Enrique
Guerrero, hijo de la única hermana de don José Sanchís, una vez terminada la
carrera de farmacia ha ido a Senillar donde su tío lo prepara para que le
suceda cuando decida jubilarse. Tiene treinta y dos años, pero aparenta más. Su
cruz es la clásica calvicie de herradura que vanamente intenta disimular
dejándose crecer el pelo lateral y aplastándolo en la parte superior a base de
fijapelo y mucha paciencia. Su carácter no hace honor a su primer apellido: es
más bien tímido, pero cuando se emperra en algo tiene la terquedad de los
apocados. Se fijó en Lolita desde la primera vez que estuvo en el pueblo. Sabe
bastantes cosas de la joven, se ha ocupado de indagar. Todas las referencias
que ha conseguido saber de ella son inmejorables. Lo único que no le ha hecho
ninguna gracia es que estuvo de novia con un chico de la localidad, un tal
Rafael Blanquer, que está estudiando en Barcelona. La hubiese preferido sin
ninguna clase de pasado sentimental, pero es algo que habrá que asumir. También
le ha pedido opinión a su tío sobre la joven que, como viejo solterón, le ha
dado una retahíla de consejos que no vienen al caso. Está someramente enterado
de las costumbres y usos locales en lo que atañe a las relaciones entre jóvenes,
pero la muchacha no parece que se ajuste a dichas pautas: no pasea por el Rabal,
no va al baile y cuantas veces la ha visto en el cine siempre está con alguna
amiga de su edad.
El
primer amigo que Guerrero ha hecho ha sido Alfonso Grau. No podía ser de otro
modo, son los dos únicos universitarios solteros que hay en el pueblo. Ambos
también han intimado rápidamente con Manuel Lapuerta. Pese a la diferencia de
edad han encontrado en el médico alguien con quien charlar de algo más que de
fútbol o de toros. En las comunidades agrarias las personas con cultura son
escasas, y que sigan teniendo inquietudes intelectuales, después de acabada la
carrera, sobran dedos en la mano para contarlas. Y es a Lapuerta y a Grau a
quienes Guerrero pregunta sobre la jovencita que tan buena impresión le ha
causado.
- Manolo, esa joven de la Moda de París,
¿cómo es que no la veo nunca paseando por el Rabal al igual que otras?
- ¡Vaya! ¿Te interesa la niña de la señora
Leo?
- Hombre, tanto como interesarme..., pero reconozco
que tiene algo distinto a la mayoría de las demás chicas.
- Admito que es una joven francamente guapa y
todo un tipazo. Aunque quizá donde resida la diferencia con las demás debe de
estar en que viste mejor que la media, no en balde regenta la tienda de modas
de su madre, pero sobre todo creo que lo que más la distingue es que tiene una
amplia cultura, estuvo unos años en un colegio de monjas y es una lectora
insaciable.
- Y además es una potranca de recia y
curvilínea estampa – afirma Grau guiñando pícaramente el ojo a Lapuerta.
Guerrero hace oídos sordos a la afirmación del veterinario que considera
una ordinariez y vuelve a dirigirse al médico:
- Lo que sigues sin explicarme, Manolo, es
por qué no se la ve nunca paseando por el Rabal.
- Ah, esa ausencia viene marcada por las
costumbres locales. Esa jovencita debe de tener…, no lo sé a ciencia exacta,
pero como unos veintidós o veintitrés años. Pues bien, para los parámetros
locales una mujer de esa edad es, prácticamente, una solterona y éstas como ya
no están en oferta no tienen por qué exhibir sus encantos en el zoco del Rabal.
- ¡Caramba, Manolo!, lo cuentas como si
estuvieras haciendo la descripción de un mercado de esclavos o más bien una
feria de ganado – dice Grau medio en broma.
- ¡Qué forma de irse por la tangente!, pero
sigo sin saber a qué se dedica esa muchacha salvo que lleva la tienda de modas
– se lamenta el boticario.
Lapuerta
queda un momento en silencio. Piensa que el sobrino de Sanchís no es tan
inteligente como su tío y tiene escaso sentido del humor. Tendrá que cambiar de
registro para explicarle las costumbres locales.
- Hasta donde sé, María Dolores; bueno, todo
el mundo la llama Lolita, se centra en el trabajo de la tienda y en los últimos
tiempos también dirige la delegación local de la Sección Femenina y no es muy
dada a exhibirse por ahí.
- O sea, que es una falangista de tomo y lomo
– precisa Grau que sigue en su tono de graciosillo.
