Senillar ya tiene nuevo Ayuntamiento y un novel alcalde. No queda claro
si los vecinos se han apercibido que también tienen un nuevo cacique. Gimeno, el
actual hombre fuerte, tiene en su mente decenas de proyectos y planes para
mejorar el pueblo en todos los ámbitos. Está especialmente interesado en un
proyecto que, paradojas de la vida, combatió en tiempos no demasiado lejanos:
la posibilidad de dotar al pueblo de industrias, aunque sean pequeñas, para que
los jóvenes no tengan como único futuro el trabajo agrícola. Sabe que va a ser
una aventura complicada, pero no se arredra fácilmente y diseña un plan para
intentar que se instale alguna industria. Visto el fracaso que tuvo el plan de
Paco Vives para crear fábricas de cerámica, opta por instalaciones más modestas
y que puedan aprovechar las materias primas del pueblo: conserveras de
productos vegetales o de envasado de frutos secos; en fin, industrias que
ofrezcan nuevas y más prometedoras salidas laborales que las actuales. El plan
lo presentará en el Gobierno Civil el alcalde, a quien acompañará. Tiene una
duda: piensa que serán muchos los que recordarán el pasivo papel que jugó en el
similar proyecto que, no hace demasiados meses, planteó Paco Vives. ¿Qué dirán
ahora, qué pensarán? Como siempre que le asaltan dudas lo debate con su esposa.
- José Vicente, no debes de preocuparte por
lo que vayan decir. La gente habla por hablar. Opino que debemos de ir
acostumbrándonos a llevar adelante los proyectos que entendamos que son
interesantes para nosotros y, por supuesto, para el pueblo sin dar ningún valor
al qué dirán.
- Estoy de acuerdo, Lola, aunque no deja de
fastidiarme que seguramente tendré que soportar algún que otro puyazo
malintencionado.
- Eso forma parte de tu trabajo. Te recuerdo
esa frase que sueles repetir: que un político tiene que desayunarse todas las
mañanas media docena de sapos.
- Claro, claro, pero seguirá dándome mil
patadas cuando oiga aquello de que cuando el plan fue de otro me opuse y ahora
que es nuestro lo apoyo
- Eso es el pan nuestro de cualquier
político. Cuando está en la oposición sostiene unas posturas y al llegar al
poder defiende las contrarias. En cambio, a mí lo que me preocupa es el propio
proyecto, no tanto por su contenido sino por el momento en que vais a
presentarlo. El país está en bancarrota y supongo que las arcas estatales solo
deben de tener polvo. No sé si no tendríais que esperar, pero, en fin, tú
resuelves. Y otro aspecto que tampoco me parece prudente es que acompañes a
Fernando. Debías de enviarlo solo, al fin y al cabo el alcalde es él.
- Se lo prometí, Lola. Es la primera vez que
visita el Gobierno Civil y está más nervioso que un flan. No quiere quedar mal
y temo que el ambiente le imponga. No puedo dejarle solo, cariño. Tengo el
compromiso y hasta el deber de arroparle.
Marín y Gimeno presentan al Gobernador el que han denominado Plan de
Proyectos Industriales Senillenses que, naturalmente, necesitará para su puesta
en marcha financiación y créditos de las entidades oficiales. El poncio escucha
muy atentamente la explicación sobre el proyecto que José Vicente realiza con
su acostumbrada fogosidad y brillantez. El resultado no puede ser más
decepcionante para los dos munícipes. La primera autoridad provincial, después
de celebrar las excelencias del plan y felicitarles por la magnífica idea que
dice mucho de su interés por el pueblo, no tiene más remedio que echar agua al
vino de sus afanes. El país continua viviendo en una dramática situación: sigue
la enorme carencia de productos básicos apenas paliada por las cartillas de
racionamiento, prosigue la pertinaz sequía que provoca unas escuálidas cosechas
y que genera que la situación eléctrica se mantenga tan difícil como en años
anteriores pese a la continua construcción de nuevas centrales térmicas e
hidráulicas… El Gobernador sigue desgranando el rosario de penalidades y
carencias que aquejan a la España de la posguerra pese a los ingentes esfuerzos
del Régimen que, bajo la suprema dirección del Caudillo, terminarán por
convertir a la nación en un país que será la envidia del mundo entero, pero
mientras llegue ese día habrá que apretarse el cinturón, por lo que planes tan ambiciosos
y con tanto futuro como el presentado tendrán que esperar a que llegue su
momento.
