Tras el violento
estallido de rabia que ha tenido Lolita porque su madre le ha dicho al joven boticario
que los pañuelos que le han regalado se los bordó su hija, la joven se marcha de
la sala dando un portazo al salir.
La señora Leo piensa que peor no hubiera
podido salir el encuentro. Porque María Dolores se está convirtiendo en una
resentida. Por mucho que quiera a su hija tiene que reconocerlo. De todas
formas, sigue pensando, no está todo perdido, porque o mucho se equivoca o ha
creído ver en el farmacéutico un cierto interés por su hija. Habrá que darle
tiempo al tiempo y quizá María Dolores termine cambiando de
comportamiento.
Para olvidarse del berrinche que acaba de pasar, Lolita se va a ver a Fina que está llevando lo mejor que puede su tercer embarazo. Pasa con mimo la mano por encima del prominente viente de su amiga.
- ¿Cómo estás?
- Como voy a estar, fatal. Casi de siete meses y encima los dos críos, el trabajo de casa y hasta hace cuatro días ayudando a Herminio en el campo. Esto no es vida. Cada vez me das más envidia.
- ¿Envidia?, no sé de qué. Tienes dos hijos preciosos, un marido que es un buen mozo... ¿Y yo qué tengo, me lo quieres decir? Nada, no tengo nada.
- Porque no quieres, que a más de un pretendiente lo largaste con viento fresco. Y sí, es verdad, tengo dos hijos preciosos y a los que quiero más que a mi vida, pero que dan mucha guerra. Y un marido que tiene muy buena planta, pero que va a su aire. Y olvidaste que además tengo una suegra que también tiene lo suyo. Po tener no me puedo quejar, pero algo de eso te lo paso cuando quieras.
La joven piensa cuanto ha cambiado Fina desde que se casó. ¿Dónde está aquella jovencita que estallaba de gozo porque era la envidia de todas las amigas?, ¿qué se hizo de aquella muchacha henchida de felicidad porque iba a casarse con un chico que había peleado lo indecible para que sus padres la aceptaran? Aunque era consciente de que su amiga cometió un error: aceptar quedarse a vivir con los padres de su marido, pues con eso de que era hijo único no les iba a dejar solos. Como en una casa solo puede haber una señora, Fina ha terminado convirtiéndose en una especie de criada de su suegra, que le repite continuamente que cuando falten todo será para ellos, pero mientras tanto... Puesto que los Folch, así se apellida la familia, de contratar braceros solo los precisos, los padres y Herminio salen diariamente a trabajar al campo y Fina tiene que bregar con una casa inmensa, dar de comer a los animales domésticos, cuidar de los críos…, no para. Y así le luce y por eso se queja, la verdad es que con bastante razón. -
- Por cierto, te voy a contar un cotilleo que igual no conoces. ¿Sabes quiénes van detrás del sobrino de don José a ver si lo cazan? - pregunta Fina con una sonrisa picaresca.
- Lo que le pueda pasar al botarate ese ni me importa ni me interesa - es la desabrida respuesta de Lolita.
- O sea, que no lo sabes. Pues las hermanas Guillamón. Me lo contó Rosarito la Maicalles. Ya organizaron dos guateques en su casa con merendola incluída y al boticarito se lo rifan. Lo más divertido de todo es que, según la Maicalles, las tres hermanas han acordado que la que más pueda que se lo lleve y que es todo un espectáculo verlas como se deshacen en mieles. Lo chusco del caso es que parece que al marmacéutico ninguna le hace tilín y así andan de desesperadas las pobres.
- Me gustaría verlo por un agujero, las Guillamón tratando de conquistar al Peloplancha con lo sosaina que es, que parece un huevo sin sal.
- Pues tengo otro cotilleo más sabroso todavía - suelta Fina en plan misterioso.
- Hay que ver, Fina, lo cotilla que te has vuelto. Antes no eras así - le critica Lolita.
