Lo que dice Pedrito de que el crío será futbolista porque ha
nacido de penalti desconcierta a Zaca. ¿Qué querrá decir eso?,
¿y qué tendrá Dios que ver con ello? No lo entiende y cuando
no entiende algo lo desazona. En esas, que Elvira se asoma a la
puerta.
-Elvi, ¿qué tenemos para comer?
-Paella, como los días de fiesta. La tía Paca os llama.
A Zaca, como buen fetiller, no le gusta ni la paella, por lo que refunfuña entre dientes. Lo que quiere saber la tía es si prefieren quedarse o ir a omer con ella.
-Tengo sopa de cebolla y chuletas de cordero. Si venís los dos igual no hay carne para todos, pero os haré una tortilla.
La casa de la tía Paca está hacia la mitad de la calle San Antonio, a la que la gente mayor suele denominar el Raval, que es la arteria más importante del pueblo y que forma parte de la carretera nacional Valencia-Barcelona –que realmente no empieza en la ciudad del Turia ni acaba en la Ciudad Condal-, por lo que está asfaltada, igual que la plaza Ramón y Cajal y la calle San Jaime. Hasta llegar a casa, y no es un trayecto largo, han tenido que detenerse un par de veces para que la tíacuente a unas vecinas como ha sido el parto de su prima Rosario.
-Id poniendo la mesa, mientras aso las chuletas y hago las tortillas. De cuántos huevos las queréis? –Zaca se pide de uno. Pedrito de dos.
-La mesa, ¿para tres o para cuatro? –la pregunta viene a cuento porque, como sabe Zaca, uno de los boticarios del pueblo, don José Gauchía, suele almorzar en casa de la tía.
-Para cuatro.
-No, así no –corrige la tía al ver la disposición de los cubiertos- La
cuchara y el cuchillo a la derecha y el tenedor a la izquierda. ¿Es que no
ayudáis a vuestra madre a poner la mesa?
-No, la pone Elvira y cuando no está lo hace Charo. Poner la mesa
es trabajo de mujeres.
-Este país no cambiará nunca –se encocora la tía-, no hay trabajos que
sean de mujeres o de hombres, hay trabajos de persona y eso lo somos
todos, llevemos faldas o pantalones.
A Paca, educada en Francia, le irrita el acusado machismoexistente en la arcaica y pueblerina sociedad torreblanquina. Zaca, educado en ese ambiente, piensa que si la tía se hubiese criado en España sabría que hay actividades propias de los hombres y otras de las que se encargan las mujeres.
-¿Se puede? –llama un hombre, mientras abre la cortina decanutos que resguarda el umbral.
Los niños se vuelven y, muy comedidos, saludan al recién llegado pues le conocen, es el boticario amigo de la tía.
-Hombre, hoy tenemos invitados. Me han dicho que sois uno más en la familia. Felicidades. ¿Qué habríais preferido, niño oniña? -Pedrito se encoge de hombros. Zaca contesta rotundo.
-Yo habría preferido niña.
-¿Por qué?
-Porque cuando fuera mayor podría dormir con Charito y sin embargo…
La comida discurre en silencio para los niños y en unsosegado diálogo para los adultos. Zaca mira de reojo al boticario con curiosidad, pues en la botica, detrás del mostrador acristalado, solo se le ve de cintura para arriba. Es fibroso, lleva gafas con montura metálica, se está quedando calvo y viste como un dandi, esto último se lo ha oído decir a madre; también tiene apuntada la palabra en su libreta de los secretos. Otra cosa que le gustaría saber es por qué hay gente,incluso de la familia, que cuando hablan del boticario y de latía lo hacen con cierto retintín.
Terminada la comida, don José se despide, se va al café a jugar su cotidiana partida de ajedrez. Al muchacho, al que le apasiona el juego de los escaques, le chiflaría echar una partida con él, pues tiene fama de jugar bien, pero nunca se atrevió a pedírselo y, posiblemente, nunca se atreverá. Toda esa mescolanza de pensamientos en el fondo no es más que una trampa para no centrarse en lo único que verdaderamente le preocupa: ¿qué pasará ahora que hay uno más en casa?, ¿dónde dormirá el nuevo hermanito? Porque la vivienda alquilada en la que viven da justo para los cuatro, ya que tiene el espacio tasado.
