Sergio le ha contado a Lorena una versión
editada de su charla con el dueño de la agencia inmobiliaria a quien ha
consultado la posibilidad de vender el apartamento recién adquirido, como se le
ha metido en la cabeza a la joven. Ha omitido
la descripción de los defectos del apartamento y si le ha dicho, en cambio, que
en opinión del agente inmobiliario apenas si iban a sacar beneficios si lo
revendiesen dada la saturación del mercado. Allí se acaban las ansias mercantilistas
de la muchacha. Decide que no venderán y vuelve a centrar todos sus afanes en
el mobiliario y la decoración de su todavía no estrenado apartamento.
En relación al piso, el señor Francisco
tiene un detalle con el más joven de sus capataces.
- Sergio,
nos han contratado para la instalación de los Arrayanes. Como me dijiste que te
has comprado un piso allí, he pensado que cuando llegue el momento de instalar
el tuyo te daré la oportunidad de que hagas la distribución de la instalación a
tu gusto.
A
Sergio le falta tiempo para contárselo a Lorena y presumir que van a tener la
mejor instalación de toda la urbanización.
- O
sea que la instalación de la luz nos va a salir gratis – infiere la joven.
- No,
cariño, lo que vale la instalación ya forma parte del precio total del piso. La
oportunidad que nos brinda el señor Francisco es que podemos distribuir a
nuestro gusto las tomas de corriente, la ubicación de los conmutadores, los
enchufes para la tele; en fin, todo lo referido a la parte eléctrica. Lo que
tengo que saber es dónde quieres las distintas tomas..
- Ah.
Por toda la casa y hasta en la terraza. Oye, ¿podemos poner hilo musical?
Ninguna de las casas de mis amigas lo tiene. Se iban a poner verdes de envidia.
- Lo
del hilo musical no va a poder ser porque supondría un mayor coste y eso no
creo que lo acepte el señor Francisco.
- El
Francisco es un agarrado de mucho cuidado y tú un petardo.
-
Tesoro, eres injusta con mi jefe. Es todo un detalle de su parte que nos deje
distribuir la instalación a nuestro gusto. Me ha dicho Dimas que eso no lo
había hecho nunca.
-
Bueno, menos lobos que a ese rácano de tu jefe me lo conozco bien. Lo que no
sabía es que se pueden cambiar las cosas del piso a gusto de cada
propietario.
-
Verás, todos los apartamentos tienen idéntica instalación, pero el señor
Francisco ha querido tener este detalle con nosotros. Por otra parte, casi todas
las empresas aceptan realizar cambios o mejoras en las viviendas que, por
supuesto, corren a cargo del comprador y que encarecen el precio final.
Nada más decirlo, Sergio intuye que acaba de
meter la pata.
- Pues
me acabas de dar una idea porque hay varias cosas del apartamento que no me
convencían ni mucho ni poco.
El joven intenta remediar el desaguisado que
él mismo ha provocado.
- Has
de saber que no todas los cambios son factibles realizarlos. Hay muchos que
dada la estructura son irrealizables y otro factor a considerar es que las empresas
se aprovechan y cobran las mejoras a precio de oro.
- Ya
estás a vuelta con el dichoso dinero, como siempre. Anda y que no eres roñoso a
pesar del dineral que ganas un mes sí y otro también. No te preocupes, los
cambios que tengo pensados no te costarán la hijuela.
Visto que parece que la cosa no tiene remedio,
Sergio trata de limitar el alcance de las reformas y lo primero que necesita es
saber.
- ¿Y
cuáles son las cosas que no te convencen?
- Pues
mira, no me gusta el alicatado de los baños. He visto uno de Porcelanosa que
quedará de lujo y que pega a modo con la grifería. Tampoco me peta el pavimento
que lleva la terraza, desentona con el del resto del apartamento, habría que
poner otro suelo. Y lo que más da el cante es la cocina. Parece mentira que a
unos pisos tan modernos les vayan a poner una cocina de gas. Eso es del tiempo
de Carolo. Ahí le iría ni que pintada una vitrocerámica. He oído decir que en
cocinas es lo más de lo más.
