La
conversación que mantienen Lolita y José Vicente acerca de qué deberían hacer,
respecto al proyecto de Vives de solicitar que se desvíe la carretera nacional
que discurre por el interior del pueblo, está teniendo unos tintes de sincera
profundidad desconocidos hasta ahora entre ellos, aunque la joven sigue
manteniendo ciertas reservas hacia su jefe político. Por eso, cuando Gimeno
dice que no solo es una mujer maravillosa sino también la persona más inteligente
que conoce, Lolita se queda mirando fijamente al hombre, trata de descubrir el
más pequeño signo que delate falsedad o ironía en sus palabras, pero solo ve
sinceridad. Y eso le conmueve. No está acostumbrada a que la traten como una
persona capaz de pensar por su cuenta y al mismo tiempo como una mujer. Y
descubre que le gusta. Sabe muy bien lo qué suelen valorar los hombres en las
mujeres, no hay más que observar adónde van sus miradas: a los pechos, al culo,
a las piernas, a la cara y casi siempre por ese orden. José Vicente es una
excepción, salvo en sus primeros contactos, en los que tuvo que ponerle en su
sitio, nunca más le dirigió una mirada salaz y la trató siempre como a una
igual. Recuerda que Rafael nunca se comportó así, solo veía en ella a la mujer,
jamás a la persona. En la comparación gana Gimeno por goleada, aunque a los
sentimientos eso les traiga sin cuidado.
- Gracias por tus palabras, José Vicente,
pero como sigas así – acompaña su respuesta con una generosa sonrisa - tendré
que volver a llamarte jefe. Vamos a centrarnos en la próxima reunión de Vives y
su pandilla. Me contaste que tienes un topo infiltrado entre ellos. No, no
quiero saber quién es, no me interesa… por el momento. Se me ocurre que podrías
pedirle que en esa reunión plantease alguna sugerencia para que tomasen
aquellas medidas que previamente hubiésemos estudiado. Con lo cual, seríamos
nosotros quienes marcaríamos el camino a seguir y el ritmo del proceso.
- Me parece una idea cojonuda… Perdona el
vocabulario, pero no se me ocurre otro calificativo más expresivo.
- ¡Ay los hombres!, siempre a vueltas con
vuestros atributos. Creo que deberías sugerirle a tu topo que deje caer la idea
de que, como en Valencia no les hicieron caso, lo mejor sería cursar la solicitud
del desvío directamente al ministerio. El no ya lo tienen, pero a lo mejor en
Madrid hay más suerte y cambia la tortilla. Si lo hacen los tendremos
atrapados.
- Ya veo por dónde vas. Si llega la solicitud
al ministerio lo más probable es que pregunten a Obras Públicas de Valencia qué
pasa con esa petición del Ayuntamiento de Senillar, con lo cual el delegado se
cabreará todavía más por haberlo puenteado.
- Muy bien José Vicente, ya le vas cogiendo
el aire a las añagazas políticas. Ese es uno de los efectos que podríamos
obtener. Y pudiera ser que consiguiéramos un trofeo más valioso, si el Gobierno
Civil también se enterara de que el Ayuntamiento se dirige directamente al ministerio
sin pasar por su filtro el rebote que seguramente cogerían nos vendría de
perlas.
- Pienso que también nos interesará primar a
Severino para que nos pase una copia de la solicitud que haga el Ayuntamiento.
- Excelente idea. Me siento como una Mata
Hari. Te prometo que no me lo pasaba tan bien desde... – sabe perfectamente
cuándo se lo pasaba bien y con quién -; bueno, desde que llevaba trenzas.
El
infiltrado de Gimeno juega sus cartas y Vives se traga el cebo con anzuelo y
todo. Elaboran y envían al Ministerio de Obras Públicas una solicitud formal
pidiendo la construcción del desvío. Veinticuatro horas después de su
redacción, Gimeno tiene en su poder copia del escrito y de la documentación
aneja que le acompaña. Su topo ha sido quien, bajo mano y con la promesa de
total discreción, le ha pasado copia del expediente. Sin esperar a que desde Madrid
haya respuesta, José Vicente lleva la documentación a su camarada y amigo
Germán Peláez, secretario de la Jefatura Provincial del Movimiento. La ruleta
del juego sucio de la política se ha puesto en marcha, solo falta averiguar
quién ganará la partida.
Transcurrido casi un mes, Gimeno es convocado al Gobierno Civil. Tras
una espera de cerca de una hora, el Gobernador y Jefe Provincial le recibe. Su
cara es inexpresiva, pero el tono de su voz corta como un bisturí:
- Buenas tardes, Gimeno – coge un expediente
que tiene encima de la mesa y le echa un vistazo -. Te he llamado para que me
expliques a qué puñetas jugáis en Senillar al dirigiros directamente a Madrid
sin que en Gobierno Civil, ni en la correspondiente delegación se tenga
noticias de ello. ¿Es qué no sabéis cómo funciona la administración? ¿Acaso
pensáis que el Gobernador Civil es una especie de florero puesto por el gobierno
de la nación como decorado? ¿Os imagináis qué pasaría si cada uno de los casi
nueve mil municipios del país se pusieran a pedir obras a la administración central
sin ton ni son? Pero, hombre de Dios, yo te hacía mucho más inteligente que
todo eso, pero visto este expediente ya no estoy tan seguro.