Cuando Gimeno le cuenta el resultado de la visita al Gobierno Civil,
Lola más que consolar a su marido puntualiza:
- No quisiera repetir esa frase tan odiosa de
ya te lo dije, José Vicente, pero tal y como presumía hemos cometido un doble
error: primero, presentar un plan para el que el país, y en eso estoy de
acuerdo con el Gobernador, no está preparado todavía, y segundo, acompañar a
Fernando en la presentación. Tendrías que haberle mandado solo, así hubiese
sido el único en estrellarse. Deberías de hacerme más caso y no cazar con tanta
alegría, aunque también podemos extraer una lección: hay que analizar con más
detenimiento los asuntos que vayan a presentarse al Gobierno Civil.
- Bueno, amor, lo hecho ya es historia. Lo
importante ahora es estudiar qué vamos a hacer porque la mayoría de nuestros
planes giraban en torno al proyecto de industrialización.
- Lo que hay que hacer ahora es sentarse y
esperar a que cambie la situación, que mejoren las cosas, que la economía
funcione, que todo vaya normalizándose.
- Pero eso puede durar años.
- Es posible, pero ¿por qué darnos tantas
prisas?, si el que manda en el pueblo ya eres tú.
- Sí, pero mandar por mandar no tiene mucho
sentido. Se supone que los que tenemos poder es para usarlo en beneficio de los
ciudadanos y para eso hay que hacer obras, actuaciones, planes; en fin, que la
gente vea que nos movemos – arguye Gimeno.
- En teoría supongo que será así, pero ese principio
habría que matizarlo. Se pueden y se deben hacer proyectos cuando hay medios
para ello, pero si no los hay lo mejor es esperar a que cambie el signo de los
tiempos. No hay nada más frustrante que comenzar una obra y dejarla a medias
porque se han agotado los fondos. En la situación actual mi opinión es que hay
que aplicar la máxima que preconizaba San Ignacio de Loyola: en tiempo de
desolación nunca hacer mudanza.
Lola
tiene razón, al menos en parte: su marido se ha convertido, de la noche a la
mañana, en el nuevo cacique. El viejo, Benjamín Arbós, sigue teniendo
influencias y amigos, pero poder, lo que se dice poder, lo tiene todo Gimeno.
Es el jefe local y, en la práctica, también ejerce de alcalde por persona
interpuesta. Eso quiere decir que tiene todos los resortes del poder político
en su mano. En el plano profesional, aunque teóricamente tiene un superior por
encima de él, como secretario de la cooperativa agrícola es quien hace y
deshace en los asuntos agrarios de la localidad, que es tanto como decir que
también es quien maneja la economía local. A través de Bosch, sino decide sí
influye igualmente en los asuntos del coto arrocero. El juez lo ha designado él
y por mucho que Lapuerta sea un hombre independiente le debe el cargo. Hasta el
párroco, mosén Bautista, que es bastante cazurro y le gusta muchísimo el poder,
ha sabido entender que a quién hay que bailarle el agua es a José Vicente. Al
fin, y gracias en buena parte al maquiavelismo que ha sabido desplegar Lola, es
el número uno. Su esposa es la primera en ser consciente de ello, por eso con
motivo de su onomástica elabora una tarta, con la ayuda de su amiga Fina, en la
que se puede leer: JV number one.
-
¿Y eso qué quiere decir? – pregunta Fina.
-
Literalmente, número uno. En otras palabras, que quien manda de verdad en el
pueblo es José Vicente.
-
No hacía falta que lo pusiéramos en la tarta, eso lo sabe hasta el último gato.
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