"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 22 de mayo de 2020

Libro I. Episodio 35. Quien lo iba a decir, de exámenes


   Julio, pese a las dudas despertadas por la carta de su madre, continua enviando sus misivas semanales a Consuelo en las que le asegura, una y otra vez, que por nada del mundo haría nada que pusiera su noviazgo en peligro. La farisaica situación de decir una cosa y hacer la contraria es lo que más pone al mañego de los nervios. Ha hecho una intentona de no volver a ver a Dolors, pero ahora es la joven quien le busca y hay que ser un héroe o un santo para desdeñar los placeres que la mallorquina es capaz de ofrecerle. Y Julio no es ni una cosa ni la otra. Para apaciguar sus remordimientos, recuerda constantemente lo del refrán de ojos que no ven, corazón que no llora, pero en los momentos de lucidez, que los tiene, se dice que su proceder es el de un redomado hipócrita.
   En Malpartida, el placentino Luis continúa su asedio a la aparente fortaleza de Consuelo, aunque piedra a piedra va sigilosamente desmoronando las murallas que todavía parecen proteger el amor de la joven por el mañego. En el pueblo se comenta en todos los mentideros que la señora Soledad se ha salido con la suya, y que lo de la relación de la joven con el placentino es cosa hecha. Tan es así que su amiga Carolina sucumbe a la curiosidad y le pregunta.
   -Ayer me dijo mi tía La Seca que los del casino han cerrao las apuestas que hacían sobre si ganabas tú o tu madre.
   -¿Y por qué las han cerrado?
   -Porque to el mundo está de acuerdo en que ha ganao tu madre… -Como Consuelo no dice nada, Carolina no puede contenerse y lanza la pregunta-. Entonces, ¿lo tuyo con el placentino es cosa hecha?
   -El placentino tiene nombre, se llama Luis Campos. Y lo que diga todo el mundo no vale una mierda, lo único que vale es lo que diga yo.
   -¿Y tú que dices?
   -Hoy na, mañana Dios dirá… -Y con esa equívoca respuesta Consuelo da la charla por finalizada.
   Será porque también debe haberse enterado de lo de las apuestas del casino por lo que la señora Soledad está encantada de la vida. Vuelve a llevar a su primogénita en palmitas, la cual sigue con las tareas asignadas por su madre. Tiene la casa familiar que da gusto verla y los suelos tan limpios que, al decir de tía María, podría comerse sopa en ellos. Y en cuanto a las cuentas de la familia las lleva al céntimo, con la salvedad de las sisas de las que la señora Soledad sigue sin enterarse. Por todo ello no es raro que su madre cuente, a quien quiera oírla, de lo mucho que está aumentando el acervo familiar gracias a las impagables dotes como administradora de su hija primogénita, que de las pesetas hace duros.     
   El, generalmente, dulce invierno isleño ha pasado sin sentirlo y el equinoccio de primavera marca el inicio de la nueva estación y se instala en los predios mallorquines llenándolo todo de flores e insectos. A fines del mes de abril, al leer la carta de su madre en la que le recuerda que hace un año que partió a la isla es cuando Julio se da cuenta de que, en efecto, lleva un año de mili, ha dejado de ser un recluta y se ha convertido en todo un veterano. Y poco después de esa efeméride ocurre algo con lo que el mañego no contaba. El sargento Fernández, que sigue con sus manías pero con el que se lleva razonablemente bien, le plantea una propuesta que, en principio, le desconcierta hasta que se apercibe que el suboficial se lo está tomando muy en serio.
   -Carreño –El sargento llama a todos sus soldaditos por sus correspondientes apellidos, esa es la forma, según piensa él, de que cada uno sepa el lugar que le corresponde-, ayer nos llamó a capítulo el brigada Llompart y nos contó que la reorganización de Capitanía exige que de cada seis soldados, de los que trabajáis en la casa, debe haber un cabo segundo. A esta Secretaría –Fernández pronuncia Secretaría con un tono melifluo, como el que se debe usar en los pasillos vaticanistas-, le corresponde un cabo y, puesto que tú eres con diferencia el que más letras tiene y al que más años de servicio le quedan, tras la pertinente consulta con el capitán Echevarría, he decidido que te vas a presentar a los exámenes para cabo. Ve donde el brigada Llompart, dile que vas de mi parte, y te dirá lo que has de hacer. Puedes retirarte.
   -A sus órdenes, mi sargento –Al soldado Carreño ni se le pasa por las mientes poner en cuestión la propuesta del sargento. Lleva el suficiente tiempo de mili para discernir cuando lo que le dice a uno un superior es una orden, un comentario o una opinión, y lo que acaba de indicar el suboficial huele a orden lo mires por donde lo mires.
   El brigada Llompart se limita a tomar nota de su nombre y destino y le da una especie de catecismo militar, en el que se recoge todo cuanto un cabo segundo debe saber y poner en práctica, sus atribuciones y deberes.
   -Ya tienes lectura para el próximo mes, muchacho, dentro de cuarenta días serán los exámenes. Espero que no decepciones a tu sargento. Aquí se está mucho mejor que en el cuartel de El Carmen –El mañego toma buena nota de lo que significa la advertencia: o estudias y apruebas o te vuelves al regimiento de donde viniste.
