La
comisión de tenderos que ha ido a protestar al alcalde por la demora, según su
opinión, de las obras de pavimentación de las calles se las está teniendo muy
tiesas con Paco Vives.
- ¿Qué de qué nos quejamos? De que la obra
está resultando muy cara y que a todos nos va a costar muchos duros por la
cantidad de ventas que estamos perdiendo – interviene irascible uno de los
comisionados, Pablo Bou, que tiene fama de hablar primero y pensar después.
- Eso es lo que os duele, el bolsillo. Os
recuerdo que hemos hecho varias gestiones para que las obras las pagaran las
autoridades provinciales, pero no lo hemos conseguido. Ese reproche lo admito.
Pero ¿sabéis qué me dijo el vicepresidente de la Diputación? Si quieres tener
un traje nuevo, no esperes que te lo pague el vecino, o lo apoquinas tú o
seguirás con el viejo. Yo me apliqué la moraleja del cuento, si queremos tener
calles nuevas no va a venir nadie de fuera a financiarlas, las tendremos que
pagar nosotros. Y tal como se ha hecho el prorrateo del gasto, a pagar en tres
anualidades, lo cierto es que cada vecino va a tener una derrama anual de unos
cientos de pesetas. Poca cosa realmente.
- Unos cientos de pesetas serán poca cosa
para los que tenéis el bolsillo repleto, pero para la mayoría de nosotros es
una cifra más que respetable.
Vives mira inquisitiva y retadoramente a sus convecinos, los conoce a
todos y sabe perfectamente que ninguno de ellos está entre los pobres de
solemnidad del pueblo.
- Voy a hacer una cosa – el alcalde se está
cabreando y cuando eso ocurre suele ponerse chulo -. Si alguno de vosotros no
puede pagar la derrama que se pasará dentro de unos días al cobro que lo diga y
gustosamente se la abonaré de mi bolsillo.
Los
comisionados callan. La mayoría no levanta la vista del suelo. A más de uno se
le ve avergonzado. Bou, inasequible al desaliento, vuelve a la carga con nuevos
argumentos:
- Me gustaría saber para qué cojones te has
metido en este follón. ¿Acaso no estaban bien las calles?, ¿qué más da que sean
de tierra o de asfalto? Si nos ponemos a cambiar cosas en el pueblo puede ser
la locura. Y más si los cambios tienen que salir de nuestros bolsillos. Porque,
claro, cambiar se puede cambiar todo. Primero fue el agua corriente. Nuestras
madres y mujeres, hasta hace cuatro días, fueron a las fuentes públicas a por
agua. Se podía haber seguido así siempre. Y esa obra la pagó el gobierno. Ahora
las calles. ¿Y mañana que será? ¿Construir un dispensario, ampliar la carretera
de la mar, poner un nuevo alumbrado? Se pueden hacer muchos cambios, pero ¿con
qué dinero? Con el mío, desde luego, no.
- Tranquilo, Pablo. Si ahora no lo pagamos a
escote, podemos pedir un crédito al banco que, eso sí, acabará repercutiendo en
nuestros bolsillos. Solo que si lo hacemos con pólvora del rey la obra nos
saldrá más cara. Y por ese motivo no estoy dispuesto a transigir.
Gimeno siente curiosidad en saber por qué Lolita no ha querido
participar en la comisión de tenderos que han ido a protestarle al alcalde por
el presunto retraso de las obras de pavimentación. Su respuesta es contundente:
- ¿Qué por qué no he querido formar parte de
los de la comisión? Elemental, jefe, porque me parece una obra necesaria y
oportuna. Ya está bien que cuando llueva las calles se vuelvan intransitables
pues no todas tienen aceras. La pavimentación tendría que haberse hecho hace un
montón de años, pero los alcaldes que hemos tenido hasta la fecha no es que
hayan mostrado demasiada iniciativa. Vives si la ha tenido y hay que
felicitarle por ello.
- Estoy de acuerdo contigo en parte. En lo
que no lo estoy es que esas obras la tengan que pagar los vecinos, la inversión
tendría que correr a cuenta del Ayuntamiento.
- Sabes mejor que yo que el municipio no
tiene un duro. Y por lo que me cuentan, las autoridades provinciales no han
podido o no han querido, eso no lo sé, afrontar los costes de las obras. Por
consiguiente, si queremos calles como Dios manda nos tendremos que rascar el
bolsillo. Y tú, ¿por qué discrepas de esas obras?, ¿por qué te parecen mal o,
simplemente, porque ha sido una iniciativa de Vives? – inquiere Lolita con mala
idea.
Gimeno trata de defenderse:
- Te equivocas. Las obras no me parecen mal.
En lo que si discrepo es, como he dicho, que esos trabajos corran a cuenta de
los vecinos. Y eso tiene un claro culpable: el acalde. Si Vives hubiese sido
más hábil y manejado mejor la mano izquierda a buen seguro que habría sido
capaz de conseguir que toda la reforma la hubiera sufragado bien la Diputación
Provincial, bien la delegación provincial del Ministerio de Obras Públicas. Al
menos, si no toda la obra, una parte de ella.
