La espantada de
Sergio está siendo motivo de las chirigotas de la pandilla que especialmente se
ceban con Mariasun.
- Lo tuyo es de campeonato, tía. No sé qué le hiciste ayer
al pichafloja del madrileñito, pero en cuanto te ha visto ha huido como un
conejo.
- Si a todos te los ligas así no te vas a comer una rosca en
todo el verano.
- Como no te pongas de rebajas como el Corte Inglés te vas a
quedar sin un tronco al que echarle la zarpa.
Para tapar bocas y
rebajar la general rechifla, Mariasun hace sus amigas una revelación. Sabe
cuánto les gustan los cotilleos y más si atañen al sexo.
- ¿Sabéis una cosa de ese pasmao? Anoche mientras bailábamos
le arrimé la mandarina y se le puso más dura que una piedra. Por un momento
creí que iba a correrse. Y no creáis, por el bulto me pareció que está bien
armado, pero en algo tenéis razón, es un flojeras, al cabo de un ratito se le
quedó morcillona. No creo que nadie saque nada de ese capullo, pero si alguna
se anima lo puede intentar. Yo no pienso dedicar a ese sieso ni un minuto más.
Lorena, que tiene
enfilada a Mariasun, recoge el guante:
- Lo que pasa es que no sabes cómo manejar a un tío como ese.
Te aseguro que, como me lo proponga, a ese chorbo le puedo tener comiendo de la
mano en menos de una semana. ¿Hace una apuesta? – pregunta mirando a Mariasun.
- ¿Qué nos jugamos? - Es la respuesta de la aludida.
- La que pierde se paga unas rondas en casa Chelo.
- Unas rondas, pero sin barra libre, eh – precisa Mariasun.
- Hecho, y ve guardando pasta para pagar el pedo que nos
vamos a coger – anticipa Lorena, como muy segura de sus posibilidades.
- ¿Te lo piensas tirar? – quiere saber la cotilla de Anabelén.
- Si hace falta echar un quiqui me sacrificaré, pero igual
no es necesario. Lo que pienso hacer es ligármelo, le haré creer que estoy
loquita por sus huesos y luego lo dejaré tirado como una colilla. Nos vamos a
reír mogollón.
Un día más Sergio
vuelve a la playa, hay pocos más sitios en Senillar dónde ir en verano, pero se
oculta de las miradas ajenas tras un tenderete de helados. Considera que allí
está a salvo de las acometidas de la loca de Mariasun. Lo que menos podía
esperar es que quien se le acerca esta vez es Lorena. La jovencita en plan
modoso y hasta algo compungido lo aborda.
- Perdona, ¿puedo hablar contigo un momento? – sin esperar
respuesta continúa -. Verás, me lo han pedido las amigas, queremos pedirte
disculpas por el comportamiento de Mariasun. Es una borde y una pringada. No sé
qué opinión te habrás formado de las pibas de aquí, pero quiero decirte que la
mayor parte; bueno, ninguna es como esa cabeza loca. He querido decírtelo
porque no soporto la idea de que pienses que las demás somos tan ordinarias y descaradas
como ella. Sólo quería decirte eso. Adiós.
Apenas la jovencita
ha dado tres pasos cuando Sergio reacciona, se levanta como un resorte y corre
tras ella.
- Por favor, espera un momento. No quiero que te vayas sin
darte las gracias. Ha sido muy guay y muy valiente por tu parte contármelo. Ah,
me llamo Sergio – y le tiende la mano.
- Hola Sergio. Yo me llamo Lorena. Nos dijo la tontorrona de
Mariasun que eres de Madrid. ¿Es verdad?
Es la excusa que
necesitaba el muchacho para soltar el lastre de su timidez. Casi sin darse
cuenta, se encuentra sentado en la ajustada superficie de la esterilla y a su
lado, ¡benditos sean los hados!, la jovencita más maravillosa del mundo está
charlando con él con toda naturalidad, como si se conocieran de siempre. Y nada
que ver con la descarada de la otra. Lorena parece ser una chica simpática,
modosa, muy normalita y que más que charlar por los codos sabe escuchar
atentamente. Cuando Sergio le cuenta que también él es medio senillarense el
diálogo se hace más fluido por momentos.
- ¿O sea, que tu familia es de aquí? ¡Qué guay! Cuéntame
cómo es eso.
- De aquí es la familia de mi madre. Mi abuelo es Andrés
Roca, seguramente lo conocerás por su apodo, el Punchent.
- Lo conozco, aunque creo que nunca he hablado con él, pero
sé quién es y hasta donde vive. Bueno, eso en un pueblo pequeño como éste es lo
normal, aquí, aunque sólo sea de vista, nos conocemos todos. En cambio, a ti no
te había visto nunca.
- Es que vivo en Madrid y al pueblo sólo me traían mis
padres de vez en cuando, pero como murió la abuela ahora paso las vacaciones
con el abuelo.
- Que envidia me das, lo chulo que debe de ser vivir en una
gran ciudad como Madrid. ¿Y qué haces, estudias o trabajas?
A partir de la
pregunta, clásica donde las haya durante generaciones, surge otro Sergio:
aplomado, parlanchín, desenvuelto y hasta gracioso. Tiene mucho que contar,
sobre su vida, sus estudios, lo que piensa ser de mayor… En el transcurso de la
charla hasta descubren que sus madres fueron a la escuela del pueblo en los
mismos años, por lo que han de conocerse. En una pausa de la charla, Lorena se
queja del mucho calor que hace y Sergio sugiere que en el agua estarán mejor.
Sin dudarlo, ambos se sumergen en el mar. En efecto, dentro la calorina es
mucho menor. Sergio la reta a una carrera. Enseguida ve que no ha sido buena
idea, Lorena nada rematadamente mal y en cuanto da unas cuantas brazadas traga
un sorbo de agua y comienza a toser. Salen del mar y, para reparar su error, la
invita a un helado. Sentados en la heladería, y con Sergio hablando por los
codos ante la atenta actitud de Lorena, discurre la mañana que para el muchacho
ha sido la más maravillosa de todos cuantos veranos recuerda.
Aquella noche, en la amplia y destartalada habitación en la que duerme Sergio, el muchacho no hace más que repetir: ¿será posible que una chica tan maravillosa me esté haciendo caso?