Casi de puntillas ha llegado 1932, en cuyo transcurso Zacarías hijo se examinará de segundo de bachillerato y cumplirá doce años. Pese a que el chaval avanza hacia madurez puberal, su vida sigue igual que siempre: estudio, estudio y estudio. En cambio, en la tertulia del Pincho ha habido alguna novedad, pequeña, pero en una composición tan inamovible como la que tiene, cualquier cambio es un hecho a considerar. Se ha incorporado un nuevo contertulio, don Pascual Lapica, capitán de infantería del ejército, casado con doña Julita la Boticaria. Doña Julita no es que sea farmacéutica, el apodo de boticaria le viene porque su padre si fue farmacéutico y ella se benefició del nombre del oficio paterno. El capitán Lapica es un oficial que ha ascendido desde soldado raso -lo que se conoce como oficial chusquero-, y que se ha visto afectado por las leyes republicanas que, de la mano del jefe del gobierno, Manuel Azaña, intentan modernizar el ejército. Y una de las medidas ha sido reducir el número de oficiales. Para lograrlo, a aquellos oficiales que renuncien voluntariamente a seguir en servicio activo se les ofrece el retiro con la paga completa, situación a la que, aunque es vista como un soborno, se han acogido miles de oficiales, entre ellos el bueno de Lapica, que ahora está mano sobre mano. Don Pascual, pese a su profesión, es hombre pacífico y de talante sosegado, solo hay una cuestión que le saca de quicio: la referida a la reorganización del ejército que él sufre en carne propia. Y ello se hace patente porque cuando algún tertuliano le pregunta su opinión sobre alguna medida del gobierno republicano, sus repuestas suelen ser moderadamente razonables, pero cuando le interrogan sobre la cuestión militar suelta chuzos y venablos. El mayor de los Clavijo le tiene especial consideración, no por su condición de militar retirado, sino por ser padre de un chaval que también cursará el bachillerato, aunque en su caso estudia interno en un colegio que los jesuitas tienen en Valencia. De Lapica, ha aprendido Zaca que Azaña y, por extensión, todos los partidarios de la República, son enemigos acérrimos de los militares, porque para los uniformados la unidad de la Patria es intocable, y los republicanos van del bracete con los independentistas vascos y catalanes que están empecinados en separarse de España.
Zaca, Influido por dos personas a las que tiene en alta consideración –mosén Florencio y el capitán Lapica-, comienza a tener una visión sesgada del texto constitucional, especialmente en lo que se refiere al tratamiento que la II República confiere a la religión y al ejército, del que tenía una visión romántica, sobre todo por lo que de él contaba padre. El señor Zacarías, en su etapa del servicio militar obligatorio, fue cuando ascendió social y laboralmente; ya que su futuro, al ser hijo de una familia de pequeños propietarios agrícolas de secano, apuntaba a un porvenir ligado al duro trabajo campesino. El sorteo de la mili le llevó a la base naval de Cartagena donde le enseñaron algunos rudimentos de electricidad y telegrafía y se convirtió en un chispas, como en la mili eran conocidos los que trataban con la electricidad; luego, en la comandancia naval del puerto de Vinaroz, aprendió a conducir automóviles. Al terminar la mili, vio que el oficio de chófer tenía más porvenir que el de campesino y, sobre todo, era un trabajo mucho menos sacrificado. No lo dudó y se empleó en una empresa de transporte que cubría la ruta Teruel-Valencia, vía Sagunto. Hasta que se cansó de la dureza de las cuestas de Rabudo, de las pésimas condiciones de las carreteras y de la endeblez de las cubiertas de los camiones que se pinchaban con gran facilidad, por lo que los trayectos podían ser interminables. El hecho que le llevó a cambiar el volante por los trepadores y los instrumentos aislantes de las cuadrillas de los tendidos eléctricos fue que uno de sus hermanos, Julián, trabajara en una empresa eléctrica, Luz y Fuerza de Levante, Sociedad Anónima -y cuyo acrónimo era LUTE-, compañía que gestionaba pequeñas centrales hidroeléctricas de los cursos altos de los ríos Palancia y Mijares. Después pasó al departamento de encargados locales de la LUTE, siéndolo de poblaciones como Fanzara, Argelita o Artana, hasta que llegó a Torreblanca, localidad en la que el amor hizo que recalase allí definitivamente. Lo que padre recordaba de sus plácidos días militares fue lo que hizo que Zaca mirase al ejército con simpatía y, en consecuencia, no podía ser de su agrado un régimen político que lo maltrataba. Por otra parte, la de militar es una de las profesiones que al muchacho no le disgustaría profesar. Piensa que, “en una institución como el ejército en la que el orden y la disciplina son elementos fundamentales de su esencia, se sentiría cómodo,” pues esos valores van como anillo al dedo a su carácter y modo de ser. Y dentro de las fuerzas armadas, preferiría la marina, quizás por el pasado naval de padre. Alguna que otra vez sueña despierto viéndose como oficial de la armada y es feliz con el sueño.
