martes, 14 de octubre de 2025

41. "El masover". Preparando la venta callejera

    Una vez tomada la decisión de vender por el pueblo los conejos que les sobran, los Clavijo comienzan a pensar en cómo llevar a cabo la operación. Lo primero en que reparan es en la probable competencia: el puñado de carnicerías en el plano público, y los corrales caseros en el particular. En las carnicerías del pueblo, la mayor oferta de carne es la del ganado lanar y porcino, aunque también venden conejos y pollos, pero en menor cantidad. En cuanto a los corrales caseros dónde muchos vecinos crían animales para el propio consumo y para vender los que les sobran, creen que serán su mayor competencia, pues quienes tengan conejos no se los van a comprar. Las medidas que toman para contrarrestar a los competidores son dos. Para las carnicerías, ofertarán un producto que, además de pagarse en metálico, también se podrá adquirir por trueque de productos de las cosechas. Como éstas son variadas y se producen en distintos momentos, los labradores suelen ser generosos en su administración. A los que tengan conejos en los patios caseros, les venderán los animales despellejados, además de que también podrán adquirirlos por trueque de productos de las cosechas. El ofrecimiento de venderlos sin piel, genera que una de las acciones a enseñar al primogénito será despellejarlos, actividad de la que ya tiene alguna noción pues, como a veces ayuda a madre en la cocina, se lo ha visto ejecutar muchas veces.

   La práctica de quitarle la piel al animal ha supuesto el sacrificio de cerca de una decena de ellos en los ensayos que ha realizado el chico. Y hoy es la prueba definitiva. Zaca, armado con un recio mazo de mortero, se dirige al corral, elige un conejo macho, lo trinca por las orejas y le da un golpe en la nuca. Muerto el animalillo, vuelve a la cocina donde madre le está esperando para valorar la operación. Tiene que quitarle la piel con cuidado porque ésta también la puede aprovechar madre que se atreve a confeccionar con ellas mitones y gorros o, en su caso, puede venderse a un forastero que una vez al mes se pasea por las calles del pueblo al grito de: Se compren pells de conills. Primero, cuelga el animal de una pata trasera y le hace un corte lateral en el cuello para el sangrado. Luego, corta la piel por debajo de la cuerda de la que cuelga y la estira hacia la cola. Después, realiza la misma operación en la otra pata hasta que llega a la separación de la pata y corta la piel. Sigue tirando hacia abajo, superando el tórax, hasta que separa las patas delanteras, que corta por su articulación. Prosigue, tirando la piel hacia la cabeza y corta la base de las orejas y, apoyando el filo del cuchillo, rodea los ojos, separa las mandíbulas y llega al morro, cortando la piel, que queda ya totalmente separada. Después, procede al eviscerado. Corta el hueso del puente, separa la vejiga y el recto y tira del aparato digestivo, corta y elimina el pene y separa el estómago. También elimina la vesícula. Finalmente, hace la presentación a madre de la canal que incluye cabeza, hígado, corazón, riñones y pulmones.

   -Muy bien, Zaquita, lo has hecho muy bien. Algo lento, pero con el tiempo ganarás en experiencia y rapidez. Creo que, en cuanto a ofrecer limpios los animales, estás preparado.

   -Sobre despellejarlos, hay varias cosas que no me han explicado. Una es si un conejo sin piel lo vendo por el mismo precio que con ella. Otra, ¿dónde los despellejo? Y otra, ¿qué hago con la piel?

   -La última pregunta no la entiendo.

   -Cuando me lo pidan limpio, ¿la piel me la quedo o se la doy a quien haya comprado el animal?

   -Buena pregunta, pues no había reparado en ello. Déjame pensar –tras unos minutos, madre tiene respuesta-: En principio, el conejo lo vendes entero, por lo cual debemos entender que la piel es propiedad del comprador. Debes ofrecérsela y solo si la rechaza te la quedas. En cuanto al precio, será el mismo con piel que sin ella, aunque pierdas un tiempo en quitársela. Y si algún comprador, después de dejar limpio el animal, te pregunta que cuánto vale el despellejo, contestarás que la voluntad. Si te dan algo, bien y si no, también. Sobre donde despellejarlos no puedes hacerlo en la calle, tendrás que entrar en la casa del comprador y el mejor sitio para hacerlo es la cocina. ¿Alguna otra pregunta?

