La inesperada irrupción de
Rocío en la habitación de Curro, mientras Anca le ayuda a quitarse los
pantalones, provoca que el exsindicalista reaccione como lo haría alguien pillado
infraganti realizando una acción censurable. Se le ha borrado la sonrisa y se
ha puesto nervioso.
-Rocío, ¿se puede saber qué haces aquí? –balbucea Curro con gesto
enojado.
Anca, en cambio, con toda
naturalidad ha terminado de quitarle los pantalones, los pliega y los guarda en
el pequeño armario ropero, luego se encara con la recién llegada.
-Señora, esta es la habitación del señor Martínez. Usted no puede estar
aquí. O sea que puerta.
-Curro, miarma, ¿quién es esta descará que se atreve a echarme de la
habitasión de mi novio?
-¿De verdad esta momia es su novia, señor Martínez? Creía que tenía
mejor gusto –replica Anca insolentemente.
-Si me vuerves a llamar momia por mis muertos que te arranco los ojos,
chochito de trementina. ¡Curro, échala!
El gaditano hace un esfuerzo, se sobrepone al dolor y a los analgésicos
que le tienen medio grogui e intenta concertar la paz entre ambas mujeres.
-Rocío, esta joven es la camarera de mi cuarto y me está ayudando a
desvestirme –y dirigiéndose a Anca explica-. Rocío fue mi novia cuando estaba
en Sevilla, pero ya no. Y ahora no me volváis loco, os lo pido por favor,
dejarme solo que tengo que dormir un poco. Ya hablaremos en otro momento –y sin
más, acaba de tenderse en la cama y cierra los ojos.
Rocío y Anca se miran
retadoramente, pero acatan el ruego del doliente Curro y abandonan la
habitación. Bajan a recepción donde la sevillana pide por la dueña del hostal.
-Me llamo Rosío Molina y soy la novia del señor
Salasar…
La patrona le corta.
-Perdone, pero aquí no tenemos a ningún huésped que se apellide
Salasar.
Ahora la que se queda cortada
es Rocío, pero rápida de reflejos se defiende.
-Me refiero ar señor que han dao una palisa. Como le digo, soy su novia
y he venio a cuidarle. De ahora en adelante no es nesesario que le hagan la
habitasión ni na, ya me encargo yo.
Anca, que sigue presente,
interviene:
-Señora Eulalia, tiene que saber que esta mujer ha entrado sin llamar
en la habitación del señor Martínez cuando estaba ayudándole a acostarse. Es
verdad que ha dicho que era su novia, como también lo es que el señor Martínez
ha dicho que fueron novios en Sevilla, pero que ya no lo son.
La patrona a quien no le ha
gustado ni el desparpajo ni la pinta de la sevillana tira por la calle de en medio.
-Señora, es posible que usted diga la verdad, pero el hecho de que ni
siquiera sepa el apellido de quien dice ser su novia, me obliga a dudar de esa
relación. En cualquier caso, usted no es huésped del hotel y esta es una casa
seria. Si mañana viene, daré orden en recepción de que le informen como está el
señor Martínez pero no puede subir a su habitación sin más, es cuanto puedo
hacer por usted. Ahora le tengo que pedir que se marche.
-Quiero una habitasión –es la inesperada respuesta de Rocío a la petición
de la patrona.
-Lo siento, no tenemos habitaciones libres, está todo ocupado hasta final
de temporada.
Rocío, mordiendo las palabras,
contesta en tono retador:
-Vorveré.
Acabada la reunión con los
otros emisarios que han venido para hablar con Curro, Pacheco y Sierra se
sientan en un bar. Puesto que son viejos conocidos, y aunque sin ser amigos se
llevan bien, ambos se sinceran. Sierra cuenta el motivo de su estancia en la
Costa de Azahar y Pacheco hace lo propio. Ambos coinciden en que las propuestas
que han planteado a Salazar son bastante parecidas, por eso lo más eficaz sería
aunar fuerzas y fusionarlas en una sola. Y puestos en el camino de no ocultar
nada, el ingeniero cuenta a Sierra la verdad sobre quien ha sido el agresor de
Salazar.
-¿Te acuerdas de el Chato de Trebujena, el que fue campeón de Andalucía
de los semipesados?
Pues es quien le ha pegado la paliza a Curro. Y no sé hasta dónde podría
haber llegado si no aparezco yo.
-Y tanto que me acuerdo. Cuando comenzaba a apuntarme la barba, me dio
la venada del boxeo y estuve una temporada entrenándome con El Bigotes en el Club
Boxeo Sevillano, que está en el Barrio de Rochelambert. Allí vi al Chato en
bastantes ocasiones aunque ya no se calzaba los guantes. Y hablando del fulano,
¿sabes por qué le zurró a Curro? –pregunta Sierra.
-La verdad es que no tengo ni idea –Pacheco prefiere guardarse parte de
lo que sabe-, pero… no me extrañaría que la agresión de ese descerebrado
tuviera algo que ver con las declaraciones que puede hacer Curro si le llevan
al juzgado de instrucción. Alguien se ha propuesto intimidar a nuestro amigo
–sugiere.
