El autobús se ha llenado hasta rebasar cumplidamente su aforo. Está prohibido que vayan pasajeros de pie, pero debe de ser una norma que, como tantas otras, no se cumple. La mayoría de los estudiantes van de pie en el estrecho pasillo existente entre las dos filas de butacas. Han dejado que se sienten los mayores. Es una mezcla de cortesía y prepotencia juvenil. Ellos no van a cansarse por estar hora y media de pie, tiempo que dura el trayecto. Al llegar a Valencia los estudiantes se desperdigan en dirección al centro docente donde cada uno estudia. Los chicos no volverán a juntarse hasta el viernes por la tarde en que volverán al pueblo. Y así, una semana tras otra, rutina solo interrumpida por los puentes, fiestas y vacaciones que vienen señalados en el calendario escolar y que los estudiantes se lo conocen de memoria.
Las
fiestas más señaladas, y por ende fechas de asueto del primer trimestre, son el
Día de la Raza (así llamado por el Régimen el doce de octubre), Todos Santos,
la Purísima y enseguida vienen las añoradas vacaciones navideñas. El segundo
trimestre del curso es el más largo, pero hacia su final llega una auténtica
vorágine de fiestas: suelen comenzar por las de San José, en el mes de marzo, y
que duran una semana al menos; período en el que se plantan en la ciudad de Valencia
las mundialmente célebres fallas. Sorprendentemente, aunque algunos estudiantes
llevan varios años en la capital, ninguno ha sentido la curiosidad de quedarse
a disfrutar las fiestas falleras. No conocen la plantà, ni han participado
en l´ofrena, ni han visto la nit de la cremà (*). Su vida está centrada en el pueblo y todo lo
demás les importa poco. Apenas pasan los festejos del segundo trimestre, el
tercero se va en un suspiro, rápidamente llegan los exámenes de fin de curso y
antes de que acabe junio ya vuelven a estar todos en casa. A disfrutar del
siempre prometedor verano y a olvidarse de los libros, salvo que haya quedado
alguna asignatura pendiente para septiembre.
De los que viajan en el coche de línea,
Miguel Vinuesa es uno de los más contentos. Los lunes para él son un día
marcado con piedra blanca, volverá a tener a su lado, aunque solo sea algo más
de una horita, a la niña de sus ojos. Está perdidamente enamorado de Maribel Betoret.
No va a ser empresa fácil conquistarla, pero es de los que se crece ante las
dificultades. Hasta el pasado verano no se había atrevido a decirle a la
muchacha lo mucho que le gustaba. Una charla que mantuvo con Beatriz
Villangómez fue el acicate que le impulsó a hacerlo.
- Me parece Miguelito que estás colado por
Maribel.
Miguel se esfuerza para que no se le note demasiado el rubor que
enciende sus mejillas. ¿Cómo se habrá enterado esta metomentodo? Trata de
disimular:
- Qué imaginación tienes, Beatriz. ¿De dónde
sacas qué me gusta?
- Porque cuando la miras pones ojitos de
cordero degollado. Si no quieres que todos se enteren debes de ser más
discreto.
Descubierto su secreto, Miguel le cuenta sus sentimientos. Beatriz es
algo así como la hermana mayor de todos los estudiantes del pueblo, no solo
tiene más edad y es la única que ha concluido los estudios, también es majísima
y siempre está dispuesta para dar un consejo o hacer un favor.
- Creí que no se me notaba. La verdad es que
me gusta mucho.
- No me extraña, es una niña preciosa y en
pocos años se convertirá en una mujer de bandera, aunque me da la impresión de
que le falta carácter. De todos modos, va a tener gancho y sus padres tienen
fama de estar forrados. Me temo que tendrás muchos rivales.
- Ya conozco algunos, pero no me dan miedo.
- ¿Eso quiere decir que te corresponde?
- No lo sé.
- No me digas que no le has dicho nada – y al
ver el gesto negativo del muchacho, pregunta -. ¿Ni siquiera se lo has
insinuado? ¿No? Miguelito, me decepcionas, te hacía mucho más resuelto. Con lo
atrevido que eres con la pelota en los pies y una cría que no es más que un
alevín de mujer te echa para atrás.
- Entonces, ¿qué crees que debería hacer?
