Como marca la tradición, el baile lo ha abierto la reina que este año, en recompensa a la generosa aportación al evento de su familia, es Maribel Altava. Al son de un vals de Strauss interpretado por una orquestina local, la reina por una noche y el presidente de la comisión han dado unas cuantas vueltas sobre la improvisada pista. Después los demás debutantes se han apresurado a secundarles.
Acodadas en una esquina del tablero montado sobre caballetes, que hace
las veces de barra, Beatriz Villangómez y Carmen Ribes, que son las encargadas
de capitanear a los chicos que ponen copas, contemplan las evoluciones de las
parejas. Ambas, pese a su juventud, pertenecen al segmento femenino que ya no
está en la primera fila del flirteo. Beatriz aprobó el año anterior las oposiciones
al Cuerpo del Magisterio Nacional y Carmen acaba de obtener plaza de enfermera
en el hospital clínico de Valencia. Han bailado con algunos amigos, pero la
mayor parte del tiempo lo que han hecho ha sido fisgar y criticar a todos
cuantos se han puesto a tiro, especialmente a las jovencitas debutantes.
- Por ahí va Marisa, ¿quién diablos le habrá
aconsejado que se ponga semejante vestido con el caderamen que se gasta? Parece
una mesa camilla, pero la que se lleva el premio a la mayor hortera de la noche
es...
- Matilde Puig – completa Beatriz -. ¿Será
posible que crea que ese horrible vestido le sienta bien? ¿Y por qué tantas
orquídeas? Con lo bonitas que son y a ella le sientan como un par de pistolas a
un santocristo.
- ¿Qué te parece cómo va la reina de la noche?
- Ni fu ni fa. Maribel juega con la ventaja
de que, como tiene buen tipo, cualquier cosa que se ponga le sienta bien, pero
va demasiado recargada de volantes y perifollos.
- ¿Esa no es Aurorita la Barquera? – señala
Beatriz.
- La misma y, lo que son las cosas, con la
fama que tiene su madre de bastorra, va vestida con bastante gusto y lleva unos
zapatos monísimos. Aunque para gusto el de tu futura cuñadita, lleva un traje
precioso y sabe lucirlo. Observa a tu hermano, se le cae la baba mirándola.
- Natural, está prendado de ella hasta las
cachas.
- Por ahí va una que también se come a su
pareja: Julita Piñol. En cambio, él no parece feliz. Y es una pena, merece
serlo. Miguelito es un gran chico, pero no baila con quien quisiera. A veces
pienso que el amor termina complicándolo todo.
Alguien
llama a Carmen. Cuando vuelve, Beatriz le musita:
- Oye, hay un forastero que lleva rato sin
quitarnos ojo de encima, ¿no es el nuevo veterinario? Mira con disimulo, a tu
espalda y a la izquierda.
Carmen se gira y, sin cortarse un pelo, mira en la dirección señalada.
- Sí, el mismo en carne mortal.
- ¿Cómo se llama? – quiere saber Beatriz.
- Alfonso Grau no sé qué más. Tiene buena
planta, ¿verdad? Todas las casaderas del pueblo van detrás de él como gatas en
celo. Le han invitado a un montón de guateques y reuniones, pero no ha aceptado
ninguna. Al parecer tiene novia en Valencia.
- Lola Sales me habló de él y me dijo que me
lo presentaría, ya sabes lo casamentera que es, pero hasta el momento no se
presentó la ocasión. Y te doy la razón, no está nada mal el mozo.
- ¿Cómo que nada mal? Está para comérselo a
bocaditos y no dejar ni la cáscara.
Beatriz ha cruzado un par de veces su mirada con la del veterinario,
cuando percibe que se dirige derechito a ellas. Cuchichea:
- Disimula, Carmen, se está acercando.
- ¿Quién se…? – antes de que Carmen pueda
concluir la pregunta la interrumpe la llegada de Alfonso Grau.
- Hola, ¿cómo están señoritas? – y pasando
sin más al tuteo, Grau añade -, ¿me permitís invitaros a una copa?
- ¿Por qué no? – Carmen se pone tras la barra
- ¿Qué quieres tomar y, por cierto, cómo sabes que somos señoritas?
- Te contesto por orden: tomaré un cubalibre
de ron. ¿Y por qué he deducido que sois señoritas? Fácil: si dos mujeres tan
encantadoras como vosotras estuviesen casadas o comprometidas tendrían al lado
a sus respectivos consortes o parejas vigilantes como halcones. Al menos, eso
es lo que haría yo si tuviera la fortuna de ocupar ese lugar.
