla la mitad de los días.
- Es una estupenda noticia y ambos se lo
merecen. Forman una de las parejas más enamoradas que he visto en mi vida.
Cuando les veo juntos te prometo que me dan envidia. Y hablando de enamorados,
¿qué me cuentas de Carlitos?, ¿sigue tan colado por ti?
- A Dios gracias, sí. No sé si sabes que en
las vacaciones de Navidad estuvo aquí, pero tenemos que vernos de tapadillo, mi
señor padre sigue empeñado en que Carlos no es un buen partido – se lamenta
Amparín.
- Permíteme darte un consejo – se ofrece Lola
-. No te enfrentes con tu padre cuando salga a relucir el tema de Carlitos,
evita disgustos innecesarios, pero si estás tan enamorada de él como lo está él
de ti, no renuncies a ese amor por nada del mundo. Aguanta el tirón y cuando
seas mayor de edad le dices a tu señor padre que verdes las han segado y la que
decide quien ha de ser el hombre de su vida eres tú. Esa pelea al final la vas
a ganar, pero mientras tanto habrás de tener mucha paciencia y ponerle al mal
tiempo buena cara. Por cierto, le dije a Bea que te aconsejara en ese sentido.
No sé si lo hizo.
- Gracias de corazón, Lola. Es lo que estoy
haciendo por consejo de Beatriz. Ahora comprendo porque mi futura cuñada te
admira tanto. Tus consejos son tan agudos como sensatos. Eres maravillosa.
- No lo creas. Algunas veces pienso que se me
podría aplicar el dicho aquel de que consejos vendo que para mí no tengo –
asegura Lola con un cierto regusto amargo en su tono.
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