Grandal prosigue contando a sus amigos su
hipótesis de cómo pudo ser la vida que llevó en Torrenostra Curro, y lo que
debió ocurrir el día de su fallecimiento.
-Y el hecho
de que Curro no denunciara la agresión del Chato ¿por qué te hizo sospechar de
él? –quiere saber Ramo.
-Hombre,
Pedro, es de cajón. Si a un tipo le dan una paliza y no lo denuncia es o por miedo
a que si lo hace el escarmiento que sufra sea mucho mayor, o porque no quiere
saber nada de la policía porque tiene motivos para ello. Retomo el hilo sobre
lo que veía contando. Cuando Salazar y Pacheco vuelven de la revisión médica en
Castellón recogen en el camino a Francisco José y en el hostal les están
esperando casi todos los emisarios pues se han enterado del viaje a la capital
al llamar preguntando por el exsindicalista. Allí están Espinosa, Sierra y
Rocío. Después de que el doliente Curro suba a su habitación para descansar
como le han recomendado los galenos, los allí congregados se reúnen por primera
y única vez que sepamos. A petición de Pacheco se presentan, aunque en realidad
todos se conocían aunque fuera de oídas con la salvedad de Espinosa.
Naturalmente, en ese cónclave no estuvieron ni el Chato ni Pakelia, los dos
emisarios que no querían hablar con Curro sino que tenían intenciones algo más
físicas. Pacheco contó a los demás que el traumatólogo había dicho que Curro
necesitaría un mes y medio de reposo para curarse del todo, pero que en unos
días estaría en condiciones de atender visitas. Aquí es cuando comienza otro
capítulo de la breve historia de Curro en Torrenostra, la de su convalecencia.
-Creo
recordar que a partir de ese día ya no volvió a jugar con nosotros –recuerda
Ponte.
-En efecto, parece que se tomó lo del reposo muy en serio y pasaba más
tiempo en su habitación que fuera de ella –confirma Grandal-. Por lo que me ha
contado Anca, algo que parece que no hizo ante la Juez Instructora, al
principio Rocío quiso quedarse a cuidar a Curro aduciendo que era su novia y
por consiguiente la más indicada para hacerlo. Curro se negó y explicó a la
joven rumana que es verdad que fueron novios en Sevilla, pero que dejaron de
serlo hace tiempo. Ante la insistencia de la andaluza de quedarse a cuidar al
enfermo, la camarera se lo cuenta a la patrona del hostal que tiene un enfrentamiento
con Rocío y se niega a alquilarle una habitación como pretendía ésta y, es más,
le prohíbe que suba a la habitación de Curro sin su previa autorización. La
consecuencia fue que Rocío no volvió a ver a su exnovio hasta la fatídica tarde
del día de la Asunción.
-Lo que en principio aleja de ella las sospechas sobre que tuviera algo
que ver con el fallecimiento de Salazar, ¿no es así? –deduce Ponte.
-No hay una relación clara de causa-efecto entre que no le viera en las
fechas previas al 15 y la muerte de Curro, pero admito que le ayuda a no estar
entre los sospechosos –acepta Grandal-. Continúo. Por las declaraciones de
Pacheco y Sierra sabemos que, en una reunión mano a mano, ambos se sinceran
contándose que están en la Costa de Azahar por la misma causa: aconsejar a
Curro que se entregue a la justicia y que le ayudarán para que su pena sea lo
más reducida posible, siempre que no involucre en sus declaraciones a los
amigos de ambos, cuyos nombres siguen sin revelar. Puestos en el camino de no
ocultarse nada, Pacheco cuenta a Sierra la verdad sobre quien ha sido el
agresor de Salazar, el Chato de Trebujena, algo que al sevillano no le
sorprende pues sabe que el exboxeador, desde que se retiró del ring, se gana la
vida con trabajitos como el que le hizo a Curro. Y hasta sospecha quién ha
podido ser el individuo que le ha encargado el trabajo.
-Si es que en las ciudades pequeñas todo el mundo se conoce y todo
acaba sabiéndose –arguye Álvarez.
-Pues si te refieres a Sevilla como ciudad pequeña yerras a fondo. Si
no recuerdo mal, la capital andaluza tiene cerca de setecientos mil habitantes,
siendo por población la cuarta de España después de Madrid, Barcelona y
Valencia –replica Ballarín.
-Pues será como dices, pero por lo que sea en esas ciudades de
provincias, de un modo u otro, todos terminan conociéndose –insiste Álvarez
enemigo de dar su brazo a torcer.
-Bueno, no os peleéis por eso –Grandal intenta poner paz entre sus
amigos-. Dejadme proseguir. Asimismo, en esa reunión de la que hablaba antes, Pacheco
y Sierra comentan que no se fían ni un pelo de Carlos Espinosa, más aún después
de que el propio Curro le contara a Pacheco que el zamorano le ofreció que
huyera al extranjero y que la gente a la que representaba financiaría el viaje
y la estancia en el país que eligiera. Lo que les lleva a deducir que los
patrocinadores de Espinosa tenían que ser personas acaudaladas. Posiblemente,
empresarios y gente de negocios que todavía no habían aparecido en la
instrucción del caso y que no parecían dispuestos a hacerlo.
-¿Os acordáis cuándo fuimos a visitar a Salazar mientras estuvo
convaleciente?, ¿qué día fue? –pregunta Álvarez cortando el hilo de la
exposición de Grandal.