   -Pues de momento no se me ocurren más.

   Respecto a la cuestión del precio al que vender los animalillos, los Clavijo tienen en cuenta que un conejo casero, criado de forma tradicional y con alimentación natural, tiene un peso medio aproximado de unos dos kilos, que una vez despellejado y limpio se reduce aproximadamente a casi la mitad. Es decir, que al final se trata de ponerle precio a un kilo y poco más de carne. Para fijar el precio, tienen dos referencias: lo que le suelen dar a Zaca por escribir una de sus cartas y el precio que cobran las carnicerías y a esas referencias se acogen. Por otra parte, teniendo en cuenta los precios de los alimentos, que se han encarecido mucho en la última década –la familia desconoce que los efectos del crac del 29​​ también llegaron a la economía española-, han concluido que un precio adecuado por animal sería de dos pesetas. Aunque en principio es una cifra provisional, deberá ser el propio mercado el que fije el precio definitivo. Lo que más les cuesta a los Clavijo es fijar las equivalencias de los productos a trocar por cada conejo. Preguntan a familiares y amigos y las opiniones son variopintas, así como las razones que las sustentan. Hasta que la abuela Julia, a quien  también han preguntado, les ofrece un argumento que parece cabal.

   -Si por escribir una carta le dan un pesetó –nombre local de la moneda de plata de dos pesetas, la cantidad del producto a cambiar por un conejo deberá valer, al menos, dos pesetas, y mejor si es más. Supongamos que os ofrecen arroz, como el kilo está a unos sesenta céntimos, tendrían que pedir unos cuatro kilos. Menos, perderían dinero. 

   El señor Zacarías da las ultimas instrucciones a su hijo mayor de cómo ha de proceder a la venta por el pueblo de conejos y huevos -han decidido incluirlos para hacer la oferta más variada-.

   -En el carrito – se refiere al carretón de la LUTE usado para llevar las escaleras cuando hacen las acometidas- portarás dos jaulas de conejos, la cesta con los huevos, un par de sacos para almacenar los productos del trueque, una garrafa para el aceite y una pequeña romana para los pesajes. Queda poco espacio, pero creo que suficiente para almacenar los productos que te ofrezcan a cambio de los conejos. A medida que recorras las calles agitas la campanilla y gritas: Se venden conejos y huevos y también se cambian por otros productos… -El chaval interrumpe al padre.

   -Perdone, padre. Precisamente, eso es en lo que puedo meter la pata. Si pagan con dinero, la venta no tiene problemas, pero si son trueques con productos de las cosechas no sé la equivalencia de lo que he de pedir por cada conejo. Las explicaciones que me han dado sobre cantidades no son demasiado precisas. Supongamos que me ofrecen patatas, ¿cuántos kilos o medidas he de pedir por un animal? ¿Y si me dan almendras o algarrobas? ¿Y si lo que ofrecen son boniatos o guisantes?

   -Estos primeros días son de prueba. Primero, vamos a ver si la gente se anima a comprar y cuánto. Luego, veremos qué es lo que ofrecen y en qué medida. Y, al final, comprobaremos si el negocio es rentable o no vale la pena.

   -Pero, padre, volvamos a las patatas o a las almendras. Lo natural es que me pregunten qué cuantos kilos por un conejo. ¿Qué les digo, la voluntad, lo que a usted le parezca bien o qué? Porque algo he de decirles.

   El llumero parece que no tiene respuestas para las inquisitivas, pero racionales, preguntas del chico. Comienza a darse cuenta de que no han preparado debidamente el negocio, hay muchos flecos sueltos.  Y es que no basta con dar un primer paso, se tiene que haber previsto parte del recorrido y mejor si se ha pensado en todo el trayecto.

