martes, 7 de octubre de 2025

40. "El masover", Tácticas de mujer

   A los Clavijo les ha costado casi dos años madurar la sugerencia que en su día les hizo la abuela Julia sobre cultivar alfalfa y criar conejos. Tras unos comienzos un tanto inciertos, el señor Zacarías se ha decidido a cultivar alfalfa en el marjal de la Sort de Monet de d´Alt donde, con la inestimable ayuda del primo Silvestret, han logrado que se críe muy bien la hierba. Lo que hace  innecesario que Zaca saque a pacer las cabras –la cabritilla ha crecido- todos los días, basta con que las pastoree dos o tres veces a la semana. Visto el éxito del cultivo, los Clavijo se plantean extender la plantación de la alfalfa, pero ni el huerto de naranjos de la partida de la Capella, ni el almendral del Bordar son aptos para su cultivo. Especulan sobre la posibilidad de arrendar una finca para cultivar más alfalfa y están en ello cuando, a través de su conocida la Maicalles, Rosario se entera de que se arrienda un marjal en la Carrassa de les Piteres por un precio asequible. Se plantea si comentárselo a su marido pero, como le conoce, lo hace, aunque cambiando de fuente. Para ello se sirve de su primo y lo que cuenta a su esposo es que es Silvestret a quien se le ha ocurrido lo del arriendo del marjal de les Piteres.

   -Es una recomendación que, viniendo de quien viene, habrá que tenerla en cuenta –acepta el llumero.

   Con la abundancia de forraje que los Clavijo logran recolectar tampoco es necesario que el primogénito vaya a segar hierba al Prat, algo de lo que ahora también se encarga Silvestret. Otra consecuencia del incremento de heno es que la cría de conejos se ha multiplicado y los Clavijo se encuentran con una producción de animales que les sobrepasa. Su carne entra tantas veces en el menú familiar que todos están hartos de repetirla. Y eso que Rosario los guisa de todas las formas posibles: estofados, asados, fritos, al ajillo, en salmorejo, en salsa, al horno, confitados, a la cazadora, al vino… Pese a las habilidades culinarias de la matrona llega un momento en que toda la familia está de acuerdo que ha de poner coto a tanta reiteración. Llegados a ese extremo, el señor Zacarías se dice que es hora de volver a hablar con el tío de su mujer que tiene un conocido que es comerciante de conejos en el popular mercado de los lunes de Castellón. El tío Traver les informa que dicho individuo ya no se dedica a la venta de conejos y los Clavijo se encuentran con una plétora de animales a los que no saben dar salida. Durante un par de semanas discuten sobre qué hacer con el exceso de producción conejil. Hasta que el cabeza de familia adopta una medida.

   -Tras mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que lo más rentable será reducir la población y que no haya nuevas camadas durante unos meses, hasta que consigamos un número de conejos que podamos manejar.

   En el asunto de los roedores, Zaca ha hecho algunos descubrimientos, nuevos para él, tales como que las hembras procrean a lo largo del año, lo que puede producir camadas de entre cuatro y ocho crías en una misma anualidad. Ahora se explica la frase, tan vulgar como popular, –parece una coneja-, que a veces se aplica a las mujeres con muchos hijos. A veces observa a los gazapos recién paridos y descubre que nacen ciegos, sordos y sin pelo, pero que son cuidados y amamantados por su madre, quien los protege del frío con el pelaje que se arranca del propio cuerpo. Estas observaciones se las cuenta a madre que está departiendo con Paca la masovera y la abuela Julia. Tras irse el muchacho, siguen hablando de la cuestión de los conejos y la anfitriona cuenta a las masoveras el problema del superávit de animales y la determinación que han tomado. Es oír esto y la abuela, como acostumbra, mete baza.

   -Si me permite, señora Rosario –aunque ésta y Paca hace tiempo que se tutean, la abuela sigue guardando las formas-, creo que hay otra salida mejor. ¿Por qué no intentan venderlos? -Rosario responde que ya lo intentaron, pero que la gestión que hizo uno de sus tíos no tuvo éxito y no han sabido que otra solución tomar.

  -Podrían venderlos aquí y en los pueblos cercanos –sugiere la abuela.