-Creo que el once, fuimos después de echarnos la partida –responde
Ponte-, ¿por qué lo preguntas?
-Porque fue la penúltima vez que le vimos vivo. ¡Quien nos lo iba a
decir entonces!
-Lo recuerdo y la verdad es que estaba desmejorado y abatido, no era en
absoluto el hombre vital, desenvuelto y dicharachero que conocimos –rememora
Ponte.
-Y de esa visita lo que yo más recuerdo es que volví a insistirle en
que debería denunciar la agresión sufrida, hasta me ofrecí a acompañarle al
cuartelillo de la Guardia Civil para cuando estuviera en condiciones de ir
–rememora Grandal.
-Sí y yo me acuerdo que te contestó que no valía la pena, que
seguramente no iban a coger a quien le pegó y que además no le habían robado
nada –recuerda a su vez Ponte que añade-. Y cuando comentamos su renuencia a
denunciar yo opiné que quizá temía que si denunciaba la agresión podían
volverle a zurrar la badana.
-Bueno, no nos desviemos del asunto principal, sigue con tu relato
sobre los últimos días del difunto, Jacinto –Ballarín vuelve a poner orden en
la conversación de la pandilla.
-Bien. Sierra también declaró, en su segunda comparecencia ante la
jueza del Valle, que fue el hijo de Curro quien le contó la pretensión de
Espinosa de que su padre huyera al extranjero y que el grupo que representaba
le pagaría todos sus gastos. Algo que su prematura muerte le impidió llevar a
cabo aunque si llegó a planteárselo como una opción a tener en cuenta.
Asimismo, Sierra contó que convenció al chaval de que la mejor propuesta para
su padre era la suya y de rebote también para él pues iban a buscarle un
trabajo fácil y bien remunerado.
-¿Y se sabe qué contestó el hijo? –quiere saber Álvarez.
-Al parecer, el chaval le contestó que estaba de acuerdo y que trataría
de convencer a su padre, su papa como le solía llamar –responde Grandal-. Ah,
el chico también ha contado que Espinosa, antes de dejarle la Harley, le prestó
una Suzuki 650 SX. No recuerda la fecha, pero debió ser el 11 o el 12.
-¿Eso tiene alguna importancia para el caso?, me refiero a lo de la
Suzuki –inquiere Ponte un tanto desconcertado ante el aluvión de datos que está
aportando Grandal y que le parece que no vienen al caso.
-En realidad no, solo es para constatar que los emisarios intentaron
por los más variados medios conseguir que Curro aceptara sus propuestas. Y lo
de las motos de Espinosa o la propuesta de Sierra de buscarle un trabajo al
chico lo prueban –explica Grandal-. Por cierto, se me olvidó contaros que Rocío
me refirió algo que no se había atrevido a declarar ante la jueza del Valle…
El relato del expolicía es
interrumpido por Álvarez.
-Eso que tantas veces hemos oído en las series americanas, cuando se le
toma juramento a un testigo y se le pregunta: ¿jura decir la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad?, en este puñetero país se lo pasan por el arco
del triunfo. Y prueba de eso es que los pichones le han contado una cosa a la
juez y otra diferente a ti. Se ve que lo del perjurio no asusta a nadie.
-El perjurio no existe como término jurídico en España, nuestro Código
Penal lo llama falso testimonio, pero en definitiva es lo mismo: la acción de
jurar en falso. Y es cierto lo que dices, Luis, son muchos los testigos que no
declaran la verdad o que la declaran a medias como en este caso han hecho casi
todos los testigos, al menos en su primera declaración, y ello a pesar de que
establece el Código que los perjuros pueden ser castigados con penas de prisión
de seis meses a dos años y multa de tres a seis meses –reconoce Grandal.
-No volvamos
a irnos por las ramas, ¿qué te confesó la Rocío si puede saberse? –Ballarín
vuelve a reconducir la conversación.
-Pues que
tres días antes de fallecer Curro, vio al Chato en Alcossebre, donde ambos
estaban alojados, y se dio a conocer porque ella si le conocía pero él no.
Resulta que ambos son de la misma localidad, Trebujena, un pueblo de la
provincia de Cádiz. El Chato le preguntó cómo estaba de salud Curro, lo que la
indujo a pensar que su paisano sabía dónde estaba su novio y que a lo peor era
quien le había propinado la paliza, pero que como no estaba segura de ello no
se lo contó a nadie. Añadió que desde entonces tiene remordimientos por no
haber hablado y ha pensado muchas veces que si lo habría hecho quizá los
acontecimientos se hubiesen desarrollado de otra manera –explica Grandal.
-A burro
muerto, la cebada al rabo o a buenas horas, mangas verdes –sentencia Ponte-. Es
lo que le podrías haber dicho a Rocío –y agrega-. Te repito lo de antes, ¿eso
tiene alguna importancia para el caso?
-En
principio, es irrelevante. Si os lo cuento es para que veáis la de acciones,
datos y sucesos que se descubren en la investigación de un hecho delictivo y
que pueden llevarte a seguir falsas pistas y alejarte de las verdaderas al
prestar atención a los detalles y no al conjunto de la situación.
-¿Algo así
como que los árboles no dejan ver el bosque? –pregunta Ramo.