Gimeno aguanta el chaparrón lo mejor que puede. En cuanto el poncio le
da la primera oportunidad se apresura a explicarle que los documentos, que el
Gobernador ha arrojado encima de la mesa, los aportó él precisamente para
subsanar una falta, en su opinión imperdonable, del Ayuntamiento de Senillar y
en la que la jefatura local no ha tenido ni arte ni parte. Cuenta al jerarca la
historia del proyecto y de cómo se enteró del mismo por casualidad. En el
momento que tuvo noticia cierta de la falta de lealtad del alcalde hacia la
jerarquía, se apresuró a hacer llegar la documentación a la provincial. A él
también le ha dolido profundamente el hecho, que es prueba de una carencia
total de fidelidad hacia los principios de Falange y de que se hayan saltado la
cadena de mando. Actuaciones así jamás las hubiese realizado un verdadero
falangista.
- Bien..., perdona mis exabruptos de antes,
Gimeno, pero estos chicos de la secretaría no siempre me lo cuentan todo
correctamente. No sabía que te habías limitado a denunciar el hecho, creía que
también eras partícipe de esta..., no sé cómo tipificarla.
- Lo entiendo, camarada, y no hay nada que
perdonar. Me considero, ante todo, un hombre de partido y jamás hubiese
consentido que este disparate se llevase a cabo de haberlo sabido. Esto se ha
producido porque, como antes afirmaba, lo han llevado a cabo individuos que no
sienten nuestro ideario.
- Sí, pero el alcalde también es afiliado.
¿Cómo alguien con carné se mete en aventuras que pueden salirle tan caras?
- Esa es la cuestión, camarada. El alcalde es
un afiliado de pacotilla. Le daría igual tener el carné de socio de un club de
fútbol. No es un falangista auténtico. Solo es un comerciante que hizo mucho
dinero con el mercado negro y que cree que todo vale. Actúa como los nuevos
ricos y está convencido de que el dinero abre todas las puertas. Por eso hace
lo que hace.
- ¿No hay ninguna duda de que la iniciativa
de esta descabellada petición ha partido del alcalde? ¿Cómo se llama? – hojea
el expediente -. ¿Ha sido Vives el autor?
- Hasta dónde he podido averiguar parece que
sí. Y, naturalmente, la solicitud lleva su firma.
- Te pregunto esto porque ya sabes lo que
pasa en los pueblos. Siempre hay un listo, con intereses personales, que coge
al alcalde de turno, que en muchos casos es medio analfabeto, y le calienta la
cabeza sobre lo interesante que sería realizar tal o cual obra. Convence al
pobre hombre y le hace firmar lo que sea. ¿Ha podido pasar algo de eso en este
caso?
- No lo creo, camarada. Francisco Vives no es
hombre de estudios, pero tampoco es un ignorante y sabe pensar por su cuenta.
Lo que le ocurre es que pretende gobernar el pueblo como si fuera un cacique de
los años veinte, de aquéllos contra los que clamaba tu paisano Joaquín Costa.
Cree que el Estado Nacionalsindicalista no es más que una mera formulación
retórica. Está convencido de que todo vale y de que la cadena de mando no es
más que un estorbo. Yo sufro en mi jefatura actuaciones de ese tipo
constantemente, que no te he denunciado porque sé que tienes asuntos mucho más
importantes que resolver y no vas a perder tu valioso tiempo en enmendarle la
plana a un alcalde de pueblo.
- Pues quizá hiciste mal, Gimeno. La
prudencia es una virtud, pero si hubiésemos intervenido antes, actuaciones tan
desordenadas como ésta acaso no se hubiesen producido.
- Tienes toda la razón, camarada, pero de
verdad me da no sé qué venirte con cuentos de esa índole. No sé si te acuerdas,
pero hace un tiempo ya hubo un problema con motivo de la puesta en marcha del
coto arrocero y en aquel momento tuve que recurrir a ti porque se trataba de lo
que consideré un auténtico golpe de mano contra el partido.
- Siii, algo recuerdo – no recuerda
absolutamente nada, pero lo del coto le suscita otra cuestión -. Por cierto, y
a propósito del arroz, quiero felicitarte por tu magnífico informe sobre el
aumento de la producción cerealista en Senillar. Se lo he mostrado a más de un
jefe local poniéndolo como modelo de buen hacer. Y te lo adelanto: te he
propuesto al Ministerio de Agricultura para que te concedan la medalla al
Mérito Agrícola. Enhorabuena por adelantado.
- Muchas gracias, jefe. Mi única aspiración
es servir al partido y a la patria con total entrega. En cuanto a lo del
expediente del desvío, ¿quieres que haga alguna gestión? – Gimeno teme que el
jefe se haya olvidado de por qué está allí.
- No, no hace falta. Ya me encargo de tirarle
de las orejas al cantamañanas de tu alcalde y de hacerle saber que de ésta se
va a librar, pero que va a ser su última oportunidad. Puedes retirarte.
- A tus órdenes, camarada. ¡Arriba España!
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