-Comprendo. Vamos a hacer una
cosa, te pagaré en vista de los resultados. Si estoy contento con tu trabajo te
aseguro que también lo estarás con el estipendio. ¿Cuándo puedes empezar?
El mañego piensa que decididamente le gusta el
estilo resuelto del suboficial por lo que no vacila ni un segundo.
-Cuando quiera, mi brigada.
En setenta y dos horas, Julio
se encuentra con dos trabajos: uno malo, otro bueno. Piensa que no va a poder
compaginar ambos, tendrá que dejar uno de ellos. Ni por un instante lo duda, la
docencia no es lo suyo y su alumna no está por la labor. Al día siguiente se lo
comenta al veterano que le buscó la clase de mates: que le ha salido un trabajo
mejor y que le va a decir al capitán que busque otro profesor para su hija.
-Ni se te ocurra decirle a
Mascarell que no vas a dar clase a su hija por otro trabajo que te ha ofrecido
un brigada. El capitán se toma muy a pecho lo de la diferencia de rangos y,
como tiene mala leche para dar y tomar, te puede enviar de vuelta al cuartel de
El Carmen.
-¿Entonces qué hago?, porque
aparte de que la niña es una zopenca he descubierto que lo de enseñar no es lo
mío.
-Búscate una excusa, pero que
sea buena. Algo así como que no sabes tanto como para enseñar a una estudiante
tan brillante como su hija, que lo que necesita es alguien que tenga más
experiencia que tú… No sé, lo que se te ocurra, pero poniendo a la niña por las
nubes y a ti por los suelos. Otra cosa, antes de cortar con las clases, pídele
a Mascarell que le diga a tu sargento que te firme el pase de pernocta.
-¿Para qué?, por ahora no lo
necesito.
-Pero no sabes lo que puedes
necesitar mañana y si tienes el permiso eso que llevas ganado. Fernández no le
va a negar al capitán lo que le pida, en cambio si no lo tienes y dentro de un
tiempo lo necesitas y le coges de malas igual te dice que nanay.
Julio sigue los sagaces
consejos del veterano. Lo primero que hace es contarle al brigada cuál es la
situación y que necesitará unos días para poder terminar bien con el capitán
Mascarell. El suboficial alaba su estrategia.
-Empiezas a caerme bien, muchacho.
Tu cautela es un ejemplo de prudencia y perspicacia y eso en un contable es
buena cosa. Con Mascarell es mejor estar
a buenas que a malas y el hecho de que no le hayas dicho una palabra sobre
nuestro acuerdo también dice mucho y bueno de ti. No pases cuidado y emplea los
días que te hagan falta para terminar a bien con el capitán.
A partir de ese día, Julio pone en marcha un
plan para que sean la muchacha o su madre quienes le digan a Mascarell que el
nuevo profe no vale. Dan las clases en un pequeño cuarto de estar cuyo
mobiliario se reduce a una mesa camilla y dos sillas. La puerta del cuarto
permanece siempre entreabierta y de vez en cuando la madre de la niña asoma la
cabeza, momentos que aprovecha Julio para hacerse cruces de lo inteligente que
es Adelaidita. Cuando lleva poco más de semana y media, el día que la señora
capitana le pregunta que cómo van las clases, Julio aprovecha la ocasión y le cuenta
la historia que ha urdido al efecto.
-Si le soy sincero, señora,
Adelaidita es tan lista y tan perspicaz que necesita a un profesor más
preparado que yo. Creía que le podría enseñar, pero la verdad es que me supera.
Me duele reconocerlo, pero francamente creo que no estoy cualificado para
enseñar a una alumna tan brillante como su hija. Quizá sería aconsejable
buscarle alguien que sepa más mates. Lo que no me atrevo es a contárselo al
capitán por lo bien que se ha portado conmigo.
Mascarell ya pidió al
sargento Fernández que firmara el pase de pernocta de Julio, autorización
necesaria para poder dormir fuera de las dependencias de Capitanía, aunque no
le exime del resto de las obligaciones cotidianas. Asimismo, también le firmó
la autorización para poder vestir de paisano a partir del final del horario de
oficina. La conversación con la señora de Mascarell termina dando sus frutos.
Cuando acaba la segunda semana, la madre le dice a Julio que ya no le van a
necesitar más, que se pase por el despacho de su marido que le pagará lo que se
le debe. Al mañego ni se le ocurre pasarse por la oficina del capitán, quien
por su parte no vuelve a ponerse en contacto con él. Bueno, se dice Julio,
afortunadamente pude deshacerme del trabajo malo, ahora habrá que volcarse en
el bueno. Y tengo la corazonada de que Carbonero no me saldrá rana, como le
preste un buen servicio me da que también me corresponderá con una buena
soldada como ha prometido.
En cuanto Julio se desprende
del lastre de las clases, consagra su tiempo y energía a la contabilidad del
negocio de bisutería. En poco más de una semana se hace con las riendas del
comercio e incluso le sobra tiempo. El suboficial, a quien el mañego le cayó
bien desde el primer día, al ver que es un chico despierto y de los que arrima
el hombro para lo que haga falta, concibe más planes para él. Puesto que es
pleno agosto hay muchos veraneantes en la isla, tanto nacionales como
extranjeros y en la tienda, ubicada en el centro de la ciudad, siempre hay más
de un cliente al que atender. Carbonero comienza explicándole los fundamentos
del negocio.
