Durante las fiestas de San Antonio, Lolita pasea con aire entre castizo y señorial por el centro del Rabal, su figura brilla como un faro en medio de la ocre mediocridad de sus acompañantes. Delante de la farmacia de José Sanchís, un hombre todavía joven, de reluciente calva, con gafas y bien vestido para lo que es usual en el pueblo, no la pierde de vista. Le gusta su pelo castaño, su cara suavemente redonda con un asomo de mofletes en sus mejillas cubiertas de diminutas pecas, su bien formada boca en la que unos labios gordezuelos parecen ser promesa de tiernos y cálidos besos. No es una belleza excepcional, pero tiene algo que te atrapa. Se fijó en ella el día anterior y, desde entonces, cada vez que la ve pasar no deja de seguirla con la mirada.
De la botica sale un
hombre avejentado, con poco pelo, fibroso y con más arrugas en su cara que un
mapa en relieve de los Cárpatos. Va vestido como un dandi de los años veinte y
muestra una serie de tics capaz de poner nervioso a un registrador de la
propiedad. Al verle, el hombre joven le pregunta:
- Tío, ¿quién es esa chica? La más alta y chic de las que van con
mantilla.
- Mmm..., es la hija de la señora Leo, María Dolores, pero todos
la llaman Lolita. Su madre tiene la tienda de modas que hay en esta misma
calle. Realmente, creo que es ella quien la regenta. Recuerdo que…
- Don José, ¿qué tal, cómo está? – un hombre vestido de pana
interrumpe al boticario.
- Hombre, Sebastián, precisamente quería verte. No sé si te dieron
mi recado.
- Me lo dieron, por eso he venido y me he permitido molestarle
hablando como está con este señor. Si lo prefiere, vuelvo en otro momento.
- De ninguna manera, es de confianza. Te presento a mi sobrino Enrique,
es hijo de mi hermana Claudia. Este es mi mediero, Sebastián, el que me lleva
los huertos. Enrique está terminando la carrera de farmacéutico.
- Mucho gusto don Enrique. Así que va para boticario como su tío,
buen oficio ese, mejor que el de labrador.
Don José le cuenta al
mediero que su sobrino, al que solo le faltan un par de asignaturas para
terminar la carrera, está haciendo prácticas porque tiene la intención de
traspasarle la farmacia en cuanto se jubile.
La joven que ha
impresionado al sobrino del boticario está pasando su particular vía crucis. Lolita
después de meses en que los lagrimales se le han secado de tanto llorar, tras
muchos rezos al Cristo del Calvario y hasta a Santa Rita de Casia, patrona de
las causas imposibles, ha resuelto dejar de compadecerse y cambiar de actitud.
Como mil veces le han repetido, tanto su madre como sus amigas, no será la
primera ni la última que rompa con el novio. Sabe que es así, pero le resulta
difícil explicar a los demás que los sentimientos no tienen por qué ser
razonables. Ha querido a Rafael, y pese a todo le sigue queriendo con toda su
alma. Ha sido su primer y único amor. El hombre al que se lo dio todo, con el
que soñaba, reía, gozaba y la hacía sentir la mujer más feliz del mundo. Cuando
se da cuenta de que piensa en pasado, las lágrimas vuelven a deslizarse por sus
mejillas, pero es un llanto silencioso y calmo. Sabe que la cicatriz que la
ruptura ha causado en su alma no se borrará jamás, pero seguir sintiendo
lástima de sí no le ayudará ni conseguirá que Rafa vuelva a su lado. Tiene que
ser valiente. Sus amigas insisten en que le queda toda una vida por delante y
que lo que sobran son hombres.
Lo del pasado verano fue
la gota que hizo rebosar el vaso de su paciencia y de su orgullo. Rafael había
llegado al pueblo a finales de junio y hasta el tres de julio, recuerda muy
bien la fecha, no fue a buscarla. Se mostró tan pancho, como si hubiesen estado
de cháchara el día anterior, hasta saludó a su madre como si nada. Cuando se
quedaron solos la trató como si fuera una perdida, como supone que los hombres
deben de tratar a las… putas. Después de comérsela a besos y acariciar todo su cuerpo,
la obligó a ponerse de rodillas ante él y lo que le pidió que hiciera era… tan
repugnante que solo de pensarlo le dan arcadas. Algo se rompió dentro de ella,
ese no era el hombre al que se había entregado, al que quería más que a su
vida, al que estaba dispuesta a seguir hasta el fin del mundo. No sabe de dónde
sacó el coraje, pero le echó de casa y le pidió que no se le ocurriera volver a
poner los pies en ella, que para él como si estuviera muerta. Suelta el enésimo
suspiro de la tarde. Se echa un poco de agua fría en la cara y se obliga a
pensar como una mujer adulta, como lo que es. No puede seguir suspirando por un
hombre que la trata como a una golfa y que solo busca en ella el sexo más
aborrecible y vicioso. Se acabaron los lamentos y los lloros, se terminaron los
rezos, ha de finalizar la reclusión que ella mismo se ha impuesto, para eso
mejor sería meterse monja de clausura y sabe perfectamente que no tiene ni
pizca de vocación religiosa. Como se ha dicho en tantas ocasiones: de mañana no
pasa que he de comenzar una nueva vida. Está firmemente dispuesta a que esta
vez sea verdad. Lo primero será buscar otras maneras de emplear el mucho tiempo
en el que está ociosa.
