Lorena lleva años alternando
la marihuana con el hachís, fuma lo que en cada momento encuentra en la calle.
Necesita el escape que la droga le ofrece. Como en el caso de tantos
drogadictos ése es el principal factor que la impulsa a la adicción: el deseo
de huir de la realidad. La joven forma parte de esa generación que adora la
pasividad, la imperturbabilidad, el pasotismo. En la vida del adicto llega un
momento en que la hierba no basta, el
camino de la droga lleva al toxicómano, casi inexorablemente, a probar otras
sustancias que produzcan un subidón más intenso y, sobre manera, más rápido.
Esa es la senda por la que transita la joven desde hace tiempo.
Ahora que Sergio es nuevamente capataz y
trabaja en jornadas interminables vuelve a ganar el dinero a espuertas. Gracias
a ello Lorena puede permitirse el lujo de alternar la maría y el chocolate con
la farlopa, nombre con el que es conocida la cocaína en el submundo de los drogatas.
El viaje hacia el universo de las sensaciones extremas no termina ahí para la
joven, todavía le queda una etapa que recorrer: la del caballo, como es
denominada la heroína en el ámbito del lumpen. La adicción a la heroína se ha
convertido en el no va más para la gente de los noventa enganchada a la droga.
La vacuidad total en mente y espíritu que tanto buscan es alcanzada con mucha
más intensidad al fumar o al inyectarse el derivado de la morfina.
Durante algún tiempo,
Lorena fue capaz de confinar su hábito a la noche de los sábados. Luego fueron
los domingos, después también los viernes… El proceso de adicción a la heroína
es insidioso, nadie piensa que terminará convirtiéndose en esclavo de la misma.
Todo adicto está convencido de que podrá dejar de tomarla en cuanto se lo
proponga, mañana mismo. Lo que ocurre es que ese mañana casi nunca llega. Y,
día a día, el hábito crece y se refuerza, el tiempo entre chutes se reduce y la
intensidad de los subidones se va haciendo cada vez menor.
Los heroinómanos son grandes manipuladores.
Con tal de conseguir un chute, son capaces de traicionar al amante, a su mejor
amigo, a sus padres. Para pagar la droga, Lorena es cada vez más exigente en
sus demandas de dinero a Sergio.
-
¿Otra vez más pasta?, ¿y qué hiciste con la que te di anteayer?
- ¿Tú
sabes lo caro que está todo y lo aprisa que suben los precios? – se defiende la
joven.
- Por
muy cara que esté la vida no es posible que gastes tanto. Como si aquí se
comiera caviar todos los días. Lo que has de hacer es procurar tener más cabeza
y no gastar sin ton ni son – responde un irritado Sergio.
- Mira
quien fue a hablar, como si tú te privaras de lo que te gusta.
Es un diálogo de sordos y de medias verdades.
Sergio sabe en qué gasta el dinero a manos llenas la mujer de la que tan
enamorado estuvo. Ahora posiblemente ya no tanto, aunque todavía es muy
poderosa la atracción que la joven ejerce sobre él. De ella lo sabe casi todo,
pero no es capaz de echárselo en cara. Una mezcla de vergüenza, de pudor, de
rabia y del vivo rescoldo de lo que fue una ardiente pasión sella su boca.
Lorena sabe que él lo sabe, pero aún no ha dado el paso de hablar abiertamente
de su adicción. Se encuentran en la fase de las mentiras piadosas, cualquier
cosa vale antes de enfrentarse a la realidad que cada día que transcurre es más
perentoria.
En el camino de las drogas duras las etapas
se queman rápidamente. Llega un momento en que el joven es incapaz de ganar lo
suficiente para alimentar la incontrolada adicción de su pareja. A partir de
ahí, la angustia se convierte en la constante compañía de Lorena. Lo primero
que piensa al despertarse es: ¿De dónde sacaré hoy material para chutarme y
dinero para pagarlo? Tenga o no tenga pasta casi siempre termina donde su
proveedor habitual:
-
Perchas, necesito una papelina, te la pagaré mañana.
- Bonita,
sabes perfectamente que en este negocio no se fía. Los talegos por delante o no
hay material.
-
¡Eres un cabrón de mierda, Perchas! Con la pasta que me dejo todas las semanas
¿y no eres capaz de fiarme una papelina? ¡Ojalá pilles un cáncer de hígado y la
palmes en cuatro días, maricón!
