martes, 4 de febrero de 2025

5. Este chaval promete

 

                       

La llave que está en poder del boticario/banquero, y que es la causa de que don Eduardo Leuba sea un personaje que fascina a Zaca, abre un receptáculo mágico que no es otra cosa que la alcancía del chiquillo en la que guarda sus magros ahorros, y que en realidad es propiedad del Banco de Vizcaya, la única entidad bancaria existente en Torreblanca. Es una hucha ovalada de hierro, de color negro, con un asa móvil en la parte superior porque, aunque pequeña, para un niño pesa un quintal; tiene dos orificios para introducir el dinero, una ranura horizontal para las monedas y un agujero redondo para los billetes que, antes de meterlos, han de enrollarse para que quepan.

   El muchacho, acompañado por su padre, va al banco dos veces al año, por Navidad y a principios de julio, para que don Eduardo le abra la alcancía. Tras contar lo ahorrado, usualmente un puñado de pesetas, ingresa la mayor cantidad en la cuenta de ahorros a su nombre y una porción de monedas van a parar a su bolsillo, lo que, por unos días, le hacen sentirse como si fuera Juan March, del que se dice que es el más rico de España. Por eso, el muchacho mira al boticario/banquero como si fuera el personaje de uno de los cuentos de Calleja a los que tan aficionado es y en los que gasta buena parte de sus ahorros. El dinero que ahorra proviene de lo que, de vez en cuando y especialmente los domingos y festivos, le dan sus padres y tíos; curiosamente no sus tías que alguna vez le hacen regalos, pero nunca le dan dinero. Las dádivas pecuniarias generalmente son un puñado de monedas –lo que en el pueblo se llaman chavos y perres-, pero que el innato sentido del ahorro que tiene el muchacho las convierte en unas decenas de pesetas a lo largo del año.

    El mismo día que el chico ha ido al banco, durante la tarde la tía Paca la Francesa y unas vecinas están enfrascadas jugando al parchís. Es algo que suelen hacer semanalmente. Hacia mitad de la sesión, hacen un receso que aprovechan para tomar unas pastas y una copita del licor que fabrican los Carmelitas Descalzos en el Desierto de las Palmas, en Benicàssim. La pausa también les sirve para ponerse al día de los sucesos, rumores y bulos que circulan por los mentideros del pueblo, y uno de ellos es el parto de Rosario, prima de la anfitriona.

   -Oye, Paca, y ¿el mamoncillo cuánto se va a llevar con el mayor?

   -Pues Sacarietes nació el día de San Julio del año 20 y el crío pequeño el 12 de marzo de 1930, por lo que se llevarán…, -Paca echa la cuenta- algo menos de diez años.

   Cuando Paca sale a comprar fruta para la cena, las amigas aprovechan para comentar la situación de los Clavijo.

   -Me han contado, de buena fuente, que últimamente en casa de Rosario están pasando apurillos para llegar a fin de mes –reseña una de las vecinas.

   -Tanto como apurillos… -la mejor amiga de Paca intenta quitarle hierro al rumor.

   -Algo habrá de cierto porque me consta que Rosario le ha dicho a Elvira, la chiquita que la ayuda en la casa, que solo podrá quedarse con ellos hasta que  vuelva a tener el período y eso que está muy contenta con su desempeño. Y cuando el río suena…

   -Lo que es la vida, ¿quién le iba a decir a Rosario que tendría mejor vida con Agut que con el llumero?

   -¿De qué Agut hablas?

   -Del comerciante de frutas y verduras. Os lo cuento, que me lo sé con pelos y señales. Resulta que cuando apareció el maño por el pueblo y se prendó de Rosario, pues buen palmito tenía, ella hablaba con Agut, que entonces comenzaba a trabajar en el almacén de su tío Amadeo. Del chico se decía que tenía escaso presente aunque mucho futuro, pero el presente del llumero era mucho mejor: encargado de la luz, con el empleo de capataz, y cobrando un sueldo fijo un mes tras otro. Por otra parte, el problema de vivir con sus padres y su hermano chico desaparecería en cuanto todos ellos se fueran a Sagunto, pues otro hermano, Julián, acababa de ser nombrado capataz de la LUTE en esa ciudad y, al estar soltero, había reclamado a sus padres y a su hermano pequeño. Eso y lo mal que Rosario se llevaba con la segunda esposa de su padre fue lo que la decidió a cambiar al futuro comerciante por el llumero, tal y como le aconsejaron algunos familiares como las Luisas. Pero con la subida del coste de la vida, la congelación de los sueldos y haber aumentado la familia, la situación se les ha apretado mucho y ahora terminan los meses raspando. No digo que pasen hambre, pero lujos los justitos –la explicación termina cuando reaparece Paca de la compra.

