La sorpresa que provoca a los hombres de
BACHSA la lectura del manifiesto de los
Jóvenes Unidos por un Senillar Libre es evidente. Nadie dice nada hasta que el
especialista del marketing exclama:
- Eso solo
es un panfleto lleno de falsedades, demagogia y sentimentalismo barato, amén de
terminar con unas amenazas que no son de recibo – sentencia.
- Y a lo
que hay que añadir que parece escrito por una panda de analfabetos, está
plagado de faltas de todo tipo. Cualquiera diría que esos jovencitos están
reñidos con la gramática. Si esos son la generación que nos va a suceder, ¡qué
Dios nos coja confesados! – comenta jocosamente Cardona.
-
Bueno, no es más que un borrador – justifica Garcés.
- Será
todo eso, pero también es el boceto de un fulminante que mañana puede explotar
en nuestras manos si no lo desactivamos a tiempo – replica un realista Badenes.
- Si
en esto andan metidos chavales como mi hija y la de Amador, os digo que esto no
irá a ninguna parte – afirma Arbós muy convencido -. No son más que una
pandilla de críos malcriados y consentidos que nunca le han dado un palo al
agua, precisamente porque los padres nos hemos partidos los cuernos para que
tengan una vida mucho más fácil que la que tuvimos nosotros cuando teníamos su
edad. – y José Ramón se pone sentencioso para soltar la siguiente parrafada -.
En cuanto Amador nos diga quiénes son todos los chavales que estaban allí y los
padres les pongamos los puntos sobre las íes, como voy a hacer con mi hija,
todo eso se acaba en cuatro días. Pues faltaría más, que unos mocosos que viven
como curas de los de antes vayan a venir ahora a ponernos las peras a cuarto.
¿No lo crees Amador?
Garcés cabecea y vacila antes de contestar a
su socio:
- No
sé qué decirte, José Ramón. No estoy tan seguro como tú. Como dije, ya abronqué
a mi hija y no veas como se puso, como una tigresa. Me llamó de todo menos
bonito. Nunca había tenido un comportamiento así. La he castigado a no salir de
casa hasta que me prometa que no volverá a reunirse con esa pandilla, pero no
puedo retenerla indefinidamente y temo que en cuanto salga volverá a las
andadas. De hecho, mi mujer me ha contado que la mayoría de las charlas
telefónicas que sostiene con sus amigos, entre ellos tu hija, tratan sobre la
Marina y la marjalería. Y ante eso, ¿qué puede hacer un padre?
-
Darle un par de guantazos y que se entere de quien manda en casa – afirma un
rotundo y cada vez más irritado Arbós.
- A
ver, José Ramón, tranquilo. Esto no se arregla pegando a nadie y menos a una
hija – interviene Cardona -. No soy un experto en adolescentes, pues aunque
tengo hijos todavía son unos críos, pese a ello si sé que lo peor que podríamos
hacer es poner a los jóvenes en contra de nuestros planes. Lo que probablemente
ocurrirá si los atacamos, sea de la forma que fuere. Esa sería una política que
terminaría siendo tremendamente perjudicial para nosotros.
-
Entonces, ¿qué propones, que nos bajemos los pantalones ante unas docenas de
porreros? – pregunta un, todavía, rabioso Arbós.
-
Nadie se va a bajar los pantalones – Cardona sigue tratando de serenar a Arbós
-, pero tampoco nadie se va a enfrentar con los jóvenes del pueblo. Hemos de
demostrar que somos mucho más inteligentes que ellos, hemos de actuar de manera
sutil, de forma que no nos vean como sus enemigos sino como adultos que
intentan comprenderles y que entienden sus inquietudes y temores. En resumen,
lo que hemos de hacer es ganar tiempo, desactivando su protesta en la medida de
lo posible y, si lo conseguimos, una vez finalizada o, al menos, muy avanzada
la urbanización, habremos ganado porque urbanización terminada victoria
alcanzada, si a ello añadimos que…
La exposición de Cardona se ve interrumpida
por un hombre joven vestido con un mono azul flanqueado por otros dos operarios.
-
Perdonen, ¿está el señor Garcés? – inquiere el que parece ser el responsable
del grupito.
-
Estoy aquí – responde Garcés, y dirigiéndose al resto de asistentes explica -.
Disculpad, son los operarios que han venido a cambiar parte de la instalación eléctrica.
¿Habéis terminado? – pregunta al capataz del grupo.
- Sí
señor. Hemos tenido que cambiar el cuadro de distribución y cablear…
-
Vale, vale. Le dices a Francisco que me pase la factura. Gracias y podéis iros.
-
Espera un momento, joven - es Cardona quien requiere al operario -. Permíteme
una pregunta, ¿eres del pueblo?
- No
señor, pero vivo y trabajo en el pueblo desde hace tiempo.
- Si
no tienes inconveniente, me gustaría que respondieras a unas sencillas preguntas.
La primera es ¿te relacionas con la gente del pueblo, sobre todo con los jóvenes?
- Con
la gente mayor, poco, pero con la que tiene menos años, sí. No con todos, claro,
solo con algunos, sobre todo con los amigos de mi novia que es de aquí.
-
Bien. Otra pregunta – sigue interrogando Cardona -, ¿qué opinas sobre la
urbanización de la zona costera, te parece bien o mal?
- Me
parece una buena cosa, señor. La mayor parte de los terrenos urbanizados antes
eran campos baldíos o de secano que supongo que producían poco. Ahora están
llenos de viviendas que valen una millonada.
-
Estupendo, una última pregunta ¿también te parece bien que se urbanice el
sector de la Marina, donde está el humedal de los marjales?
Sergio Martín, porque de él se trata, se
toma un tiempo para contestar la postrera pregunta de ese desconocido tan
preguntón. Recuerda las explicaciones que les daba Pascual Tormo en el ciclo de
charlas a las que asistió sobre las ventajas e inconvenientes del urbanismo. Y
como, en una conversación, mano a mano,
el profesor le explicó la suerte que tenía el pueblo de contar con un
humedal como la marjalería y la importancia de conservarlo. Está a punto de
contestar que no le parece bien cuando, de pronto, se acuerda de Lorena y
piensa que se pondrá como una leona si llega a enterarse de que habla en contra
de cualquier clase de urbanización y, por tanto, contra la posibilidad de
seguir teniendo trabajo en la construcción. Recordar eso y cambiar de posición
es todo uno, aunque trata de que su respuesta sea políticamente correcta:
- Pues
verá, urbanizar supone ocupación para los trabajadores, mucho dinero para los
propietarios de los terrenos y buenos ingresos para el Ayuntamiento. Todos
ganamos. Que se urbanice en el sector del Torreón o de la Marina creo que es lo
de menos.
-
Muchas gracias, joven. Puedes irte.
Tras marcharse Sergio y sus compañeros, el
consejero de BACHSA explica a sus sorprendidos compañeros de reunión:
- Ahí
tenéis un ejemplo de lo que opina esa parte de la juventud del pueblo que
trabaja, y que supongo mayoritaria, sobre urbanizar la Marina. Ese es el
instrumento más eficaz para atajar
cualquier clase de protesta. En ese pozo es donde encontraremos el agua
suficiente para apagar cualquier conato de incendio – a Cardona le encanta lo
de improvisar metáforas.
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