-
Insultándome tampoco conseguirás nada, hermosa. Trae money y tendrás caballo.
Si estás pelada, no me toques más los cojones y lárgate con viento fresco.
-
Anda, Perchas, te lo pido por favor. El sábado cobra mi chico y los primeros
cuartos que arramble serán para ti – Lorena cambia de registro para ver si se
gana el favor del camello.
- No
me hagas perder el tiempo, Loren. No te lo voy a volver a repetir, aquí hay que
venir con los talegos en mano, todo lo demás: humo. Y por otra parte no
comprendo porque llegas a quedarte sin blanca, las titis ese problema lo tenéis
siempre resuelto. Y tú con lo rica que sigues estando si no tienes para una
mala papelina es porque quieres. Echas un par de polvos y asunto resuelto. Mira,
dentro de un rato vendrá un tío que está podre de pasta y que es de los que se
pone hasta las cachas pero solo los finde. Seguro que por cepillarse a un
chochito como tú no le importará comprar una papelina de más.
Lorena, al borde del mono, esta vez no lo
duda. El maromo, con pinta de ejecutivo de medio pelo, le paga una dosis y se
la lleva a su apartamento. Allí, mientras el tipo se fuma un cigarrillo mezcla
de hachís y tabaco normal y comienza a desnudarse sin ninguna prisa, Lorena
acomete el ritual del drogadicto. Ha cogido de la cocina una cucharilla y le
dobla el mango. Luego llena el cuenco con el polvo. Saca el encendedor y
calienta la droga hasta convertirla en líquido. Cuanto más claro sea, más puro
será el caballo. El resultado es casi como el agua mineral, indicio de que la
mierda que le ha vendido el Perchas es buena de veras. Luego procede a
introducirlo en la jeringuilla que compró en una farmacia de camino al
apartamento del eventual amigo. Con diestro movimiento, se clava la aguja en el
antebrazo, justo por debajo del bíceps, y empuja el émbolo. Mientras se inyecta
piensa que tendrá que comenzar a chutarse en otras partes del cuerpo, sus venas
ya no resisten más.
Sergio, reconquistado su anterior estatus
profesional, creía que su vida volvería
a discurrir por los plácidos senderos anteriores a la aventura como directivo
de la pseudo asociación juvenil creada por los constructores. La realidad es
otra. Algo parece haber cambiado en su escala de valores, como si sus más
íntimas convicciones morales se hubiesen evaporado. Una vez más, Lorena, con su
fuerte carácter, le marca la ruta por la que transitar. La joven tiene un norte
muy claro: la droga y, como aditamento, el alcohol. Sergio ha invertido el
proceso: ha comenzado con la bebida y está llegando a los predios de los
estupefacientes. Hace años que se aficionó a los porros, también ocasionalmente
esnifa coca y toma pastillas, sobre todo los fines de semana y en las juergas
que monta la pandilla de su chica. Llega un momento, siempre llega, en que
siente que necesita estímulos más potentes. Una noche en la que llega a casa un
poco antes que de costumbre, después de un día particularmente frustrante en el
trabajo, se encuentra a Lorena en pleno proceso de inyectarse la droga. Hasta el
momento Sergio se ha negado a fumar o a inyectarse heroína, pero hoy ha tenido
un día especialmente estresante: uno de sus oficiales se ha encarado con él y
han tenido un duro enfrentamiento; para rematar la jornada, Dimas le ha echado
la enésima bronca al comprobar las deficiencias del trabajo de su cuadrilla. Un
día de perros. Quizá por eso, o porque tenía que llegar, es por lo que pide a
su chica:
- Churri,
prepárame una toma de lo tuyo.
- Como
eres novato será mejor que comiences con el caballo fumándolo. Te prepararé un
chino.
Lorena derrama un poco de droga sobre un
pedazo de papel de aluminio, luego lo calienta con un encendedor por la parte
posterior del papel. Cuando se produce la licuación de la heroína, le tiende a
su chico un rulo o cilindro hueco que ha confeccionado con el mismo papel.
-
Toma, ya puedes fumártelo.
- ¿Por
la boca o por la nariz? – duda Sergio.
- Por
la boca, te colocas antes – aconseja la experta.
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