La casa del número cinco de la calle Horno, donde viven los Clavijo, fue donde nacimos todos los hermanos y, aunque han discurrido ochenta y tantos años, la recuerdo como si aún viviese allí. Cuenta con tres plantas y un terrado, pero con una base de poca superficie, por lo que su habitabilidad es limitada. En cada una de las dos plantas superiores solo hay dos habitaciones, una grande y exterior y otra pequeñaja e interior. En la planta baja no cabe ni un alfiler en los cuatro mini habitáculos que hay. En la entradita hay dos silloncitos de mimbre, una mecedora, un macetero en el que se yergue una aspidistra y al final una puerta acristalada que da al comedor; detrás de la puerta de entrada, padre guarda la escalerilla que usa para leer los contadores dela luz. A la derecha está el despachito de padre que cuenta con un armario, una mesa y sillas de madera barnizada –que son todo el mobiliario de oficina que necesita; una mesa camilla pegada a la ventana y una silla de enea, junto a la cual está la máquina de coser de madre, una Singer alemana de la que está muy orgullosa. Al fondo el comedor, tan estrecho que, para pasar los que están sentados han de levantarse. Al final la cocina en la que hay un lavadero en el que, a falta de ducha, les lava madre, al lado un armazón de madera que sirve para poner los cántaros ya que en el pueblo no hay agua corriente y encima, y colgada de una cadena, padre guarda su la bicicleta. Del otro lado del comedor arranca la escalera que lleva a las plantas superiores y bajo cuyo hueco está el retrete de fosa séptica. En la primera planta la habitación grande es la alcoba de padres y la pequeña la de Charito. De los dos cuartos de la segunda planta, en el grande duermen, en una cama de matrimonio, Pedrito y Zaca; el pequeño es el cuarto de los trastos y donde madre guarda, entre otros cachivaches, la artesa y dos sacos de harina con la que amasa pan, y a veces alguna coca, tres veces al mes –quizás esa es la causa de que la vivienda esté impregnada de un tenue olor a molienda-. En la parte superior está el terrado al aire libre, donde madre tiende las coladas y en la que padre tiene tres jaulas, hechas por él, para criar conejos.
Entonces, se dice Zaca, ¿dónde podrán al crío cuándo crezca? Teme lo peor, que pongan una segunda cama en su habitación y serán tres para compartir alcoba, porque con Charito no lo van a poner, es una chica. ¿Cabrá una segunda cama? O peor, ¿podremos dormir tres en la misma cama?
La tía Paca y los dos chicos matan media tarde jugando al parchís. El primogénito apenas disimula el aburrimiento.
-Zaquita, ¿qué te pasa? Estás aquí, pero tu cabeza Dios sabe dónde la tienes.
Pese a su habitual timidez, propia de un niño más bien apocado, Zaca se atreve a contar lo que le preocupa. Cuando acaba su explicación, la tía trata de confortarlo..
-No tiene por qué ser necesariamente así. De momento, el niño dormirá en la cuna en el dormitorio de vuestros padres y luego Dio proveerá.
-No creo que Dios tenga tiempo para ocuparse de esas cosas –se atreve a decir el chico, ante el escándalo de su tía.
-¿Insolente, ateo! ¿Recuerdas el segundo mandamiento de la Ley de Dios? Pues cúmplelo tal cual. Ah, y cuando te confieses, di al señor cura que has pecado contra el segundo.
-Tía –pregunta Pedrito-, ¿y al crío cómo le van a poner?
-Posiblemente Joaquín, como vuestro abuelo materno. Aunque a lo mejor acabamos llamándole Chimo o Chimet.
Zaca piensa que si deja el mando de la charla a su hermano la tía se va a aburrir –de hecho ya muestra signos de ello- y los devolverá a casa que debe seguir llena de gente, y a él no le gusta le gente, pues siempre están acosándote a preguntas. Por eso le gustan tanto los libros, porque no preguntan nada. Y decide dar un vuelco a la conversación pidiendo algo a la tía que sabe que le encanta.
-Tía, ¿Cómo se hicieron novios los padres?
La pregunta parece haber dado en la diana del interés de la tía, pues el gesto de aburrimiento desaparece.
-Cuando vuestro padre llegó al pueblo ya tenía treinta y tantos años, pero enseguida se convirtió en un soltero codiciado, pues al tener una paga segura era un buen partido y más de una moza y más de dos se le insinuaron. Ël se dejaba querer, pero en cuanto conoció a vuestra madre, que era joven y con buena planta, aquello cambió. Ya no tuvo ojos más que para ella.
-Si le digo la verdad, tía, yo no imagino a padre en el papel de novio romántico –comenta Zaca-, porque es muy serio y poco amigo de chirigotas
-De joven era más divertido y hasta apasionado. Os contaré algo: en una época del noviazgo hubo restricciones y vuestro padre tenía que cortar la luz, desde la Fábrica, a las doce de la noche. Entonces lo que hacía era apagar la luz y volverla a encender y esa era la forma de decirle buenas noches a vuestra madre. No me digáis que no es romántico. Bueno, creo que ya es hora de que volváis a casa. Pedrito, no te sueltes de la mano de tu hermano e id por la acera que por esta calle pasan muchos coches. Dadme un beso de despedida.
Desde la puerta de casa, Paca ve irse a sus sobrinos mientras piensa que parece mentira que el mayor, con solo nueve años, sea capaz de mantener una conversación como si fuese un adulto. Que listo es ese niño, se dice, lástima que no le vayan a dar estudios porque cabeza tiene. Le tengo que decir a Emilia que intente convencer a Rosario para que estudie aunque, como últimamente andan tan apretados, no sé si podrán enviarlo a Castellón para que haga, al menos, el bachillerato. Y en su otra lengua musita mentalmente una jaculatoria: Que ce soit ce que Dieu veut.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 4, de la novela <<El masover>>, titulado: Romanos y cartagineses