-
Bueno, lo hablaré con los de la promotora, a ver qué se puede hacer.
Parecía que nunca iba a llegar, pero al fin
ocurrió ese momento soñado por toda persona que compra una vivienda: la entrega
de llaves. Sergio, como ha visto que hacen en las películas, toma a Lorena en
brazos y de esa forma entran en su nuevo hogar. La joven está radiante de gozo
y él es feliz viéndola tan dichosa. La mayoría de las mejoras que ella quería
están instaladas. Lorena no se cansa de recorrer el piso y, habitación tras
habitación, va desgranando el mobiliario que ocupará cada espacio. Aunque la
joven se lleva una pequeña desilusión, tal y como establece el contrato desde
la terraza se vislumbra el mar, pero solo un trocito y siempre que se saque
medio cuerpo fuera de los límites de la barandilla con el riesgo de estamparse
en el jardinillo que alegra el pretencioso hall de acceso al edificio.
Al día siguiente de la entrega de llaves,
Lorena lleva a sus amigas a que vean el apartamento y a que se mueran de
envidia. Ninguna de ellas tiene una casa como aquella y es más que dudoso que
alguna vez lleguen a tenerla.
- Lorena,
hija, que monería de piso te ha quedado – comenta Verónica.
- Pues
espera a que esté todo amueblado y con todos los aparatos que vamos a comprar.
Entonces sí que estará molón.
- Os
ha tenido que costar un pastón. Que suertuda eres de tener un chico capaz de
currar tanto y ganar la pasta que gana. Esto, desde luego, no lo hubieses
logrado con el Maxi que, por cierto, acaba de volver al pueblo para trabajar en
las nuevas obras – Maribel da la noticia con toda la mala intención de que es
capaz porque sabe que le va a escocer a su amiga.
Lorena hace oídos sordos al dardo de Maribel,
aunque no deja de sentir un inquietante hormigueo en lo más hondo. Para
sobreponerse al subidón que le ha dado, les sugiere que la acompañen a la
terraza.
-
Mirar que amplia es. Ya le tengo echado el ojo a un conjunto de dos tumbonas y
una mesita auxiliar para amueblarla. Son de lo más chic. Ni siquiera voy a
tener que ir a la playa para ponerme morena, lo podré hacer en mi propia casa.
-
Desde luego, hija, tienes más suerte que el Armengol, que le ha tocado la
lotería tres veces – proclama con humor Anabelén.
Unos días después a quien le toca el turno
de visitar la vivienda es a su madre, quien fiel a su maternal condición, y
dado que conoce como nadie el paño con el que se viste su hija, no duda en lanzarle
un aviso:
-
Hija, tienes un piso precioso. Comparado con el cuchitril en el que vivíais
esto es una mansión. Que tengas mucha salud para disfrutarlo. Y ahora solo
falta que tengas cuidado y no hagas tonterías, que un chico como el Sergio no
lo vas a volver a encontrar ni en pintura. Ya sabes por qué lo digo.
La visita de su suegra, aunque estrictamente
no lo sea, plantea a Sergio un problema de conciencia. Desde que sus padres se
enfadaron con él a raíz de dejar los estudios e irse a vivir con Lorena, apenas
si han vuelto a mantener contactos. Se han limitado a felicitarse las Navidades
y su madre le ha llamado en su cumpleaños. Su padre ni siquiera eso. Sabe de
ellos, y sus progenitores de él, a través del abuelo que es quien mantiene un
frágil hilo de contacto. Ahora que va a tener una casa como Dios manda y no el
antro en el que hasta la fecha han vivido, cree que es llegada la hora de
intentar la reconciliación. Habla con su abuelo y le pide que tantee a sus
padres y que les diga que nada le gustaría más que hacer las paces con ellos y
poder enseñarles su nueva casa, la que para su pareja es el paraíso de sus sueños.
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