   -Bueno. Hay que repensar algunas cosas. Esta tarde trataremos de resolver todas las dudas que tienes.

   Por la tarde, los Clavijo, con la colaboración como amanuense de su primogénito, elaboran una relación de los productos que más se cosechan en el pueblo y su equivalencia en el trueque por un conejo o una docena de huevos. Para fijar el patrón de los trueques, echan cuentas y, trabajosamente, logran resultados. Primero hacen una lista de los precios de los alimentos más comunes: un kilo de pan vale 0,70 pesetas; uno de garbanzos cuesta alrededor de 0,80; uno de arroz sobre 0,60; una docena de huevos 1,20 y un litro de aceite 1,30. También meten en la ecuación el salario medio de un bracero que oscila entre cinco y ocho pesetas al día, horquilla sujeta a la ley de la oferta y la demanda.    

   -Zaquita, hijo, ¿lo tienes todo claro?, ¿te queda alguna duda?

   Dudas el chaval tiene muchas, pero acepta que no todas pueden ser dilucidadas por padres en la fase previa en la que están. De momento, hay que dar el primera paso y luego Dios dirá o, quizá sería mejor decir que los futuros compradores dirán. La mayor reserva que tiene el muchacho sobre su nuevo trabajo no es tanto de si va a funcionar o no, sino como lo van a encajar sus amigos. ¿Les parecerá bien?, ¿se burlarán de él como hicieron cuando pastoreaba las cabras?, ¿le sacarán un nuevo apelativo como cuando empezó a escribir cartas? Como no tiene respuestas, se dice que lo que sea, sonará. Y más que dudas, lo que siente es vergüenza del nuevo papel que sus padres le obligan a representar. Está descontento con sus progenitores pues, desde que lo de la alfalfa les fue bien, parece que un ansia comercial se ha apoderado de ellos y solo piensan en enriquecerse. A él también le gustaría que en casa entrase más dinero, pero no a costa de que lo conviertan en un mercachifle. Porque ese es el papel que padres le están encomendado y, para alguien que vive en el mundo teórico y plácido de los libros, ese rol es algo denigrante, si no despreciable. ¡Vendedor de conejos, no se puede caer más bajo! Pero, como siempre, calla y traga. Se ve incapaz de contrariar a sus progenitores. Ni tiene la personalidad, ni el carácter resolutivo para ello. Algo ha mejorado, pero aún le falta mucho trecho para enfrentarse a sus mayores. Y el resultado de ello es que se va a convertir en un trujamán de tres al cuarto al que no solo sus amigos van a ridiculizar, sino que será medio pueblo el que piense: Pobrecito, de escrivent a coniller. De realizar una tarea culta y propia de una persona ilustrada a dedicarse a una actividad tan vulgar y grisácea como la de vender animales lagomorfos. Porque, a ver –se dice-,” ¿Cuántos de los posibles compradores saben qué significa lagomorfo? ¿Cuántos conocen que esa es una palabra de la zoología que se aplica a los mamíferos que son semejantes a los roedores, de los que se diferencian por poseer dos pares de incisivos superiores en lugar de uno; como por ejemplo, el conejo? ¿Cuántos lo sabrán? Lo más seguro es que nadie, quizá ni siquiera mis maestros. Y al único chico del pueblo que sí la conoce, lo meten a vender conejos. Es un sinsentido. De vender algo, debería vender libros, pero eso se ve que no tiene mercado en el pueblo”. Zaca es sabedor que en más del noventa por ciento de los domicilios locales no existe un solo libro –acaso un ejemplar del Calendario Zaragozano-, con la excepción de alguna enciclopedia escolar en aquellas familias que tienen críos en edad de ir a la escuela, por lo de que un torreblanquí compre un libro es tan raro como las auroras boreales. Pero Zaca va a convertirse en conejero ambulante e, igual que si fuera una marinera de Torrenostra, irá vendiendo por las calles del pueblo, solo que en vez de pescado, conejos. Más bajo no se puede caer.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 42, de la novela “El masover”, titulado: El coniller