   Se acaba junio y comienzan las esperadas vacaciones veraniegas que, para los escolares de primera enseñanza, durarán hasta mediados de septiembre. Alguno de los anteriores veranos, los Clavijo eran una de las contadas familias torreblanquinas que pasaban un par de semanas tomando los  baños en el barrio marítimo de Torrenostra. La familia solía pasar una quincena de verano en una casita que les dejaba un matrimonio amigo, los Escoí-Blanch, pero desde hace un par de años ya no es así y este verano, con la llegada del nuevo hermano, el muchacho piensa que, lo más seguro, es que tampoco irán. Un motivo más para estar fastidiado, ya que en Torrenostra se lo pasaba muy bien. Pese a su fastidio sabe que, cuando haya que pasear al crío en el destartalado carrito que fue suyo, luego de Charito y después de Pedro, tendrá que repartirse con su hermana el cuidado de Chimet, apelativo con el que se ha quedado el benjamín de la familia. Su soliloquio lo interrumpe Charito.

   -Tete, madre nos espera en la cocina.

   En casa de los Clavijo hay una norma nada usual en los hogares de la época en la que el machismo a ultranza es santo y seña. La norma no escrita, pero que se sigue a rajatabla dice que todos los hijos, sin tener en cuenta su género, ayudarán a madre en la cocina y, en consecuencia, a la larga aprenderán a cocinar, al menos los platos sencillos. El origen de la práctica hay que buscarlo en la biografía del señor Zacarías, que salió de su casa de Alcalá de la Selva a los trece años para, con uno de sus hermanos, ir a trabajar de aguador en la construcción de los túneles de Garraf. A esta precoz experiencia laboral le siguieron años en los que hizo de todo, hasta fue pinche de cocina. Debido a esa práctica, el llumero tiene la fijación de que los hombres también han de saber cocinar porque nunca se sabe lo que te deparará el futuro, y eso es una rara excepción en un tiempo en el que los varones no pisan una cocina por considerarlo contrario a los cánones de la masculinidad. Por eso, Zaca –como sus hermanos-, desde muy niño, ha ayudado a madre en las labores culinarias y desde los diez años realiza tareas básicas como mondar patatas, desgranar guisantes, batir huevos o preparar ensaladas. De estas prácticas, el chaval solo tiene una reserva: que no se entere la gente que las lleva a cabo. Se moriría de vergüenza si supieran que se pone un delantal. Es posible que pensaran que es un mariquita y un sarasa, que no tiene muy claro qué son, pero que supone que deben de ser personas repulsivas dado el desprecio y el desdén con que los mencionan.

   Con la llegada de las vacaciones, los parientes cercanos de los Clavijo, que se dedican a la docencia, retornan al pueblo. Y la primera que lo hace es la tía Emilia, que sigue de maestra en San Mateo. Emilia es muy querida por los Clavijo, pues a su talante de solterona alegre y generosa, aúna su particular cariño por Zaquita, a quien se ha llevado un par de veces a pasar con ella parte del curso a San Mateo para probar si la fuerte agua y el clima frío del Maestrazgo le hacían revertir su condición de fetiller pero, lamentablemente, la inapetencia del chiquillo no ha cambiado.

   En cuanto Emilia –doña Emilia, pues tiene un título académico- llega al pueblo, pide las notas del chico y queda encantada con los resultados, ya que son excelentes. Por lo que cuándo habla con los padres les ofrece su opinión sobre el porvenir del muchacho.  

   -Este chaval promete, es una pena que se desperdicie su talento, debería estudiar. Al menos, el bachillerato elemental y, luego, ya veríamos por donde se decanta. Paca me tiene al día de que andáis algo apurados de dinero y más con la llegada del nuevo retoño, pero deberíais hacer un esfuerzo. Esa es mi opinión y como la pienso la digo. De todas formas, la semana próxima viene el tío Paco. Tenéis que hablar con él puesto que de estudios es el que más sabe de la familia y el que mejor puede orientaros. En vuestro lugar yo haría lo que os recomiende. En cuanto venga le hablaré y le daré mi opinión sobre el chico; además le pondré al tanto de vuestra situación  y él, mejor que nadie, os aconsejará.

   Para el matrimonio Clavijo, que solamente tiene estudios de primaria y más bien escasos, las opiniones de Emilia y del tío Paco son muy a tener muy en cuenta, pues son los únicos de la familia que han estudiado. Aunque sigue preocupándolos los gastos que pueden acarrear los estudios. En todo caso y, para que esté preparado, informan al chico.

   -Zacarías –le avisa padre-, dentro de unos días vendrá el tío Paco y querrá hablar contigo. Ten a punto tus cuadernos escolares de este año que, a lo mejor, quiere echarles un vistazo.

   ¿Y para qué querrá ver mis cuadernos el tío Paco?, se pregunta el chaval, aunque supone que debe ser alguna bobada de las muchas que hacen los mayores y que no siempre entiende.

 

   PD.- El próximo martes publicaré el episodio 6, de la novela <<El masover>>, titulado:   ¿Zaca seminarista?