La gota fría también ha llegado para Lola en forma de noticia: Rafael y Pepita han tenido un hijo. Resguardada tras los visillos de la puerta de casa ve pasar el cortejo del bautizo. Maruja es la madrina de su nieto y va toda orgullosa, parece que en vez de portar al crío llevase el Santo Grial. Se fija en la nueva mamá, está algo desmejorada, pero ha tenido suerte, no debe de haber engordado ni un gramo; también ella rebosa satisfacción. El padre de la criatura va detrás de los padrinos, con las manos en los bolsillos, y charlando despreocupadamente con un amigo. Cuando al cabo de un rato vuelve a pasar el cortejo de vuelta de la iglesia solo puede ver al padrino, el tío Braulio, que lanza puñados de monedas de cinco y diez céntimos mezcladas con caramelos y peladillas a la chiquillería que se arremolina a su paso.
Fina, que acaba de llegar, saca a Lola de su
contemplación.
- Esa tripita
comienza a marcar curva, eh. ¿Ya te da pataditas?
- Hace mucho. La otra
noche mira si se movía que me despertó. Desperté a José Vicente para que lo
comprobara.
- ¿Y no se enfadó?
- ¡Mujer! ¿Por qué
iba a enfadarse? También es hijo suyo. Si está más chiflado con el crío que yo.
No puedes imaginarte el mimo con el que apoyó su cabeza en mi vientre para
oírlo.
- ¡Que suerte tienes!
Tu marido es un santo. Si en alguno de mis embarazos hubiera despertado a mi
Herminio a media noche para que escuchara las pataditas del crío, a la que le
da la patada es a mí. ¿Y qué prefiere, niño o niña?
- Dice que lo que
venga bienvenido será, pero ya sabes, los hombres, si por ellos fuera, se
pedirían niño, sobre todo el primero. Está eso de perpetuar el apellido y todas
esas historias. ¿Y te digo otra cosa? Si tenía alguna duda de cuanto me quiere
José Vicente, se me disiparon hace unos días. Estábamos comentando asuntos del
Ayuntamiento, cuando me referí, porque venía a cuento, a Rafa. No veas cómo se
puso. Le cogió un ataque de cuernos que me dejó con la boca abierta. Nunca pude
imaginarme que se pondría tan celoso.
- ¡No le habrás dado motivos!
- ¡Por Dios, Fina, qué cosas dices! Pues sí
que estoy yo como para andar de picos pardos. Ni le he dado motivos ni se los daré
nunca. Ya te digo que si cité a Rafa fue porque estábamos hablando del señor
Benjamín y salió su nombre a relucir. Vaya mosqueo que se pilló.
- Ten cuidado que los celos son malos
compañeros y llegan a cambiar el carácter de las personas. ¿Te acuerdas, cuando
la guerra, de lo borde que te pusiste conmigo porque no te conté el lío de
aquella refugiada madrileña con Rafael? Estuviste un montón de tiempo sin
dirigirme la palabra, creí que no volveríamos a ser amigas. Mira de lo que son
capaces los celos.
- Ya lo sé, ya. Bastante mal que lo pasé y
bien que me arrepentí de haberme portado contigo como lo hice. Al fin y al cabo
tú no tenías la culpa. Alguna vez he recordado aquel episodio y me he
preguntado qué se habrá hecho de aquella pobre chica.
- A mí también me picaba la curiosidad.
Recién llegado al pueblo, me crucé con Toni Caselles y le pregunté por
Almudena. Ya sabes que se murmuraba que Toni tuvo que ver con ella. Me dijo que
no había vuelto a saber nada desde que los nacionales liberaron el pueblo.
- Esas son viejas historias que mejor es no
removerlas.
- No sé si te alegrarás tanto de lo que te
voy a contar, pero creo que es mejor que lo sepas por mí para que no vuelva a
pasar lo de aquella vez con la evacuada. ¿A qué no puedes imaginarte quién es
la última conquista del siete machos de Rafa?
- Conociéndole seguro que, sea quien sea, no
me va a sorprender nada.
- Creo que esta vez sí. Ni en un millón de
años podrías suponer con quién le está poniendo los cuernos a su mujer..., con
nuestra amiga Consuelo.
- ¿Con Consuelo?, ¡no es posible!
