Álvarez y Ponte van andando por el paseo
marítimo de Torrenostra en dirección a una pizzería en la que han reservado
mesa. Va a ser la primera cena del verano fuera de casa. En cuanto entran en la
terraza del restaurante les atiende una camarera que pregunta si tienen mesa reservada.
Álvarez contesta afirmativamente al tiempo que dice su apellido a la muchacha
la cual les conduce a una mesa en la que hay dos pequeños manteles de papel,
servilletas y los correspondientes cubiertos. En cuanto se sientan les pregunta
que quieren beber. Álvarez se pide una cerveza y Ponte agua mineral sin gas.
-Hay que ver
la de gente que hay, está a tope –comenta Ponte mirando a la clientela que
abarrota la terraza.
-Prácticamente,
está así todas las noches, por eso he reservado mesa. A mediodía es otro
cantar.
A los pocos minutos ya les han servido las
bebidas junto a un platillo de pequeñas aceitunas verdes, también les han
dejado la carta en la que Ponte ve que, además de pizzas hay muchos otros
platos como crujientes hechos en casa, tablas de embutidos y quesos de la
tierra, varios tipos de ensaladas, carpaccio y carnes a la brasa, pero lo que
domina son las pizzas, debe haber una treintena de tipos diferentes.
-Como veo
que tienen carpaccio que, por lo que dice la carta, lo preparan macerado con
limón, pimienta negra, aceite virgen, escamas de parmesano y un toque fresco de
rúcula y champiñones, es lo que me voy a pedir. Resulta un plato ligero muy
adecuado para la noche.
-¿Qué coño
es la rúcula? –pregunta Álvarez.
-Es un tipo
de hortaliza considerada para fines culinarios como una clase de verdura de
hoja. Se usa especialmente para ensaladas, pero también cocinada como verdura
con pasta o cecina y es
rica en vitamina C y hierro. Aquí se la usa poco, pero en Italia es muy común.
-¿Y tú dónde
diablos aprendes esas cosas?
-Todo lo que
sé de cocina, que no es gran cosa, me lo ha enseñó mi mujer, que en paz
descanse, y ahora lo hace Clarita.
-Pues yo
tomaré una pizza Masovera que es una creación de la casa; lleva tomate,
verduras de la zona, atún, cebolla, olivas negras y huevo duro.
Después de hacer la comanda siguen charlando
mientras van picando las olivas.
-¿Vienes con
frecuencia? –quiere saber Ponte.
-Depende. Si
estamos solos Matilde y yo solemos venir una vez a la semana cuando a ella no
le apetece guisar, pero cuando estamos con los nietos venimos con más
frecuencia. A los pequeñajos esto de las pizzas les entusiasma, lo mismo que
las hamburguesas y los perritos calientes. Como en la playa no hay ninguna
hamburguesería son muchas las noches que terminamos cenando aquí. Por otra
parte, reconozco que las pizzas son francamente buenas, de las mejores que he
probado.
La charla se ve interrumpida por la llegada
de la camarera con la comanda. A Ponte le asombra lo grande que es la pizza que
ha pedido su amigo a quien la muchacha le ofrece un cortapizzas para que pueda
trocearla más fácilmente y que Álvarez rechaza.
-No es
necesario, señorita. Me basta con el cuchillo.
-Es enorme.
No sé si vas a ser capaz de comértela entera –objeta Ponte.
-Comeré lo
que me apetezca. Y sí, la verdad es que son grandes, tanto que cuando no
tenemos mucho apetito Matilde y yo pedimos una y nos la partimos. Esto de las
pizzas tiene una ventaja y es que no es tanta comida como aparenta y además se
digieren con facilidad. Por la noche van bien porque con ellas no reza el
proverbio que de grandes cenas están las sepulturas llenas. Se toman como plato
único y no fuerzas la digestión.
Al final, Álvarez casi se ha terminado la
pizza y Ponte ha hecho lo mismo con su carpaccio, hasta ha probado una ración
de la pizza de su amigo. La camarera que les atiende les retira los platos y
les pregunta si quieren algo de postre.
-Bueno,
podemos echar un vistazo a la carta –sugiere Ponte.
El vistazo es rápido porque la carta de los
postres, al contrario que la de las pizzas, es muy corta.
-Me apetece
un helado con dos bolas, de vainilla y de café irlandés –se pide Ponte.
Álvarez no pide postre, en su lugar se va a
tomar un carajillo de ron.
-¿Puedes
dormir tomándote café después de cenar? –pregunta Ponte-. Lo digo porque si yo
lo hiciera no pegaría un ojo en toda la noche.
-Pues mi
menda dormirá como un angelito. Para mí el café, al contrario que para la
mayoría, más que un estimulante es un sedante.
-Hay gente
pa tó, como decía el Guerra –comenta en tono jocoso Ponte.
