Álvarez y Grandal vuelven al barrio de Arganzuela a seguir preguntando sobre el empleado del Museo de América que vive en la calle Ferrocarril. El día anterior apenas si pudieron enterarse de aspectos de su vida que tuvieran interés para lo que buscan: saber su nivel de vida. Lo único que realmente llegaron a enterarse sobre el sospechoso es algo común a centenares de miles de españoles: es muy aficionado al fútbol y se ufana de ser un seguidor a muerte del Atleti de Madrid.
Se patean toda la calle de
cabo a rabo y no dejan un solo bar y cafetería sin visitar. Cuando llega el
mediodía, Grandal, que siempre fue un buen bebedor, sostiene el tipo, pero
Álvarez que seguramente no está tan acostumbrado a trasegar cerveza en grandes
cantidades va con una media cogorza.
En la calle hay muchos sitios
para tapear y aunque en invierno no están las terrazas abiertas, los bares y
tabernas están bastante animados, animación que crece a medida que se acerca el
mediodía. Al menos, piensa Grandal, voy a volver a casa comido porque no solo
son las cervezas, también están las tapas que acompañan a las cañas. En cada
sitio tienen sus especialidades. En el bar Ferrocarril, que hace honor al nombre
de la calle, preparan unos pinchos morunos que, aunque no aparecen en la carta,
están ricos, ricos. En Las Abejas, curioso nombre para un bar, prueban unas
tostas de pan de pueblo francamente apetecibles. En Cruz Blanca, pescaito frito
y ahumados. En Hermanos Guío, migas con uvas y patatas amorosas con una mezcla
de salsa brava y alioli. En El Vagón, otro nombre que alude al pasado
ferroviario de la calle, alitas de pollo y raciones de ibéricos. Y junto a
ello, la inacabable muestra del tapeo madrileño más castizo: calamares, pulpo,
chopitos, patatas bravas o con alioli, pimientos rellenos, morcillas,
choricillos, gambas al ajillo, pinchos de tortilla, cazuelitas de callos,
bacalao rebozado, quesos, chacinas, aceitunas, croquetas, boquerones en
vinagre… Y hasta están a punto de entrar en la Chocolatería Habana, a lo que se
niega Álvarez que solo de pensar en tomar unos churros con chocolate se le
revuelven las tripas.
No solo se vuelven a casa ya
comidos, como sospechaba Grandal, también han recopilado una amplia información
sobre su objetivo. No han detectado ningún síntoma de que en las últimas semanas
sus finanzas hayan sufrido un vuelco espectacular. Tal y como vive da la
impresión de que no es más que el típico empleado con un sueldo que le da para
vivir con una cierta dignidad, pero poco más. Parece que su bien más valioso es
el piso donde vive con su mujer y dos chavales, pero lo heredó de sus padres lo
que descarta un desembolso superior a sus ingresos. Hay más datos que avalan la
existencia de una economía ajustada: sus hijos van al colegio público San
Eugenio y San Isidro en la cercana calle de Peñuelas, tiene un Ford Fiesta con
más de diez años de antigüedad y suele veranear en el pueblo de Mansilla de las
Mulas, de donde es originaria la familia de su esposa.
- Desde le luego, este fulano no es Onassis precisamente – comenta
Álvarez con una lengua que comienza a ser estropajosa.
- Esos son los detalles que nos señalan como vejestorios o miembros de
la tercera edad como dicen los soplagaitas – Es la críptica frase de Grandal.
- No sé si es que estoy un poco pedo, pero no te entiendo – replica
Álvarez.
- Que hayas puesto como ejemplo de superrico a Onassis. Eso solo lo
hace un carroza, ahora dirían que el fulano que hemos investigado no es precisamente
Bill Gates. Y vámonos al metro que como
sigamos soplando tendré que cargar contigo.
Esa misma tarde, la otra
pareja del cuarteto de jubilados, Ballarín y Ponte, están transitando por el
barrio de Los Cármenes, del distrito de La Latina. Su objetivo es recabar más
datos del empleado del museo que vive en la calle de San Conrado y que, en su
día, localizó Ponte. Siguiendo la recomendación de Grandal lo primero que hacen
es visitar los bares y cafeterías próximos al domicilio del sospechoso. Encuentran
uno bien cercano, en la misma esquina de San Conrado con el río, que tiene un
nombre curioso: La Competencia.
- ¿Con quién competirá? – pregunta Ballarín sin esperar respuesta
alguna.
