Una de las frases que dejó caer Lolita en
una de sus últimas conversaciones con Gimeno le está dando mucho qué pensar, la
ha recordado y analizado frecuentemente en los últimos días. La frase en
cuestión era la de que en el pueblo hay Pepitas, pero también hay mujeres
estupendas capaces de hacer feliz al más exigente. No duda de que la afirmación
pueda ser real. Entonces, se dice, será cuestión de encontrar a uno de esos
mirlos blancos y para ello vuelve a dejarse invitar a meriendas, guateques y
reuniones; en definitiva, retoma la vida social que apartó a un lado a raíz de
su ruptura con Pepita. Y descubre, con no poca satisfacción, que sigue siendo
un soltero cotizado. Piensa que no debe de limitarse a buscar una chica con
buena dote, más importante que eso es encontrar una mujer que sea capaz de
llenar el vacío que hay en su vida.
Da la impresión de que la propia Lolita también
ha pensado lo mismo pues no deja de presentarle no solo a las afiliadas de la
Sección Femenina sino también a otras muchachas que asisten a los variados
cursos y encuentros que organiza.
- José Vicente,
¿conoces a Merceditas? ¿No? Creí que te la había presentado. Mercedes Chaler,
Merceditas para los amigos.
- Encantada – dice la
joven con timidez estrechando la mano que le tiende Gimeno.
- El placer es mío. Lolita,
¿dónde tenías escondida a esta beldad?
La muchacha sonríe turbada para disimular el
rubor que ha coloreado sus sonrosadas mejillas. Es muy joven, apenas debe de
tener dieciocho años, pelo negro y unos ojazos como el carbón que a veces
contrae como si fuera algo miope. A José Vicente le atrae desde el primer
momento: no solo es francamente guapa, sino que además parece discreta, amable,
simpática y una vez pasado el inicial azoramiento ha mantenido una conversación
fluida y llena de sentido común. Posteriormente, su amigo Guillermo le facilita
más datos: la jovencita es hija única de Genaro Chaler, el estanquero del
pueblo, por eso también se la conoce como Merceditas la Estanquera, tiene fama
de ser una buena muchacha, no tiene novio ni se le conocen amoríos.
- Lo que me extraña
es que no la hayas conocido antes, suele estar casi todas las tardes en el
estanco donde ayuda a su padre – comenta Guillermo.
- Ten en cuenta que
no fumo y apenas si he pisado el estanco.
- Ah, claro, se me olvidaba
que eres de los que no tienes vicios.
- Sí tengo, pero son
inconfesables – contesta Gimeno de buen humor -. De todo lo que me has contado
hay un dato que me inquieta: lo de que no tiene hermanos. Mi experiencia con hijas
únicas no ha podido ser más lamentable.
- Verás, José
Vicente, solo la he tratado superficialmente, de atenderme en el estanco, pero
estoy casi seguro de que se parece tanto a Pepita como un huevo a un higo
chumbo. Para empezar trabaja y tiene unos padres muy diferentes a los de tu exnovia.
El padre de Merceditas, el tío Genaro, es un hombre serio y cabal y la ha
educado bien. A su madre, la tía Benigna, la chica también le echa una mano en
las tareas de la casa. Si hacen que Merceditas les ayude es porque no entienden
que alguien esté mano sobre mano, no porque lo necesiten. El Genaro gana sus
buenos cuartos con el estanco, especialmente revendiendo los cupones del
racionamiento de tabaco.
- Cuéntame que es eso
de la reventa de los cupones – inquiere Gimeno curioso.
- Ya sabes que todos
los hombres tenemos una cartilla de fumador. ¡Claro que lo sabes, cómo que me
prestas la tuya! Bueno, pues aquéllos que no fuman, y no son tan desprendidos
como tú, suelen vender los cupones del tabaco o cambiarlos por otros productos.
Genaro se los compra, luego los revende a los fumadores impenitentes y se gana
unas pesetillas extras. Volviendo a la moza. Si me permites te daré un consejo:
es una chica formal y sus padres son gente seria. No es alguien para pasar el tiempo.
Es de las de dentro o fuera como decimos aquí.
- Gracias por el
consejo, Guillermo, pero tampoco tengo edad ni posición para andar chicoleando.
Y necesito encontrar a mi media naranja.
- Pues, chico, ya sabes
lo que se dice: el que busca halla. Conque tú mismo.
A Gimeno le ha encantado la Estanquera y
cavila como tener un encuentro con ella. Sabe dónde encontrarla: paseando por
el Rabal al atardecer, pero no se ve en el papel de un adolescente tramando mil
y una estrategias para lograr que la muchacha se ponga en un extremo del grupo
de amigas que pasean cuchicheando y riéndose de todo calle arriba, calle abajo.
También sabe quién le puede facilitar el acceso a la joven: la persona que se
la presentó, Lolita, pero le chincha pedirle esa clase de favores, posiblemente
se prestara a ayudarle, al menos a mantener un primer encuentro con la
jovencita, pero está convencido de que, aunque no lo demostrase, en su interior
se estaría cachondeando de él. Y eso no sería capaz de soportarlo. O sea, que
Lolita descartada.
