La
pregunta que Benjamín Arbós ha formulado a su sobrino Leoncio deja a éste
atónito. El desconcierto del hombre es patente. Nunca se le pasó por la
imaginación ocupar un cargo político como el de jefe de Falange, ser presidente
de la Cooperativa Agrícola de San Isidro ha colmado todas sus ambiciones
personales. No sabe cómo decirle que no a su tío, al fin y al cabo lo que es se
lo debe a él, pero algo tiene que responder:
- Tío, yo haré lo que usted diga, como
siempre, pero ¿cree que serviré para ese cargo? No sé casi nada de la Falange y
lo de hablar en público se me da fatal, me pongo muy nervioso y no doy una a
derechas.
- Por eso no te preocupes. Aquí de la Falange
casi nadie sabe nada. Y en cuanto a dar discursos no tienes por qué hacerlo.
- En la jefatura – interviene Rodrigo – hay
algunos libros sobre Falange. Te los lees, que ahí debe de venir todo lo que
necesitarás saber.
- Vuelvo a decirles, tíos, que haré lo que
manden, pero de verdad que no me veo de jefe. Tengo mucho trabajo con la
presidencia de la cooperativa y ahora eso. No sé si voy a tener fuerzas ni
tiempo para dos cargos tan peliagudos.
Benjamín piensa que su sobrino es un flojo, por eso ha creído que podría
ser un buen candidato, los blandos siempre son manejables. Lo que no sospechaba
era que lo fuese hasta el extremo que se desprende de sus vacilantes protestas.
Él sería capaz de llevar no dos cargos sino media docena si fuera necesario. En
cambio esta gente joven enseguida entrega la cuchara.
- Ve haciéndote a la idea, Leoncio. Y de esto
ni media palabra a nadie, incluida tu mujer.
En
cuanto Leoncio llega a casa, y pese a la recomendación de su tío, le falta
tiempo para contar a su esposa la propuesta de Benjamín:
- … y ahora quiere que sea el jefe de
Falange. ¿Qué te parece?
La
mujer se interesa primero por los dineros:
- ¿Cuánto te pagarán?
- Me da la impresión de que ese cargo debe ser
de los que no tienen sueldo, al menos de manera directa.
- Entonces ya sabes: para ser puta y no ganar
na más vale ser mujer honrá.
- Pues ya me dirás como le digo que no al tío.
Igual se enfada y me quita lo de la cooperativa.
- ¡Qué corto eres, marido! Lo que tienes que
hacer es buscar para el puesto a alguien que creas que le pueda petar… Ya sé,
tu primo Gervasio.
- Gervasio no vale. No está apuntado a
Falange.
- Bueno, lo apuntas y en paz. ¿No es eso lo
que hizo contigo tu tío Rodrigo antes de que te nombraran presidente de la
cooperativa? Pues haces lo mismo con tu primo.
- Que te digo que no vale, mujer. Gervasio
tiene mucho desparpajo, pero no sabe hacer la o ni con un canuto. ¿Cómo va a
ser el jefe de Falange? Si voy con ese nombre al tío me puede correr a
gorrazos. Habría que buscar a alguien que no fuera un lerdo y que, claro, sea
de nuestra cuerda.
- ¿Pues a ver dónde encuentras un mirlo
blanco que le pete a tu tío?
Encontrar una persona que sea cualificada para el puesto y que pueda
gustarle a su tío Benjamín se ha convertido en la obsesión de Leoncio. A medida
que ha ido dándole vueltas al asunto ha terminado por concretar el perfil del
que podría ser el candidato ideal: que hubiese completado la escuela, mejor aún
si fuese titulado, que tuviera mano izquierda, que supiese hablar en público o,
al menos, que no le diera miedo hacerlo, naturalmente que estuviese afiliado al
partido y, por descontado, que fuese persona que se dejase mangonear. ¿Dónde
encontrar ese mirlo blanco al que se refería su mujer? Sigue pensando en ello
mientras hojea unos papeles en su despacho de la cooperativa. No es más que un destartalado
cubículo lleno de archivadores y de carpetas repletas de documentos y que
también se usa de sala de reuniones de la junta directiva. Se abre la puerta.
- Eh…, buenas tardes, Leoncio. ¿Querías
verme?
- Hola, José Vicente. Pasa. Siéntate. ¿Qué
tal va el trabajo? ¿Necesitas algo?
- Todo va sobre ruedas y no necesito nada,
aunque... me vendría de perlas tener una calculadora nueva porque la que hay
está hecha una cafetera.
