martes, 4 de junio de 2013

1.5. Tente mientras cobro


   Pascual Tormo señala a la pareja de periodistas que le acompañan lo que, en su opinión, es la causa de que en Senillar se haya abandonado la agricultura. Apunta a un paisaje de construcciones residenciales que contraponen su estampa a la brillante lámina añil del Mediterráneo; bloques anaranjados en los que domina el ladrillo, grisáceos cuando lo que predomina es el hormigón y de colores chillones en otros casos.

   Es un panorama parecido al de otros muchos parajes de la masificada costa mediterránea, sin embargo, a los periodistas lo que les llama la atención son los edificios sin terminar por el aire de desaliño y hasta de abandono que prestan al paisaje. Aquellos en las que sólo se ve la estructura parecen esqueletos de viviendas, conatos de construcciones, osamentas de futuros apartamentos veraniegos, promesas de segundas residencias como las sigue denominando la prosa publicitaria. En muchos de esos bloques todavía se yergue alguna grúa que parece la guardiana de la obra y que es mudo testigo de lo que promotores, constructores y políticos aseguraron en los primeros meses del dos mil ocho, cuando se produjo la inopinada y repentina interrupción de las obras: esto no es más que un parón transitorio, cuando los bancos y cajas vuelvan a abrir el grifo del crédito las obras se terminarán.

   Han transcurrido cerca de cuatro años y las grúas siguen allí, inmóviles, silenciosas, sin vida. En algunas una carretilla, colgada de la pluma, oscila como un péndulo cuando el viento sopla con algo de fuerza. Cerca de los bloques inacabados se levantan otros terminados; muchos de ellos son construcciones en las que sus promotores no han sido demasiado exigentes con la estética y la calidad. Lo que proclama la razón de ser de todos aquellos edificios lo marca claramente su orientación: casi todos miran hacia el mar, que se puede ver desde la terracita con que cuentan la mayoría de los apartamentos. Ver el mar desde el salón de casa era uno de los mejores ganchos de los promotores de las urbanizaciones costeras.  Apartamento con vistas al mar, como rezaba la propaganda que inundaba los medios. También se ven algunas hileras de viviendas unifamiliares adosadas que son como las guindas de adorno de los amazacotados flanes de ladrillo que conforman los bloques.

   Tormo sugiere a sus acompañantes:
- Supongo que querréis echarles un vistazo de cerca.
- A eso hemos venido, pero espera un momento que voy a sacar unas panorámicas desde esta posición - El fotógrafo saca del coche una cámara y cambia el objetivo por otro de mayor ángulo. El contorno de las construcciones, visto desde la distancia, parece uno de aquellos recortables que hacían las delicias de la infancia de los años cincuenta.
- Pararemos aquí - indica Tormo -. Os enseñaré más de cerca una colonia típica de esta zona y podrás seguir haciendo buenas fotos.
  
   La urbanización es un batiburrillo de construcciones en diferente estado de edificación: hay bloques terminados, otros a medio construir y, sobre todo, muchos solares acotados pero vacíos. De cerca se comprueba que no todas las edificaciones son iguales. Unas parecen de cartón piedra. Otras, son más aparentes y cuidadas. En cada bloque no suelen faltar dos piscinas, una para adultos y otra para niños, y algunas hasta tienen una pista de pádel o de tenis y un remedo de escuálido jardín.
- Oye, Pascual, ¿Por qué son tan horrorosamente feas algunas construcciones? - inquiere el reportero gráfico -. Hay edificaciones que no están mal pero, por ejemplo, esa de ahí parece uno de esos inmuebles que se construyeron en los años cuarenta y a los que se conocía como casas baratas.
- Porque algunos de ellos había que construirlos a toda prisa, con la menor inversión posible, venderlos lo más rápido que se pudiera y como consecuencia de todo ello los arquitectos no se rompieron demasiado los cuernos en su diseño. Algunos de esos edificios responden a ese españolísimo refrán de tente mientras cobro - contesta Tormo irónicamente.