Al tiempo que Francisco, el contratista que
ofreció a Sergio su primer trabajo, cuenta a su colega Lisardo como conoció al
joven, Pascual Tormo y los periodistas que le acompañan siguen su paseo por la
costa de Senillar. Además de los
edificios a medio construir, suscita igualmente su atención la profusión de
carteles colgados en terrazas y ventanas con idénticos contenidos: se alquila, se
vende, se alquila con opción a compra…
- Como comprobaréis,
más de media playa está en venta - ironiza Tormo.
- Igual que ocurre
en todas las costas - corrobora el reportero.
- Sí pero aquí ese
hecho es especialmente sangrante - se lamenta Tormo -. Y lo es porque Senillar
descubrió el filón del ladrillo veinte años tarde y, por tanto, la crisis
inmobiliaria le alcanzó cuando apenas comenzaba su despegue. Y no es lo mismo
que le llegue la sequía a un árbol desarrollado que está firmemente enraizado
que a uno cuyas raíces apenas han arraigado.
- ¿Y por qué comenzó
aquí el boom de la construcción tan tarde?
- Se nota que eres
periodista en lo preguntón. Es muy largo de contar. A ver si esta tarde os
presento a mi primo Julián que lo cuenta como nadie y os lo explicará con todo
lujo de detalles.
El fotógrafo señala la fachada del edificio
que tienen enfrente al tiempo que comenta:
- Son curiosos algunos
de esos carteles hechos a mano, da la impresión como si sus propietarios no se
fiasen mucho de las agencias inmobiliarias.
- En algún caso no
me extrañaría nada. Muchos de ellos son de gente del pueblo y mis paisanos se fían poco de los
intermediarios. Por cierto, que bien satisfechos estaban cuando los adquirieron.
Aquí, como en todo el país, hasta hace cuatro días el negocio más saneado que
podías hacer era comprar un piso en plano y venderlo cuando te daban las
llaves, e incluso antes. Invertir en la construcción era como ver crecer la
hierba; bueno, en este caso el dinero. Senillar puede ser un ejemplo de cómo la
especulación inmobiliaria y la codicia llevaron a los individuos, incluso a los
más sensatos, a cometer disparates increíbles.
- ¿Podrías darnos en
un par de pinceladas una imagen de cuál es el estado actual del pueblo? Lo más
sintético posible, por favor.
- De forma
telegráfica: Senillar, localidad costera valenciana casi en el límite con
Alicante. Algo más de cinco mil habitantes con casi un quinto de extranjeros,
algunos ilegales. Durante el verano la población aumenta un ochenta por ciento.
Economía estacional basada en el turismo y los subsidios. Con un paro cercano
al veintinueve por ciento. Se creyeron millonarios durante el boom y, hoy, se
sienten deprimidos con la crisis. ¿Algo más?
- Envidiable
capacidad de síntesis. Los extranjeros, ¿de dónde proceden?
- Un poco de todas
partes. Los residentes son en su mayoría europeos, sobre todo ingleses,
alemanes y franceses. De los que llegaron buscando trabajo y se quedaron los
que más abundan son magrebíes y rumanos. Había muchos ilegales, pero cuando
pararon las obras se fueron bastantes.
- Y los que quedan,
¿qué hacen?
- Ya os lo podéis
imaginar, malvivir. De vez en cuando encuentran algún trabajo temporero en el
que les suelen pagar un salario de hambre y, por supuesto, sin ninguna clase de
contrato ni seguridad social. Pese a ello muchos prefieren quedarse porque en
sus países están mucho peor.
- Pascual, has dicho
que la economía es estacional y se basa en el turismo y los subsidios, danos una
explicación algo más amplia.
- Éste era un pueblo
que, básicamente, vivía de la agricultura. Cuando comenzó el boom inmobiliario
su economía pasó a depender del ladrillo. Al pincharse la burbuja inmobiliaria,
hoy la única fuente de ingresos son los veraneantes, pero eso sólo ocurre
durante la canícula. El resto del año el dinero que entra procede de los
subsidios públicos: pensiones, desempleo, etcétera. La gente sobrevive gracias
a las relaciones familiares, todavía sólidas, y a las pensiones de los jubilados.
Sin las subvenciones, muchas familias no tendrían ni para comer. Esa es una más
de las pesadillas sobrevenidas con la crisis.
- Y que nadie sabe
cuándo va a terminar.
- Esa es otra. De
momento, ni brotes verdes, ni se ve la luz al final del túnel, ni ninguna de
esas frases hechas que tanto gustan a los políticos y que van soltando a voleo pensando que los ciudadanos son
tontos.
- Ah, pero... ¿acaso no
lo son?