La confidencia de
una de las chicas de la pandilla de Lorena de que el forastero que les mira a
hurtadillas estudia para ingeniero provoca las risas de las muchachas, pero
también suscita su atención salvo la de Lorena que se muestra desdeñosa con el
presunto interés del muchacho por ella.
– Vaya muermo el sosaina ese. Lo que pasa es que sois unas
ansiosas y tú la que más – acusa Lorena dirigiéndose a Mariasun -. Chorbo que
pasa, chorbo que quieres ligártelo. ¿Pues sabes qué?, te lo regalo enterito –
afirma displicente.
- ¿De verdad no te importa que me lo ligue? – La petición
suena medio en serio medio en broma.
- Todo para ti, aunque no creo que consigas mucho de ese
lelo. Yo tenía la impresión de que los tíos de la capital eran más echaos pa lante,
pero se ve que hay de todo y éste es más parao que el quiosco del paseo.
- Será todo lo parao que tú quieras, pero a un tío hay mil
formas de ponerlo en marcha y yo me sé unas cuantas. Ya veréis como me lo ligo en
nada. Y lo voy a tener como un corderito. Nos vamos a divertir mogollón –
asegura Mariasun muy convencida.
Ajeno a que ha
pasado a ser objeto de envite, Sergio sigue echando miradas por encima del
libro que simula leer. De pronto, algo se interpone entre él y un sol que hoy
aprieta de lo lindo. Levanta la vista. Es una jovencita llamativamente
curvilínea que luce un minúsculo bikini que deja poco trabajo a la imaginación.
- Hola. Me han dicho que eres de Madrid, ¿es cierto? –
pregunta la muchacha con desparpajo y una sonrisa por bandera.
- Siii – contesta bastante sorprendido.
- Verás, te lo pregunto porque igual me voy a trabajar a la
capital ¿Te importa que me siente? – La jovencita sin esperar respuesta alguna
se acomoda a su lado -. Pues lo que te contaba. No conozco nada de los Madriles
y me he dicho: a lo mejor ese chico que parece tan molón me puede contar cosas
de allí. Creo que hay mogollón de movida. ¿Por qué barrios hay más discos para
mover el esqueleto? Tú tienes pinta de sabértelos todos. Me han contado que hay
un barrio que se llama Malasaña donde la movida no para en toda la noche. También
me han dicho que…
Sergio se siente un
tanto sobrepasado ante la verborrea de la chica, que es que no para. Piensa que
si es que va a Madrid a trabajar sorprendentemente sólo le formula preguntas
sobre la movida, lugares de ocio y discotecas donde mover el esqueleto como
repite una y otra vez. Todo ello acompañado por una mímica peculiar y una
sonrisa deslumbrante, aunque lo que pone al muchacho un tanto nervioso es que
está continuamente subiéndose uno de los tirantes de la parte superior del
bikini que muestra una terca tendencia a bajarse. Aprovecha una pausa en la
perorata de la muchacha para soltarle:
- Creo que no voy poder darte muchas pistas sobre lo que
preguntas. Yo estudio y salgo poco y menos por la noche. A mis padres no les
gusta que llegue tarde a casa.
La respuesta no
parece desanimar a la joven que prosigue su charla:
- Ay, no te lo he dicho. Me llamo María Asunción, pero los
amigos me dicen Mariasun. ¿Tú cómo te llamas?
- Sergio.
- Un nombre de lo más guay. ¿Te gusta mover el esqueleto,
tío? Te lo pregunto porque esta noche tenemos un bailongo en la parte de atrás
del bar de la Chelo. ¿Sabes dónde está? ¿No? ¿Tú conoces dónde comienza la
carretera de la playa? Pues es la penúltima casa del pueblo, bajando a la
izquierda. Ya verás el letrero, pone bar Solera. Entra y junto a la puerta de
los servicios hay una salida que da al patio trasero. Te espero. Sobre las once
más o menos. No me falles, eh.
Sergio no piensa aceptar
la invitación de Mariasun pues le parece que tiene la cabeza llena de pájaros,
aunque reconoce que está un rato buena. Luego se le ocurre que, a lo mejor,
también estará allí Lorena. Basta esa idea para que no lo dude, a la hora
convenida se acerca al bar y se encuentra con un grupo de gente de su edad que
más que bailar está haciendo el ganso y trasegando lo que parece tinto de
verano en vasos de plástico. En cuanto le ve entrar, Mariasun se lanza a por él
como si fuera su botín de guerra.
- ¡Qué guay, has venido! Ya creía que me ibas a dar plantón.
Que polo más mono llevas, me tienes que decir dónde lo has comprado. Ven,
prueba el brebaje que han preparado esos cafres y verás el subidón que te da.
El chico se echa al
coleto un trago de la bebida que resulta no ser lo que creía. De tinto de
verano nada. Le da un ataque de tos porque el chupito le está escociendo el
estómago.
- Ves lo que te decía, es una mezcla espantosa. Vamos a
mover el esqueleto.
- Yo… es que bailo muy mal – se excusa el muchacho que, una
vez que ha dejado de toser, ya ha localizado a Lorena.
- No te preocupes, aquí de lo que se trata es de divertirse
a tope y mantener el buen rollo.
La muchacha
arrastra a Sergio al centro de un mínimo cuadrado de cemento que sirve de pista
de baile. Le planta las dos manos en el cuello y comienza a charlar. No calla.
Plantea preguntas y antes de que el chico pueda contestarlas ya ha saltado a
otro asunto. Al cabo de un buen rato, la joven parece cansarse de la
cháchara, pero la actitud que adopta entonces aún pone más inquieto a Sergio.
Se le pega como una lapa, apoya su cabeza contra la suya y lo peor de todo es
que, sin ninguna clase de pudor, comienza a restregar su bajo vientre contra el
del muchacho. Su primera reacción es dejar de bailar con cualquier excusa, pero
antes de ser capaz de balbucear una disculpa inopinadamente su sexo responde al
roce. El sofocón que se lleva el muchacho es de órdago porque con el pantalón
de verano no hay manera de ocultar el bulto que muestra. Se impone seguir
bailando antes de que los demás se den cuenta de lo que le pasa y convertirse
en objeto del cachondeo generalizado. Mariasun, que sí se ha dado cuenta,
parece que se lo esté pasando en grande y cada vez se arrima más y se pone más
cariñosa.
El pobre Sergio
nunca había sentido tanta vergüenza. No se atreve a buscar con la mirada a
Lorena ni a mirar a nadie porque está convencido de que todos se han dado
cuenta de lo que ocurre y la rechifla debe ser generalizada. Hunde su cabeza en
el cuello de Mariasun que responde a su movimiento con unos mordisquitos en el
cuello que terminan por desquiciarlo del todo. En algún momento de lo que está
siendo un calvario llega a sospechar que puede eyacular en cualquier instante.
La presunción le parece tan definitivamente desastrosa que su organismo genera
una curiosa reacción. Paulatinamente, la erección va decreciendo hasta casi
desaparecer. Llegado a ese punto, decide no seguir tentando al diablo y, con la
excusa de que tiene que volver a casa porque ha de ayudar a su abuelo, sale disparado
del bar, sin mirar a derecha e izquierda. Es una huida en toda regla.
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