martes, 9 de diciembre de 2025

49. “El masover”. ¿El principio de un posible cambio?

    La Semana Santa de mil novecientos treinta y tres ha pasado y a Zaca, pese a su vivo deseo de tener veintitrés años, siguen faltándole diez para ser mayor de edad y adquirir la plena capacidad de obrar y poder hablar por sí mismo. Continúa siendo un adolescente que, como dice madre, se ha de conformar con lo que es: un huevo a medio cocer. Tras la celebración del domingo de Resurrección en la que, junto con sus amigos, se comió la mona de Pascua con el grupo de adolescentes que capitanea Caridad la Nevera, ha seguido atesorando experiencias sobre cómo son las jovencitas de carne y hueso, tan distintas y distantes de las mujercitas de papel que son las únicas que conoce a fondo. Está sirviéndose del hecho que su pandilla sigue reuniéndose esporádicamente con el grupo de la Nevera que se han convertido en sus amigas oficiales. Aunque tienen el mismo problema que el día de Pascua: sobra una chica o falta un chico, pues además de la China, la Potranca, la Coloretes y la Nevera, está la Masovereta, que rompe el juego de cuatro más cuatro. Paquita Villalonga sigue en Torreblanca con su madre porque continúa yendo al repaso de doña Carlota, que trata de rellenar las muchas lagunas formativas que tiene la chiquilla.

Su progreso no es muy afortunado, pues la masovera no es buena alumna, dado que asiste a las clases con escasa voluntad de aprender, y siempre que puede ni siquiera acude inventándose mil y una excusas: desde supuestos dolores de cabeza a alguna clase de indisposición o periodos especialmente dolorosos.

   En la pandilla mixta en la que milita Zaca, para solucionar la desigual paridad entre los dos sexos, los chicos han buscado un quinto amigo, pero no lo han encontrado, pues han puesto muy alto el listón de los rasgos que debería atesorar ese buscado quinto chico: ser un tío majo, tener un cierto poso cultural y, a ser posible, que no vaya a dedicarse a la agricultura. Por su parte, las chicas no han hecho nada al respecto, pues saben que la Masovereta es ave de paso y, más pronto que tarde, retornará al Mas y volverán a ser las cuatro de siempre, y cada una podrá tener su pareja masculina. La pandilla algunas veces se ha juntado en alguno de los domicilios de las chiquillas para entretenerse, donde se han enfrascado en juegos tan inocentes como el escondite, la gallinita ciega, el pañuelo o el juego de las sillas. Y en algunas ocasiones, Joaquinito Queralt ha llevado la gramola de sus padres y han organizado bailes, siempre bajo la supervisión de la madre en cuya casa se reúnen y que es la encargada de velar por la virtud de las adolescentes. En esas ocasiones, Zaca, que ha desechado definitivamente ligarse a la China por lo de la estatura de la muchacha, con quien más baila es con Paqui o Sisca, como un día la motejó, y que ha descubierto –pues la mozuela se lo contó- que es un nombre que le gusta, pues nadie más la llama así. En esos guateques caseros, chicos y chicas van conociéndose mejor y las relaciones van ahormándose, aunque por diferentes causas ninguna pareja llega a cuajar y pasar a la siguiente fase: la de salir juntos, etapa previa al noviazgo formal. Los motivos por los que el acoplamiento de las parejas no llega a consolidarse, unas veces proviene de ellas, pero en más ocasiones de las respectivas familias y las causas suelen tener un trasfondo mezquino. A Joaquín Pifarré, que con quien más baila es con Angelita, no le importaría que su relación con la resultona Potranca se formalizara, pero el padre de la muchacha –cabo de la brigada de vías y obras del ferrocarril- ha explicado a su hija que Pifa no le conviene, pues tiene un porvenir incierto y, además, no heredará ni fincas ni dinero. Algo similar ha ocurrido con la dupla Manolo-Visentica; en este caso quienes han puesto la proa a la China han sido los padres de Manolo, pues ellos tienen muchas fincas y los de la muchacha solo tienen un marjal y campos de secano que, además, en su día tendrán que repartirse ella y sus hermanos. Por eso, no le conviene. En el caso de Joaquinito Queralt, emparejado ocasionalmente con Carmina la Coloretes, el rechazo viene de sus padres -especialmente de su madre-, pues no la consideran, ni a ella ni a las demás, con la categoría social y el potencial económico suficiente para ser la pareja definitiva de su hijo. En cuanto a Zaca, sus padres no le han dicho nada sobre ennoviarse con una de sus ocasionales amigas, pero han sido sus lecturas, por un lado, y su falta de carácter por otro el motivo por el que no se ha emparejado. El chico sigue teniendo la cabeza llena de imágenes y relatos de las mujercitas de papel de novelas y revistas, y al lado de esas doncellas maravillosas en todos los sentidos las de carne y hueso desmerecen muchísimo. Y, desde luego, ni por asomo se le ocurre emparejarse con la chicuela con la que más baila, Paquita la Masovera, que está a años luz de las protagonistas de las novelas.