   El librillo que le ha dado Llompart explica, entre otras cuestiones que, en la jerarquía del ejército español, el cabo segundo es el rango inmediatamente superior al de soldado de primera, aunque sigue siendo considerado parte de la tropa. Asimismo, describe que en el examen para cabo segundo hay que superar una serie de pruebas: la primera es un reconocimiento médico, luego una prueba de redacción, después contestar por escrito a preguntas sobre las Reales Ordenanzas de las fuerzas armadas y finalmente responder a una batería de preguntas sobre cultura general. Cuando Julio vuelve a la Secretaría, le cuenta a Fernández lo que le ha dicho el brigada y le enseña el librito. El sargento, tras ojear el manual, se limita a decir:
   -Ahora, Carreño, ponte a estudiar. No solo debes aprobar sino que has de sacar un número alto de promoción, así dejarás en buen lugar a todos los que trabajamos en esta Secretaría.
   Esa semana Julio ya tiene contenido para las misivas a su novia y su madre. Les cuenta lo de que tiene que presentarse a exámenes para cabo y que cuando apruebe podrá lucir los dos galones de estambre rojo, también llamados galleta, que llevará en la manga de la guerrera y en el gorro, y que los guripas tendrán que saludarle, cuadrándose y diciéndole: a sus órdenes, mi cabo. Cuando llega a este punto, el mañego detiene la escritura, acaba de darse cuenta de que da por hecho que aprobará, pero… ¿y si suspende? Cierra los ojos y se ve haciendo guardia en la puerta de El Carmen o pelando patatas en la cocina del cuartel. La reflexión le lleva a tomarse en serio el estudio del manual que le dieron, y al que hasta el momento apenas si ha dedicado tiempo. Si quiere continuar con la bicoca que supone trabajar en Capitanía tendrá que tomárselo en serio. Solo tiene una opción: empollar, y es lo que hace en los escasos ratos libres que tiene pues dedica toda la tarde a la bisutería. Para reforzar su decisión se ha apercibido que el sargento Fernández no le riñe cuando ve que en lugar de dedicarse al papeleo lo que hace es estudiar las Reales Ordenanzas del ejército español, que son las normas que establecen el comportamiento, derechos y deberes del militar español. Unas ordenanzas antiquísimas, pues las que están vigentes fueron aprobadas por Carlos III en 1768.
   La correspondencia de Julio ha sufrido un vuelco, recibe más cartas de su madre que de su novia. En respuesta a uno de sus escritos contándole a su madre lo de su posible ascenso a cabo, doña Pilar le cuenta a su vez que también ella tiene novedades que referirle relativas al terreno profesional. Ha salido una vacante en las escuelas de Plasencia, la ha solicitado y se la han adjudicado. Lo ha hecho pensando en que Julio no va a volver a San Martín, y en cambio residiendo en la ciudad del Jerte van a tener más probabilidades de vivir juntos o, en el peor de los casos, de verse más a menudo. Y como los cambios suelen venir a pares, hay una segunda novedad realmente inesperada. Aunque no ha estudiado contabilidad como su hijo, la maestra sabe lo suficiente de números como para llevar cuentas si no son excesivamente complicadas. Un día se le presentó el tío Dimas el Bronchales, uno de los mayores usureros  extremeños, y le hizo la proposición de que le llevara las cuentas pues estaba muy viejo, y cuando un préstamo pasaba de los cuatro dígitos se le hacía la picha -(sic) pone entre paréntesis doña Pilar- un lío. Y que después de un regateo interminable sobre lo que iba a pagarle, y con la condición de que le llevaría las cuentas desde su propia casa, se pusieron de acuerdo. Es leer esto y Julio vuelve a ponerse de mal humor. Su madre trabaja pluriempleándose para poder ayudarle en el futuro, y él gastándose las perras en tener contenta a la Dolors. No puedo seguir así, se dice, tengo que cambiar…, pero ahora tengo los exámenes, lo dejaré para después.
   El mes que contaba Julio de preparación para el examen de cabo segundo se le pasa como un suspiro. Aunque se lo ha tomado a pecho y ha estudiado a fondo el librillo que le dio Llompart, e incluso ha ampliado el estudio de algunas cuestiones de las inabarcables Reales Ordenanzas, cuando llega la fecha no puede evitar ponerse nervioso. No es que le importe demasiado lo del ascenso a cabo, nunca se ha planteado hacer carrera militar, lo que si le importa es que como suspenda está advertido de que pueden reenviarlo al regimiento del que procede y se le acabe el momio del trabajo en la Secretaría.
   La revisión médica, la primera prueba de las cuatro del examen para cabo, es un puro paripé. Una mañana llevaron a todos los aspirantes al galón de cabo al hospital militar y unos médicos, al menos llevaban bata blanca, les hicieron una rutinaria revisión que, salvo uno a quien detectaron problemas de audición, fue superada por todos los aspirantes. Ya queda menos para los exámenes de verdad, piensa Julio, y tengo que aprobarlos porque si no…

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio


36. Las dudas son cada vez mayores