José
Vicente, en su premeditado plan de encontrar novia, trata de
conquistar a Pepita Arnau, y no tiene que hacer demasiados esfuerzos para
conseguirlo. La jovencita ha aceptado que le haga la corte tras salvar las
primeras e hipócritas reservas que imponen los pueblerinos usos sociales.
Gimeno ha procurado enterarse de más datos de la vida de la muchacha, pero
parece que tiene todavía poca historia y no le han contado muchas más cosas de
las que sabía, que tiene fama de estar muy mimada que para eso es hija única y
detalles por el estilo.
Pepita tiene sus motivos para aceptar a José Vicente. El chico no tiene
mala planta, es de trato agradable, un gran conversador, puede ser simpático si
se lo propone y valora especialmente que si se casa con él no tendrá que ir al
campo a ayudar en las faenas agrícolas como le ocurre a su madre. Además, se
aburre miserablemente, en casa no hace nada, todas las tareas domésticas las
efectúa su progenitora. Mata el tiempo hojeando revistas, leyendo alguna barata
novelita de amor, paseando, yendo al cine y al baile con sus amigas o
escuchando mucho la radio, le encantan los seriales radiofónicos. Piensa que
tener novio puede suponer un giro divertido en su vida y si llega a casarse el
cambio podría ser todavía más radical. Se convertiría en la señora de Gimeno,
nadie se atrevería ya a llamarla Pepita la del duro en alusión al mote de su
padre. Y si José Vicente sigue siendo el jefe de Falange pasaría a ser una de
las casadas más distinguidas del pueblo. Ese pensamiento le pone porque Pepita,
aunque no es muy inteligente sí es astuta y desconfiada como su madre, y tiene
muy claro lo que quiere.
Gimeno no ha tenido que pasar por el ritual
acostumbrado en el pueblo en los primeros escarceos entre una joven pareja.
Rápidamente sus medidos galanteos han sido acogidos favorablemente por la
muchacha. José Vicente se pregunta si tan pronta aceptación será por su labia,
sus buenas maneras o porque los padres le hayan podido dar algún consejo al
respecto. Pasean juntos o van al cine y alguna que otra vez han ido al baile,
que es el único momento en el que la pareja tiene algún tipo de roce físico,
pero siempre acompañados por las amigas, siendo la más asidua de todas
Encarnita Giner. Esa situación le obliga a buscar a alguien que le sirva de
escudero y que acompañe y entretenga a las otras amigas para poder hablar más
libremente con Pepita. Como tampoco tiene tantos amigos, Guillermo Bruñó ha
sido su primera y única opción.
- Guillermo te voy a pedir que me eches una
mano. Necesito que vengas conmigo para entretener a las amigas de Pepita,
porque una cosa es hacerle la corte a una mujer y otra a toda una pandilla. La
que más suele acompañarla es Encarnita, ¿te importa llevártela aparte cuándo
vayamos los cuatro? Así me sentiré más cómodo y podremos hablar con más
libertad.
- Dalo por hecho. Ojalá todos los favores que
me pidas sean de ese calibre. Porque la Encarnita está francamente rica y
además es muy divertida.
Pepita
y José Vicente lo que más hacen es hablar y quien lleva la voz cantante es
Gimeno porque, como ha descubierto enseguida, Pepita es de pocas palabras. No
sabe si es que la corta, que es tímida o, simplemente, que tiene poco que
contar. Compensa los silencios con sus risas, ríe mucho y por cualquier motivo.
Mejor así, piensa el joven, que no que ponga cara de palo. Lo malo es que la
risa le produce a la muchacha una especie de tic en un ojo que se le queda por
momentos ligeramente estrábico, aunque luego recobra su estado normal. Todos
los días, antes de las diez de la noche cumple con la inveterada costumbre de
dejarla en casa sin pasar adentro, ya que como suelen repetir las madres a sus
hijas, tanto a las niñas como las que están en edad de merecer, a las diez en
tu casa estés. Y así lo hacen. Ahora Pepita suele salir únicamente con
Encarnita, pareja a la que se unen José Vicente y Guillermo. De ese modo, se
cumple la tradicional costumbre de que una jovencita de buena fama no debe
quedarse a solas con su pretendiente. Suelen pasear a lo largo del Rabal y
cuando la calle termina lo habitual es que Encarnita y Guillermo se adelanten o
se atrasen dejando a la pareja de novios libre.
Guillermo, a veces, le toma el pelo a José Vicente por su noviazgo, al
tiempo que aprovecha para darle algún consejo sobre las costumbres locales en
lo referente a dicho estado:
- Bueno, ya veo que la conquista va viento en
popa ¿Cuándo piensas hablarle al tío Braulio?