   A mediados de la primavera, Zaca enferma. Al principio, y vistos los síntomas: tiene tos persistente, fiebre, le duele el pecho y ha perdido peso y apetito, el médico se pone en lo peor y teme que pueda ser tisis. Es oírlo y a Rosario se le abren las carnes, ya que es una de las enfermedades que más bajas causa en la empobrecida España de los años treinta.

    -¡Qué Dios nos ampare. Mi Zaquita tísico! Si es que no puede ser sano estudiar tanto. Todo el santo día pegado a los libros no puede llevar más que a ponerse malo. ¿Se va a morir, don Eulogio?

   -No te pongas en lo peor, mujer. Es una primera impresión. Dejemos pasar unos días y a ver como evoluciona. Mientras tanto, le voy a recetar unas pastillas, aspirina para bajarle la fiebre y eliminar los dolores. Que coma carnes magras, pescado y que beba leche. Y varias veces al día le haces beber té.

   -Huy, don Eulogio, el té no puede ni verlo.

   -Si no lo traga, le das más leche. Toda la que pueda beber. Por si fuese tisis, mejor que no reciba visitas, ni siquiera de sus hermanos, es muy contagiosa -Poco más de cuarenta y ocho horas es lo que tarda el galeno en cambiar su diagnóstico inicial.

   -Rosario, creo que hemos tenido suerte. Afortunadamente, no es un principio de tuberculosis sino una recaída de la neumonía que tuvo el pasado marzo y la hemos cogido a tiempo. Que siga con las pastillas, las aspirinas y mantén la dieta que prescribí. Ah, nada de alcohol y, si ha comenzado a fumar, prohibido el tabaco.

   -¿Y podrá seguir estudiando, doctor?

   -En cuanto respire mejor por supuesto, pero hasta dentro de quince o veinte días de forma moderada, y en cuanto note el primer indicio de fatiga, descanso y a la cama.

    En junio Zaca ha mejorado lo suficiente para examinarse de tercero de bachillerato. Pese a sus problemas de salud, aprueba todas las asignaturas, ante la satisfacción y orgullo de su familia que ya le ven bachiller. Y cuando comienza a pensar en las vacaciones veraniegas y en los mil proyectos que tiene para pasárselo bien, ocurre algo que echa por tierra sus planes, y es el posible inicio de un cambio que, según cómo evolucione, podría suponer un giro radical en el rumbo de su vida. En la ecuación de ese “algo”, raíz del posible cambio sustancial en la biografía de Zaca,  juegan dos factores diferentes, pero que se retroalimentan. Uno viene del pasado reciente: sus problemas de salud, afortunadamente en vía de resolución, y sobre los que don Eulogio ha dicho que al chico le vendría bien pasar una temporada en un lugar con un clima  seco, pues el del pueblo, por su relativa cercanía al mar, suele tener un alto grado de humedad. Como ha ocurrido otras veces, el hecho de no estar bien repercute en su falta de apetito, lo que añade otro elemento de riesgo para su salud. El otro factor causante de ese “algo”, que puede cambiar la vida de Zaca, comienza a fraguarse en una charla trivial, como otras muchas, entre Rosario y Paca la masovera.