-Déjame
rectificarte, creo que el autor de la frase fue otro torero: el Gallo, pero en
cualquier caso sea su autor quien fuere es una verdad como un templo, hay gente
pa tó. Uno de mis cuñados no se toma café después de cenar, pero sí un tazón de
té verde y dice que duerme como un bendito. Para que veas.
Ambos amigos son ajenos que cerquita de
ellos también está cenando otro personaje de esta historia, Curro Salazar. En
su caso ha tomado de entrante una picaeta
que resulta ser una fuente con longaniza de Pascua, cecina de toro, queso de
Benasal, mojama de atún con almendras fritas, altramuces y pan con tomate. Y como plato
fuerte una pizza Maltesa elaborada con tomate, mozzarella, queso de cabra,
cebolla morada y pasas. El bueno de Curro sigue con su vida de fugitivo
que resulta ser sumamente aburrida y monótona. Sus únicas distracciones son
pasear a primera y última hora por las arenosas playas, leer la prensa, ver
algún evento deportivo o alguna película en la tele y de vez en cuando echar una
partida de dominó. Si quisiera podría jugar todos los días, pero los
integrantes de la habitual partida en la terraza del hostal son tan
rematadamente malos que únicamente cuando está muy aburrido se anima a jugar
con ellos. Lo que daría por tener una timba, se dice, como la que tenía en
Sevilla con jugadores que supieran que en el dominó el azar es fundamental,
pero que la sapiencia también tiene algo que decir. Por eso, ha pegado el oído
a lo que hablan dos viejales que están cenando en la mesa de al lado puesto que
en algún momento se han referido a las partidas que van a echar.
Ajenos a que alguien les está escuchando,
los dos jubilados al terminar la cena piden la cuenta y se produce el clásico
rifirrafe sobre quien va a pagar.
-Déjame
invitarte por ser nuestra primera cena del verano –pide Álvarez.
-Ni hablar,
el que paga soy yo. Solo faltaría que además de invitado ejerciera de gorrón
–rechaza Ponte.
-No digas
bobadas, Manolo. Tú no eres un invitado, sino un amigo que me está haciendo el
favor de acompañarme para que no esté solo. O sea, que el que invita soy yo, al
menos por esta noche.
-Hasta ahí
podríamos llegar. De ninguna manera, Luis. El pagano es mi menda –objeta Ponte
poniéndose castizo.
A todo eso, hay dos personas que están
atentas al pueril diálogo entre ambos amigos: la camarera que espera a ver
quién paga y Curro al que le hace gracia la disputa. Como aquello no tiene
pinta de acabar, la muchacha interviene:
-¿Y por qué
no pagan a escote y así ni gana ni pierde ninguno? –sugiere.
-Eso lo
haremos el resto del verano, pero no en nuestra primera cena. Y como el
anfitrión soy yo no se hable más. Cóbrese, señorita –dice Álvarez sacando su
Visa.
-Si pagas con
tarjeta tendrá que ir por el terminal. Mejor, en metálico –dice Ponte sacando un
billete de cincuenta euros.
-Hazme el
favor de guardar ese billete, joven –insiste Álvarez tendiéndole la tarjeta-,
cóbrese de aquí.
-No le haga
caso a mi amigo, tome –dice Ponte dándole el billete a la camarera que empieza
ya a estar mosca por el tiempo que le están haciendo perder.
-¡Coño,
Manolo, hazme el santísimo favor de guardar el dinero! –exclama Álvarez un
tanto molesto.
Al llegar a ese punto, Curro, no sabe muy
bien porqué, decide intervenir porque la pugna de los vejetes no tiene pinta de
acabarse.
-Caballeros,
les ruego que me disculpen. Sin querer, pero dado que estoy al lado, he oído la
discusión. Si me permiten les ofrezco una solución neutral: déjenlo en manos
del azar. Echen a cara o cruz quien paga, así nadie tiene porqué sentirse molesto.
Álvarez y Ponte se miran y sonríen, el
forastero les acaba de dar una salida airosa sobre quien paga la primera cena
del verano.
-Gracias. Es
algo que no se nos había ocurrido. Manolo, ¿estás de acuerdo?, ¿sí?, pues que
decida el azar. Si sale cara, pagas tú, si cruz me toca a mí –dice Álvarez al
tiempo que saca una moneda de un euro y la lanza al aire. Sale cruz.
-Nos permite
invitarle a una copa –ofrece Ponte al desconocido que les ha facilitado una
salida de la disputa tan elegante.
-Encantado, pero
permítanme sugerirles que la tomemos en un chiringuito de cara al mar donde estaremos
más tranquilos –propone Curro.
-Por cierto,
¿cómo se llama esta pizzería? –quiere saber Ponte.
-Pues que estamos
en la gloria –al ver la cara de perplejidad de Ponte, Álvarez se explica-. No
es coña, es que se llama así, La Gloria.
PD.- Hasta
el próximo viernes