- El próximo día que vayas a Valencia compra
una. ¿Estás contento con el trabajo?
- Mucho. Es parecido al del almacén de Las
Alquerías, sólo que allí trabajábamos únicamente con naranja y aquí hay muchos
más géneros, pero en el fondo no hay tantas diferencias.
- ¿Y qué tal llevas lo de ser el jefe?
- Hombre, eh... Leoncio – da la impresión de
que todavía no tiene demasiado claro qué tratamiento debe dar al que es su
inmediato superior; su único jefe realmente porque el resto de miembros de la
directiva son meros comparsas –, aquí el jefe eres tú, yo sólo soy quien lleva
la secretaría, pero siempre siguiendo tus indicaciones.
- Quería decirte que el otro día, después de
acabar la reunión de la junta, y cuando ya te habías marchado, se habló mucho y
bien de ti: de lo trabajador que eres, de la amabilidad con la que tratas al
personal y de que encuentras soluciones a la mayoría de problemas.
- Muchas gracias, Leoncio. Procuro esforzarme
para que todo el mundo esté contento con mi trabajo.
- Por lo que he oído entre los socios parece
que lo estás consiguiendo, tan es así que quiero que sepas, y lo que te voy a
decir no lo comentes con nadie, que en la próxima reunión de la junta directiva
vamos a dar por firme tu nombramiento.
- Qué alegría me das. No sé cómo agradecerte
cuánto estás haciendo por mí.
- Bueno, bueno - le interrumpe Leoncio -. No
tienes que agradecerme nada. El nombramiento te lo has ganado a pulso. Espero
que estés muchos años con nosotros y que te sientas a gusto en el pueblo.
Horas después, comentando Leoncio con su mujer la conversación mantenida
con el flamante secretario, recuerda un dato que atañe al empleado de la
cooperativa: uno de los requisitos que se le exigía para el cargo era que tenía
que estar afiliado a Falange. El joven no puso ningún inconveniente y a los
pocos días llevó el carné de miembro del partido. Recordar eso y comenzar a mirar
al secretario con nuevos ojos es todo lo mismo. Repasa algunos de sus datos
personales: se llama José Vicente Gimeno, nacido en 1919 en las Alquerías del
Niño Perdido. Cumple con casi todas las condiciones que considera necesarias
para ser candidato a la jefatura: tiene un título, algo infrecuente en el
pueblo, es un tipo listo, habla bien, sabe tratar a la gente y, como su puesto
depende de la presidencia de la cooperativa, no sería complicado tirarle del
ronzal si la situación lo requiriese. El único inconveniente que tiene es ser
forastero, pero en el mismo caso estaba Castaño que fue el segundo jefe de
Falange del pueblo tras la liberación. Por un momento piensa hablarle de lo de
la jefatura, pero enseguida lo reconsidera. Antes de meterse en camisa de once
varas mejor será pensarlo detenidamente y discutirlo con su mujer, a veces tiene buenas ocurrencias. Y también comentárselo
a su tío Benjamín, no sea que pueda sentarle mal que haya dado un paso de ese
calibre sin consultarle.
Gimeno, tras haberse despedido del presidente, se ha vuelto al modesto
despachito que, junto con un antedespacho más chico todavía y la cochambrosa
sala en la que han estado hablando, constituyen todas las instalaciones
administrativas de la entidad. Se sienta en un viejo sillón y mira en derredor.
Piensa que no es gran cosa, más bien una oficina miserable para un puesto de
tres al cuarto, pero peor era su trabajo en el almacén de naranjas de Las
Alquerías, ganaba menos y lo más inaguantable era que tenía que soportar el mal
humor permanente de su jefe, que le trataba como si fuera una zapatilla vieja.
Sabía que en el fondo le tenía celos pues temía que algún día trataría de
arrebatarle su puesto ya que no tenía sus conocimientos, ni siquiera un título académico
como el que había conseguido estudiando por la noche y con mucho esfuerzo. Lo
de ser realmente el jefe – sigue pensando – es lo mejor de este cargo de mierda,
eso no se paga con dinero. ¿Y qué si me siento a gusto en el pueblo? Mucho,
tanto que en cuanto encuentre un trabajo mejor retribuido voy a largarme
corriendo y sin mirar atrás. Estos palurdos creen que esto debe de ser París.
Leoncio, tranquilo, que aquí no me voy a hacer viejo.
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