-La bisutería es la industria
que produce objetos o elementos de adorno que no están hechos de materiales
preciosos. Comprende ornamentos que incluyen todo tipo de accesorios
relacionados con la moda, por ejemplo: pulseras, collares, anillos, pendientes,
carteras, bolsos, broches y un sinfín de artículos. Todos ellos se fabrican con
muy diversos materiales: porcelana, alambre, telas, pasta de papel y de vidrio,
perlas cultivadas, madera, etcétera. Muchos de los objetos se recubren de algún
metal precioso como el oro o la plata y están tan bien hechos que pueden llegar
a ser casi indistinguibles de una joya.
-Si son objetos relacionados
con la moda, imagino que la mayoría de compradores serán mujeres –deduce Julio.
-¡No me equivoqué contigo,
muchacho, eres listo! –le felicita Carbonero-. En efecto, casi el noventa por
ciento de nuestros clientes son mujeres –El plan oculto del brigada es convertir
también al joven en vendedor pues se ha dado cuenta de que le sobra tiempo para
la contabilidad. Carbonero considera que al tener el chico buena planta -lo que
para vender a mujeres siempre es un valor añadido-, cierta facilidad de palabra
y parecer lo suficientemente aplomado puede convertirlo en un buen vendedor.
-¿Te has dedicado alguna vez
a la venta?
-No, mi brigada.
-Bueno…, vender bisutería es
como si vendieras cualquier otro producto cuyo comprador principal fueran mujeres…
Te voy a dar unos cuantos consejos que te vendrán de perlas, pero antes dos
distinciones importantes: una es que no es lo mismo bisutería de fantasía que
bisutería fina, esta es la que está elaborada con piedras naturales y piezas
con baños de metales finos; la otra distinción es que no es lo mismo un objeto
dorado que uno chapado en oro.
Carbonero sigue aconsejando a
Carreño sobre la venta. Le cuenta que no debe malgastar el tiempo del cliente,
que debe demostrar aplomo en lo que diga, que debe tratar igual al cliente que
gasta poco como al que gasta mucho, que nunca debe engañar al comprador, que en
la bisutería los compradores buscan generalmente lo novedoso, que no debe
cometer el error de considerar a las mujeres manejando estereotipos, tales como
que son menos inteligentes que los hombres, que compran sin pensar, que solo se
guían por las emociones y que a menudo son impredecibles.
-Si pones interés y sigues
mis consejos puedes terminar siendo un buen vendedor y cuando se domina la
técnica de la venta da lo mismo lo que vendas: sea bisutería, zapatos o
longanizas.
Como la contabilidad del
negocio le lleva cada vez menos tiempo, el mañego pasa más ratos en la tienda
viendo despachar a las dependientas. Y descubre que las empleadas procuran
colocar las piezas más caras, y que antes de comprar la mayoría de mujeres
suelen probarse varios modelos, momento en que hay que aconsejarlas cuál de
todos los probados les sienta mejor. Armado con los consejos de Carbonero y sus
deducciones personales comienza a hacer pinitos como vendedor y constata, con
enorme satisfacción, que no se le da nada mal. La alegría por sus progresos
comerciales se ve acrecentada cuando Carbonero le paga la primera quincena, en
el sobre hay noventa pesetas. Para Julio es la alegría de su vida. ¡Soy rico,
voy a ganar ciento ochenta pesetas al mes! Para cotejar cuanto dará de sí el
salario hace cuentas y coge como referencia los precios de algunos productos básicos
que podría comprar con el sueldo. Recuerda que un kilo de pan cuesta 46
céntimos, uno de arroz 0,63 y un litro de aceite 1,63. Otra referencia que
tiene en cuenta son los salarios de los obreros: un bracero gana de 3 a 4
pesetas diarias y un trabajador cualificado poco más de un duro. Que Carbonero
le pague noventa pesetas quincenales supone que le está pagando casi como si
fuera un oficial.
Cuando Julio se ve con tanto
dinero toma dos determinaciones. Una, buscar sitios donde comer y escapar de la
bazofia del cuartel de caballería. Otra, encontrar un lugar para dormir y huir
del sórdido dormitorio de la compañía de destinos. Lo de dónde jalar es tarea fácil,
varios compañeros suelen comer en pequeñas tabernas ubicadas en las calles
cercanas a la Almudaina, ofrecen la típica comida familiar y de mercado que al
lado del rancho cuartelero le parece algo fuera de serie. En cuanto a lo de
dormir, le cuesta bastante más encontrar un lugar barato y que no esté
demasiado lejos de Capitanía. Descubre que los precios de los alquileres en
Palma son muy caros, pero inopinadamente encuentra lo que busca en el quiosco
donde suele almorzar a media mañana. Julio ha hecho correr la voz de que anda
buscando habitación y un buen día un tipo de artillería le interpela:
-¿Tú eres el tío de Capitanía que anda
buscando un catre?
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
22. Sa meua al-lota