Aunque el régimen republicano ha aportado al país un soplo de aire fresco y al mismo tiempo se ha llevado por delante al arcaico y corrupto régimen monárquico, debido a unas muy particulares influencias personales, el chico le está cogiendo manía al nuevo régimen. Por otra parte, el sistema caciquil, verdadero entramado de intereses creados, sigue detentando el poder de facto, sobre todo en las comunidades pequeñas, como es el caso de Torreblanca. En el pueblo sigue mandando el cacique de turno, en este caso, don José Persiva, el maestro que, por supuesto, cuenta, salvo contadas excepciones, con el apoyo encubierto de las familias con más posibles. El poder y el dinero casi siempre van de la mano, aunque el chaval todavía no lo ha descubierto. Y es que, aunque Zaca se considera a sí mismo como una enciclopedia viviente, en realidad sus conocimientos están limitados al contenido de un par de enciclopedias y los libros de texto de las asignaturas de bachillerato, y en cuanto a conocimientos de la vida social del país aún son más limitados. Pero eso también lo desconoce y, como es feliz así, sigue con su vida de siempre: estudiar, leer tebeos y novelas, ir al cine, juntarse con sus amigos y… soñar.
En ese contexto, a mediados de marzo, un día llega a casa la señora Rosario muy enfadada. Acaba de enterarse que el gobierno ha aprobado una ley por la que se implanta en España el divorcio. El matrimonio deja de regularse por el Código Civil de fines del siglo XIX, que disponía que el matrimonio únicamente se disuelve por la muerte de uno de los cónyuges. Ahora pasa a estar sujeto a la libre voluntad de los consortes, por lo cual una pareja puede romper los votos que les unen, siempre que cumplan los requisitos establecidos por la ley.
-¡Pero qué clase de gobierno tenemos que a partir de ahora uno puede descasarse cuando le salga de las narices! El matrimonio es para toda la vida y no para un rato o unos años. ¡A dónde vamos a llegar. Esto es un sindiós!
-Eso debe de ser una patraña, Rosario. Ya sabes que hay mucha gente que la tiene tomada con la República y se inventa cada bulo que es la hostia –el señor Zacarías trata de tranquilizar a su consorte.
-De bulo nada, me lo acaba de contar la señora de tu paisano, don Francisco Escartín, que lo ha leído en El Heraldo. Y me lo ha confirmado la señora Sènta la Llansòla, que debe de ser la única mujer del pueblo a la que el divorcio le viene de perillas, pues como está malcasada ahora podrá arreglar su situación. ¿A dónde vamos a llegar con este gobierno? Es que no hay palabras.
Zaca, que sabe que madre no suele meterse en politiquerías, se extraña de que esté tan enfadada, pero cuando mosén Florencio le explica lo que conlleva la nueva ley comprende la indignación materna. Porque piensa que “si padre se divorcia, ¿se quedarán sin padre?, ¿y si no tienen padre de qué van a vivir entonces?, ¿y tendrán que irse de la Fábrica? Estas preguntas que nadie contesta le ponen de uñas contra la nueva ley. En contra de los temores de muchos vecinos de que el divorcio convierta al pueblo en una nueva Sodoma, pasados unos meses, la ley ha tenido pocas consecuencias en Torreblanca, pues, que se sepa, solo Pere Martínez, un fogonero del depósito del ferrocarril, ha pedido el divorcio de su mujer que le dejó por un viajante de comercio hace casi veinte años.
