"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 9 de agosto de 2024

Libro IV. Episodio 60. El reencuentro


    Ante la desazón de Álvaro, termina octubre y el placentino todavía aguarda la respuesta a su solicitud de permiso. Indaga discretamente y el edecán del comandante le explica que, hasta que el buque no fondee en el arsenal de Cádiz, no es probable que reciba respuesta a su oficio. Por fin, el 5 de noviembre le llega la tan anhelada concesión del permiso. El problema que ahora tiene es como ir de Cádiz a Santander, pues tanto la red de carreteras como la de ferrocarriles tienen muchos tramos intransitables debido a los destrozos provocados por la guerra. Lo mejor sería la vía marítima.

   Álvaro tiene suerte, se entera de que un buque de apoyo logístico de la Armada zarpará de Cádiz a Santander, transportando armas, municiones y pertrechos para el Ejército del norte. Pide, y se le concede, viajar en el mismo. Y casi sin enterarse, pues le vence el sueño, se planta en el puerto santanderino. Luego, en un camión del Ejército de tierra prosigue el viaje hasta Suances, el último domicilio conocido de su familia. Su alegría es inmensa cuando el tío Fulgencio, el casero de los Carreño en el pueblo, le cuenta que a los suyos no les ha pasado nada y que, desde hace un tiempo, residen en Santander, informándole asimismo que viven en el barrio de pescadores de la capital, aunque desconoce el nombre de la calle. Vuelto a Santander, el oficial recorre el barrio de pescadores preguntando a toda persona con la que se cruza si conoce a una familia madrileña apellidada Carreño, y además va explicando los rasgos de su madre y hermanos para dar más datos que puedan ayudar a reconocerlos. Los resultados son negativos hasta que una vecina se acuerda de algo.

   -Hay un mozuco que a veces anda por el barrio vendiendo leche y que, por su modo de hablar, podría ser de Madrid; si le encuentra, pregúntele, a lo mejor le puede dar más noticias sobre familias madrileñas.

   Ese mismo día, Ángela, terminada la cotidiana limpieza de la casa, sale a la calle, escoba en mano, para barrer el trozo de acera correspondiente a la fachada de la casa, pues el espacio entre los bordillos es de tierra, por eso hay que barrerla casi todos los días como es costumbre local. En esas está la joven cuando ve a un oficial de marina recorriendo la calle a paso nervioso. Visto por detrás, piensa la jovencita, el marino se parece un montón a su tato. Cuando el oficial, que ha llegado al final de la calleja, se vuelve, Ángela cree estar soñando, no da crédito a lo que ven sus ojos, hasta que se repone y, mientras corre hacia el marino, comienza a gritar a todo pulmón:

   -¡¡Álvaro, Álvaro, tato!! 

   El reencuentro provoca tal cúmulo de sensaciones, de emociones reprimidas, de anhelos largamente deseados que, al principio, los hermanos Carreño casi ni pueden hablar, se abrazan, se besan, lloran y se vuelven a abrazar. Cuando el resto de la familia llega a casa, la que más emocionada está es Julia, la de veces que ha deseado que este día llegara y una vez arribado no encuentra palabras para expresar su alegría. Es Álvaro, el más sereno, quien ha de poner una cierta mesura en la cadena interminable de abrazos, besos y hasta llantos de alegría.

   -Bueno, mamá, chicos, todo llega y al fin volvemos a estar juntos. Sentaos, tomaos un respiro y os explico lo que tengo pensado. Ya tendremos tiempo de contarnos todas las cosas que nos han pasado en estos meses. Por lo pronto veo que estáis bien y eso es lo más importante, ahora…

   El marino no puede proseguir porque su madre le interrumpe.

   -Álvaro, hijo, ¿qué sabes de papá y de los hermanos de Madrid?

   -Están bien, mamá, no te preocupes por ellos –y Álvaro les cuenta el ardid utilizado para cartearse con los de Madrid y que también envió cartas a Suances pero, que al parecer, no les llegaron-. Hay algo que urge hacer antes de que el buque que me ha traído emprenda el regreso. Necesito vuestras cédulas personales para que la comandancia de Marina del puerto me extienda los pasaportes de viaje para que podáis volver conmigo a Cádiz.

   -¿Vamos a vivir en Cádiz? –pregunta la madre.

   -De momento sí, pues allí tiene la base el crucero Canarias en el que estoy destinado. He alquilado un piso que espero que os guste.

   -Tato –el pequeño Froilán no puede contenerse-, antes solo llevabas un galón en la bocamanga, ¿por qué ahora llevas dos?

   -Porque ahora soy teniente de navío y los tenientes llevan dos galones.

   Álvaro ha conseguido meter a su madre y hermanos en el mismo buque de apoyo logístico que le trajo a Santander, y ahora viajan todos a Cádiz. Antes de partir les ha dado tiempo para despedirse de los Bermejillo que se alegran tanto como ellos de que al menos se hayan podido reunir con alguien de la familia. Se hacen promesas de que, cuando vuelvan a Madrid, se reunirán más a menudo para recordar tiempos pasados. Otra cuestión que no ha olvidado Julia es pedir dinero a su hijo para devolver a su casero de Suances el mes de anticipo que le pidió que le devolviera, más el coste del tiempo que siguieron viviendo en la casita.

   -Señora Julia, muy agradecido. Desde el primer día que la conocí me di cuenta de que es usted de buena casta, de las que paga con la cara como decimos por estos pagos.

   -Señor Fulgencio, la abuela paterna de mis hijos siempre nos recordaba que de bien nacidos es ser agradecidos. Y usted siempre se portó bien con nosotros.

   Durante el viaje a Cádiz, Álvaro piensa en lo que han cambiado los suyos en estos meses. Quien más lo ha hecho es Andrés: se ha estirado, debe de medir algunos centímetros más que él, y ha pasado de jovenzuelo imberbe a todo un hombre y, como ya cumplió los dieciocho, piensa que tendrá que meterle de voluntario en alguna unidad militar antes de que lo recluten. A Concha se la ve mayor y con más seguridad, y en cuanto a los pequeños dejaron de ser niños y son dos prometedores jovencitos. Su madre es quien le ha causado la impresión más penosa, se ve que el sufrimiento y las penalidades pasadas le han pasado factura, ha envejecido, tiene arrugas que no recordaba y se cansa fácilmente. En el transcurso del viaje, Álvaro cuenta a los suyos que no sabe cuánto tiempo residirán en Cádiz porque, más pronto que tarde, el nuevo fondeadero del crucero Canarias será Mallorca, pues el Mediterráneo es el único mar que les queda a los republicanos.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 61. Los Carreño chicos en Cádiz

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