  -Ya lo pensamos, pero ni aquí, ni en los pueblos próximos creemos que la gente vaya a gastarse un real en la compra de conejos. Hay mucha gente que tiene conejos en casa.

   -¿Y por qué no repiten lo que hace Sacarietes con las cartas que escribe?, que unas las cobra en metálico y otras en especies.

   -¿Y qué vamos a hacer con las patatas, boniatos, algarrobas y almendras que es lo que más nos darían?, de todo eso ya tenemos suficiente.

   -Menos las almendras con los otros productos se podría engordar uno o varios cerdos que son animales que tienen la venta asegurada y podrían ganar un buen dinero.

   -¿Y cómo informamos a la gente que tenemos conejos para vender o para cambiarlos por frutos de las cosechas? –la llumera solo ve problemas por todos lados. 

   -Pues la verdad, no lo sé, pero… -allí donde Rosario ve dificultades, Julia ve soluciones-. Podrían pedirle al alguacil que hiciera un bando… o, algo que posiblemente sea más eficaz: imiten a las marineras, cojan un carrito de mano, cárguenlo con dos o tres jaulas de conejos y recorran las calles pregonando que venden conejos o los cambian por productos de la tierra –a la abuela se le ha disparado la imaginación y adorna la hipotética venta con toda suerte de detalles-. En los trueques pidan primero dinero o, si los compradores no tienen, los cambian por lo que tiene mejor venta: harina, aceite…y ahora no se me ocurre que más productos aceptar.

   -Que fácil lo ve usted todo, señora Julia.

   -Pruébenlo. No tienen nada que perder y sí mucho que ganar.

   -Y suponiendo que lo intentemos, no sé quién de la familia podría hacerlo. Mi marido tiene su trabajo y yo con cuatro hijos ya puede suponerse lo aperreada que voy.

   -Eso es algo que tendrán que decidir ustedes. Si se lo plantean, seguro que encontrarán la solución. Insisto en que por intentarlo no perderán nada.

   -Bueno, se lo comentaré al marido.

   -Hágase un favor, Rosario. No le diga que es una sugerencia mía, tengo la impresión de que al señor Zacarías mis consejos no le hacen ninguna gracia. Es preferible que le diga que se le ha ocurrido a usted.

   -No se preocupe, así lo hare, pero que le quede claro que no es cierto que a mi marido le caiga mal, ni muchos menos. Sin ir más lejos, ayer me comentó lo maja que es usted y la buena cabeza que tiene.

   En cuanto se van las masoveras, Rosario piensa que la idea de Julia podría dar resultado y, en todo caso como ha dicho, poco tienen que perder, pero como no es lela y sabe que su marido –como la mayoría de hombres- está persuadido que el papel de las mujeres no es pensar, sino complacer a su hombre, ocuparse de la casa, criar a los hijos y poco más, decide contárselo como una ocurrencia de otra persona, varón por supuesto. Enseguida encuentra a quien otorgarle el papel de pensador, una vez más tendrá que pedirle a su primo Silvestret que le eche una mano.

   -Marido, el otro día hablando con Silvestret sobre cómo va la alfalfa en el marjal arrendado, ¿sabes qué me contó de paso? –Y punto por punto le cuenta la idea de la abuela Julia, pero puesta en la boca de su primo-. La verdad es que me pareció una idea muy complicada, pero también es cierto que las mujeres no entendemos de esos negocios. Seguro que allí donde yo solo veo dificultades, tú verás posibilidades que a mí se me escapan –Rosario sabe bien que su marido considera a su primo un hombre cabal y valora sus opiniones.

   -Tienes razón, la idea parece complicada, pero viniendo de Silvestret lo mismo hay que echarle un pensament. Tu primo es de los que no da puntada sin hilo -Y ahí queda el asunto, pero el llumero ha debido darle vueltas al proyecto porque días después comenta a su esposa:

   -Estoy dándole vueltas a la idea de tu primo y creo que podría resultar, pero hay un inconveniente, el mismo que tuvimos cuando lo de llevar a pastar las cabras. ¿Quién se encarga de recorrer el pueblo pregonando la venta de conejos, bien por dinero o por trueque de cosechas? Tendría que ser alguno de los chicos mayores y tanto Zacarías como Charito están muy sobrecargados de tareas.

