martes, 14 de enero de 2025

2. El crío será futbolista

  

   El  padre del protagonista, el señor Zacarías Clavijo, es el encargado de la compañía que suministra electricidad al pueblo, o el llumero como también se le conoce. A sus 42 años, la primera impresión que ofrece es de reciedumbre porque, sin ser grueso, su corta estatura –alrededor de uno sesenta y poco- concuerda con un tórax ancho y una cabeza de patricio romano. Tiene la clásica calva de herradura, nariz ligeramente aguileña, ojos pequeños protegidos por gafas metálicas, boca generosa y barbilla recia. Como buen aragonés cumple con el tópico de ser tozudo, al menos esa es la fama que le precede. Es hombre de pocas aspiraciones y se conforma con la vida qué el destino le ha deparado. En el pueblo tiene fama de ser honrado y cumplidor. Puesto que ha trabajado en varios oficios, es habilidoso, no hay avería de un aparato o rotura de una instalación que se le resista. Fue precoz en el trabajo y tardío en el matrimonio. Es apolítico aunque afiliado a la UGT, ya que es el sindicato mayoritario de su empresa. Tampoco es muy religioso, aunque no falta ningún domingo a la misa cantada de doce, por aquello de dejarse ver. No es de aficiones muy acusadas, lo que más le gusta es departir con sus amigos y echar alguna partida de manilla, pues va al café un rato después de las comidas. En el pueblo es una de las personas más conocidas, ya que todos los meses entra en las casas con instalación eléctrica dos veces: una para la lectura del contador de la luz y otra para cobrar el recibo de la electricidad consumida. No es mal padre aunque, siguiendo la estela de la imperante cultura machista, la educación de su prole recae básicamente en su esposa. Zaca piensa de él que tiene la sensibilidad de un ladrillo.

   En la cédula de la madre del muchacho, de nombre Rosario Alsina, pone de profesión sus labores; o sea, ama de casa. La impresión que da, a sus 35 años, es de una cierta fragilidad, pero es engañosa, pues resulta ser más dura de lo que parece. Debió de ser guapa en su juventud, pero la vida y la maternidad han dejado huellas en el rostro, no tanto en su figura que sigue siendo esbelta. Tiene el pelo negro como el azabache y la piel blanca. Un óvalo de cara armónico con unos rasgos regulares que le confieren una cierta aura de serenidad. Pequeña de estatura, pero armoniosa de medidas. Tiene buen carácter, aunque es algo melodramática, tendente a la fantasía y en ocasiones le gusta aparentar lo que no es. Siendo casi una niña la pérdida de su madre -debida a la epidemia de gripe mal llamada española- la marcó profundamente al tener que convivir con su madrastra que se ocupó más de sus propios hijos que de sus hijastros. En su juventud conoció el amor, pero a la hora de contraer matrimonio optó por la seguridad antes que por la pasión, lo que le llevó con el paso de los años a una cierta amargura. No es muy devota, aunque los domingos acude a la misa rezada de siete por aquello del qué dirán, y la semana que le toca tiene en casa a la Virgen del Rosario dentro de una capilla resguardada por un cristal, y ante la que enciende una lámparilla votiva durante toda la semana. Como ama de casa es del montón, insulsa en la cocina, pero competente repostera. Su gran afición es cantar pues, aunque tiene poca voz, cuenta con buen oído y canta las coplas y las canciones zarzueleras con buena entonación. Zaca es con quien mejor se entiende, pues les une el carácter fantasioso.

   El pueblo natal del protagonista, Torreblanca, radica en la provincia de Castellón. Lo de adjetivarse de La Plana resulta ser una broma pues, con excepción de la estrecha franja litoral, el resto del territorio provincial es muy abrupto, ya que las estribaciones del Sistema Ibérico forman las grandes comarcas del Maestrazgo al norte y la Sierra de Espadán al sur, convirtiendo la provincia en una de las más agrestes. Aunque con alturas no muy elevadas, salvo el monte Peñagolosa que, con sus algo más de mil ochocientos metros, es la cota provincial más elevada.

   La localidad, en la costa norte de la provincia aunque a tres kilómetros del mar, cuenta con tres mil y pico de almas, vive de y para la agricultura, tiene poca historia y menos futuro. En cuanto a su presente es de una modesta, pero hasta cierto punto segura, subsistencia puesto que, desde el ferrocarril Valencia-Barcelona -que atraviesa el término de sur a norte- hasta la turbera conocida como el Prat junto al mar, la mayoría de las fincas se riegan con agua de las norias esparcidas por el campo, por lo que la agricultura no sufre los rigores de la estacionalidad de las lluvias.

   A grandes rasgos ya conocen al protagonista, su familia y su entorno. Es hora de comenzar a contarles su vida.  

   Amanece en un ventoso día marceño. Zaca está soñando, aunque más que un sueño es una pesadilla, pues muestra su falta de coraje y su nula aptitud para la actividad física: en el partidillo que los alumnos de la escuela juegan durante el recreo, de rebote le llega la pelota y no sabe qué hacer con ella, si pasarla, regatear a un contrario o chutar a puerta; ante su indecisión, un compañero de equipo se la arrebata al tiempo que le grita:

    -¡Mía, lelo!