Camila Tena está sentada
en la mesa camilla removiendo el brasero ya que, por mucho que los senillenses se
jacten en sostener lo contrario, hay muchos días en invierno que hace frío. Su
rostro se distiende en una sonrisa al ver quien viene a visitarla.
- Lolita, hija, que agradable sorpresa. Pasa y siéntate. Cuanto
tiempo sin saber de ti.
- Por eso he venido a verte, porque hace tiempo que no hablamos. Y
me he dicho voy a ver cómo está Camila. Y lo más importante, preguntarte como
llevas el embarazo.
- Lo llevo muy bien. Hasta ahora no he tenido más que las
molestias normales. Todo eso que dicen de antojos y de esas historias de
embarazadas, nada de nada. Para mí que son cuentos chinos. Para ser el primero
lo llevo francamente bien – reitera.
- Verás, Camila, últimamente he estado poco sociable,
prácticamente no salía de casa y me he dicho que sería bueno volver a… - no
encuentra las palabras que den forma precisa a lo que quiere explicar – a
llevar una vida normal. Creo que todavía puedo hacer muchas cosas y he pensado
en aquello que me dijiste de la Sección Femenina. ¿Todavía sigue en pie la
oferta o ya habéis encontrado otra persona?
- Me encanta oír esas palabras, Lolita – da la impresión de que la
alegría de Camila es sincera -. No, no hemos pensado en otra persona. Le pedí
al nuevo jefe que, hasta que tú no dieras una respuesta, mantuviera el puesto
libre y ha cumplido su palabra. No parece mal chico José Vicente. ¿Le conoces?,
¿sí? Yo no le había tratado hasta ahora, pero me ha producido buena impresión.
Es educado, amable y hasta tiene buena facha. Pero de ti para mí, del ideario
falangista sabe muy poco, aquí no han debido darse cuenta porque son un hatajo
de paletos indocumentados, pero a los que hemos leído los textos de El Ausente
no se nos engaña fácilmente – afirma Camila.
- Entonces, ya me dirás cuál es el siguiente paso a dar.
- Ir a hablar con Gimeno... Espera, haré algo mejor: invitaré a
José Vicente una tarde de éstas a tomar café y así podréis hablar con
tranquilidad. Y da por descontado que si no te parece bien lo que te proponga o
posteriormente no te encuentras a gusto con la tarea la dejas, y aquí paz y
después gloria.
Lolita está tan decidida
a cambiar de modo de vida que ni siquiera le importa tener que trabajar a las
órdenes de Gimeno de quien no tiene, precisamente, muy buena opinión. Se dice
que solo le verá de Pascuas a Ramos y que, por tanto, no la va a importunar
demasiado. De todos modos, en su primera entrevista quiere dejar las cosas
claras.
- Si vamos trabajar juntos antes quisiera puntualizar unas cuantas
cosas. Lo primero es que entre usted…
- Perdona que te corte, Lolita, pero si vamos a colaborar en una
obra falangista como la Sección Femenina nadie entenderá que me trates de
usted. Sabes perfectamente que el tuteo forma parte de nuestro estilo. Por
consiguiente, dime lo que quieras, pero de tú, por favor.
- Bien, de tú. Tienes que saber que mi colaboración se ceñirá
estrictamente a los asuntos de la delegación. Fuera de ella no habrá ninguna
relación entre nosotros, salvo la que imponga la obligada cortesía. Lo cual
supone que se acabaron tus visitas al Calvario cuando yo esté allí o que acudas
a mi tienda con cualquier excusa. ¿Queda claro?
- Claro como el agua clara. ¿Qué más quieres puntualizar?
Lolita esperaba otro tipo
de reacción de Gimeno. Le considera un hombre correcto, pero inseguro y más
bien mediocre, un tiralevitas más para la corte de los Arbós, y en lo que atañe
a ella un moscardón inoportuno, molesto y pesado. Sin embargo, la fría
naturalidad con la que parece haber aceptado su posicionamiento la ha
descolocado.
- Mmm…, de momento lo que he dicho – parece que se le han olvidado
otras cuestiones a puntualizar.
- Por mi parte – ahora es el turno de Gimeno - solo quiero añadir
dos cosas. Una es que tienes carta blanca para llevar la delegación de la forma
que creas más pertinente. Para allanar tu comienzo le he pedido a Camila que te
ayude en las primeras semanas. La otra es darte las gracias por aceptar el
envite y decirte que estoy absolutamente convencido de que harás un gran papel.
De ese modo, más bien
frío y aséptico, comienza la andadura de Lolita Sales como nueva delegada de la
Sección Femenina de Senillar.