- ¿Seguro qué es el primer cubalibre que
tomas? – pregunta Carmen con una sonrisa en los labios.
- Palabra de honor. No necesito de la ayuda
del alcohol para proclamar, urbi et orbe,
que acabó de descubrir las dos perlas más lindas del baile – afirma Alfonso,
impostando la voz.
- ¿Tú debes de ser de ciudad, verdad? – le
interpela Beatriz.
- ¡Aleluya! Ya me estaba temiendo que fueras
mudita. ¿Cómo lo has descubierto?
- Porque los pueblerinos nunca vamos tan
rápidos en los primeros contactos, solemos emplear un tempo más piano.
- Una señorita que, además de preciosa, sabe
utilizar correctamente un italianismo puede ser cualquier cosa menos pueblerina
– Una agradable sonrisa acompaña a su comentario.
Beatriz le devuelve la sonrisa. De pronto el desangelado local parece haberse
transformado en un lugar mucho más alegre.
- ¿Y qué se te ha perdido por aquí? – le
interpela Carmen.
- He venido para quedar bien con mis amigos,
los boticarios del lugar y, sobre todo, con mi barbero que es quién me desveló
los secretos de este sarao.
- O sea, que estás aquí de mirón como
nosotras – puntualiza Beatriz.
- Si he de ser sincero, tengo que decir que
lo estaba. He dejado de estarlo en el momento en que os he descubierto. Si me
permitís, creo que es momento de presentarme como es debido: Alfonso Grau,
natural de Valencia y vecino por el momento de Senillar.
- Carmen Ribes, natural y vecina del lugar y
Beatriz Villangómez, natural de Covaleda y actualmente vecina de Ademuz.
- ¿Entonces no vives aquí? – pregunta
Alfonso, dirigiéndose a Beatriz, y sin poder evitar un leve tono de desilusión.
- Soy maestra y tengo la escuela en Ademuz –
explica Beatriz que se apresura a puntualizar -. Mi familia sí vive aquí, por eso
paso las vacaciones en el pueblo.
- En cualquier caso, me reafirmo en lo dicho:
sois las más encantadoras de la fiesta.
A
Carmen no le cabe ninguna duda: aunque el joven utiliza galantemente el plural
al referirse a ellas, es consciente de que toda la palabrería va dedicada a su
amiga. Solo basta ver como la mira. Y decide que ha llegado el momento de hacer
mutis.
- Me disculparéis, pero tengo que dejaros.
Mis deberes como cantinera mayor me reclaman. Ah, una puntualización, Alfonso.
Te quedas con la mujer más encantadora y, en mi opinión, la más sexy del baile
que, además, da la casualidad que es mi mejor amiga. Como no te comportes con
ella como un auténtico caballero me apareceré en tus sueños y los convertiré en
pesadillas – Y acompaña la frase con un asomo de sonrisa.
- Tienes mi palabra de caballero que el buen
nombre y la honra de esta doncella están a salvo conmigo. Si así no lo hiciera
– y Alfonso levanta teatralmente su mano derecha –, que el Señor me lo demande.
Al
quedarse solos, Beatriz se apresura a comentar:
- No le hagas mucho caso a Carmen, es la
ironía personificada.
- La ironía solo la saben emplear las
personas inteligentes – acota Alfonso -. Y esa clase de personas suelen temer
amigos que también lo son.
- Esa regla debe de tener excepciones, yo soy
una de ellas.
- Los modestos también suelen ser
inteligentes.
- Entonces casi no debe de haber tontos,
¿dónde se deben meter?
- Ahí – Alfonso señala la pista de baile –
seguro que hay más de uno.
- Has de saber que uno de los tontos que está
bailando es mi hermano pequeño.
- Tocado – admite Alfonso, sin inmutarse -,
pero debo añadir que la regla que me acabo de inventar también tiene sus
excepciones.
- Tienes salida para todo, deberías ser
abogado. Me rindo.
- No intento derrotarte sino desplegar todos
mis encantos para seducirte – Y como el verbo no le parece el más adecuado, se
apresura a añadir -. Honorablemente, se entiende. Pero estoy de acuerdo
contigo, basta de juegos verbales. ¿Bailamos?
Beatriz ni tiene tiempo de aceptar la invitación cuando Alfonso ya la
estrecha entre sus brazos. La circunstancial pista de baile se ha transformado,
de pronto, en un paraíso para la danza. ¿Flechazo?