viernes, 10 de enero de 2025

Libro IV. Episodio 82. El campo de concentración de Albatera

    

   La carta de Julián desde el campo de concentración supone una gran alegría para la familia y más en los penosos momentos por los que están pasando.

   -¿Qué avales puedes conseguir, hijo? –pregunta Julio.

   -Nada de avales, papá –responde categóricamente Álvaro-, esos procesos pueden tardar mucho tiempo, pues han de verificarlos. Lo que voy a hacer es ir personalmente al campo y traérmelo conmigo, pero antes voy a informarme del mismo y, especialmente, de quién lo dirige.

   La información que, extraoficialmente, consigue Álvaro del campo de Albatera es más bien siniestra. Está instalado en lo que fue un antiguo campo de trabajo de la república ahora reconvertido en campo de concentración, y donde están encerrando a miles de prisioneros del Ejército republicano, así como a civiles que habían acudido a Alicante con la esperanza de huir de la represión. Las condiciones de vida son extremadamente duras, los presos únicamente reciben para comer una lata de conserva cada dos días para dos personas y un trozo de pan para cinco. Muchos prisioneros prefieren dormir a la intemperie que instalarse en los barracones, infestados de chinches y piojos.   Para salir, son necesarios certificados de buena conducta o declaraciones certificadas de haber pertenecido a la quinta columna, ser camisa vieja u hombre de probada vida religiosa. También consigue averiguar que la vigilancia del recinto está encomendada a un tabor del Grupo de Regulares, número 2 de Melilla, a cuyo frente está el teniente Agustín Pérez Palomo.

   Antes de emprender el viaje, piensa que sería mejor reforzar la diferencia de rango con respecto al teniente que dirige el campo y recurre al tío Luis. Le explica la situación de Julián, lo que se propone hacer y le pide que le acompañe. Un teniente coronel, aunque sea del Cuerpo jurídico, impresiona mucho más que un teniente de navío. El tío no se lo piensa, puede contar con él. 

   En el viaje a Albatera, pernoctan en Valencia y desde allí se trasladan al pueblo alicantino. En su trayecto, han visto columnas de camiones abarrotados de soldados republicanos que Dios sabe adónde los llevan. La mayoría portan una manta a guisa de bandolera, van sucios y con gesto de abatimiento, aunque se han cruzado con un camión en el que iban cantando a todo trapo Ay, Carmela.

   El campo tiene todavía peor pinta de la que esperaban. Como han tenido la precaución de ir de uniforme, el soldado de guardia en la puerta se cuadra al tiempo que vocea: cabo de guardia. El recinto en que está la oficina presenta mejores condiciones que el resto, pues fue construido por la república cuando aquello era un campo de trabajo. El teniente de regulares, avisado de su presencia, les está esperando a la entrada del pabellón.

   -A sus órdenes, mi teniente coronel, mi capitán. No sabía que iban a venir.

   -Descanse, teniente. Estamos aquí de manera extraoficial, aunque nuestros superiores conocen el motivo de esta visita –Lo último no es del todo cierto, pero es la forma usada por el tío Luis de reforzar su presencia en el campo.

   -Pasen al despacho, por favor.

   El tío Luis no pierde el tiempo. Con voz autoritaria, explica que vienen a por su sobrino y hermano, Julián Carreño Manzano que, según información del ministerio del Ejército, se encuentra en el campo.

   -Mi sobrino era chófer de los Almacenes SEPU de Madrid, y desde que lo reclutaron estuvo de conductor en el Tren de transporte de la división orgánica de Madrid y luego en el del Ejército de Levante. Y como tal nunca participó en otras actividades que no fueran las que requería su condición de chófer. En cuanto a su vida, antes del Glorioso Alzamiento Nacional fue la del hijo de una familia profundamente cristiana y de derechas de toda la vida, y que nunca participó en partidos políticos o en sindicatos. Venimos a llevárnoslo porque sabemos que no tiene que rendir ninguna cuenta a la justicia. Y, en cualquier caso, estará en todo momento a disposición de los auditores en el domicilio familiar bajo mi personal responsabilidad. Mándelo llamar, teniente.

   El director del campo se remueve inquieto en la silla al oír la orden del jurídico.

   -Tendría que ver si el nombre de su sobrino está en las listas de internados –indica el teniente.

   -¿Y a qué espera? –pregunta Luis tirando de galones.

   -Sargento –llama el teniente-, mire en las relaciones de prisioneros si hay un tal Julián Carreño Manzano y, si está, que lo traigan. Caballeros –dice dirigiéndose a los visitantes-, la revisión de las listas puede tardar un rato y encontrarlo también; tengan en cuenta que en estos momentos debemos de tener algo más de 8000 prisioneros, por lo que sugiero que pasemos a la cantina a tomarnos un café o lo que quieran. Son mis invitados.

   Álvaro mira a su tío quien asiente. Mientras repasan las listas, los tres oficiales charlan de la guerra. Es Álvaro quien más acapara la conversación contando algunas de las batallas del Canarias y haciendo hincapié en que hasta el mismo Generalísimo estuvo en el crucero cuando se celebró la parada naval a la altura de Tarragona, tras la conquista de Cataluña. Lo que se propone es impresionar al teniente por si pone alguna pega a la excarcelación de su hermano. La charla la interrumpe el sargento.

   -A sus órdenes, mi teniente, el susodicho Julián Carreño Manzano no figura en ningún listado.

   -Eso no puede ser, en el ministerio nos han asegurado que Julián está en este campo. ¿Pero qué coño de administración llevan aquí? –pregunta, con voz tonante, Luis.

   -Hacemos lo que podemos, mi teniente coronel, pero es que cada día ingresan nuevos prisioneros y a otros se los llevan, y al personal administrativo que tenemos no le da tiempo a actualizar las listas.

   -Teniente, esta no es mi primera inspección a un campo de concentración, sé cómo funcionan y qué pasa con las relaciones de internos, por lo que sugiero que mande a un pelotón que vaya voceando el nombre de mi hermano hasta encontrarlo –propone Álvaro.

   -Ya ha oído a mi sobrino, mándelo ya, no podemos perder más tiempo, tenemos una cita en el gobierno militar de Alicante –afirma con voz autoritaria Luis sobre algo que se acaba de inventar.

   El sargento y una escuadra de soldados se desparraman por el campo voceando: ¡Julián Carreño Manzano! Van pasando por los barracones y por las zonas al aire libre gritando el nombre de Julián y preguntando si alguien lo conoce. En un sector en el que hay un grupo de hombres jugando al fútbol con una pelota de trapo está Julián, pero no contesta a la llamada. Sabe que cotidianamente se realizan sacas de prisioneros de los que luego se desconoce su paradero; el runrún del campo asegura que se los llevan para fusilarlos y por eso prefiere no contestar. Hasta que uno de sus compañeros de juego lo delata.

   -Ese de ahí es Julián Carreño –dice señalándolo. Julián mira a su compañero con ganas de asesinarlo, pero termina levantando la mano.

   -Soy Julián Carreño.

   -¿Y qué más? –pregunta el soldado.

   -Y Manzano.

   -Arreando detrás de mí que te esperan en el despacho del teniente.

   Julián va maldiciendo al malnacido que lo ha delatado hasta que llega al despacho del jefe del campo. Cuando ve a su hermano y a su tío, de momento, se queda paralizado por la sorpresa. Cuando se repone, se echa en brazos de Álvaro llorando y sin cesar de repetir:

   -Tato, tato, tato…   -Luego se abraza al tío Luis. Apenas si es capaz de decir algo más.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 83. Los exámenes patrióticos