Andrés, ante la agresividad que muestra su hermano, vacila.
-Verás, tato, …
-Nada de tato, mi oficial o señor.
Automáticamente, el joven se envara y se pone en posición de firmes, en tanto que el mayor se sienta en el duro camastro que hay en la celda.
-Empiece, marinero, y no se deje nada en el tintero, por vergonzoso o sucio que sea.
El muchacho cabecea, entrecierra los ojos para recordar mejor y comienza su narración.
-Una de las casas de putas a la que más suelo ir cuando estoy en Palma es casa Gilda; bueno, la madama se llama Hermenegilda, pero todos la llaman Gilda. Allí conocí a una putita, que se hace llamar Mariló, con la que me encapriché y con la que me gastaba todo el dinero de la paga. Cuando no estaba embarcado, y tenía dinero, a veces hasta me quedaba con ella toda la noche… -Andrés se detiene como si no supiese cómo continuar.
-Siga.
-La noche anterior a la partida del… Baleares –parece que el nombre se le ha atragantado al muchacho-…, bebí mucho y luego me encamé con Mariló y… me quedé dormido. Te…, se lo juro, señor, me dormí. Nunca estuvo en mi ánimo desertar ni faltar a mis deberes. Mi intención era estar a bordo a la hora señalada para zarpar, pero cuando me desperté vi que la había cagado; perdón, que el buque ya había zarpado…; me enfadé mucho, pero ya no tenía remedio… No sabía qué hacer, mi mayor miedo era que lo considerasen una deserción, pues sé lo que les pasa a los desertores en tiempos de guerra… Lo que se me ocurrió para que mi ausencia no fuese calificada como deserción fue presentarme en la Comandancia y… contar una mentira: que me había sentido mal, me había desmayado y cuando me recuperé, y acudí al muelle, el crucero ya había zarpado… Y eso es todo, señor.
Mientras Andrés ha ido desgranando su patética historia, Álvaro está cavilando cómo lograr sacar del pozo en que se ha metido el cabeza hueca de su hermano. Es un gilipollas, piensa, pero sigue siendo sangre de mi sangre y a un hermano no se le deja tirado. Si lo que ha contado es cierto, y me da en la nariz que puede serlo, no todo está perdido, todavía puede salvarse, piensa. El problema reside en qué presentar como justificación, pues lo ocurrido no le va a salvar de ser acusado de la infracción grave de faltar al servicio en tiempos de guerra y, aunque consiguiese que le aplicasen la sanción más leve, siempre sería una mancha en su hoja de servicios, con lo que su posible carrera en la Marina se vería truncada. Piensa que quizá podría servir una parte de lo que ha narrado, pero maquillándolo. No se le ocurre nada mejor y el factor tiempo puede ser crucial.
-Bien, marinero…, te quedas aquí y no hables con nadie de lo que te pasó. Pórtate con naturalidad y pon cara de que sientes más que nadie lo ocurrido al Baleares. Yo voy a casa, tengo que hablar con mamá y los hermanos. Ah, y pide que el páter venga y te confiesas, sin dejarte uno de tus incontables pecados, y que tu contrición sea sincera.
En casa, Álvaro reúne a la familia y les cuenta la historia inventada por Andrés, sin mencionar el burdel.
-Necesito que mintáis por nuestro hermano. Mamá y quizá también tú, Concha, que ya eres mayor de edad, tendréis que contar esta historia: pocas horas antes de que zarpara el Baleares, Andrés se sintió indispuesto, decía que le dolía la tripa y la cabeza. Le distéis una tisana y se acostó, pensasteis en llamar al médico, pero Andrés dijo que no era necesario. Pasadas unas horas se despertó porque sentía náuseas, devolvió lo que había comido, luego le dio un mareo y se desmayó. Estabais a punto de llamar al médico cuando se recuperó. Se despidió de todos, de vosotros también –dice mirando a los dos pequeños-, y se marchó a toda prisa pues tenía que embarcarse… Al rato volvió, medio lloroso, porque el buque había zarpado. Fue entonces cuando os dijo que iba a presentarse a la Comandancia para contarles lo que le había ocurrido y que estaba a disposición del mando para lo que fuese necesario... Sé que no está bien mentir, pero no se me ocurre nada mejor para salvar a Andrés de la que le puede caer encima. La Marina es muy rigurosa en el supuesto de faltar al servicio en tiempo de guerra, y solo declarando la patraña que acabo de contaros podremos salvar a Andrés. ¿Ha quedado claro? -La afirmación es unánime.
