- ¿Pasa algo, Severino?
- El domicilio, don Nicanor. ¿Pongo el que figura aquí?
- ¿Qué domicilio tienes en el DNI? – demanda el secretario al
titular del documento.
- El de mis padres en Valencia, todavía estaba estudiando cuando
me lo hice.
- Convendría poner el que vayas a tener aquí. ¿Dónde piensas
vivir?
- De momento, estoy en la fonda del señor Avelino, pero quiero
buscar algo más estable. Espero que me ayudéis.
- Severino, pon las señas de la fonda de Lino – precisa el
secretario.
- No dude que le ayudaremos en todo cuanto esté en nuestra mano –
asegura Vives al recién llegado -. En un pueblo como éste en el que en más de
la mitad de las casas hay un mulo o un caballo su profesión es una de más
solicitadas.
El administrativo vuelve
a interrumpir la conversación.
- ¿Qué ocurre ahora? – pregunta, un tanto desabrido, el
secretario.
- Perdonen – y dirigiéndose al forastero inquiere -. Don Alfonso,
el estado civil, ¿sigue soltero o...?
- Solterísimo.
- Espere que se enteren las muchachas en edad de merecer – afirma,
sonriente, Vives - y verá la de invitaciones que le van a llover.
- Las agradeceré todas, pero tendré que rechazarlas. Tengo novia.
- Por cierto, creo que éste es tu primer destino, ¿verdad? –
pregunta, curioso, el secretario - ¿Y si no es indiscreción, que te llamó a
pedir Senillar?
- A fuer de sincero, solo hubo un motivo que me decantó por
Senillar. Era la localidad que estaba relativamente más cerca de Valencia y
mejor comunicada. Ni había estado nunca, ni conocía a nadie, ni sabía nada del
pueblo – contesta Alfonso Grau un tanto molesto por la curiosidad del
secretario.
El oficial termina la nota
al transcribir el último dato del recién llegado, de profesión: veterinario.
Mientras ha estado redactando ha tenido un oído puesto en la charla del trío, a
buen seguro que a su mujer le encantará ser una de las primeras en conocer
aspectos de la vida de quien acaba de tomar posesión de su empleo. El escribiente
se levanta y se acerca al grupito con el documento que acaba de elaborar.
- Lo dejo en su despacho, don Nicanor. ¿Quieres algo, Paco? –
pregunta dirigiéndose al alcalde.
- No, gracias, Severino. Puedes volver a tu trabajo – responde
amablemente el munícipe.
Severino echa una última
mirada al nuevo albéitar. Tiene buena planta, viste bien y parece un hombre
aplomado. Ojalá – se dice – sea la mitad de bueno que don Abelardo. La charla
parece agotada y el alcalde, que ha mirado un par de veces su reloj, se pone en
pie, gesto que imitan sus interlocutores.
- Ha sido un placer, don Alfonso. Espero que se encuentre a gusto
y que se quede mucho tiempo entre nosotros. Déjeme decirle que éste un pueblo
en el que se vive muy bien y el trabajo no le agobiará. Lo que no hay son
muchas diversiones, pero teniendo en cuenta que tiene novia, supongo que los
fines de semana se marchará a Valencia. Lo dicho, bienvenido a Senillar.
La llegada de un nuevo
titulado superior al pueblo siempre es motivo de comentarios de toda índole. Es
algo que no ocurre todos los días y la noticia está en boca de todos. En la
trastienda de la Moda de París también se habla de ello.
- ¿Ya conocéis al nuevo veterinario? – pregunta Fina.
- Anteayer lo vi, estaba sentado en la terraza del café de la
plaza. ¡Está de toma pan y moja! – enfatiza Consuelo.
- Eres una descarada, Consuelo. ¿Qué va a pensar de nosotras esta
jovencita?, ¿qué vamos por ahí comiéndonos a los hombres? – pregunta Lolita con
una sonrisa bailándole en la punta de la lengua.
La jovencita aludida es
Beatriz Villangómez que, como todos los sábados, acude a la trastienda a que
Lolita le imparta clase de francés.
- Huy, no creáis que me escandalizo ¿Si oyerais lo que dicen de
los tíos mis compañeras de la Normal las que os escandalizarais seríais
vosotras? De todas formas lo último que pensaría de un veterinario es que pueda
estar buenorro. ¿Os imagináis a Burt Lancaster o a Clark Gable metiéndole mano
a un mulo para ver su temperatura?
