Esta mañana, tras desayunar y ojear por
encima la prensa on line que solo trae un monotema, he estado recorriendo los
veinte pasos mal contados de mi apartamento de octogenario durante unos
cuarenta y cinco minutos. El paseo, ejercicio que me obligo a realizar
diariamente, resulta tan aburrido y monótono que se me hace interminable si no
lo alivio pensando en lo que sea. Lo más habitual es que vaya construyendo
diálogos de la novela que estoy escribiendo, Los Carreño. Pero hoy se ve que tenía la imaginación en huelga de
ideas caídas y he estado cavilando en lo que nos está sucediendo: el maldito
coronavirus.
Y pensando en el jodido bichito se me ha
ocurrido que a partir de ahora entre las muchas cosas que van a cambiar, que
están cambiando ya, una van a ser ciertas abreviaturas. Me refiero a a.C. y
d.C. que, como todo el mundo sabe, significan antes de Cristo y después de
Cristo, abreviaturas utilizadas para fechar los años y siglos anteriores a la
era cristiana, que convencionalmente empieza con el nacimiento de Jesucristo. O
después del mismo.
Pues bien, estoy convencido que desde
ahora a.c. significará antes del coronavirus y d.c. después del coronavirus. Porque
esta pandemia ha supuesto tamaño revulsivo, un cambio tan gigantesco y trágico
que será un hito, una referencia para datar sucesos y vidas. Mis nietos, unos
críos, están sufriendo una experiencia en buena medida traumática, pese a que
por ahora (y toquemos madera) ninguno de sus seres más próximos se ha contagiado.
Sin embargo la cuarentena, que puede convertirse en cincuentena, y aunque ellos
no lo imaginan, cambiará la sociedad en la que van a vivir. ¿De qué manera?, no
se me alcanza, pero apuesto doble contra sencillo que no será la misma que
a.c.
Como no lo veré, les ruego que me lo cuenten
cuando puedan. Gracias.