Gimeno trata de convencer a Lolita de que le enseñe buenos modales a su
novia. La joven escucha y calla. Nunca pudo imaginarse que toda la suficiencia
que aparenta José Vicente se tambaleara como un castillo de naipes por causa de
una mocosa que no ha cumplido los veinte y que aparte de ser mona tiene pocos
más atributos. Este va por las fincas de los Arnau, piensa, pues las tendrás,
pero te van a salir caras. Pese a todo se ha ablandado, le da pena la imagen de
perro apaleado que muestra el hombre y lo desamparado que parece. Hará la buena
obra del día, le ayudará.
- Bien, jefe. Te echaré una mano, pero no soy
nada optimista de que el plan funcione.
- Estás más que preparada para enseñarle todo
cuanto necesita saber.
- El pesimismo no es por mi preparación para
enseñar, sino por el interés que pueda tener Pepita en aprender. Un maestro que
tuve cuando la guerra nos repetía que la educación solo se da cuando se produce
la comunicación entre quien tiene la voluntad de enseñar y quien la tiene de
aprender, y sospecho que Pepita no debe de estar por la labor, pero te prometo
que por mí no va a quedar.
Lolita
intenta ganarse a la joven novia de su jefe para que la muchacha se le confíe,
le cuente sus inquietudes y anhelos, le abra la puerta de sus vivencias
íntimas. Y en cierta medida lo está consiguiendo. Pepita admira a su delegada,
la considera una mujer con clase y estilo, pero, al mismo tiempo se cree
superior: ella es rica, la otra no. La jovencita deja entrever algunos de sus
deseos e ilusiones, pero es profundamente desconfiada y nunca se abre
totalmente. Lolita comienza por enseñarle, como al desgaire, algunas de las
habilidades que sabe que encantan a todas las mujeres: le enseña a maquillarse,
a combinar los colores de los vestidos, a elegir los zapatos adecuados, a usar
el abanico..., pero cuando un día intenta explicarle cómo organizar una reunión
en su futuro hogar, la muchacha echa los pies por delante.
- Eso es una bobada, Lolita. No sé para qué
necesito saberlo. A todos los que invito a mi casa los conozco y no tengo que
andar con remilgos ni ringorrangos con ellos.
- Esto te servirá para el día de mañana.
Piensa que José Vicente conoce a mucha gente y que más de una vez querrá quedar
bien con determinadas personas. Y te pedirá que organices una cena o una
merienda o que invites a las mujeres de sus amigos a tomar el café o el té. Y
todo ese montaje es fácil si sabes hacerlo, pero si no se conocen las reglas de
urbanidad y de los buenos modales se puede meter la pata fácilmente y hacerle
un flaco favor a tu marido.
- Ya le diré a José Vicente que de reuniones
en casa ni una. Que si quiere juntarse con sus amigotes que se busque otro
sitio. La casa es para la familia, no para los forasteros por muy importantes
que sean.
Por
mucho que Lolita intenta persuadirla de que lo que pretende enseñarle es muy
fácil y se aprende en un abrir y cerrar de ojos, Pepita no cede y se niega a
continuar la conversación. Es terca como una mula, se dice Lolita, ha salido
tan obstinada como su padre.
Días después encauza la charla para tratar
sobre cómo se debe de montar una mesa para una comida de compromiso. La
muchacha vuelve a negarse.
- Esas tonterías no necesito saberlas.
- Ahora no lo necesitas, pero piensa en el
futuro. Cuando te cases con José Vicente vas a tener que celebrar más de una
comida en tu casa con invitados de postín y tendrás que montar una mesa
debidamente.
- Cuando me case tendré criada y ya se
encargará ella de todo eso.
- ¿Y si la sirviente no sabe hacerlo?
- Pues que aprenda que para eso se le paga.
En
su papel de Pigmalión la joven delegada todavía efectúa una última intentona:
enseñar a la jovencita algunas nociones elementales de higiene personal. No ha
querido tratarlo antes porque es consciente de lo delicado del tema y de lo
complicado que puede resultar que la jovencita lo asuma. Conoce bien a las
Pepitas del pueblo, las trata a diario en su tienda, y sabe que sus hábitos y
conocimientos al respecto se cimientan en un conjunto de trasnochadas creencias
transmitidas de madres a hijas, trufadas de prejuicios y tópicos de lo más
primitivo. La muchacha le deja hablar, pero cuando le oye decir que una
señorita debe de lavarse diariamente los dientes, y mejor si lo hace después de
cada comida, ya no puede contenerse más y salta como una gata montesa.
- Lolita, esas cosas son para las
señoritingas de la capital. Madre dice que como no tienen nada que hacer se
entretienen en tonterías de esa clase. Si un ama de casa tuviera que lavarse
tantas veces como dices no le quedaría tiempo para atender sus tareas.
- Ten en cuenta que lavarse los dientes no solo
es una cuestión de higiene sino también de estética. Una mujer es mucho más
atractiva si tiene una boca cuidada y unos dientes blancos. A buen seguro que
José Vicente te querría aún más.
- Si mi novio me tiene que querer porque me
lave más o menos será una prueba de que no me quiere por mí misma. ¡Pues
estamos apañaos!
Llegado a ese punto, Lolita lanza la toalla. Presumía que la empresa no
iba a ser fácil, pero ha mostrado ser imposible.
- Lo siento, jefe, pero resultó como temía.
No se puede enseñar a quien no quiere aprender. Y tu novia es de esas. Créeme
que lo he intentado de la mejor manera que sabía, pero fracasé. Me hubiese
encantado poder hacerte el favor.
- ¿Cómo que no quiere aprender? ¿Si todo
cuánto ibas a enseñarle iba a ser bueno para ella, independientemente de que se
case o no conmigo? ¿Qué razones te ha dado para no querer aprender? A lo mejor
puedo rebatirlas.
- Opino que no se trata de razones
personales, son de otro tipo – explica Lolita -. En el pueblo los buenos
modales no cotizan, las fincas sí. Y como Pepita va a heredar un montón está
persuadida de que no necesita nada más.
Lolita ha ido a la farmacia de Sanchís a por un preparado para su madre. Antes de que tenga tiempo de pedir el fármaco al viejo boticario, un joven se adelanta:
- La atiendo yo, tío. ¿En qué puedo servirla, señorita?
Al salir de la botica, Lolita se topa con su amiga Consuelo y como le ha picado la curiosidad le pregunta:
- ¿Quién es el nuevo dependiente de la farmacia de don José?
- No es un dependiente, es un sobrino suyo que también es boticario. Se llama Enrique Guerrero y, según cuentan, cuando don José se jubile se quedará con la farmacia. Ah, y otra cosa muy interesante para todas las que no tenéis novio: es soltero y sin compromiso - Consuelo no pierde oportunidad para restregarla a Lolita su condición de soltería. La joven no se da por aludida y se limita a decir:
- Pues será todo eso que cuentas, pero me ha
parecido un sosaina de cuidado.
- Lolita, hija, ¿crees qué despachar
aspirinas o bicarbonato es para estar cómo unas castañuelas?
- No digas bobadas, Consuelo. Lo que quiero
decir es que me atendió como si hubiese sido…, que sé yo, mi madre. Tan pomposo
y anticuado. Hasta me llamó señorita.
- Es lo que eres, ¿no? – la afirmación ha
sonado con cierto retintín.
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