De allí no sacan nada en
limpio. Al parecer, el bar ha cambiado de dueño recientemente y quien atiende
la barra o no conoce a la gente del barrio o es de los que no suelta prenda. Su
siguiente parada es recorrer los márgenes del Manzanares, al que Quevedo llamó arroyo y aprendiz de río y Tirso de Molina afirmaba que
solo tenía curso en invierno, en metafóricas alusiones a lo menguado de su caudal.
Ninguno de ambos poetas reconocería al actual Manzanares, desde que fue
represado en los años cincuenta parece otro. Y el cambio ha sido todavía más
espectacular con el soterramiento de seis kilómetros de la carretera de
circunvalación M-30, lo que ha dado lugar a la llamada Operación Madrid Río.
- No conocía la remodelación – comenta Ponte -. La
verdad es que ha quedado fantástico. Recuerdo que a finales de los sesenta fui
alguna vez con Puri a un merendero que había junto al Puente de los Franceses.
Por aquella época el río era bien poca cosa y sus riberas estaban llenas de
porquería. Nada que ver a como está ahora.
- Esta zona de Madrid Río, como la llaman, es una franja de terreno paralela
a las dos orillas del Manzanares y que debe tener algo más de siete kilómetros.
Está sembrada de parques, zonas de recreo, tanto para niños como para adultos,
senderos, lugares preparados para hacer picnic, merenderos… En fin, es una zona
de esparcimiento muy completa, pero lo más espectacular que tiene son los
puentes y pasarelas que lo cruzan. Hay algunos de ellos que son una virguería de
diseño – comenta Ballarín poniéndose didáctico.
Paseando por las orillas
llegan por el norte hasta el Puente Oblicuo que recibe el nombre por su forma sesgada
de cruzar el río. Al volver hacia el sur se detienen en la Cafetería de la
Presa número 6 donde encuentran a un camarero que le gusta la charleta, pero
que poco puede informarles porque es un correturnos y apenas conoce a la
clientela. Luego entran en La Terraza con un resultado similar.
- Creo que más hacia el sur, pasado el Puente de San Isidro hay algún
bar más – apunta Ballarín.
- Tendrás que ir tú solo porque yo no puedo más. Ha sido una mala
decisión por mi parte lo de hacer este recorrido por la tarde. Nunca aprenderé.
Debería saber que a partir de mediodía mi reserva de energía mengua rápidamente
y me canso enseguida. Tendrás que perdonarme, Amadeo, pero los viejos tenemos
esas limitaciones.
- Vamos, hombre, que no estás tan viejo. Ya me gustaría llegar a tus
años y estar como tú estás – le anima Ballarín.
- Bueno, dale tiempo al tiempo y cuando cumplas los ochenta ya me
contarás, aunque no sé si para entonces estaré a tu lado para que me lo cuentes
– contesta Ponte tirando de humor negro.
- No pasa nada. Vamos coger el
bus y nos volvemos al centro. Si te parece bien repetimos el paseo mañana por
la mañana.
- De acuerdo, Amadeo. Por las mañanas soy otro, ando más ligero y
aguanto más que por las tardes. De todas formas, ya estoy muy cascado para las
tareas policíacas. No sé si Jacinto no debería retirarme de estos trabajos de
campo y dedicarme solo a actividades caseras.
- No exageres, Manolo. Estás perfectamente capacitado para llevar a cabo
cualquiera de las tareas de investigación que tengamos que hacer. ¿Qué te
cansas por las tardes? Y quien no, a nuestra edad las fuerzas siempre son
limitadas, pero ya me gustaría tener la memoria que tienes y lo bien que
razonas. Te podrán fallar las piernas, pero la cabeza te funciona como un
Omega. Lo que haremos mañana será coger mi coche y así tendremos que andar
menos y perderemos menos tiempo porque este 25 no es demasiado puntual – se
ofrece Ballarín en la parada del autobús donde ya llevan esperando más de diez
minutos.
- Si quieres, cogemos un taxi.
- No, esperaremos el bus. Bastante nos hemos gastado en bares y eso que
hemos sido muy parcos a la hora de consumir. Es una cuestión, la de la pasta,
en la que no pensamos cuando nos metimos en este fregado. ¿Tú sabes si a los
policías de verdad estos gastos se los pagan?
- No tengo ni idea. Tendremos que preguntárselo a Jacinto. Mira, ahí
llega el autobús. A ver si mañana tenemos más suerte.