-Ese alguien podría ser Juan Antonio Almagro –apunta Sierra, que le
cuenta a Pacheco la formación de su grupo y como el exconsejero defendió en
todo momento que la mejor táctica para que Salazar no hablara era pegarle una
paliza y además amenazarle con que si se iba de la lengua podía terminar con
una cadena de ancla en el fondo del Guadalquivir-. Lo que no sé –añade- es que
pintan aquí el chico de Curro y la arrabalera de su exnovia.
-Esos dos están aquí para alertar a Curro de que su escondite ha dejado
de ser un secreto. Esa es su versión, en realidad a lo que han venido es a
pedirle dinero. Al menos, eso es lo que me ha contado mi paisano –explica Pacheco
que agrega-. A mí quien me preocupa es el pisaverde del Espinosa, ¿qué
impresión te ha causado?
-Más o menos la que a ti, que es un lobo con piel de cordero. Muy fino,
muy buenas maneras, con una apariencia impecable, pero tiene más peligro que un
morlaco placeado. En cuanto a los hipotéticos negocios que tiene con Curro no
me los creo. Te apuesto un fino y tapa de jamón que está aquí por idéntica
causa que nosotros, para convencer a Curro de algo relativo al caso ERE –afirma
Sierra.
-No has perdido el olfato, Jaime. Me ha contado Curro que le ha
ofrecido que huya al extranjero y que su gente le financiará el viaje y la
estancia en el país que elija –relata Pacheco.
-¡Ojú!, eso puede suponer un pastón. Lo que significa que quienes están
detrás del figurín es gente de mucha tela. ¿Quiénes podrían ser? –se pregunta
Sierra.
-A ciencia cierta no lo sé. Nadie de los imputados hasta ahora en el
caso tiene tanta guita como para permitirse ese gasto. Ni siquiera aunque se
aliaran varios. Lo que me lleva a deducir que solo pueden ser empresarios, gente
de negocios que todavía no ha aparecido en la instrucción del caso y que al
parecer está dispuesta a no hacerlo –aventura Pacheco.
-¿Sabes qué? Empiezo a compadecer al pobre Curro –se apiada Sierra.
A todo eso, el Chato de
Trebujena está en su hotel dilucidando en si regresar o no a Sevilla. Por un
lado, ha cumplido la primera parte del encargo que le dio Juan Antonio Almagro,
darle una buena paliza a Salazar; por otro, la inesperada aparición de un
desconocido le impidió cumplir con la segunda que era dejarle bien clarito al
exsindicalista lo que le podía pasar si se iba de la lengua. Se dice que un
encargo hecho a medias es algo propio de un aficionado y él se considera todo
un profesional; por tanto, no puede volverse sin cumplir lo encargado al cien
por cien. Piensa que ahora acercarse a Curro será más problemático, tendrá que
esperar unos días hasta que las aguas hayan vuelto a su cauce.
En el entretanto, el hijo de
Salazar está en la parada del bus que hace el trayecto hasta Torreblanca. Espinosa
que ha aparcado su coche cerca de allí piensa al verle que el joven puede ser
un buen camino para llevarle hasta el padre. “¿Cómo coño se llama este chico?
Ah, sí”. Acaba de recordar su nombre. Se detiene y le llama:
-Francisco José, ¿esperas el bus?, te llevo, ¿dónde vas?
El primogénito de Curro no se
lo piensa y monta en el coche.
-Un buen buga este.
El ingenuo comentario le
sugiere una idea a Espinosa.
-¿Te gustaría pilotarlo? Si tienes tiempo podemos buscar algún tramo de
vial que tenga escaso tráfico y te dejo que lo lleves.
La cara ilusionada del joven
vale mil afirmaciones.
Esa tarde, cuando van a jugar su cotidiana
partida de dominó, el cuarteto de jubilados se entera por el camarero que les
sirve de lo que le ha ocurrido al señor Martínez por quien se han interesado
varias personas que han venido a verle.
-¿Y dices que le han dado una paliza? –pregunta Álvarez con cierto
asombro-. Es la primera vez que oigo que ocurre aquí algo semejante. Si esta
playa es de lo más tranquilo, una balsa de aceite, vamos.
-Hombre, Luis, gente con mala hostia la hay en todas partes, lo que
resulta más raro es que no le robaran nada –comenta Grandal.
-Algo debió hacer o decir –apunta Ballarín-, a uno no le pegan porque
sí.
-Pues lo que son las cosas, de todo lo que nos han contado, ¿sabéis que
es lo que encuentro más chocante? –Ponte no espera respuesta-. Pues que haya
venido gente a interesarse por su estado. Estaba convencido que aquí, salvo la
gente del hostal y nosotros, no le conocía nadie. Con razón decía mi santa madre
que nunca terminas de conocer a las personas.
PD.- Hasta el próximo viernes
PD.- Hasta el próximo viernes