La ocurrencia de la
muchacha provoca las sonoras risas del grupo.
*
Tras la pugna por el
motorista del coto arrocero, saldada con su victoria, Gimeno no hace más que
darle vueltas sobre cómo podría deshacerse del alcalde, su gran rival político.
Todavía no sabe cómo va a conseguir que el Gobernador se cargue a Vives, pero
no desaprovecha ocasión para segarle la hierba debajo de los pies. Incluso
lleva tan adelantado su proyecto de sustituirle que, sin tener la más mínima
garantía de poder forzar su cese, ya ha comenzado a tejer la tela de araña con
la que envolver a su oponente. Uno de los primeros con los que habla sobre ello
es Benjamín Arbós. La conversación está llena de sinuosos sobreentendidos.
- Todos están de acuerdo, señor Benjamín, que fue una majadería
que le cesasen. Aseguran que en los pocos meses que estuvo al frente del
Ayuntamiento cambió el pueblo.
- Hombre, José Vicente, gracias, pero tampoco fue tanto. Hice lo
que pude y aquellos tiempos fueron muy duros, te lo aseguro.
- Ya lo supongo. ¿Y quién fue el inútil que le cesó? – a Gimeno le
han contado la historia del final de la guerra en el pueblo, pero se hace de
nuevas.
- Un alférez de complemento que fue comandante de la plaza desde
la liberación hasta la batalla del Ebro. Zarzalejo se llamaba y era un niñato
con la cabeza a pájaros. No sé por qué, pero tanto a Rodrigo como a mí nos
tenía sentenciados.
- Cometió la misma estupidez que la que han hecho ahora nombrando
a Vives. Que conste que le considero una buena persona y me llevo bien con él,
eso que quede claro, pero políticamente no da la talla.
- Posiblemente le falte mano izquierda.
- Y saber estar. No actúa como un político, sino como un
empresario, solo piensa hacer cosas. Se pasa el día hablando de aceras, calles
asfaltadas, quiere remozar el Ayuntamiento…, ah, y lo del agua corriente. ¡Cómo
si no hubiese obras más necesarias y urgentes!
- Hombre, lo del agua corriente no me parece mal. Es un indudable
adelanto.
- Por supuesto, lo que cuestiono es que fuera el momento más
indicado para llevarla a cabo. Había obras mucho más urgentes.
Benjamín está tentado de
preguntar cuáles, pero hace tiempo que descubrió el juego que se trae entre
manos José Vicente y no está dispuesto a dejarse manipular. Empieza a tener
años y las apetencias políticas hace mucho que dejaron de figurar entre sus
primeras opciones. De cualquier modo, no quiere indisponerse con Gimeno a quien
le adivina un espléndido futuro político y piensa en cómo dar una salida a la
charla sin que el novato jefe local lo tome como un desaire.
- Estoy totalmente de acuerdo. En los asuntos públicos el tiempo
es un factor importante. Y confesión por confesión: alguna vez se me pasó por
la cabeza volver a la política activa, pero los años no perdonan. Mi salud ya
no es la que era, he tenido dos amagos de angina de pecho y los médicos
insisten en que trabaje poco, descanse mucho y preocupaciones ni una. ¡Ya ves
qué panorama, cómo para volver a meterme en líos! De todas formas, atiende el
consejo de un viejo político ya prácticamente jubilado: no te obsesiones con
Vives, hay un tiempo para cada cosa. En vez de ello, deberías de marcarte dos
metas: ahondar y ampliar las relaciones con la gente de Valencia, que al fin y
a la postre son los que ponen y quitan, y en el pueblo hacer el mayor número de
favores posibles. Esas deben de ser tus dos bazas principales para que cuando
llegue el día, que sin duda llegará, en que te hayas de enfrentar con Paco
tengas las mejores cartas posibles. La paciencia en política es un arma
formidable para quien sabe emplearla.
- Gracias por sus consejos. Lo que no tengo claro es cuál sería la
mejor forma de que los de la Jefatura Provincial estén más satisfechos con mi
labor.
- Puedes empezar por lo que no hizo mi hermano, poner el resto de
delegaciones en marcha, tal y como has hecho con la Sección Femenina en la que,
por cierto, me han dicho que la hija de la señora Leo lo está haciendo muy
bien.
- No lo hace nada mal, no – asevera José Vicente mientras piensa
que Lolita quizás sea una eficaz camarada, pero también es una mujer fría,
antipática y arisca, igual es un marimacho de esos a los que no les gustan los
tíos.