- Ves como sabía que te ibas a quedar de
piedra. Pues sí, con Consuelito.
- No sé si creerlo. Igual son chismes de cotillas
que no tienen nada más que hacer que darle a la sin hueso.
- Mujer, ya sabes que en estos casos nadie
asegura que los ha visto encamados, pero lo que sí parece cierto es que han
visto a Rafa entrar y salir de casa Consuelo cuando su marido no está.
Conociendo lo catacaldos que es Rafa desde luego no va a pasar el rosario.
- Lo que es la vida. De todas vosotras,
Consuelo fue la única que demostró envidia cuando salía con Rafa. Precisamente
fue ella la que me contó lo que antes referíamos de la madrileña. Y ahora, al
cabo de tantos años, resulta que también ha pasado por el aro ¡Qué poca
vergüenza tiene, una mujer casada! Y el manta de su marido sin enterarse.
- Eso es lo mejor de la historia. Dicen que
Modesto es consentidor.
- Pero bueno, ¿adónde vamos a llegar, a qué
el marido consienta?
- El asunto no acaba ahí. Hay más. Como dice
mi Herminio esto es para mear y no echar gota. Dicen las malas lenguas que es
un, un..., a veces te he oído emplear una expresión francesa que creo que es la
que viene al pelo en estos casos.
- ¿Un
ménage à trois?
- Pues eso, esta es una historia de ménage. Parece que todos consienten
porque todos salen ganando.
La
historia ha excitado la curiosidad de Lola.
- A ver, explícate, ¿quiénes son todos?
- Pues todos, las dos parejas, Rafael y
Pepita y Consuelo y Modesto.
- ¿Pero Pepita también está liada con
Modesto? Eso sí que no lo creo de ninguna manera.
- No, no está liada con ese vago. Lo que
parece es que, según cuentan, en ese apaño del Rafa con Consuelo todos ganan,
incluso los que llevan los cuernos.
- Ya me dirás cómo se guisa eso, porque de
todo lo que me llevas contado es lo más sorprendente, que los cornudos también
estén contentos.
- Tampoco será la primera vez. Mi padre nos
contaba que cuando estuvo sirviendo al Rey en África había un sargento que
decía que los cuernos son como los dientes, que al nacer duelen, pero que luego,
según quien te los ha puesto, ayudan a comer.
- Cómo no te expliques mejor sigo en ayunas.
- Es que no es fácil. Verás, según parece
Rafael ya le tenía echado el ojo a Consuelo, entonces para ganarse al holgazán
del Modesto y saber cuándo tiene el patio libre de moros, le ofreció trabajo en
su almacén de materiales. De esa forma, todos ganaban, Consuelo conseguía que
su marido hiciese algo de provecho, Modesto encontraba quien le diese un sueldo
y Rafa tenía al pajarito contento.
- Si fuera tal como lo cuentas sería en verdad
un ménage à trois, pero sigo sin explicarme qué diablos pinta Pepita
en ese vodevil.
- Esa parte es la enrevesada, y parece que la
menos clara, de esta historia. Hay quien asegura que las relaciones de cama de
Rafael y su mujer nunca han sido gran cosa y más aún después de tener el crío.
Como ahora Rafa tiene la colita satisfecha pues no reclama sus derechos maritales
o los exige mucho menos.
- ¿Quieres decir qué Pepita sabe que su
marido la engaña?
- Casi seguro. El día que fui con mi suegra a
conocer al niño, ya sabes que son parientes, me quedé a solas con Pepita
mientras Águeda le enseñaba a mi suegra todos los regalos que le habían hecho
al crío. Hablamos de los partos y de todo lo que viene después y cuando le
comenté que tenía que pasar la cuarentena para volver a estar con su marido,
¿sabes qué me contestó? Que la cuarentena o la centena si hacía falta, que a
Rafael no lo iba a echar de menos. Fíjate, y nosotras qué creíamos que era poco
menos que tontita. Bueno, pues de eso nada, me parece que es tan ladina como su
madre.
- Es que se me hacen los ojos chiribitas.
¿Pues sabes qué? Tenías razón, la historia que acabas de contarme es increíble.
Aquí, el que no corre, vuela.
- Si ya lo dice mosén Batiste: este pueblo es
como Sodoma y Garrama.
- Gomorra, Fina, Gomorra.