Indagando
más sobre Merceditas descubre que es pariente de Camila Tena, a cuya casa acude
un par de tardes a la semana para que le enseñe a bordar a máquina. Por ahí
puedo tener el portillo de acceso, se dice. Se plantea dos opciones: una es ir
a visitar, como por casualidad, a Camila alguno de los días en que esté la
muchacha; la otra es confesarle paladinamente a su correligionaria que está
interesado por la joven y que le gustaría poder charlar con ella sin necesidad
de hacerlo en el cotidiano paseo por el Rabal. Tras sopesar ambas opciones, se
decide por la segunda, debe portarse caballerosamente con Camila y no
engañarla. Tomada la decisión visita a la exdelegada.
-
José Vicente, cuanto tiempo sin verte. ¿Qué es de tu vida?
Tras los floreos iniciales que impone la
cortesía al uso, Gimeno entra en el meollo de la cuestión que le ha llevado
allí:
-
Necesito que me hagas un pequeño favor, Camila. Verás, hace unos días Lolita me
presentó a una muchacha que me causó una excelente impresión. Se trata de
Merceditas Chaler.
-
Vaya, que bien, no sé si sabes que somos parientes, su madre es prima mía.
-
Lo sé, y por eso estoy aquí. Me gustaría poder hablar con ella, pero de manera
tranquila y discreta. Eso descarta que me acerque a ella en el Rabal, allí es
imposible la tranquilidad y la discreción. Por eso, me atrevo a pedirte que sea
en tu casa y, por supuesto, en tu presencia donde pueda hablar distendidamente
con Merceditas y empecemos a conocernos y a iniciar una relación que, Dios
sabe, a dónde nos puede llevar. Todo ello, insisto, dentro de la mayor corrección.
Camila que, como tantas mujeres, tiene una
oculta inclinación al papel de casamentera acepta encantada. La única condición
que pone es que al primer indicio o manifestación de Merceditas de que no está
a gusto con la presencia allí de Gimeno, éste dejará inmediatamente de volver a
la casa.
Gimeno está gratamente sorprendido. De
acuerdo con Camila, la primera visita a su casa la han planteado como algo
casual. Merceditas ha aceptado de buen grado la situación y han estado hablando
de mil y un temas. La jovencita no se ha mostrado cohibida por la presencia del
secretario de la cooperativa y ha hecho buena la primera impresión que causó a
Gimeno: es efectivamente discreta, atenta y simpática. Además, cuando
interviene en la conversación, que José Vicente y Camila acaparan, sus
opiniones y pareceres están trufados de sensatez y sentido común, es en ese
terreno donde da la impresión de ser mucho más madura de lo que se podría
esperar por sus pocos años. Camila ha ideado una pequeña treta para que la
joven permanezca un poco más en su domicilio: después de la clase de bordado
juegan una o dos partidas al parchís, al que la muchacha es muy aficionada. A
través del juego, Gimeno descubre otras facetas del carácter de la muchacha: no
le agrada perder, aunque cuando ello ocurre no es de las que se pone grosera o
antipática, pero algo si se enfurruña al igual que podría hacer una niña; en
cambio, cuando gana se alboroza y ríe como una adolescente. Gimeno piensa que,
una vez más, se encuentra ante una mujer con una personalidad con muchas
facetas. Puede ser una adulta cuando opina, una niña cuando pierde y una
adolescente cuando gana. Tres en uno. ¡Qué complicadas son las mujeres!, piensa
Gimeno, aunque viviera un millón de años jamás las entendería del todo.
En un pueblo pequeño nada pasa desapercibido
y pronto salta al palenque del cotilleo local la noticia de que el secretario
de la cooperativa pasa un par de tardes a la semana jugando al parchís con
Camila y Merceditas. En la trastienda de la Moda de París, como no podía ser de
otro modo, también se chismorrea sobre la curiosa afición de Gimeno a un juego
al que en el pueblo únicamente suelen jugar las mujeres y los niños.
- Me jugaría el ajuar de mi suegra que el
Gimeno no va a casa de Camila por el parchís precisamente. Lo digo porque podrá
ser cualquier cosa, pero desde luego un chiquilicuatre no es – afirma Fina.
-
Casi seguro que va a por Merceditas – explica Lolita -. Se la presenté y me
pareció que le hacía tilín.
-
Primero Pepita y ahora la Estanquera, más diferentes no pueden ser. ¿Qué
demonios estará buscando ese hombre? – se pregunta Consuelo.
-
De hombre no sé lo que tendrá, me han dicho que no es más que un pelotillero de
los Arbós – asegura Beatriz, la primera y única chica del pueblo que estudia
magisterio.
-
Te equivocas, Bea – rebate Lolita -, al menos en parte. Es posible que sea un
palmero de los Arbós, al fin y al cabo trabaja en la cooperativa y depende de
ellos. Pero eso no es obstáculo para que personalmente sea un hombre en toda la
extensión de la palabra. Es amable y sabe pensar por su cuenta. No es mala
persona, no. Ahora bien, en cuestión de mujeres da toda la impresión de que no
sabe bien lo que quiere, a las pruebas me remito: ayer Pepita, hoy Merceditas,
mañana… cualquiera sabe.
-
Entonces, ¿no crees que cuajará con Merceditas? – inquiere Consuelo.
-
No lo creo y no precisamente por ella. Merceditas es una chica maja de verdad y
tiene virtudes más que suficientes para hacer feliz a cualquier hombre, pero no
a un tipo tan complicado y con más conchas que un galápago como José Vicente
que, además, en el terreno sentimental no sabe lo que quiere. Y, como dice don
Manuel, cuando uno no sabe dónde va termina donde no quiere. Por eso en
cuestión de mujeres va dando palos de ciego.
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