El día veintiuno de diciembre,
mientras Grandal y Ponte regresan de Castellón, Álvarez y Ballarín se han
vuelto a reunir para continuar recabando más datos sobre uno de los sospechosos
del que tienen escasa información. Se trata de uno de los técnicos de la
empresa encargada de la seguridad del Museo de América y que pudo haber
saboteado las cámaras. El individuo en cuestión, que se llama Adolfo Martínez,
vive en Majadahonda, antiguo pueblín de majadas o lugares donde se recogía de
noche el ganado y se albergaban los pastores y hoy convertido en una
floreciente ciudad del área metropolitana madrileña.
La pareja de jubilados se ha
citado en el Intercambiador de Moncloa para coger un autobús de la Empresa
Llorente con[ZR1]
destino a Majadahonda. Toman el bus 265 que les dejará en pleno centro de la
ciudad majariega, en la zona conocida como Plaza de los Jardinillos. Durante el
corto viaje, unos veinte minutos, los amigos charlan, como no, de la noticia
del día: el desenlace de las elecciones generales.
- ¿Qué te ha parecido el resultado? ¡Vaya desastre! – pregunta y
califica al tiempo Álvarez.
- Bueno, más o menos es lo que preveían las encuestas con la salvedad
que los de Podemos han sacado más escaños de los que les pronosticaban y los de
Ciudadanos bastantes menos – contemporiza Ballarín.
- Lo que no sé es qué clase de gobierno se podrá formar con ese
resultado – afirma Álvarez que añade -. Debería gobernar el PP que es quien más
votos y escaños ha sacado.
- Debería…, pero quien gobernará será el que más apoyos consiga en el
Congreso.
- Si terminan formando gobierno los rojos, los que tú llamas
progresistas, que Dios nos coja confesados. Esto puede ser el acabose –
pontifica Álvarez.
- Tranquilo, Luis, ya verás como no llegará la sangre al río – le
consuela Ballarín.
La charla da para poco más
puesto que el bus ha dejado la Carretera del Plantío y ha enfilado la calle del
Doctor Calero, el viaje toca a su fin. Una vez en la ciudad, van paseando tranquilamente
por la Gran Vía. Álvarez, que hace años que no ha vuelto por Majadahonda, no
deja de asombrarse del enorme cambio que ha sufrido la arteria principal de la
ciudad al haberla convertido en una vía peatonal. La calle está llena de
establecimientos de toda clase, especialmente de bares y cafeterías que, como
si se hubiesen puesto de acuerdo sus dueños, en su primer tramo casi todos los
establecimientos están situados en la margen izquierda, mientras que en el
segundo lo están en la derecha.
Hacia el final de la Gran Vía,
en la Plaza de Cristóbal Colón, se desvían a la izquierda para llegar a la
calle de El Cid donde vive el objetivo. La vivienda del técnico sospechoso está
ubicada en una pequeña urbanización denominada pomposamente Parque Residencial
de Madrid que está compuesta por dos bloques separados por la calle Cid. Ambos
inmuebles están cercados en todo su perímetro. En el que agrupa los números 10
al 16 vive el presunto sospechoso. En principio, lo que hacen es dar una vuelta
por la calle Pelayo a la que da el piso en que vive el objetivo, luego por la
de Santa Bárbara y finalmente por Vasco de Gama con lo que completan el
perímetro de la urbanización. No ven nada que les llame la atención ni ningún
comercio idóneo para preguntar.
- Tendremos que volver a realizar la habitual ronda por bares y
cafeterías – apunta Álvarez.
Así lo hacen. Recorren las
distintas cafeterías, bares y tabernas que hay en la Plaza Colón y el final de Gran
Vía sin obtener ni un solo dato que les pueda servir. Hasta entran en una
pastelería cercana a la pequeña urbanización en la que vive el objetivo, llamada
Cala Millor, y en la que compran unos suizos.
- ¿Qué tal van las ventas con esto de la crisis? – pregunta Ballarín.
- Depende – responde la dependienta como si fuera gallega.
- ¿De qué depende?
- Del día.
Y no le sacan una palabra más.
Por no dejar piedra sin remover hasta entran en un establecimiento de
electrodomésticos que encuentran en Colón.
- Estoy viendo aparatos para equipar el piso que acabo de comprar a mi
hijo - explica Álvarez al dependiente que les atiende para añadir -, ¿qué tal
van las ventas con esto de la crisis?
Ninguna añagaza da resultado.
Nadie menciona a Adolfo Martínez.
- No vamos a tener más remedio que preguntar al portero – apunta
Álvarez.
