La pregunta de Julio acerca de cómo Consuelo
piensa guardar su ausencia mientras esté en el ejército pilla a contramano a la
joven, pero solo unos segundos porque es algo en lo que ha pensado en más de
una ocasión. Sabe perfectamente que lo de guardar la ausencia -ser fiel a la
persona querida que se encuentra lejos- es una costumbre muy arraigada en los
pueblos pequeños. Y aunque Malpartida, que dos años antes había registrado una
población de hecho de 4.659 habitantes, no puede ser considerado como tal, tampoco
es lo suficientemente grande como para que no trascendiera enseguida que tal o
cual moza no le era fiel a su novio mientras este cumplía el servicio militar.
Sabe igualmente que la costumbre, en un sociedad en la que prevalecen los
criterios masculinos, atañe más a las mujeres que a los hombres, convierte de
hecho a las novias de los soldados, o de aquellos que se van del pueblo por
otros motivos, en una suerte de prematuras viudas, porque no está bien visto
que una moza que tiene novio goce de la misma libertad de movimientos que una
joven que no está comprometida. La verdad es que lo que significa guardar la
ausencia no le hace ninguna gracia por lo que supone de restricción en todos
los sentidos, pero es consciente de la fuerza que tiene la añeja tradición.
-¿Por qué lo preguntas?
-Porque, si te he de ser sincero, algo
preocupado sí que estoy. Sé lo mucho que me quieres y tengo plena confianza en
ti, pero va a ser mucho tiempo sin vernos, sin poder hablar, sin que tengas a
alguien que te saque a pasear, a divertirte… Y como tendrás menos
distracciones, ¿quién me asegura que no terminarás aburriéndote?
La joven vacila en si ofenderse o rebatir las
dudas de su novio. Opta por lo último. Jura y perjura que eso nunca ocurrirá
por mucho tiempo que estén separados. Y para calmar al muchacho le propone algo
que guardaba en la recámara por si la cuestión de guardar la ausencia aparecía
en sus conversaciones.
-El vicario de mi parroquia nos contó que un
voto es una promesa solemne que hacemos a Dios. Si te parece,
podríamos hacer un voto solemne de que ambos guardaremos la ausencia del otro,
pase lo que pase. Y para dar mayor realce a la promesa la podríamos hacer en
una iglesia, una ermita o en algún santuario. ¿Qué te parece?
-Me parece una idea
maravillosa, solo a ti se te podía haber ocurrido. ¿Dónde podríamos hacerlo que
no hubiera demasiados mirones?, porque debería ser una ceremonia íntima.
-Se me ocurre que un sitio
ideal es la ermita de Nuestra Señora de la Luz que, como está apartada, no
suele tener muchos visitantes.
-¿Se puede ir cualquier día y
a cualquier hora?
-Generalmente está cerrada,
pero la tía Rosario de Blas tiene una llave. La conozco y si le pido que me la
presté me la dejará.
Así lo acuerdan los novios.
Harán un voto solemne ante la Virgen de la Luz, patrona de Malpartida, de que
ambos guardarán la ausencia del otro, ocurra lo que ocurra. Y para completar el
voto describen lo que comportará el mismo. Consuelo no dejará que ningún mozo
se le acerque y, mucho menos, que la corteje. Cuando salga de casa procurará
hacerlo siempre en compañía de uno de sus hermanos, alguna de sus primas o de
sus amigas. Saldrá a por agua solo cuando sea necesario y pocas veces a pasear,
y cuando lo haga irá al menos con dos amigas entre las cuales se colocará y así
evitará que algún malasombra se le ponga al lado. No participará en festejos ni
diversiones, sean las fiestas del pueblo, la feria o lo que fuere. En el
supuesto de que su madre intente que escuche los requerimientos de algún
pretendiente se opondrá a ello con todas sus fuerzas. Y si la situación llegara
a un extremo insoportable, amenazará a su madre con que se marchará y se pondrá
a servir en alguna casa del pueblo o de fuera. A su vez, Julio enumera los
detalles de en qué consistirá para él guardar la ausencia. No se acercará ni
cortejará a ninguna chica, ni siquiera piropeará a moza alguna. Solo tendrá
amigos varones, seguramente los del cuartel en el que le toque. Cuando sea la
hora de paseo irá con otros compañeros y nunca con mujeres. Si hubiera algún
baile o alguna diversión en la que participen mujeres se abstendrá de ir. Y si
le presentaran otras mozas, sea por la causa que fuere, lo primero que les dirá
es que tiene novia formal, para casarse con ella.
Zanjado el siempre espinoso asunto de cómo guardar
la ausencia, los novios dialogan sobre otra cuestión muy importante en
separaciones tan prolongadas como la que les aguarda: la correspondencia.
-¿Cómo haremos lo de escribirnos? –plantea
el joven quinto.
-Descuida, te voy a escribir diariamente y
si algún día fallo es porque no habré tenido ocasión de hacerlo, pero te lo
compensaré en la carta siguiente.
-Seré el guripa más afortunado de todas las
Baleares por tener la novia que tengo.
-¿Qué quiere decir guripa?
-Es otra manera de decir soldado raso.
-¿Y tú cuándo me escribirás?
-También diariamente y cuando pueda dos
veces al día –alardea Julio.
