martes, 8 de abril de 2025

14. “El masover”. Que estén buenorras

Los amigos de Zaca... ¿Qué no he hablado de sus amigos? Perdón. Ha sido un olvido propio de un casi nonagenario. Los viejos nos acordamos diáfanamente de escenas de nuestra niñez, pero olvidamos hechos recientes. Ya mismo enmiendo la omisión.

   Hasta los diez años, Zaca no ha sentido la necesidad de tener amigos. Que en los primeros años de su niñez, la ausencia en su vida cotidiana de amigos no le haya afectado ha sido producto de varios hechos que han generado un efecto sinérgico entre sí. El más importante es su natural introvertido y solitario: ni su mente ni su cuerpo ni sus instintos le han pedido tener compañeros con los que charlar, jugar y divertirse. A lo que se ha sumado su precoz pasión por la lectura: entre leer un tebeo, un cuento de hadas o una novela del oeste y dialogar con un chaval que sólo conoce los cuatro lugares comunes que es todo el bagaje cultural de la mayoría de niños de la localidad, no hay color. Un tercer factor ha sido su natural enfermizo, lo que ha generado que durante épocas haya pasado más tiempo en casa que en la calle, pues es en ésta donde se forjan las amistades tempranas. En los pueblos pequeños los niños viven más en la calle que en casa, dado que las rúas pueblerinas son lugares idóneos para socializar, pues todo el mundo se conoce, a lo que se añade que son seguras, dado que el tránsito rodado es, prácticamente, inexistente. Y, finalmente, ha concurrido a conformar la ausencia de amigos otro hecho poderoso. En una sociedad primitiva y rural como la torreblanquina lo que se pide a los varones –y se conceptúa a los niños como varones bajitos- es que corran como  guepardos, salten como canguros, trepen como chimpancés y tengan la fuerza de un elefante; o sea, lo que se valora es el músculo no el intelecto. Y en ese apartado la genética no ha sido generosa con Zaca, más bien todo lo contrario. La consecuencia de esa carencia es que el muchacho es alguien que no cuenta o tiene escasa relevancia en la escala de valores de una sociedad asaz primitiva.

   A esa tetralogía de factores se agregan otros hechos que explican la ausencia de amistades. Uno es la coyuntura de que en la familia Clavijo-Alsina no hay chavales de su edad. Otro que, en el vecindario el único chico de edad parecida a Zaca ya tiene su pandilla, en la que no encaja un chaval de su perfil. Ítem más: en la escuela tiene fama de empollón y de ser un pelín raro, y esos no son los mejores rasgos para ser alguien que concite el deseo de sus condiscípulos de ser amigos suyos.

   Su carencia de amigos no significa que Zaca no tenga relación alguna con otros chiquillos. Se codea con sus condiscípulos de la clase, en la que no es el más popular, pero si es respetado, pues todos aceptan que es el más listo. Y en algunas ocasiones, Paco Monero –es el apodo familiar, en realidad se apellida Franch-, un chico mayor que Zaca y que vive en su misma calle, se lo lleva con él y sus amigos a alguna de las batallas contra otras pandillas o a robar fruta en huertas ajenas. Incluso, cuando el chaval cuida de Chimet se lo llevan también embutido en el carrito, como aquella vez que fueron a jugar a les Coves de l´Argila y les pilló una tormenta que los remojó como una camiseta en la colada.

   A los diez años algo ha debido cambiar en el muchacho para que sienta la necesidad de tener amigos y, quizás más que amigos, de formar parte de una pandilla en la que tener unos colegas con los que charlar, contarse secretos, jugar y divertirse. Puesto que es consciente de que no cumple con ninguno de los rasgos que valoran sus paisanos y, en consecuencia, duda de que haya alguien que busque su amistad, se dice la frase que ha leído en algún libro: si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Y se lanza a buscar amigos. Los encuentra en familias en las que los padres tienen claros nexos de afinidad con el suyo: ser forasteros –en Torreblanca todo el que no es torreblanquí es foraster-, no trabajar la tierra y pertenecer a la que podríamos calificar como la clase media local. Y esos rasgos los tienen los señores Joaquín Queralt, Celestino Pifarré y, algo menos, Manuel Pitarch. Salvo este último, los otros no son naturales del pueblo y tampoco son labradores. El primero es uno de los médicos de asistencia domiciliaria del pueblo. El señor Pifarré, es factor de circulación de la compañía de Ferrocarriles del Norte de España.  Pitarch es el único que no acaba de adaptarse plenamente a los rasgos descritos, pues además de ser celador de telégrafos, también es propietario agrícola.

   Los hijos mayores de los mentados padres son los que terminan siendo amigos de Zaca Clavijo: Joaquinito Queralt, Manolo Pitarch y Joaquín Pifarré.

   Joaquinito Queralt es de la misma quinta que Zaca –en el pueblo se cuenta la edad según la quinta en la que un varón hizo la mili-. Coincidieron en la escuela de párvulos y en el rebañito parroquial cuando hicieron la primera comunión. Es rollizo, patizambo, extrovertido y lleva gafas. Y no es demasiado listo. También es el que ha desarrollado antes la pubertad. Estudia bachillerato en el internado que los escolapios tienen en Castellón, por lo que no encaja en la mentalidad de las pandillas de adolescentes locales. Y al estar interno solo puede juntarse con sus amigos los domingos.