- Pues sí, pero… esta urbanización está dividida en dos manzanas por la
calle Cid, ¿no? ¿Por qué no preguntamos primero al portero de los impares?, así
evitamos que nos pueda ver el tal Martínez y le suenen nuestras caras – sugiere
Ballarín.
- ¿Y qué le preguntamos al portero? – inquiere Álvarez un tanto
escéptico.
- ¿Por qué no le colocamos el mismo rollo que les contamos a los porteros
de General Perón?
- Me da en la nariz, Amadeo, que ese pretexto no va a funcionar aquí –
replica Álvarez -. ¿Porque no preguntamos algo mucho más lógico?, por ejemplo:
qué estamos buscando piso para un hijo que se va a casar y que trabaja aquí.
La entrevista con el portero
del bloque de impares es breve puesto que el hombre les informa que no hay ningún
piso a la venta en esa mitad de la urbanización. Ya están marchándose cuando el
conserje les sugiere:
- Por qué no miran en la finca de enfrente, había un piso que estaba en
venta.
Siguiendo la sugerencia que
acaban de darles, la pareja llama al telefonillo del portero del bloque de los
números pares y le dicen que quieren hablar un momento con él.
- Buenos días. Verá, estamos buscando piso para comprarlo o alquilarlo.
Es para un hijo que se va a casar y su colega de enfrente nos ha dicho que aquí
había uno en venta – se explica Álvarez.
- Sí, señor. Lo había, pero ya está vendido.
- ¡Qué lástima!, porque este tipo de urbanización es lo que anda
buscando mi hijo.
- Pues como le he dicho, de momento no hay ningún piso a la venta. Lo
que si hay es una plaza de garaje que se vende o alquila. Hasta hace un par de
semanas había dos, pero una se vendió.
Álvarez y Ballarín se miran,
sin decir una palabra se han puesto de acuerdo: cuanto mayor tiempo estén con
el portero más posibilidades tendrán de sacarle alguna información.
- Si es tan amable y pudiéramos echar un vistazo a la plaza que resta
igual le podía interesar a mi chico. Si no es molestia, vamos.
El portero coge unas llaves y
les invita a acompañarle. La plaza de garaje está en el sótano del bloque
número 14 y es francamente estrecha y con un acceso complicado. Cuando lo
comentan, el portero está de acuerdo con esa opinión.
- Es cierto, hay que hacer un par de maniobras para poder dejar el
coche en su sitio, pero es lo que hay. La otra plaza que estaba en venta es como
esa de ahí – y señala una que está ubicada en la vertical de la puerta de
acceso al garaje -, es más grande y no hay que hacer ninguna maniobra. Por eso
se vendió enseguida.
- Una plaza así, me refiero a la grande, ¿cuánto costaría?, más o menos
– tantea Álvarez.
- Hombre, eso es cuestión de tratarlo con el propietario, pero calcule
usté que sobre unos quince mil euros o algo más. En esta zona las plazas son
escasas.
- ¿Y se puede conseguir a plazos? – sigue preguntando Álvarez muy
metido en su papel de padre del presunto comprador.
- Eso también hay que acordarlo con el dueño. La plaza que fue la
última que se vendió se pagó a tocateja, por eso el comprador logró una pequeña
rebaja.
Como la cosa no da más de sí,
salen del garaje y se dirigen hacia la salida. Antes de despedirse, Ballarín
decide gastar la última bala:
- Por cierto, cuando le dije a mi hija Almudena – Ballarín no tiene
ninguna hija con ese nombre – que venía a acompañar a mi amigo a ver casas en
Majadahonda me dijo que en una de estas urbanizaciones vive o vivía un antiguo
compañero suyo de colegio, un tal Martínez.
- ¡Vaya, qué casualidad! La persona que compró la plaza de garaje
vendida se apellida precisamente así, exactamente Adolfo Martínez. Lo mismo es
ese amigo de su hija.
- ¿Adolfo? No me suena. Si no recuerdo mal el condiscípulo de Almudena
- Los vejetes están aprendiendo a dejar el menor número posible de rastros tras
ellos – se llamaba Jorge Juan.
En ese momento, los jubilados
están a punto de exclamar: ¡bingo!. La suerte acaba de sonreírles, por primera
vez tienen un dato que avala la posibilidad de que el técnico sospechoso haya
realizado una operación inmobiliaria que supone la existencia de un dinero que
excede en mucho a sus ingresos habituales.
¿Será el técnico de seguridad
uno de los presuntos cómplices que buscan?