En la familia Gimeno-Sales ha ocurrido un hecho de los que te cambia la vida: Lola se ha quedado embarazada. Ya comenzaba a estar preocupada. La pareja no ha tomado ninguna medida contraceptiva desde la noche de bodas y empezaba a inquietarle que no pudiera ser madre. El matrimonio nunca habló de tener hijos, pero es algo que daban por hecho. El médico confirma a Lola que está encinta y que todo marcha bien. Por el momento no ha engordado excesivamente ni ha notado ninguna de las molestias que la gente dice que afectan a las preñadas, especialmente si son primerizas. Lo que más le ha impactado de su nuevo estado es el espectacular vuelco del comportamiento de su marido. José Vicente siempre la trató con cariño, pero desde que le dijo que iba a ser padre parece otro hombre: lleno de ternura, delicado, solícito, atento…, un verdadero encanto. Como le cuenta a su amiga Fina poniéndole un ejemplo del cambio experimentado por su esposo:
- Solo te diré que los domingos, como libra Laurita,
me ayuda muchísimo. Hasta me recoge la mesa.
- ¡No es posible!
- Cómo te cuento.
- Sí que te debe querer para que haga esas
cosas. No sabes la envidia que me das. Siempre has sido una mujer de suerte.
- Bueno, Fina, tampoco puedes quejarte.
Herminio es uno de los hombres más enamorados que conozco.
- Sí, sí, muy enamorado, pero debe de estar convencido[ZR1] de que si toca un
plato o un cubierto se le pueden caer los cataplines.
No sabe si es porque le trata de forma tan
deferente o por su gravidez, pero Lola comienza a ver a su esposo desde una
nueva perspectiva. Hay momentos en que se pregunta: ¿me estaré enamorando de mi
marido? Al repensar la enorme ironía que encierra el interrogante sonríe.
Parece una broma: enamorarse de su marido. Lola sabe lo que es querer con toda
el alma, lo que significa sentir una pasión abrasadora, un recuerdo que todavía
hoy le hace estremecerse. ¿Será capaz de tener esos mismos sentimientos por
José Vicente? El interrogante queda en el aire.
A
Gimeno la paternidad le ha servido de acicate para ocuparse de un aspecto de su
trabajo que hasta el momento tenía bastante olvidado. Ahora que van a ser tres
en la familia necesita tener más ingresos. Cuando se lo comenta a su mujer,
ella no solo está de acuerdo con la cuestión sino que la respalda. En cuanto
pasan unos días y su marido no le cuenta nuevas es ella la que insta:
- José Vicente, creo que no deberías dejar de
pasar ni un día más sin plantearle a Leoncio o a quien corresponda que ya es
hora de que te aumenten el sueldo.
- Lola, hija, no seas pesadita. Ya me lo has
dicho varias veces. Lo voy a hacer, solo espero encontrar el momento más
adecuado.
- De acuerdo, pero si no eres tú quien lo
pide puedes esperar a que llegue el día del juicio final. ¿Acaso no sabes qué
los Arbós manejan la cooperativa cómo si fuera una de sus fincas?
- ¿Me lo cuentas o me lo dices?
- Pues si lo sabes tan bien, estarás enterado
igualmente de que a tu antecesor en el cargo primero se fue que le subieron un
duro.
- Es que realmente no se lo merecía. No
puedes imaginarte en qué situación dejó la secretaría. Aquello era un auténtico
desastre.
- De todos modos, José Vicente, no lo demores
mucho.
Aunque solo sea por no volver a oír las reiteradas peticiones de
Lola, resuelve que ha llegado el momento
de planteárselo al presidente de la cooperativa. Gimeno se ha llevado
francamente bien con Leoncio desde el momento que entró a trabajar a sus
órdenes, aunque la relación de dependencia jerárquica es más teórica que real
pues el presidente se pasa días sin aparecer por las destartaladas oficinas.
- ¡Enhorabuena, José Vicente! He sabido que
vas a ser padre.
- ¿Quién te lo ha dicho? Todavía no lo hemos
hecho público.
- Mi mujer. En un pueblo ya sabes que guardar
secretos es poco menos que imposible.
- En cualquier caso, muchas gracias, Leoncio.