   Manolo Pitarch, si cumple dos de los requisitos para ser admitido en cualquier panda local de chavales: su familia tiene numerosas fincas y es oriunda del pueblo. Pero una salud frágil y una constitución endeble le llevan a guardar reposo con frecuencia y le impiden tener los estándares físicos de la chiquillería local. Es delgaducho, tiene la piel de un color lechoso y un aire entre tristón y apático. Tiene un año más que Joaquinito y Zaca, aunque por su carácter no lo aparenta.

   Joaquín Pifarré –al que suelen llamar Pifa- es alto, fuerte, rubito, extrovertido, decidido y más alegre que unas castañuelas.  Es un año más joven que los demás. Dado su potencial físico podría ser perfectamente admitido en cualquier pandilla local, pero es forastero y su padre empleado del ferrocarril. También es el más resuelto y audaz del grupo y quien los capitanea cuando hay que enfrentarse a otras pandillas o hacer incursiones en las huertas para robar fruta.

   Entre los cuatro no caben distinciones. Cada cual acata de antemano el lugar que le corresponde en la pandilla. Zaca sabe que no puede imponerse a Pifa, aunque tenga una inteligencia superior, y éste acepta que sea Clavijo quien planee las correrías y diversiones. Manolo reconoce que está por debajo de los otros tres, a pesar de tener fincas y bienes que los otros no tienen. Y Joaquinito, entre que para poco en el pueblo y es hijo de quien es, suele hacer rancho aparte. Pese a que no hay una jerarquía entre ellos, en la percepción individual Queralt y Pitarch se sienten superiores a Pifa y Clavijo y, aunque tratan de disimularlo, en el fondo los miran por encima del hombro. Joaquinito porque su padre es médico, lo que le sitúa en una posición social superior. Manolo porque sus padres poseen fincas y, por tanto, se supone que es rico. En cambio Pifa y Clavijo son hijos de unos empleados de medio pelo. Y en la escala local de valores las familias que no poseen bienes raíces son consideradas unas pobretonas. Todo ello no afecta a Pifa ni a Clavijo que, a su vez, piensan que Pitarch y Queralt tendrán más perras, pero no dejan de ser unos pobres diablos.

   De sus amigos, su íntimo, el único con el que se confiesa Zaca, es Pifa, lo que no deja de resultar sorprendente porque es su antítesis, tanto física como emocionalmente. Son tan diferentes que parece imposible que sean amigos, pero los sentimientos son los que son, y la amistad entre ellos se hace fuerte y sólida a medida que pasan los años.

   Son los condicionantes sociales y la cerrazón de una sociedad muy estratificada lo que les ha inducido a hacerse amigos y llevar como pandilla una vida en los límites tangenciales de la sociedad local. Al no participar en los eventos que jalonan las costumbres de la juventud local están, de algún modo, marginados por el resto del mocerío torreblanquino. Ni siquiera han sido capaces de participar como grupo en los actos que comandan los jóvenes en las fiestas patronales. Sus distracciones se reducen a interminables charlas sobre chicas –de las que realmente saben muy poco-, que piensan ser de mayores y que películas esperan ver el domingo, día en el que suelen reunirse.

   Salvo Queralt, la madurez sexual –que en los pueblos suele ser más precoz que en las ciudades- de los demás amigos anda un tanto retrasada y solo a partir de los doce años han comenzado a interesarse por las muchachas, entre las que es posible que sean aceptados fácilmente, pues al estudiar tres de ellos se les supone un futuro halagüeño. 

   La primera aproximación que, como grupo, deciden hacer a la grey femenina será con ocasión de la Semana Santa. El domingo de Pascua es una fecha muy esperada por la juventud local, pues existe la tradición de que en ese día se reúnan pandillas mixtas para comerse la mona de Pascua -bizcocho redondeado de harina, huevos y azúcar, decorado con uno o varios huevos duros y frutas escarchadas-. Esa es la excusa para que en alguna de las casetas de campo que esmaltan el término municipal, se reúnan los jóvenes para confraternizar, divertirse, bailar y pasar juntos una agradable tarde, rompiendo la rígida barrera entre los sexos que impera, de manera más o menos estricta, el resto del año.

   Puesto que es el más lanzado y quien más chance tiene entre el mal llamado sexo débil, el grupo encarga a Pifa que sea quien busque una pandilla femenina con la que compartir la mona. Pero antes debaten sobre el criterio a tener en cuenta para la elección. Las opiniones son variadas. Zaca desea que sean leídas. Manolo que mejor si son pubilles. Joaquinito que deberían pertenecer a familias distinguidas. La respuesta de Pifa a ese ramillete de opiniones es una muestra de su controvertida personalidad: le gustan todas, algo que, Zaca, que es un pazguato en lo tocante a las chicas, le echa en cara.

   -Me la suda si son o no unas cerebritos, si tienen o no fincas y si pertenecen o no a familias distinguidas.

   -Entonces –pregunta Zaca que, conociendo a Pifa, teme lo peor-, ¿qué criterio usarás para elegirlas?

   -Que estén buenorras.

  

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 15 de la novela “El masovre”, titulado: De los traumas y complejos (10226 1930)