Antes de contestarle, Beatriz recuerda una conversación que mantuvo con
su amiga Lolita, por quien siente gran cariño y admiración, y a la que
frecuentemente hace partícipe de sus cuitas sentimentales. Lo que responde a
Miguelito es algo que, en su momento, le oyó contar a su amiga sobre una situación
parecida:
- Hablarle, contarle lo que sientes por ella,
pero de manera…, no sé cómo decirlo, suave, delicada, con cuidado. Ten en
cuenta que es todavía muy niña y no sé si está preparada para reconocer sus
propios sentimientos. Lo que quiero decir es que más que ser crudamente sincero
al hablarle de lo que sientes, deberías de sugerirlo, de insinuarlo.
Miguel
tomó buena nota del consejo de Beatriz y, en las fiestas de agosto, le insinuó
a la muchacha lo mucho que le gustaba y que aspiraba a ser algo más que un
amigo. Ella no le contestó, se limitó a sonreír, a mirarle con sus claros
ojazos y a callarse. La jovencita es demasiado sumisa para alentar cualquier
acercamiento de un chico sin que sus padres le hayan dado su visto bueno. Pese
a la falta de respuesta no desiste en su empeño porque, realmente, ella no le
rechazó. Aunque hay algunas cosas que le preocupan, una de ellas es que hay
otros chicos que andan tras ella. Conoce al menos dos y quizá no sean los
únicos rivales, puede haber más. Lo descubrió un día en el autobús donde dos
comadres, sentadas en los asientos delante del que él ocupaba, mantenían un
diálogo en el que salió a relucir la chica de los Betoret.
- ¿También vas al mercado, Josefa?
- No, voy al oculista. Don Manuel dice que se
me está formando una catarata. Oye, ¿esa chicuela de ahí no es la de Betoret,
el del molino de aceite de la calle Loreto?
- Sí y ¿sabes qué he oído comentar? Que
envían a su hija a Valencia a estudiar con las monjas.
- Te han informado bien. Desde el año pasado
está interna en un colegio de la capital. Bueno, de lunes a viernes, los fines
de semana los pasa aquí.
- Y con el fortunón que va a heredar esa
chiquilla, ¿para qué necesita estudiar, se puede saber? Es hija única y, solo
con lo que ganan en la almazara y con la naranja, a los Betoret no los cuelgan
por menos de treinta millones o posiblemente más.
- Se comenta que quieren darle una mano de
buenos modales para que, si se tercia, pueda casarse con un señorito.
-
Eso me parece una bobada. Esa chiquita es uno de los mejores partidos del
pueblo y le van a sobrar pretendientes. No va a tener ninguna necesidad de
aprender las cuatro cursilerías que puedan enseñarle las monjas. Lo que tiene
que hacer su madre es educarla para que aprenda a llevar una casa y todo lo
demás le va a sobrar. Mejor harían empleando los cuartos que les van a sacar
las monjas en comprar otra finca.
Lo
que se desprende de la charla no ha dejado de preocupar a Miguel, pero sabe que
no debe arredrarse, está convencido de que su amor superará todos los
obstáculos y todos los contrincantes que se le pongan por delante. El chaval no
es estaría tan tranquilo si hubiese escuchado otro diálogo, el que en su día
mantuvieron Lolita y Beatriz. La última le contaba a su amiga y mentora las
pretensiones amorosas del joven Miguelito.
- … y está coladito por la niña de los
Betoret. Espero y deseo que le salga bien su empeño porque es un chico bien
majo, uno de los mejores.
- Sí es majo el chaval, pero no estoy tan
segura de que sus aspiraciones se cumplan. Como conozco bien a los Betoret te
adelanto que no van a ver esa unión con buenos ojos. Un maestro les va a
parecer poca cosa para su niña.
- Ya estamos con aquello de que pasas más
hambre que un maestro de escuela. ¡Eso era en el siglo pasado! – exclama
Beatriz un tanto molesta. Ella también es maestra.
- No es por los dineros, sino porque si
Maribel se casara con Miguel tendría que irse adónde destinaran a su marido y
eso, casi seguro, no entra en los planes de los Betoret.
(*) La plantà
es el acto de erigir las fallas. La ofrena
es el ofrecimiento de ramos de flores a la Virgen de los Desamparados,
patrona de Valencia. La nit de la cremà es
la noche (del 19 de marzo) en la que se queman las fallas.