   Su sueño se trunca cuando una mano, suave pero firme, lo sacude.   

   -Despierta, dormilón.

   El chico se sienta en la cama aún adormilado, quien le ha despertado es su tía Paca la Francesa, lo que hace que se despabile del todo. ¿Qué hace la tía en casa tan de mañana?   

   -Ponte la ropa de los domingos –pide la tía, que ya está vistiendo a su hermano Pedrito con el que comparte cama.

   Al muchacho no le gusta ir vestido de domingo porque ha de ponerse el pantalón de golf –prenda que es la transición entre el pantalón corto y el largo y que solo usan los retoños de las familias de posibles o que aparentan serlo- por lo que, a veces, los demás chicos se le burlan. Además, los últimos zapatos de Segarra, que le compró madre para los festivos, son duros y le aprietan.

-Tía, hoy es miércoles y hay escuela, no es fiesta -protesta.

-Da igual, hoy es un día de fiesta para la familia.

    En cuanto ambos hermanos se han vestido, la tía les baja a la primera planta donde está el dormitorio de sus padres. La primera sorpresa que se llevan los chicos es que en la alcoba hay varias personas, encabezados por padre, que reciben a los chavales con semblante alegre. Son todos familiares menos uno, pero le conocen, es el médico con el que la familia tiene la iguala, don Eulogio. La tía les lleva al lado de madre, que está recostada en la cama y que, sonriente pero con semblante de fatiga, les enseña un bulto, envuelto en una sabanilla, que tiene en el regazo.

-Dadle un beso al nuevo hermanito –les insta.

    El más chico de los hermanos se queda mirando al recién nacido con cara de asombro. ¿Qué es eso de un hermanito?, ¿de dónde ha salido este crío?, ¿será el que me llamará Tete?, se pregunta.

   El primogénito está confuso, pues solo tiene una vaga idea de la concepción, ya que una vez que preguntó sobre ello a Elvira -la joven que ha ayudado en la casa durante el embarazo de madre- su respuesta fue críptica:

   -Los niños los hace Dios y los trae una cigüeña.

   No tuvo ninguna duda de lo de Dios, pues Él lo puede todo, como les explicó el vicario en las charlas preparatorias de la primera comunión, pero lo de la cigüeña le desconcertó, porque en Torreblanca esas aves no se conocen, solo las ha visto en libros.  

    Tras besar al bebé, madre les indica que se marchen.

-Iros con la tía Paca y ayudadla a atender a la gente que viene

a ver a vuestro hermano.

   En el pueblo existe la costumbre de que, cuando nace un niño, familiares y amigos suelen visitar a la parturienta para interesarse por su estado y el del recién nacido. A rebufo de lo cual, se suele agasajar a los visitantes con algunos dulces y una copita de anís dulce o de mistela. Zaca comprende ahora por qué madre estuvo elaborando pastelitos de boniato, almendraos y magdalenas; debía saber que la cigüeña vendría pronto.

   Durante buena parte de la mañana no ha cesado de llegar gente y, como solo vienen personas mayores, la tía Paca ha dado permiso a los niños para salir afuera a jugar. La calle se llama del Horno porque, al parecer, hace muchos años hubo uno y, aunque está en el centro del pueblo -entre la plaza Ramón y Cajal y la calle San Cristóbal-, es más bien una calleja que debe tener alrededor de cuarenta metros de largo y unos seis de ancho, y que en las fiestas patronales sirve de corro para los encierros. Cuenta con aceras, pero el espacio entre ambas es de tierra lo que la convierte en una cancha ideal para jugar.

   Los dos chicos han escrutado la calle por si hubiese algún otro muchacho con el que jugar. En la calleja viven más chicos: están los hermanos Monero –aunque su apellido es Franch- que son algo mayores que Zaca, Agustín el Meme y Visentico Vidal, de edades similares a la del primogénito, pero con los que se relacionan poco. Optan por jugar al gua. Juegan algunas partidas que las gana el pequeño porque el mayor, desde que vio a su nuevo hermano, no hace más que darle vueltas a una idea obsesiva y apenas presta atención al juego. Charito no juega, pues el gua no es juego para niñas; lo que ha hecho es ir a charlar con su amiga Fina la Mema que vive enfrente. De vez en cuando, uno de los chiquillos entra en casa para, a espaldas de su tía, sisar alguno de los dulces guardados en la fuente que hay en el comedor. De una de esas escapadas, vuelve Pedrito con una noticia sorprendente sobre el neonato.

   -¿Sabes qué?, Tete. El crío será futbolista.

   -¿De dónde sacas esa bobada?

   -De bobada, nada. Acaba de decir el tío Antonio que el crío ha nacido de penalti. O sea, que será futbolista de todas, todas. Vaya suerte.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 3, de la novela

<<El masover>>, titulado: Que ce soit ce que Dieu veut