- No diría tanto. Para mí que lo de la
Sección Femenina lo hace para no aburrirse – responde Lapuerta.
El
médico da más explicaciones a sus nuevos amigos sobre algunos de los usos y
tradiciones locales en lo referente al emparejamiento de los jóvenes:
- Tened en cuenta que en los pueblos
agrícolas los jóvenes suelen comenzar a trabajar nada más terminar la escuela,
suponiendo que finalicen la primaria. Sostengo la tesis de que el hecho de que
se incorporen tan pronto al mercado laboral los hace madurar rápidamente, y en
todos los sentidos. Empiezan a trabajar pronto, se emparejan cuando son casi
unos adolescentes, se casan jóvenes, tienen hijos enseguida y envejecen también
mucho antes que en las ciudades. Digamos que su ciclo vital se inicia antes que
en otros lugares donde la incorporación de la juventud al mercado del trabajo
se efectúa con más retraso.
- Perdona, Manolo, pero toda esa disertación
sociológica sigue sin dar respuesta a lo que pregunta Enrique – Grau sale en
apoyo de Guerrero.
- Vamos a ver. Aquí cuando una muchacha llega
a los veintitantos y no se ha casado, sea por las causas que fueren, digamos que
pasa a un segundo plano. Si os fijáis en las chiquillas que pasean por la calle
veréis que son poco más que adolescentes, y esas mismas os las encontraréis en
el baile. Son las que, para los usos locales, están en el mercado del
emparejamiento; es decir, en situación de encontrar novio, primero, y marido,
después. No pasa solo con el gremio femenino, a ellos les ocurre lo mismo. En
cambio, los jóvenes que pasan a ese segundo plano, que citaba antes, no es que
se retiren de la vida social, pero digamos que lo hacen por otros circuitos.
Tampoco es que renuncien a emparejarse, pero cuando lo hacen es por medios
más…, no sé cómo decirlo…, más institucionales.
- ¿Y cuáles son esos otros circuitos? – se
interesa Grau.
- Pues os los podéis encontrar paseando por
el Calvario, por el camino de la estación…, tienen reuniones en casas
particulares, hasta tengo entendido que organizan algún guateque en el que hace
de orquesta una gramola o algún programa radiofónico de música de baile. Por
supuesto, van al cine y poco más. Ah, y no es infrecuente que cambien de estado
en un matrimonio que hayan concertado los padres. Aquí las oportunidades de
vida social son más bien escasas.
- De eso ya me he dado cuenta – admite
Guerrero -. Fuera de los momentos que charlo contigo o con Alfonso, la verdad
es que me aburro más que una lapa. Con decirte que cuando llegan los domingos
estoy deseando que pasen cuanto antes porque al menos el resto de la semana me
entretengo en la farmacia.
- Tendrías que hacer como tu tío o como yo.
Aficionarte a jugar al dominó o a las cartas o, mejor aún, al ajedrez.
- Los juegos de mesa nunca me gustaron –
afirma Guerrero.
- Pues si no te gusta jugar, lo tienes crudo…
Tendrás que hacer como Alfonso, buscarte novia.
- No creas que no lo pensé – admite Guerrero.
- Lo de buscarse novia, ¿tiene que ser de
aquí o también valen las de fuera? – inquiere Grau muy serio, aunque en los
ojos le baila un destello de guasa.
- Alfonso, no sé cuando hablas en serio y
cuando nos tomas el pelo. Lo de buscarse una novia lo decía de coña. Aquí, un
hombre de vuestra edad y posición si va con una mujer tiene que ser en plan
serio, para terminar pasando por la vicaría. Y eso es algo que hay que
meditarlo detenidamente. Casi es preferible, querido Enrique, que sigas
aburriéndote. Te saldrá menos caro y, sobre todo, con muchos menos problemas
para tu homeostasis emocional.
- Oyéndote hablar así cualquiera diría que
eres más un psiquiatra que un galeno de medicina general. Volviendo a la chica
de la tienda de modas. No sé quién me comentó que sigue suspirando por un exnovio
que ahora estudia en Barcelona – Guerrero, al final, ha verbalizado lo que no
le gusta del pasado de la encargada de la Moda de París.
- Supongo que se referirán a Rafael Blanquer.
Fueron novios, pero me da la impresión de que más bien fue el típico amor
adolescente. No creo que quede ningún rescoldo de aquello – afirma tajante el
médico.- A todo ello añado que es bueno y saludable cambiar de pareja, es la única manera de comparar y tener más probabilidades de acertar. Al menos, es lo que creo – concluye Grau.