En Suances, la Navidad es mucho más desangelada que en Madrid ya que los Carreño no están en su propia casa, solamente son la mitad de la familia y sus dificultades de todo tipo son mayores que las que tiene la otra mitad. No se han atrevido a adornar la casa ni poner un belén, tampoco tienen con qué pero, en contraposición a los madrileños, sí han podido asistir a la misa del Gallo que ha oficiado un cura vasco que ha venido expresamente de Bilbao. Los partidos políticos santanderinos, que en los dos primeros meses del alzamiento miraron hacia otro lado ante la persecución de los religiosos, parece que han suavizado su postura y ahora permiten algunas prácticas religiosas, lo que no resulta raro en una provincia tradicionalmente conservadora. Para no sentirse tan solos, Julia ha pensado en invitar a almorzar con ellos a los Bermejillo el día de Navidad, pero los madrileños les dicen que llamarán menos la atención si se juntan a fin de año. Julia se ha esforzado con un menú que a los chicos les recuerde, en la medida de lo posible, los que comía la familia en los buenos tiempos; menú que tiene un punto débil, la mayor parte está elaborado a partir del producto que más abunda en la despensa: el pescado.
-Estas almejas están riquísimas, mamá, ¿qué les has puesto?
-Las habéis comido más veces, son almejas al ajillo. Llevan ajo, una punta de guindilla, perejil fresco picado, vino blanco seco y aceite de oliva.
Cuando Julia sirve el plato fuerte, Andrés al verlo no puede resistirse y emite un puf despreciativo. Concha le echa una mirada de reprobación y, para que su madre no lo tenga en cuenta, pregunta:
-Mamá, el pastel tiene una pinta bárbara. Cuéntanos cómo lo has guisado.
-La base son dos quilos de cabracho, luego lleva huevos, salsa de tomate, nata, mayonesa, pimiento rojo asado y está decorado con huevas. Lo que no he podido encontrar son aceitunas.
Los Bermejillo les han dicho que tampoco cuenten con ellos en Nochevieja, porque van a tener como invitados a unos primos de Almudena que están semiencerrados en el hotel de la carretera del Faro en el que, desde mediados de octubre y bajo protección diplomática, hay refugiados ciudadanos de una veintena de países, así como españoles de derechas de alguna relevancia, a los que pilló el golpe militar en la costa cantábrica y no pudieron huir. Cuando Julia se lo cuenta a sus hijos, Andrés puntualiza.
-Mamá, eso no es un hotel, lo que parece es una cárcel, lo digo porque está rodeado de una tapia y alambre de espino, y creía que los que están allí no podían salir.
-Habrán hecho una excepción por las fiestas.
Termina el nefasto 1936 y en el teatro de la guerra las posiciones se mantienen. Da la impresión de que ambos contendientes se preparan para realizar próximos ataques pues continúan reclutando reemplazos y recibiendo refuerzos internacionales. A Albacete siguen llegando extranjeros para las Brigadas internacionales, y al puerto de Cádiz arriban los convoyes del Corpo Truppe Volontarie integrado por camisas negras y soldados del ejército regular italiano, así como prosiguen cruzando el Estrecho hombres del Ejército de África, eufemismo empleado para no decir soldados moros.
El día de Navidad, el Cabo Home está de patrulla, sin embargo su comandante ha ordenado al cocinero del bou que se esmere todo lo posible para el almuerzo. La comida, dadas las circunstancias, ha sido decente y ha contado con tres platos: de entrada han degustado nécoras y buey de mar; luego un tradicional pote gallego con grelos; después una empanada de colas de rape y merluza y, finalmente, un plato más argentino que gallego, churrasco servido con ensalada y patatas fritas. De postre no podían faltar las clásicas filloas, y la guinda final son los turrones y mazapanes acompañados de un albariño dulce a falta de champán. Y en la sobremesa Álvaro cuenta a sus oficiales una noticia para alegrarles el día.
-Tengo una noticia francamente buena: el Vaticano ha reconocido oficialmente a la Junta de Burgos, lo cual supone un espaldarazo diplomático de primer orden y que repercutirá en los países católicos.
-Cada vez estamos menos solos –secunda Arechabaleta-, los primeros en reconocernos fueron Alemania e Italia, luego El Salvador y Guatemala y ahora el Vaticano.
Pasadas las agridulces Navidades del 36, la vida de los españoles retoma su pulso habitual, si es que puede hablarse de pulso habitual en un país partido en dos. Los Carreño prosiguen con su vida; los de Madrid atendiendo la farmacia, y tratando de mantener sus rutinas. En Suances, Julia sigue enfrentándose a la batalla diaria de dar de comer a sus hijos. Y en el litoral gallego, el primogénito de la familia continúa a bordo del bou artillado que comanda.
Han discurrido cinco meses y medio desde el 18 de julio y todos los indicios apuntan que la guerra va para largo. En el sur, las tropas de Queipo de Llano amenazan con tomar Málaga y, en el norte, el ejército de Mola enfila sus pasos hacia Bilbao, lo que supone que los nacionales se acercan cada vez más a Suances, lo que llena de alegría a los Carreño que viven en la población cántabra.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 47. El final del caso Ferreiras