-¡Hala, fanfarrón!, conque me escribas una
al día me conformo y si alguna vez no puedes lo entenderé, no te preocupes –de
pronto, Consuelo se queda cavilosa-. Estoy pensando que a lo peor mi madre
intercepta tus cartas, es capaz de todo.
-Después de la conversación de la otra noche
también yo lo he pensado, no creas.
El muchacho se queda cavilando hasta que se
le ilumina la cara, ha encontrado una posible solución.
-Se me acaba de ocurrir algo. Si en digamos
una semana no has recibido cartas mías lo más probable es que tu madre se haya
quedado con ellas. Entonces lo que debes hacer será buscar a alguien que las
reciba en tu nombre. Y luego escribirme dándome la dirección a las que mandar
mis cartas en adelante. Además, eso tendrá otra virtud: al ver tu madre que no
recibes correo pensará que hemos roto y dejará de darte la lata.
-¡Qué listo que eres, cariño!, solo a ti se
te podía ocurrir una idea así. Y para completar tu ocurrencia, ¿por qué no
buscamos ya mismo esa otra dirección a la que remitir tus cartas si ocurre lo
que nos tememos? Lo digo porque así nos adelantamos a las posibles artimañas de
mi señora madre.
-¿Qué te parece si las mando a casa de
Argimiro? –pregunta Julio.
-No me gustaría que la tía Martirio pudiera
leer tus cartas, es un poco chismosa.
-Tranquila, que eso no va ocurrir. Primero,
porque la tía Martirio no las va a leer, es analfabeta, y segundo porque ya
tengo pensado cómo hacerlo, las envíe donde sea. Mandaré mis cartas en un sobre
grande a nombre de quien acordemos y, dentro, en un sobre más chico y cerrado,
pondré: para entregarlo a Consuelo Manzano en propia mano. Así nadie podrá
leerlas.
-Lo dicho, eres más listo que el señor
notario, piensas en todo. Déjame pensarlo y ya te diré una dirección segura
para enviar la correspondencia.
Aquella noche, cuando la señora Soledad se
acuesta, los hermanos Manzano atienden la pregunta de su hermana mayor, con la
que están siempre a partir un piñón, de adonde podría Julio enviar sus cartas
para que madre no las intercepte. Hay propuestas de toda clase hasta que la voz
aniñada de la más pequeña sugiere:
-¿Y por qué no a casa de Carolina?, es tu
mejor amiga.
-¡Claro, Carolina!, ¿cómo no se me habrá
ocurrido? Gracias, Julina, eres la más lista de todos –y cogiendo a su
hermanita en brazos le estampa un sonoro beso.
El mes de febrero se les pasa a los novios
como un suspiro y llega el revoltoso marzo. El día cinco, primer domingo del
mes, es la fecha en la que han acordado los enamorados hacer su voto solemne de
guardar la ausencia. Consuelo pidió la llave de la ermita a la tía Rosario de
Blas. Por la tarde, momento en que no suele haber fieles, los novios se acercan
a la ermita acompañados de Carolina y Argimiro que harán de testigos de la
solemne promesa. Delante de la Virgen de la Luz, patrona del pueblo, los
novios, vestidos con sus mejores galas, se arrodillan ante la imagen y,
cogiéndose de las manos y mirándose a los ojos, enuncian en alta voz el voto
que, previamente, han escrito al alimón. Han optado por leerlo porque les ha
salido algo largo como para poder memorizarlo bien. El joven mañego es quien
primero lee la promesa, que no deja de ser más que un plagio descarado de la
fórmula del consentimiento canónico en la ceremonia de esponsales.
-Yo, Julio Carreño Lahoz, arrodillado ante
Nuestra Señora de la Luz, y poniéndola como testigo, juro que guardaré la
ausencia de mi novia, Consuelo Manzano Barrado, mientras esté en el ejército o
me encontrare lejos de donde ella estuviere. Prometo serle fiel en la
prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y
respetarla todos los días de mi vida.
A continuación es la joven chinata quien,
con voz trémula por la emoción, lee su promesa.
-Yo, Consuelo Manzano Barrado, arrodillada
ante Nuestra Señora de la Luz, y poniéndola como testigo, juro que guardaré la
ausencia de mi novio, Julio Carreño Lahoz, mientras esté en el ejército o se
encontrare lejos de donde yo estuviere. Prometo serle fiel en la prosperidad y
en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarle y respetarle todos
los días de mi vida.
Terminada la ceremonia, los novios se
levantan y cogidos de las manos abandonan la capilla, no sin antes haber
depositado un ramo de flores silvestres a los pies de la Virgen. A la salida
reciben las felicitaciones de Carolina y Argimiro que, también muy emocionados,
han seguido con devota y sentida atención la ceremonia. Tras lo cual se apartan
de los novios, que están ansiosos por quedarse a solas. La pareja sigue cogida
de las manos y mirándose a los ojos. Consuelo está tan conmovida como si en
lugar de la promesa se hubieran casado, y una solitaria lágrima zigzaguea
mejilla abajo. El joven mañego solo tiene ojos para su amada. Lentamente, con
infinita ternura van juntando sus caras hasta que sus labios se rozan. Un
espasmo nervioso sacude sus cuerpos al entrelazarse por primera vez sus
lenguas. Cuando se separan, Julio piensa: ya hemos hecho la promesa, ¿y ahora
qué?