A todo esto, ha llegado junio y con él los temidos exámenes libres de bachillerato. Como ocurrió en los cursos anteriores, Zaca aprueba el segundo holgadamente, solo en aritmética está a punto de pinchar, pues aprueba la asignatura con un cinco raspado. En la familia celebran el aprobado como si hubiese terminado una carrera universitaria, puesto que el objetivo de que un Clavijo se convierta en bachiller está cada vez más cerca. El chico recibe como regalos una nueva estilográfica que no se descarga como la primera que tuvo, un completo atlas de Europa y un billete de veinticinco pesetas de su tía Emilia para que se lo gaste en lo que quiera.
El 1 de septiembre del 32 comienza oficialmente el curso 1932-33, en el que Zaca cursará tercero. A medida que pasan los meses de ese nuevo curso y Azaña sigue de presidente del gobierno, la gente comienza a identificarle con la República. La prensa satírica de derechas lo denigra constantemente y la oposición de las fuerzas conservadoras es cada vez más virulenta. Esa campaña, agravada por la reforma del ejército contribuye, además, a convertir la República en un régimen al que muchos detestan, aunque posiblemente no son mayoría. Uno de los efectos del cóctel resultante de la deriva izquierdista de la República se materializa en agosto con el golpe liderado por el general José Sanjurjo, golpe que es exponente del malestar de una parte del Ejército por causas no estrictamente políticas. En la intentona golpista, que se materializa únicamente en la ciudad de Sevilla, solo toma parte una pequeña fracción del ejército español, lo que supone su fracaso desde el comienzo de la asonada. Pese al breve lapso de tiempo que dura la sanjurjada, su impacto en la tertulia del Pincho es notable. Quién lo describe es el veterinario.
-Es la primera vez que el ejército se alza contra la República. Hasta ahora, los militares no habían levantado la voz, a pesar de las leyes de Azaña contra las fuerzas armadas.
-Lo que acabas de afirmar, Avelino, es inexacto por sesgado e incompleto –argumenta don Rodolfo en tono enérgico-. Las leyes de Azaña no van contra las fuerzas armadas, sino que tratan de reorganizarlas y modernizarlas, reduciendo su disparatado tamaño, más necesario cuando ya no tenemos colonias que defender.
-Yo quiero hacer hincapié en un aspecto de la sanjurjada que nadie parece reparar –interviene el barbero-. Por lo que cuenta todo el mundo, la intentona de alzamiento del general Sanjurjo ha sido secundada por un escaso número de militares. Esa poca concurrencia ¿quiere decir que el peligro de las conspiraciones ha pasado y la aceptación de la República por el ejército es definitiva? –y agrega- : Y otra pregunta relacionada con la anterior, ¿los políticos republicanos están convencidos de que la lealtad de los militares a la República es definitiva o no? -Ninguna de las dos preguntas de Julio obtiene respuesta. Pero el barbero, que es terco como una mula, no se da por vencido y dirigiéndose a Pascual Lapica personaliza sus preguntas.
-Don Pascual, si hay alguien aquí que está más que cualificado para responder a mis preguntas es usted, ¿qué nos dice? -El capitán, a quien parece no haberle gustado nada la interpelación del barbero, hace un mohín y su respuesta es todo un modelo de no decir nada.
-Pues cualquiera sabe, mi querido Julio.
A Zaca, que está oyendo la charla, la respuesta del militar le parece una tomadura de pelo, pero se queda sin saber a qué atenerse. “¿Será bueno o malo que haya menos ejército?”, se pregunta, pues a él los militares le caen bien, en general. La enésima pregunta que se plantea sin que tenga su correspondiente respuesta. Esto, al muchacho, cada vez le importa menos, porque ya se ha acostumbrado a vivir en una sociedad en que preguntas hay muchas, pero respuestas muy pocas.
Y a todo eso, Rosario, que ni le gusta la política ni la entiende, acumula rencor contra el gobierno republicano por haber promulgado la ley del divorcio. Dada su escasa formación y las costumbres ancestrales en las que ha sido educada, no puede concebir que lo que propugna la ley puede llegar a ser una poderosa palanca para la emancipación femenina.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 39, de la novela “El masover” titulado: La tierra para el que la trabaja