-Otra cosa, Concha, si te llaman a declarar junto con mamá, deja que sea ella la que hable, tú no tienes más que respaldar lo que ella diga. Y ahora me voy a hablar con alguien de la asesoría de justicia de la Comandancia a ver si consigo que la cosa no llegue a mayores porque, como llegue, el futuro de Andrés puede ser más negro que el carbón.
En Comandancia va preguntando hasta que un compañero le indica que los casos de poca importancia los lleva el último oficial en incorporarse a la asesoría jurídica, un alférez provisional que, al parecer, es licenciado en derecho. Los contados miembros del Cuerpo Jurídico de la Armada están para los casos más graves. El nombre de dicho oficial es Pepe Miñambres.
-A sus órdenes, mi capitán.
-Descanse alférez. Soy Álvaro Carreño Manzano, jefe de la dirección de tiro del Canarias –Álvaro ha querido hacer una presentación aparatosa para impresionar al joven alférez-. Vengo a verle, porque en el antedespacho del contralmirante me han dicho que usted lleva las causas de menor carga procesal. Me refiero en concreto al caso del marinero voluntario del Baleares Andrés Carreño Manzano –Al ver que el oficial ha asociado en seguida los nombres, agrega-. Sí, se trata de uno de mis hermanos. ¿Ha comenzado a incoar el expediente?
-Ah,…no…, perdone, mi capitán, pero estamos hasta arriba de trabajo y los casos de menor relevancia los vamos dejando a un lado. Me ha sonado el nombre porque está en la relación de causas pendientes –Mientras, está revolviendo un montón de carpetas de una de las gavetas-. Carreño…, sí, aquí lo tengo. Y no, mi capitán, no he llevado a cabo ningún trámite. ¿Quiere que lo agilice?
-En absoluto, alférez, déjelo donde estaba, no hay ninguna prisa. ¿Lo ha leído?, el expediente me refiero.
-No, mi capitán, igual lo ha hecho el sargento Sánchez, ¿quiere que lo llame?
-No moleste a nadie,
alférez. ¿Un rubio? –Álvaro no es fumador, pero siempre tiene a mano un paquete
de cigarrillos como medio para engrasar las relaciones. Le ofrece el
cigarrillo, mientras se acomoda en una silla-. Siéntese, tengo que contarle
algo -Y el placentino le cuenta al oficial la historia que ha urdido sobre la
supuesta dolencia y desvanecimiento de Andrés-… como verá, alférez, estamos
ante un supuesto de fuerza mayor, al sentirse mal y acabar desmayándose el
marinero no pudo estar a bordo del Baleares
en la que, quién lo habría pensado, iba a ser su última travesía. Como
cuando se indispuso se encontraba en mi domicilio, mi señora madre y mis otros
hermanos fueron testigos de lo ocurrido. Por supuesto, tanto mi madre, como mi
hermana Concha, que es la única mayor de edad, pueden atestiguar lo ocurrido,
por lo que no creo que sea necesario abrir un procedimiento de lo que, en el
peor de los supuestos, no será más que una falta de puntualidad en un acto de
servicio, cuya sanción únicamente es la reprensión o la privación de salida de
uno a ocho días. En consecuencia, creo que me lo puedo llevar bajo mi personal
responsabilidad. Estará localizable en mi domicilio para cuando le llamen a
declarar. ¿De acuerdo?
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 67. La tía Mechita