- Todavía no me lo he planteado. Estamos
dándonos un poco de tiempo para conocernos mejor.
- Si me permites un consejo, no lo alargues
mucho. Pepita no es chica como para hacerla perder el tiempo. Y su familia
menos, ¡pues buena es la tía Águeda!, ten en cuenta que es una Arbós.
- Ya pude comprobar que en esa casa quién
lleva los pantalones es la madre. Pepita siempre se refiere a ella. Apenas sí
le he oído mencionar a su padre.
- Es que es así. Ahí quien corta el bacalao
es la mujer. Será porque es medio Arbós y a esos les gusta mandar más que un
regaliz a un niño. El tío Braulio es buena persona, muy trabajador, pero poco
más. Aunque las malas lenguas aseguran que en esa casa la que de verdad marca
el paso es Pepita.
- No me digas. Por cierto, al señor Braulio
nunca se le ve, ni en el café ni en las tabernas ni siquiera por la calle.
¿Dónde se mete ese buen hombre cuándo no trabaja?
- En su casa. No debe de haber ido al café
desde los tiempos de Carolo. Tu futuro suegro pertenece a la cofradía de la
Virgen del Puño, es más agarrao que un chotis. Por eso tienen la pasta que
tienen, porque no la gastan. En esa casa, peseta que entra, peseta que no
vuelve a ver el sol. ¿De dónde crees que viene su apodo de Braulio el del duro?
Aunque
el noviazgo no se ha oficializado, son muchas las personas que felicitan a
Gimeno.
- Enhorabuena, José Vicente. Te vas a llevar
una alhaja.
- Has tenido buen ojo. Es una chica muy maja
y de buena casa.
- Gimeno, vas a hacer buena boda. Ahí hay
duros para parar un tren.
- Felicidades. Es una chavala estupenda y muy
mona.
Otro
de los que le felicita calurosamente es Rodrigo Arbós:
- Me han dicho que estás saliendo con mi
sobrina Pepita. Enhorabuena. Espero que todo termine bien. Esa relación, a buen
seguro, te aportará más cosas positivas que negativas. La familia está
contenta.
La
bisoña relación también es motivo de toda clase de dimes y diretes en los
mentideros del pueblo, incluida la trastienda de la Moda de París.
- ¿Sabes que tu jefe está saliendo con Pepita
Arnau? – pregunta Consuelo dirigiéndose a Lolita.
- Vivo en este pueblo, ¿cómo no iba a
saberlo?
- ¿Le has felicitado? – quiere saber Fina.
- Lo he intentado un par de veces, pero no he
llegado a hacerlo porque temía que se me notara demasiado la guasa – y ante la mirada
interrogativa de Fina, añade Lolita -. Porque ya me dirás si no es para tomarse
a cachondeo a esa pareja. Ella es tonta de capirote y él ha mostrado su
verdadera cara: un pobre hombre que solo busca el dinero de los Arnau. Una
tonta y un pesetero, ¡menuda pareja!
Pese
a todo, Lolita hace un esfuerzo y termina dando la enhorabuena a Gimeno, aunque
por su tono podría ser una felicitación con retranca:
- Enhorabuena, jefe – desde que trabajan
juntos siempre le suele llamar así, aunque Gimeno cree percibir un ligero
tonillo sarcástico en el tratamiento -. Parece que vas a dejar de ser uno de
los solteros de oro del pueblo. Has tenido buen ojo. Te deseo lo mejor.
Todas
las opiniones sobre su incipiente relación llevan a Gimeno a despejar sus
dudas. Porque sigue sin tenerlo tan claro como parece que lo tienen los demás.
No llega a sentirse plenamente identificado con la jovencita, le parece una
buena muchacha, físicamente no está mal, pero se pregunta: ¿es eso suficiente
para unirse a una mujer para toda la vida?, ¿no será necesario algo más?, ¿qué
pasa con el amor? Sabe que no está enamorado, que ni siquiera siente nada
especial cuando le dice estereotipadas frases galantes y la mozuela le mira con
ojos encandilados. Porque esa es otra: le da la impresión de que Pepita, si no
enamorada, sí se siente atraída por él. Tras muchas cavilaciones se dice que no
puede estar en duda permanente, que así no va a ninguna parte, y decide dar el
siguiente paso: declararse formalmente, porque hasta el momento no le ha dicho
explícitamente a la jovencita que la quiere ni tampoco le habló de noviazgo. La
declaración, pese a haberla ensayado previamente, resulta chapucera, ramplona y
hasta un punto cómica. Al propio José Vicente le suena su parlamento como algo
hueco y, sobre todo, carente de pasión y romanticismo, pero a la jovencita
parece emocionarla y no duda un momento en responderle que ella también le
quiere.
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