   -¿Cómo van las clases de Paquita con doña Carlota? –se interesa Rosario; pregunta por aquello de quedar bien, más que porque tenga gran interés en cómo va la formación de la chicuela.

   -Así, así. La niña no está por la labor de formarse y falta más de lo que debía. Y encima está teniendo las primeras reglas y las lleva de pena. A ello habrá que añadir que, con las vacaciones, doña Carlota se va a pasar el verano a su tierra y, hasta que vuelva en septiembre, la niña se queda sin maestra. Y tengo el temor que, en los casi tres meses que esté sin que nadie le enseñe, pierda el hilo de lo que estaba aprendiendo.

   -En el pueblo hay más maestros, ¿quieres que hable con don José por si sabe de algún colega que le pueda dar repaso este verano? A lo mejor, él mismo.

   -Gracias, Rosario, pero no hace falta. Vamos a irnos al Mas. Tenemos que ayudar a mi madre porque en verano es cuando más trabajo hay en la masía y la pobre está ya muy mayor para hacer frente a todas las tareas que hay que llevar a cabo. No es que las tenga que hacer ella, pero hay un sinfín de trabajos que se hacen en la temporada. Y Manuel sigue como estaba, con lo que no se puede contar con él. Y claro, no voy a dejar aquí sola a la chica, todavía no tiene edad para ello.

   -Si quieres, te ofrezco mi casa para que Paquita pase aquí el verano y así algún otro maestro del pueblo le puede dar repaso. La cuidaremos como si fuera nuestra hija.

   -Gracias por el ofrecimiento, Rosario, pero me la voy a llevar conmigo. Su padre y su abuela tienen muchas ganas de verla y, además, y perdona que te lo diga, vosotros tenéis el sitio justo y no estáis como para tener huéspedes.

  A Rosario, que tiene siempre muy presente el frágil estado de salud de su primogénito y su falta de apetito, de pronto se le ocurre algo con lo que piensa que podría matar dos pájaros de un tiro: hacerle un favor a su amiga y posibilitar que su primogénito pueda mejorar su precario estado pulmonar.

   -¿Sabes qué, Paca? Se me acaba de ocurrir algo. Mi Zaquita que, como te conté, acaba de aprobar el tercer curso y ya es casi medio bachiller, podía enseñar este verano a Paquita en el Mas. Me has contado que vuestra masía es muy grande y no tendríais problema para meterlo en algún cuarto. De esa forma, la niña no perdería el verano y cuando volviera al repaso de doña Carlota tendría los conocimientos frescos. Y al mismo tiempo, Zaquita pasaría el verano en un clima más seco que el que tenemos aquí. Y ambas familias nos haríamos un favor mutuo.

   -Gracias, Rosario, de corazón. Pero…, ¿crees que a tu chico le gustaría pasarse todo el verano en el Mas, sin sus amigos, sin poder ir al cine y sin tener con quien charlar, salvo nosotros? Por otra parte, tendría que dejar sus ocupaciones de escrivent y de coniller y vosotros notaríais su falta. La idea me parece estupenda, pero dudo mucho que esa propuesta haga feliz a tu hijo.