- Bueno, ahora esperemos que todo vaya bien
porque las mujeres, sobre todo con el primer crío, a veces se ponen un poco
pesadas. Recuerdo que la Felisa llevó bien el embarazo, pero cada dos por tres
tenía antojos. Bueno, ¿qué querías?
- Iré al grano: quisiera un aumento de
sueldo, voy a tener una nueva boca que alimentar. Desde que llegué percibo el
mismo salario y dado que algo he contribuido al crecimiento de la cooperativa
considero que es justo que se incremente mi retribución. Respecto al porcentaje
de la subida es algo que podemos negociar.
- Me parece justa la petición, José Vicente,
y por mi parte la puedes dar por aprobada. Cuando prepares la próxima reunión
de la junta directiva incluye esa cuestión en el orden del día. No creo que
haya ningún problema, aunque puede ser que alguien proteste. Ya sabes cómo es
la gente cuando se trata de subir los sueldos. Como si el dinero saliera de sus
bolsillos. Pero, bueno, lo arreglaremos. Déjalo de mi mano.
A
las reuniones de la junta directiva de la cooperativa, Gimeno asiste como secretario
de la misma, con voz pero sin voto. Llegado el punto del orden del día cuyo
enunciado es Retribución del Secretariado,
José Vicente informa a los miembros de la junta que, de acuerdo con lo que
dispone la legislación vigente, un miembro de un órgano colegiado debe de
abstenerse cuando se debata un asunto que le afecte personalmente, por lo que
abandona la reunión. Cuando hayan terminado de tratar el tema volverá a entrar.
Al reincorporarse a la junta Gimeno intuye que algo no marcha bien, no sabe qué
puede ser, pero nota en varios miembros de la directiva gestos que no sabe cómo
interpretar, pero que no le agradan un pelo, desde miradas compungidas a tenues
sonrisas de satisfacción, pasando por la actitud del presidente que no se
atreve a mirarle a los ojos. Pronto averigua el por qué. Tras terminar la
junta, un aparentemente compungido Leoncio, sin atreverse a mirarle
directamente, le explica:
- José Vicente, verás… Han surgido problemas
sobre lo tuyo. La mayoría cree que, para lo qué haces, estás muy bien pagado.
No estaban dispuestos a subirte ni un duro. Después de mucho pelear he
conseguido aumentarte la paga en ciento cincuenta pesetas mensuales. Sé que no
es mucho, pero menos da una piedra. Bueno, es todo lo que tengo que decirte.
Las cosas no han ido como yo quería, pero al menos hemos conseguido un aumento
aunque sea pequeño. Igual dentro de unos meses la gente está de mejor café y se
consigue lo que hoy no ha sido posible.
Gimeno ni se molesta en contestar. Para él lo que acaba de pasar ha sido
una bofetada. Estaba convencido de que dominaba la situación y que bastaba una
mera indicación suya para que los miembros de la directiva bailaran al son que
tocara. Y ahora resulta que le han salido respondones. Cuando se lo cuenta a su
mujer, Lola también se sorprende mucho, más por el porcentaje de subida que por
la negativa en sí.
- Es increíble, ¿cómo se han atrevido a
proponerte un aumento así? Es ofensivo, espero que no lo hayas aceptado.
- La verdad es que ni me molesté en
contestarle. Lo que no acabo de comprender es el cambio pues antes de la
reunión hablé con Leoncio y me dijo que era cosa hecha. Y luego, mira por dónde
han salido.
- ¿Quieres decir que no ha sido cosa de
Leoncio, sino de algún otro miembro de la junta?
- Tengo esa impresión. Leoncio no tiene
doblez como para decirme primero una cosa y un rato después la contraria.
Alguien o algunos le han hecho cambiar de parecer.
- Pues convendría que te enteraras de quienes
han sido. A los enemigos hay que tenerlos localizados, es la mejor manera de
contrarrestarlos.
- Descuida que me voy a enterar. No tardaré
ni dos días en saber cuánto se dijo en la reunión durante mi ausencia.
- Entérate bien y quien o quienes sean los
autores de este atropello se van a enterar de lo que vale un peine – sentencia
una peleona y enojada Lola.