En la reunión celebrada en el Ayuntamiento, el experto que ha mandado el Instituto de Colonización habla con tanto entusiasmo de las grandes posibilidades que atesora el humedal de la Marina para convertirse en una explotación arrocera con un futuro más que prometedor que son bastantes los vecinos que acaban convencidos y que se deciden a comprar algunas parcelas y probar suerte.
Lolita, a quien su madre ha pedido que asista a la reunión, sale de la
misma con tantas o más dudas que tenía cuando entró. Y así se lo explica:
- Mamá, no me ha quedado nada claro que lo
del arroz pueda ser tan buen negocio como nos ha contado el experto. Es posible
que lo sea para los que no tienen que contratar braceros para sus campos, pero
para nosotras tengo todas las dudas del mundo, incluso aunque arrendásemos la
finca a Herminio. De momento hay que invertir un dinero que no sabemos cuándo
lo podremos recuperar. Y ese plazo de diez años para poder vender las tierras
que ahora se compren me parece muy largo. En una década pueden pasar mil cosas
que lleven al traste ese asunto.
- Entonces, hija, ¿qué crees que deberíamos
hacer?
- Creo que antes de embarcarnos en esa
aventura sería prudente tener alguna opinión más sobre el negocio que pueda
suponer el arrozal. Y preguntar a alguna persona que sepa de verdad de qué va
ese cultivo, y no fiarse de lo que cuenta un forastero o de lo que opina gente
que en esto toca de oído como el cantamañanas de Gimeno.
La
señora Leo tras rumiar unos minutos la opinión su hija, se da una palmada en la
frente.
- Me parece una idea muy sensata, María
Dolores, y conozco a la persona indicada a la que preguntar: Manuel Caselles. Ya
sabes que tiene un par de trilladoras que las desplaza al delta del Ebro en la
época de la recolección del arroz.
Precisamente, el vecino aludido por la señora Leo es en esos días una de
las comidillas de los mentideros locales. En el pueblo nadie se explica cómo
alguien tan declaradamente de izquierdas como Manuel Caselles ha conseguido que
el Servicio Nacional de Regiones Devastadas le venda dos tractores Fiat, de los
que las divisiones italianas que pelearon en la guerra española abandonaron al
repatriarse. Se rumorea que ha debido de untar a algún pez gordo, pero sea lo
que fuere allí están los primeros tractores que se ven en el pueblo. Los que
más saben de maquinaria agrícola afirman que el negocio que va a hacer
Caselles, con los feos y ruidosos cacharros, le va a caber en la palma de la
mano, que si no se arruina será un milagro. La señora Leo que, junto con su
hija, ha ido a visitarle, antes de plantearle sus dudas sobre el coto arrocero,
cree preferible comenzar la charla por cuestiones más personales. Le pregunta
por sus hijos que siempre son un buen pretexto para congraciarse con un padre:
- Los hijos…, los hijos son mi cruz, Leo. Al
mayor, José Manuel, le ha pasado como a tantos otros, lleva casi cinco años de
mili. Después de la guerra y de que se chupara un campo de concentración, los
nacionales reengancharon a su quinta y me temo que mientras dure la guerra
mundial los van a tener marcando el caqui por si acaso. Alberto pudo escapar de
Argelès y volvió a España. Estuvo un tiempo en un campo de concentración en
Figueras y ahora lo tienen en un batallón de trabajadores. Y el pequeño, Toni…
- el hombre mueve la cabeza -, es mi gran preocupación. Se lo llevaron a Rusia
con un grupo de aviadores que envío la República para que se formaran allí y
solo sé que, antes de que los alemanes declarasen la guerra a los soviéticos,
estaba vivo. Desde que los rusos entraron en guerra no he vuelto a saber nada.
- Cuándo tus chicos vuelvan, que seguro que
un día u otro lo harán, te podrán ayudar en el negocio, ¿aunque sabes qué se
dice en el pueblo de la última adquisición que has hecho? La gente se hace
cruces de cómo podrás sacar tajada a los tractores. Aquí, como todos sabemos,
no hay más que fincas de tres al cuarto. Salvo unas cuantas no hay propiedades
lo suficientemente grandes que puedan permitirse el lujo de que entren máquinas
de ese porte. Al menos, eso es lo que comenta la gente.