   -No habría problema que dejara ambas ocupaciones. Cada vez escribe menos cartas y en cuanto a la venta de conejos el descenso también ha sido considerable, hay salidas en las que no vende ninguno. En cuanto a si la propuesta le vaya a gustar, como te digo la idea se me acaba de ocurrir ahora mismo, y claro, no lo he hablado con él, pero si te parece bien, ¿qué perdemos con pedírselo? Posiblemente, no le guste y diga que no, pero por probar que no quede. Y como he dicho antes, también le vendría bien pasar una temporada en el Mas. Ya sabes que en los últimos meses anda algo pachucho, cosa de los bronquios. Don Eulogio nos ha recomendado que le sentaría de cine un clima seco y, por lo que me has contado, lo tendría en tu masía. Y el agua de allí seguro que es más fuerte que la del pueblo, que es muy blanda y con mucha cal, con lo cual posiblemente allí comería con más ganas, lo que le ayudaría a reponerse antes.

   Ante la insistencia de Rosario y las razones que esgrime, Paca comienza a dudar. Lo de la salud del chaval le ha tocado, pues hacerles un favor a los Clavijo le viene de cara pero, aun así, sigue reticente.

   -Y a todo esto, ¿qué dirá tu marido? Porque si se te acaba de ocurrir, quiere decir que no lo sabe. ¿Qué le parecerá? El señor Zacarías tiene mucho carácter y por nada del mundo quisiera que tuvierais un disgusto por mi culpa.

   -Déjalo de mi cuenta.

   La masovera comienza a valorar el ofrecimiento de su amiga y piensa que la propuesta podría ser un estupendo medio para solucionar, al menos este verano, los problemas formativos de su hija. Y le consta que la chiquilla no se opondría pues, como bien sabe, se lleva bien con el muchacho. Por lo que empieza a pensar en algunos incentivos que quizá podrían mover al chico a aceptar la propuesta de su madre.

   -Se me ocurre que una forma de que al chico le atraiga la idea es que le digas que vaya pensando cuanto quiere cobrar por dar clases a Paquita. Con un dinerito extra podría comprarse más tebeos y libros.

   -De cobrar, nada de nada. Los favores si se cobran dejan de serlo. Bastante estaría pagado con la cama y las comidas y el aire seco del Mas que le vendría de perlas.

   -Desde luego, por un clima seco no quedará. Y de comida sana y abundante tampoco. Y se me ocurre que el señor Valerio, nuestro mayoral, podría llevarle a cazar con él, y podría darse paseos con uno de nuestros caballos y, cuando le apetezca, bañarse en la balsa de riego que está a un tiro de piedra de nuestra casa y, ¡qué sé yo!, hacer mil cosas que en el pueblo no se pueden hacer. Creo que hasta  podría pasárselo bien.

   -Pues no le demos más vueltas. Si aceptas mi propuesta, esta misma noche intentaré convencer a mi Zaquita y luego lo hablaré con mi marido.

   -Me dirás que soy una pesada, pero insisto en que por nada del mundo quiero que te disgustes si el señor Zacarías dice que no. Sabes que a los hombres les gusta tener la última palabra.

   -No te preocupes. La última palabra la tendrá mi marido, pero ya me las apañaré. Sé cómo manejar a mi hombre. Llevo muchos años de práctica.

   Resulta casi inverosímil que, de una charla banal entre dos amas de casa, surja una idea con la suficiente fuerza para, quizá, cambiar radicalmente la vida de una tercera persona. Y eso es lo que podría estar a punto de ocurrir, pero los protagonistas de la novela aún no lo saben. Aunque sospecho que lo pueden intuir en cualquier momento. De momento, dejémoslo así y que los sucesos que tengan que ocurrir lo hagan a su debido tiempo. Zaca, sin que ni siquiera lo sospeche, está al borde de tener que elegir y tomar una decisión que podría resultar capital en su vida. Pues decidir supone también renunciar, ¿a qué? A todas aquellas opciones que no entran en el ámbito de la resolución tomada. En su caso, si resuelve ir al mas el verano, renuncia a quedarse en el pueblo y si se queda desiste de ir al mas. Y cualquiera de esas decisiones pueden tener consecuencias, ¿cuáles? El futuro no está escrito, pero ¿la decisión a tomar quizá sea el principio de un posible y capital cambio? Chi lo sa.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 50 de la novela “El masover” titulado: Dos meses pasan pronto