- ¿Una buena chica para tu hijo? Las hay, pero no tantas.
¿Estás pensando en un arreglo familiar?
- No sé qué decirte, no creas que lo tengo tan clarito.
- El pueblo ya no es el que era cuando vivías aquí, Lola.
Los chicos de ahora van a su aire y lo de los arreglos entre los padres ya no
se estila. Alguno se apaña, pero son contados y casi siempre de parejas a las
que se les está pasando el arroz. Que no es precisamente el caso de tu hijo,
vamos.
- ¿Lo que me estás diciendo es que me olvide de un apaño?
- Difícil es, pero nunca se sabe. Yo de ti hablaría con la
Rajolera, si en el pueblo hay alguien que te pueda dar luces sobre ese asunto
es ella.
Julieta la
Rajolera, apodada así porque su padre tenía un modesto obrador de alfarería, es
un espécimen en vías de extinción en la sociedad urbana, pero que todavía
perdura en las comunidades rurales. Su oficio se remonta seguramente a la
primera vez que un varón trató de conseguir a una mujer y buscó quien le
ayudara en el empeño; en otras palabras: la Rajolera se dedica a la nunca bien
ponderada ocupación de la tercería, es la alcahueta del pueblo. Lo de los
arreglos casamenteros no sólo es que la ponen, sino que también constituyen una
fuente de ingresos, en ocasiones bastante sustanciosos.
La conversación
entre ambas mujeres transcurre en su primera parte recordando los tiempos en
que Lola vivía en el pueblo y cuantas cosas han pasado desde entonces. Cuando
la Rajolera pregunta por Sergio, Lola ve llegado el momento de llevar la charla
al terreno que le interesa.
- … y está estudiando una ingeniería, fíjate tú, ¡quien me
lo iba a decir!, un hijo mío ingeniero. Más de una y más de dos podrán presumir
de que si tienen fincas y lo esto y lo otro, pero ¿cuántas podrán vanagloriarse
de tener en casa a todo un ingeniero?
- Desde luego, Lola, es para que estés orgullosa. Y razón
tienes, muchas casas pueden presumir de huertos de naranjos y de fincas de
regadío y de muchas propiedades, pero sus chicos serán toda la vida unos
gañanes. Oye, ¿y tu muchacho tiene novia en Madrid? – La Rajolera sabe
perfectamente que el chico está flirteando con la Lorena, pero su pregunta está
determinada por su querencia celestinesca.
- ¡Qué va! Se le va todo el tiempo en los estudios. Y mejor
que sea así, porque ya sabes lo que pasa en las ciudades, nadie conoce a nadie,
y si se ennovia vete a saber qué clase de chica coge, de qué familia es y el
tipo de vida que ha podido llevar. No es lo mismo que si se echara una novia
del pueblo, que aquí todos sabemos de qué pie cojea cada quisque.
A la Rajolera no le
coge de sorpresa que Lola no parezca saber nada del idilio que su hijo está
manteniendo con la chiquita de los Vercher, por un momento se siente tentada a
contárselo, pero puede más su oficio de celestina y coge al vuelo la velada
insinuación de Lola.
- Más de acuerdo contigo no puedo estar, Lola. Aquí todos
sabemos quién es cada quién. Yo, desde luego, también me quedaría más tranquila
si un hijo mío se emparejara con alguien conocido. Y por cierto, en el pueblo
no hay muchas chiquitas que estén a la altura de todo un futuro ingeniero, pero
alguna hay y con buenas fincas.
- Yo lo que quiero para mi Sergio es una buena chica, que el
día de mañana vaya a ser una buena esposa y una mujer de su casa. Y para ser
sincera tampoco me importaría que tuviera posibles, que el dinero nunca hizo
mal a nadie, y más vale tener que desear.
- Mira, Lola, como te conozco desde niña te voy a hacer un
favor, pero antes he de preguntártelo ¿quieres que haga alguna averiguación
para ver si una familia en la que estoy pensando vería con buenos ojos a tu
chico como futuro yerno?
Lola, que se conoce
el ritual, sabe que es llegado el momento de hacerse la melindrosa.
- La verdad, Julieta, es que me pones entre la espada y la
pared. No sé si a mi Sergio le gustaría tener una novia del pueblo y encima que
fuera un medio arreglo. Ya sabes cómo son estos chicos de hoy en día. Aunque me
pica la curiosidad, ¿en qué familia estás pensando?
- En una que mejor no la hay en todo el pueblo – La Rajolera
sabe que ahora le llega el turno de hacerse valer.
- Claro, claro, pero si no me das alguna pista no voy a
poder darte una respuesta clara – La réplica de Lola está servida.
- Sólo te diré que es la casa más fuerte del pueblo – Julieta sigue guardándose el meollo de la información.
- Bueno, por probar que no quede. Ya me contarás.
La Rajolera habla
con Elvira, esposa de José Ramón Arbós, y el resultado no puede ser más
decepcionante.
- Hasta ahí podríamos llegar, que el hijo de Lola la
Punchenta aspirara a emparejarse con una Arbós. ¡No hemos caído tan bajo!
- Elvira, que el chico va para ingeniero, nada menos.
- Lo de que llegue a ser ingeniero habrá que verlo y, de
cualquier modo, será un ingeniero que no tendrá dónde caerse muerto. ¿Qué tiene
esa familia? Lo sé de buena tinta, nada. El padre es un empleado de tres al
cuarto y la madre, ¿qué te voy a contar de los Punchent que tú no sepas? Dos o
tres finquitas de mala muerte y un caserón que se cae de viejo. En total, de forment ni un gra.
La alcahueta le
cuenta a Lola el resultado de su gestión y su intención de no cejar en el
empeño.
- Estos Arbós están cargados de puñetas, Lola. Creen que
porque tienen dinero ya lo tienen todo. Y en resumidas cuentas, ¿qué son? Nada
más que unos ricos de pueblo con muchas fincas, pero que si no fuera por la
gasolinera no tendrían un duro en el bolsillo. Mucho darse postín y, en el
fondo, no son más que unos vulgares gasolineros. Hay mejores familias en el
pueblo, no tendrán tantas fincas como ellos, pero sí más señorío. Voy a echarle
un tiento a Carmen la de Sanchís, que esos además de tener perras son gente de
categoría.
- No te preocupes, Julieta, déjalo. Mi hijo cuando sea
ingeniero no va a estar por debajo de ninguna chica del pueblo sea de la
familia que sea.
- La que no has de preocuparte eres tú. O yo dejo de
llamarme Julieta o le encuentro a tu chico una pareja de rechupete. Más vale un
arreglo que un noviazgo con Dios sabe qué clase de chica – y al decir esto sólo
le falta añadir el nombre de Lorena.