- ¿Acaso tú lo hubieses conseguido? –
pregunta Lolita en tono de chanza.
- No lo dudes – es la concisa y tajante respuesta
de José Vicente.
Realmente, Gimeno está que trina por el gol que le ha metido Vives
llevando adelante el proyecto de la mejora viaria, pero guarda un as en la
manga: se trata de la construcción de las nuevas escuelas, que ha sido una
iniciativa suya desde el primer momento, y cuyas obras ya han finalizado.
Estaba previsto que el dieciocho de julio se inaugurase el flamante grupo escolar,
con asistencia de las primeras autoridades provinciales. Gimeno se lleva un pequeño
disgusto cuando desde la Jefatura Provincial le indican que la inauguración no
será posible realizarla el dieciocho porque en esa fecha, en la que se celebra
el inicio de la guerra civil, la que el Régimen llama la Cruzada, el Jefe
Provincial del Movimiento ha de atender otros compromisos. La han tenido que
trasladar a la segunda quincena de octubre. Una lástima, porque el dieciocho es
fiesta y la asistencia de público hubiese sido más nutrida, pero qué se le va a
hacer.
El
grupo escolar es un moderno edificio de dos plantas que consta de diez aulas,
servicios y otras salas para diversos usos. Lo rodea un patio de recreo cerrado
por una valla. Las clases son espaciosas y dotadas de amplios ventanales por
donde se cuela el sol gran parte de la jornada. En conjunto el centro docente
es un edificio amplio, luminoso y funcional. Tiene capacidad para escolarizar a
todos los niños del pueblo, suponiendo que todos los padres estén dispuestos a
enviar sus hijos al mismo. Ricardo Poveda, a quien gracias a la intervención de
Gimeno han nombrado director del colegio, tiene grandes proyectos para mejorar
las futuras prestaciones del centro: en los próximos años piensa montar un
laboratorio de ciencias naturales, una biblioteca, ajardinar los laterales del
patio y en la zona más amplia construir un pequeño campo de deportes.
Para
Gimeno el centro docente se ha convertido en la niña de sus ojos, lo considera
una obra suya y, como tal, una victoria frente a sus enemigos políticos. Con la
inestimable colaboración de Poveda, cuida con mimo los mil y un pequeños
detalle para que todo esté impecable el día de la inauguración, no quiere que
haya el menor fallo. Hasta ha tenido la idea de que una partida de escopetas
salga a cazar perdices porque alguien le ha soplado que al Gobernador le
pirran. Para tenerlo todo a punto tiene a la mitad de los oficios del pueblo
trabajando sin descanso rematando los últimos flecos de la obra.
- Jerónimo, dice Ricardo que tienes que
repasar las persianas de las aulas de la planta baja, algunas no corren.
- Ya te dije, José Vicente, que esas persianas
son maluchas. Pesan mucho y las cintas terminan rompiéndose, además como tienen
las lamas tan gruesas se atrancan con mucha facilidad.
- Bueno, haz lo que puedas. Lo importante es
que funcionen el día de la inauguración, luego ya veremos lo que hacemos con
ellas.
- José Vicente – Poveda se acerca acompañado
de otra maestra -, Eduvigis no está de acuerdo con la distribución que se ha
hecho de las aulas.
- A ver, Edu, ¿qué pasa?
- No me parece bien que las niñas tengan que
estar en la planta baja y los chicos arriba – se queja la maestra -. Las aulas
de la primera planta son más soleadas y reciben más luz. Creo que todos tenemos
el mismo derecho a las mejores aulas.
- Totalmente de acuerdo, Edu, pero la
distribución no se ha hecho caprichosamente, se ha tenido en cuenta que niños y
niñas han de estar en espacios separados y Poveda ha creído que es mejor que
los chicos estén en la planta superior porque así los tendrán más controlados.
Aunque el día de la inauguración es miércoles y por tanto laborable, Gimeno
ha tenido la previsión de programar el acto oficial por la tarde, con lo cual
ha dado la posibilidad de que durante la mañana la gente haya acudido a sus
habituales ocupaciones. El pueblo se engalana para recibir al Gobernador Civil,
los balcones se cubren de colgaduras y la gente se viste con la ropa de los domingos.
En la Plaza Mayor autoridades y fuerzas vivas esperan la llegada del preboste.
Cuando aparece el viejo Mercedes con el banderín desplegado, la banda municipal
rompe el silencio con una marcha. José Vicente se adelanta para abrir la puerta
del automóvil, pero le gana la mano el policía que va en el asiento al lado del
chofer. El Gobernador lleva terno cruzado de un color grisáceo, sombrero a
juego y gafas oscuras.
- ¡Arriba España! A tus órdenes, camarada –
vocea Gimeno cuadrándose ante su superior jerárquico.
La
gente cuchichea: nada menos que tutea al señor Gobernador, ¡la influencia que
debe de tener este hombre!
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