- ¿Y qué le voy a hacer? Cotillear es una de las pocas diversiones que me quedan. Como te iba diciendo, la última que me ha contado la Maicalles es que, visto el poco éxito de las Guillamón, las Beltranas van a organizar una merienda la próxima semana en su finca del camino de la estación y el invitado principal será el boticario. También han invitado al veterinario que, como tiene novia, les ha dicho que no cuenten con él. Tú siempre has sido muy amiga de la menor de las Beltranas, ¿no te ha
invitado?
- No me ha dicho nada, pero si me invita ten por seguro que no pienso ir.
La invitación de
las Beltranas llega puntual a casa de la señora Leo y a Lolita no le queda otra
que aceptar. Su madre se ha puesto pesadísima en que sería un feo espantoso no
aceptar el ofrecimiento de una familia a la que le une una antigua amistad. Hay
otro motivo aunque la muchacha no se atreve a reconocerlo, siente verdadera
curiosidad por ver cómo se comporta el boticario con las chicas revoloteando a
su alrededor, puede ser todo un espectáculo.
- Lolita, creo que ya conoces a don Enrique - Anamari, la mayor de las Beltranas hace las veces de infroductora de embajadores.
-Sí, ya nos conocemos.
- ¿Qué tal María Dolores, cómo sigue su señora madre?
- Mucho mejor don Enrique, la pomada le ha eliminado la mayor parte del eccema.
Pocas palabras más
han cruzado la joven y el farmacéutico que es objeto de toda clase de
atenciones por las otras muchachas que no cesan de parlotear con él. Lolita se
ha apartado un poco del grupo que, después de merendar, está jugando a las
prendas. Las muchachas sueltan risitas nerviosas cada vez que a una le toca
pagar prenda, las risas suben de tono cuando es al boticario a quien le toca.
Míralas, piensa la joven: ahí están todas como si tuvieran doce años,
pasándoselo bomba con un juego tan ñoño e infantil. Y el floripondio ese haciendo
el papel de reina madre. Que cosa más sosa de hombre, Dios mío. Mientras va
monologando se queda mirando un rosal trepador que cubre buena parte de un
lateral de la casa y trata de alcanzar una rosa temprana a la que no llega ni
poniéndose de puntillas.- ¿Me permite?
A su lado, sin que
le haya oído llegar, aparece Guerrero que alcanza la flor y se la ofrece. Lolita
no se había dado cuenta, hasta ese momento, de que el joven es bastante más
alto de lo que recordaba y ha alcanzado la rosa sin apenas despegar los pies
del suelo.
- Muchas gracias.
- Las que usted tiene, señorita - es la cursilona respuesta de Guerrero.
- ¿Qué le ha hecho gracia? - quiere saber el boticario al ver la sonrisa que ha distendido el rostro de la joven.
- Nada en concreto... Bueno, lo cierto es que su frase me ha recordado un diálogo de una comedia de Mihura.
- No sabía qué le gustaba el teatro - se sorprende Guerrero.
- Me gusta mucho, pero desgraciadamente veo muy poco, me de conformar con leerlo o escucharlo a través de Radio Madrid o Radio Nacional.
- A mí también me encanta, pero he de confesarle que Mihura no es uno de mis autores preferidos. Hace unos meses vi en Madrid su obra "Ni pobre ni rico sino todo lo contrario" y a fuer de sincero me pareció un puro disparate. Me quedo con Bevavente y con Muñoz Seca.
- Yo vi hace años "La venganza de don Mendo" y cuando lo recuerdo todavía me río. He querido comprarla, pero me dijeron que la obra estaba agotada, que algún día publicarán una nueva edición.
Ambos jóvenes departen durante un buen rato sobre teatro. Después descubren que son muy aficionados al cine aunque, como ocurre con el arte de Talía, sus gustos son bastante dispares: a Lolita le gustan las películas americanas, las comedias románticas y los dramas amorosos; Enrique, en cambio, prefiere las películas del oeste, las cómicas y el cine español. Cuando más enfrascados están en la charla les llaman para tomar una horchata que las anfitrionas han preparado con genuinas chufas de Alboraya.
En lo que resta de
tarde, el boticario vuelve a convertirse en el centro de la atención de las
demás jovencitas y ya no tiene ocasión de volver a dialogar con Lolita.