Lo
que le cuenta la señora Leo lo escucha Manuel con una sonrisa socarrona y un
brillo picaresco en sus ojillos. Como su convecina es una antigua conocida y le
cae bien no le importa desvelarle alguno de sus proyectos:
- Mucha gente de este pueblo, Leo, no es
capaz de ver más allá de sus narices, por eso nunca saldrán de pobres. No he
comprado los tractores para las fincas del pueblo, de aquí no pienso remover ni
un palmo de tierra.
- ¿Entonces…?
- ¿Sabes dónde está el negocio? – y sin
esperar respuesta añade – En la Albufera y en el delta del Ebro. Ahí es donde
hay muchos cuartos a ganar. Como sabes – prosigue Caselles -, en esos lugares
se cultiva arroz desde hace muchos años. Pues bien, el terreno destinado a
arrozales se va a multiplicar por cuatro o por cinco en los próximos años y
para eso se van a necesitar tractores y muchos. Ya tengo apalabrados
compromisos en la próxima campaña para dar trabajo, no a mis dos máquinas sino
a una docena que tuviera.
Ahora
es el momento, se dice Lolita, de exponer nuestras dudas:
- … y la verdad es que oyendo al experto daba
la impresión de que se puede ganar mucho dinero con esto del arroz. Usted que
lleva años trabajando con los arroceros, ¿qué opina?, ¿qué nos aconseja?
- Es cierto que con el arroz hay muchos duros
a ganar, siempre que se pueda escaquear la mayor cantidad posible a los de la
Fiscalía de Tasas y venderlo de estraperlo, pero tampoco es oro todo lo que
reluce.
- ¿Dónde están los problemas? – quiere saber
la señora Leo.
- Principalmente, en el agua. Se dice que el
arroz ha de tener la cabeza en el fuego y los pies en el agua. Desde que lo
plantas hasta unos días antes de la siega el cereal necesita estar
permanentemente encharcado, agua que periódicamente hay que reponer y eso supone
que se necesita mucho caudal. En el delta no tienen problema, cuentan con el
Ebro y en la Albufera ocurre algo parecido, pero aquí solo se puede contar con
el agua de los pequeños manantiales que hay en el humedal y en la marjalería.
¿Serán suficientes? No lo sé. Además, habrá que canalizarla e instalar uno o
varios motores para bombearla porque hay diferentes niveles. Otro problema,
pero este tiene solución si se tiene la suficiente capacidad financiera, es que
se trata de un cultivo bastante caro en cuanto a mano de obra, hay que invertir
su buen dinero en cada fanegada que pongas en marcha. Por eso digo que no es
oro todo lo que reluce.
- Y tú que conoces el negocio del arroz, ¿en
mi lugar comprarías o no? – la señora Leo hace la pregunta por la que ha
visitado a su convecino.
- Eso depende de lo que pienses hacer con la
finca – Da toda la impresión de que Caselles no es de lo que se mojan -. Como
dije, en los arrozales hay que trabajar metido dentro del agua y la mano de
obra sale cara.
- Lo que yo pensaba, Manuel, es comprar una
finca de las que vende el Ayuntamiento muy bien de precio, arrendarla y, cuando
pase el plazo de mora, venderla. Si todo sale bien lo más natural es que esos
terrenos se revaloricen.
- Es posible que sea así, pero nadie lo puede
asegurar. Lo de hacer profecías no es lo mío – Caselles sigue sin dar una
respuesta concluyente.
- Señor Caselles, sin rodeos por favor, si
usted estuviera en nuestro lugar ¿compraría o no? – es Lolita la que pone al
industrial agrario en el disparadero de definirse.
A
Caselles no le ha gustado la imperativa interpelación de la joven y su
respuesta lo demuestra:
- Mira, niña, si estuviera en vuestra piel me
atendría a lo que dice el refrán: zapatero, a tus zapatos.