Badenes comienza presentándose
como la persona que vela especialmente por los intereses de Arbós.
- Quiero que sepas que me he encargado de que en las conversaciones con
los constructores siempre se hable de ARBOGAR como referente local del proyecto
– afirma el bancario -. Dado que eres el accionista mayoritario, de alguna
forma estoy velando por tus intereses. No vaya a ser que Amador se lie la manta
a la cabeza y quiera montar otra empresa por su cuenta. Tú le conoces mejor que
yo y sabes que a veces tiene la propensión de creerse el más listo de la clase.
- Agradezco tu franqueza Agustín, pero ya me dirás dónde va Amador solo.
Sin mi apoyo financiero nuestra empresa no es más que un nombre en el registro
mercantil y además no tiene el capital necesario para montar otra.
- Por descontado, pero en este proyecto donde al principio se van a ganar
muchos duros es en los corretajes y para eso no hace falta un gran capital. Lo
podría hacer Garcés o cualquiera, pero hay una segunda parte que es en la que
se podrán ganar millones y en la que sí será necesario un soporte financiero
considerable. Y ahí es donde José Ramón Arbós puede salir por la puerta grande
después de cortar dos orejas y el rabo – Badenes conoce la gran afición a los
toros de su interlocutor.
- Has conseguido picar mi curiosidad, cuéntame de qué va el asunto.
-Te lo explico. ARBOGAR deberá dedicarse a la compra de suelo rústico
para los constructores. Se llevará la correspondiente comisión y listo, pero
hay otra forma de hacer un negocio más redondo – Badenes hace una pausa para
cerciorarse de que Arbós sigue su discurso -. ¿De qué modo?, si apareciera una
nueva empresa que también comprara terrenos, pero no para los promotores sino
para sí, las plusvalías que podría obtener serían fabulosas. Naturalmente, esa
empresa necesitaría un capital inicial y ahí es donde entrarías tú.
La réplica de Arbós no se hace
esperar:
- Eso, querido Agustín, tiene dos pegas. Una es que no quiero saber nada
de volverme a meter en el negocio de la construcción, demasiadas complicaciones.
La otra es que, como sabes mejor que nadie, fincas tengo un montón, pero dudo
de tener liquidez suficiente para inversiones de ese monto. Ah, y hay una
tercera, ¿cómo le sentaría a Garcés, y a los tipos de BACHSA, incluso a ti
mismo, que siendo su socio estuviera al mismo tiempo haciéndoles la
competencia? Perdona, pero tu propuesta no tiene ni pies ni cabeza.
- Vayamos por partes, José Ramón, y comprobarás que el plan que te
propongo si tiene pies y, por supuesto, mucha cabeza – Badenes se ha puesto
didáctico como un viejo maestro de escuela -. En primer lugar, esa nueva
empresa no construiría, lo que haría sería calentar el mercado, subir los
precios y revender las fincas a precios mucho más elevados de los que las compró.
Las plusvalías que se podrían obtener podrían ser fabulosas. Donde está la
ganancia segura y, sobre todo, rápida es en la especulación del suelo.
Posiblemente, en la construcción se gane más dinero, pero la inversión es
mayor, los plazos de amortización más largos y siempre pueden aparecer riesgos
incontrolados. En cambio, compras una finca rústica, la mantienes el tiempo necesario
para que la recalifiquen en urbana y te llevas una millonada, casi sin
enterarte.
José Ramón sigue sin verlo
claro y así lo manifiesta:
- Aun así quedan dos peros que resolver.
- A ello voy. Dices que dudas de tener liquidez suficiente para las
inversiones que tendrían que hacerse. Ahí es donde entro yo. Dado que van a
ampliar el límite que ahora tengo para conceder préstamos, te facilitaría una cuenta de crédito con unos intereses
blandos. Si en la central me preguntasen les explicaría que la necesitas para
instalar el riego por goteo en tus fincas o cualquier explicación de ese porte.
Luego, cuando revendieses los terrenos comprados, se liquidaría la cuenta y quedaría
un saldo netamente positivo. Y, finalmente, preguntabas ¿qué cómo le sentaría a
Amador, y a los constructores, que siendo su socio estuvieras al mismo tiempo
haciéndoles la competencia? La respuesta es simple, no lo sabrán. La nueva
empresa estaría comandada por hombres de paja, que yo me encargaría de buscar,
aunque su propietario real, entre otros, serías tú.
- Bueno, eso que cuentas pinta muy bien, pero es mejor que pongamos los
puntos sobre las íes desde ya mismo y prefiero no andarme por las ramas, ¿qué
ganas tú con todo esto?
- Te contesto con la misma franqueza. Una parte de la empresa será mía,
aunque mi nombre, como el tuyo, no aparecerá jamás por motivos obvios. Además,
todas las operaciones de esa compañía, así como las de ARBOGAR se deberán
canalizar a través de la caja y no, como ha ocurrido en el pasado, que el grueso
de vuestros negocios lo hacíais con la Caja Rural.
- Tu segunda petición la veo razonable, en cuanto a la primera me parece
que el plan está todavía un tanto verde. De todas formas, ¿no estás sobrevalorando
tu importancia en este proyecto?
Badenes ha estado esperando esa
réplica y tiene bien ensayada su respuesta y hasta el tono de la misma. Con su
voz más enérgica responde:
- ¿Qué me estoy sobrevalorando?, no lo creo, la verdad. Piensa que este
proyecto realmente lo he parido yo. Fui yo quien alertó a mis jefes de las
inmensas posibilidades urbanísticas y turísticas que podía tener Senillar. Soy
yo la persona en la que confían los promotores porque únicamente ven en mí al
director de una sucursal de la caja que es la entidad que va a financiar la
operación. Finalmente, soy yo, Agustín Badenes, quien te está poniendo en
bandeja la oportunidad de ganar millones a espuertas. Si crees que estoy
poniendo el listón muy alto me lo dices y buscaré otro socio que no tenga legañas
en los sesos ni miedos injustificados.
Ante la rotundidad de la
parrafada de Badenes, más por el énfasis con que lo ha dicho que por su
contenido, Arbós se arruga.
- Bueno, me has convencido y voy a aceptar tu propuesta. Hablemos de
porcentajes en esa empresa, ¿tu participación qué podría ser, de un veinte por
ciento?
- Yo había pensado en un treinta, setenta – replica el bancario.
- Un treinta es mucho para quien, si he entendido bien, no va a poner un
solo duro.
- Vuelves a confundirte, José Ramón, el treinta es para ti.