Ha terminado el
curso 1992-93 y Sergio Martín, casi ya mayor de edad, enseña las notas finales
a su padre como si la cosa no fuera con él, pero un aire de orgullo trasciende
a su pose de que las calificaciones obtenidas no tienen mayor importancia.
- ¡Enhorabuena, hijo. Vaya notazas! Lola, ven, mira que
calificaciones trae el chico.
La madre baja la
llama del gas y se acerca al comedor donde su marido está blandiendo el libro
de calificaciones de formación profesional como si ondease un victorioso
estandarte. La mujer repasa las notas, sus ojos brillan de satisfacción.
- ¡Qué orgullosa estoy de ti, hijo mío! A ver, nueve, otro nueve, ocho, aquí veo un cinco...
- Es del muermo de FOL que me
tiene manía – se justifica el chico.
- ¿Y eso qué es?
- La asignatura de formación y orientación laboral.
- ¿Y eso qué es?
- La asignatura de formación y orientación laboral.
- Y ahora, ¿qué título te corresponde con estos estudios?,
¿Ingeniero? - quiere saber la madre.
- No, mamá, el título es de técnico superior en la rama de
electrónica industrial.
- Técnico – repite la mujer con cierto tonillo de
desilusión.
El chaval, sin darse por aludido ante la
evidente decepción materna, termina por soltar todo cuanto quería decir a sus
progenitores:
- Precisamente de eso quería hablaros, de los estudios de
ingeniero. Me ha dicho don Javier, el director, que con mis notas está casi
seguro de que podría sacar la selectividad, aunque para electrónica la
Politécnica exige una nota de corte muy alta. Tendría la ventaja de que, en
caso de empate para la adjudicación de plazas, los que tenemos un título acorde
a las enseñanzas que deseamos cursar tendríamos preferencia para ingresar.
- No nos habías dicho nada de continuar estudios, hijo – se
duele el padre.
- Es que ni me lo había planteado, papá. Bastante tenía con
el marrón de tratar de aprobarlo todo en junio. Ha sido esta misma mañana. El
jefe de estudios y el director nos han llamado a unos cuantos al despacho y nos
han aconsejado presentarnos a las PAU para que, si las aprobamos, podamos pasar
a la universidad.
- ¿Qué es eso de las PAU?
- Perdona, mamá. Son las pruebas de acceso a la universidad.
Don Javier dice que es una oportunidad que no debemos perder y nos ha insistido
mucho en que sigamos adelante.
- ¡Mi hijo, ingeniero! – exclama emocionada la madre -. Casi
no me lo creo. Más de una y más de dos en el pueblo se van a poner verdes de
envidia cuando se enteren. La Encarna sin ir más lejos. Mucho presumir de
huertos y de pisos y de solares, pero sus chicos terminarán de
destripaterrones. Y en cambio, el hijo de Lola la Punchenta va a ir a la
universidad a estudiar para ingeniero ¡Nada menos! – La mujer desborda
satisfacción por todos sus poros.
- Lola, no te embales que te conozco – corta el marido -.
Hazme el favor de no hacer la paletada de presumir por el pueblo de que el
chico es ingeniero porque se te van a reír. Lo que nos está diciendo es que sus
profes opinan que podría continuar sus estudios. Nada más. ¿No es eso Sergio?
- Sí, papá. No es más que eso, una posibilidad. Que para
deciros toda la verdad no la tengo nada clara. Yo pensaba ponerme a trabajar y
así ganar mi propio dinero. Me gustaría comprarme un coche, hacer el interrail
con varios amigos, sacarme el abono del Aleti… Por otra parte, lo de poder
llegar a ingeniero también me tienta. Uno de mis compañeros de curso me ha
contado que su padre trabaja en una empresa de electrónica y dice que los
ingenieros ganan un montón de pasta. Y como hay pocos se colocan en seguida.
- Bueno, bueno, es una decisión que no debes de tomar a la
ligera. Lo de ir a la universidad me refiero. Voy a decirte algo que nunca te
comenté. A mí siempre me pesó que mi familia no pudiera darme estudios
superiores porque en casa de los abuelos el dinero siempre escaseó. Me tuve que
conformar con estudiar administrativo en Santa Ana y San Rafael donde aprendí
todo cuanto sé – El padre hace un inciso como para ordenar sus ideas -. Por eso
precisamente te matriculamos en Santa Ana cuando eras un mocoso, porque sabía
por experiencia que te iban a dar una excelente formación, mucho mejor que en
otros coles de postín – Hace otra pausa y retoma el hilo del discurso -. No es
que nademos en la abundancia, pero creo que podríamos permitirnos pagarte la
carrera de ingeniero. Ahora bien, si continuaras los estudios tendríamos que
olvidarnos de ese apartamento de Albalat del Mar que tu madre está empeñada en
comprar – El recadito queda claro a quién va dirigido.
- Lorenzo, haz el favor, no me cargues el mochuelo de que el
apartamento sólo es cosa mía. Lo hemos hablado muchas veces. Tú tienes tanta o
más ilusión que yo en tener un apartamento con vistas al mar. A mí no me
importa seguir pasando las vacaciones en el piso que alquilamos en Benialcaide,
como tampoco tengo ningún problema, ¡faltaría más!, en hacerlo en casa de mi
padre. Y ahora me sales con que el chico no va a poder ser ingeniero porque su
madre tiene el capricho de tener un apartamento en la playa. Pues sabes lo que
te digo, no seré yo la que ponga el menor impedimento para que el hijo de mis
entrañas llegue a lo más alto, a ingeniero o a más que eso – Lola se ha puesto
brava.
- Mamá, papá, por favor, no os peleéis. Sólo estamos
hablando de una mera posibilidad. Ya os he dicho que ni siquiera tengo claro si
me gustaría continuar estudiando. Lo tengo que volver a hablar con don Javier,
aunque ya sé lo que me va a decir: que mientras se tengan alas hay que volar. Lo
que ahora me apetece es irme al pueblo, con el abuelo, y disfrutar de unas
vacaciones que bien me las he ganado, aunque antes tendré que presentarme a la
maldita selectividad.
- ¡Mi hijo, ingeniero!
– musita la madre, oronda de orgullo, mientras vuelve a la cocina.