   Rosario, que también ha cavilado sobre la idea de Julia, se ha planteado ese problema y tiene una solución, pero no quiere darla, prefiere deliberar la cuestión con su marido y que en el debate parezca que sea él quien encuentra la solución -una táctica que las mujeres llevan empleando desde Eva, con excelentes resultados-. Vista la experiencia de cuando discutieron el asunto del pastoreo de las cabras, los padres debaten entre ellos a quien encargar la venta de conejos. Hay un candidato claro: el primogénito, pero saben que está sobrecargado de faena y si le encargan otra tarea pueden resentirse sus estudios, empeño que consideran primordial. Y sobre esa base reflexiona el llumero.

   -Solo veo una salida: encargárselo al mayor, pero solo tiene doce años, todavía es pequeño para una tarea así.

   -Pero es muy listo y creo que si le explicamos bien lo que tiene que hacer podría llevarlo a cabo –rebate Rosario.

   -Por listo que sea, doce años son doce años. Es todavía muy niño para manejar un negocio que tendría que hacerlo un adulto.

   -Sí, tiene doce años, pero es muy maduro para su edad. Y hasta ahora ha dado la talla en todas las tareas que le hemos encomendado. Y tú sabes lo bien que cuenta. Lo que habría que hacer sería descargarle de alguna de las labores que lleva a cabo. El problema estará en ¿quién se encarga de sustituirle? -Parece que Rosario medio ha convencido a su marido, porque su respuesta es: 

   -Depende de la faena que le quitemos.

   -Pienso que debería ser el cuidado de las cabras.

   -De acuerdo, pero ¿qué hacemos con ellas?, porque alimentarlas solo con alfalfa no creo que sea lo más adecuado. ¿Quizá podría hacerlo Pedrito?, ya tiene ocho años –propone el hombre. Rosario está en un tris de mostrar su alegría, esa era la solución en la que había pensado pero, cauta, pone objeciones.

   -Es todavía muy pequeño para manejar dos cabras.

   -Pero está muy alto para su edad y es más fuerte de lo que parece. Además, lo de manejar las cabras se lo podemos poner más fácil. ¿Cómo? Primero, que las saque solo dos veces a la semana. Segundo, que las lleve a pastar solamente por los alrededores de la Fábrica. Tercero, que vayan atadas con una cuerda y que no las deje sueltas. Con esas medidas, considero que el niño puede sustituir a su hermano en la faena del pastoreo. Y además, el chaval siempre está dispuesto a ayudar. Recuerda cuando hicimos la distribución del trabajo de los conejos, se enfadó porque no habíamos contado con él.

   -Si tú lo dices, marido –Rosario declina sus aparentes objeciones y va más allá-. Yo me encargo de hablarlo con él.

   Con las decisiones tomadas sobre los conejos y la alfalfa, los Clavijo, casi sin darse cuente, están dando un salto cualitativo hacia adelante en su vida. Les podrá salir bien o mal, pero indudablemente están llevando a cabo un cambio actitudinal que puede marcar el devenir familiar. El interrogante es si ese cambio será percibido y asumido por su prole, especialmente por el primogénito poco dado a modificaciones en su reglada vida. Aunque en una familia tan unida como la de los Clavijo, si los padres adoptan nuevos principios lo más probable es que los hijos sigan por la misma senda. Y en ese sentido será importante que el mayor de los hijos imite a sus progenitores, ya que si lo hace los demás hermanos lo tendrán más fácil.

   Al final, la táctica femenina, de que sean los varones quienes parecen pensar y decidirlo todo, funciona, pese a que son ellas las que les han inducido a reflexionar sobre la cuestión que se debate. Argucia que acaba por triunfar en la mayor parte de las ocasiones. Y es que la maniobra de hacerse las tontas, aunque sean tan rabiosamente listas como Rosario, las mujeres llevan practicándola desde el jurásico. Y aunque no todas son tan sutiles, la inmensa mayoría hace de la necesidad virtud y compensan su menor potencia física en urdir artimañas ante las que los varones acaban rindiéndose con armas y bagajes. O sea, que de sexo débil, nada.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 41 de la novela “El Masover”. Preparando la venta callejera