martes, 18 de noviembre de 2025

46. “El masover”. La mona de Pascua

   La pandilla de Zaca y las cinco jovencitas que han elegido como partenaires van a celebrar la Pascua juntos. Para ir conociéndose mejor, antes del domingo de Resurrección, se han reunido varias veces. Reuniones que suelen realizarlas en el domicilio de Caridad, pues es la que tiene más espacio hábil en casa, siempre bajo la discreta tutela de su madre, la señora viuda de Tena. Tras las primeras uniones, los muchachos han acabado poniéndoles motes a sus compañeras para hablar de ellas delante de quien sea sin descubrir quiénes son. Y no han dado muestras de tener demasiado ingenio, han optado por lo fácil. A Caridad le han puesto el remoquete de la Nevera, por lo formal que es, su estricto comportamiento y su carácter seco y distante. A Carmina la apodan la Coloretes, pues suele írsele la mano en el incipiente maquillaje que utiliza para alegrar un rostro anodino. A Angelita, la bautizan la Potranca porque es, con diferencia, la más sexi y la que atesora más curvas y redondeces. Y a Visentica, la denominan la China, ya que el rasgo de su rostro que más llama la atención son sus rasgados ojos, como si hubiese tenido algún ancestro oriental.

   En esas reuniones, pronto van saliendo a la superficie las preferencias de los chicos pues, como varones, tienen el privilegio de dar el primer paso para elegir pareja. Ellas, aunque también tienen sus predilectos, están educadas en que no deben mostrar sus inclinaciones, pues así lo impone el recato femenino y las costumbres sociales. En las relaciones interparejas el rol de martillos lo tienen ellos; a las chicas les toca el pasivo papel de yunques. Y si bien se piensa, los yunques son más fuertes y resistentes que los martillos. Si se aplica esta metáfora a ambos sexos el resultado no hace más que evidenciar que las verdaderamente firmes son las féminas. La Nevera, pese a que no es fea, ni tiene ningún defecto físico, y además es pubilla, no suscita la apetencia de los mozuelos,  porque tiene fama –y así lo demuestra en su trato- de ser de una moralidad intransigente, y eso a unos adolescentes en los que la testosterona les nubla la razón es motivo más que suficiente para no elegirla como pareja. La Coloretes  es la más desenvuelta y simpática de todas y la que parece que puede ser más permisiva, dentro de la permisividad sexual de la época que es más bien pacata. La Potranca es, con diferencia, la más guapa y la que tiene el pecho más desarrollado, algo sumamente valorado por los adolescentes, por lo que suele ser la preferida como pareja. La China no está nada mal, es la más esbelta y buena moza, tiene el hándicap social de que su familia no posee fincas. Finalmente, la Masovereta –es decir, Paqui- es bastante agraciada, pero el que sea masovera y que, salvo Zaca, el resto de los chicos apenas la conoce, suscita más dudas que certezas, por lo que queda en una especie de limbo en cuanto a las preferencias para emparejarse.

   En las apetencias de los chicos, Joaquín Queralt duda entre la Coloretes  y la Potranca, puesto que lo que le atrae de las chicas son sus encantos físicos y la posibilidad –más bien remota- de satisfacer su creciente libido. Joaquín Pifarré, el más apuesto y desenvuelto de los chicos, vacila entre la Potranca y la China, y su razón es que le gustan las muchachas que sean como él, espigadas y, a poder ser, tener buen cuerpo. A Zaca Clavijo, tan acomplejado como siempre, le gusta la China, pues tiene el pálpito de que la chiquilla le mira con ojitos tiernos; lo único que le tira para atrás es que la jovencita es más alta que él, y eso su complejo de bajito lo lleva muy mal; otra opción que tiene –recomendada por madre- es la Masovereta, pero precisamente por ser la favorita de madre su elección se le hace cuesta arriba. A Manolo Pitarch, el más desangelado de los amigos, le gustaría elegir a la Potranca aunque, dado lo indeciso que es, posiblemente acabará quedándose con la que los demás no elijan, que es lo que suele ocurrir. La elección de la pareja no es un asunto baladí, puesto que un emparejamiento, aunque sea a tan temprana edad, en más de una ocasión ha terminado haciéndose estable hasta la boda diferida en el tiempo. Pues en el pueblo, como en la mayoría de las sociedades rurales, los noviazgos se inician en la primera etapa juvenil.

    La pandilla mixta, ahora integrada por nueve miembros, celebrará la mona –en la fraseología local la fiesta del domingo de Resurrección-, como marca la tradición, en una casa de campo, en este caso en la caseta de una de las fincas de la familia de la Coloretes. La pandilla se reparte la aportación de los componentes del piscolabis que tomarán la tarde del domingo de Pascua. Ellas se han encargado de los dulces –realmente, los elaborarán sus madres- y, además, han hecho a los chicos una petición poco habitual: que no traigan merienda, que de eso también se encargan ellas. Y así ha sido: han preparado unos cruasanes de jamón y queso, de atún con rodajas de tomate y de longanizas y, para acompañarlos, la clásica ensalada mediterránea de lechuga, tomate y cebolla más algunos ingredientes nuevos, tales como nueces y granada. Lo de que sean ellas las que lleven la merienda ha sido idea de la madre de Carmina; su finalidad: presentar a las chiquitas como unas mujercitas que en un futuro serán hacendosas amas de casa. Lo que también supone que los cuatro amigos son considerados socialmente como buenos partidos, pues tres de ellos son estudiantes y se les conjetura un futuro prometedor, y el que no estudia su familia tiene muchas fincas y, por tanto, también entra en la categoría de buen partido. A su vez, los chicos se han encargado de las bebidas: gaseosas, refrescos y, a escondidas de los padres, de dos botellas de sidra barata, pues, como repite Queralt como un mantra:

   -A una chica la emborrachas y entonces puedes hacer con ella lo que quieras –y en ese lo que quieras va encerrado todo un hipotético mundo de actos lujuriosos, que está muy lejos de la realidad, pero que a los adolescentes les suena como el culmen de sus sueños eróticos.

   El domingo de Resurrección todos llevan su mona de Pascua, un típico dulce que se suele comer en el final de la Semana Santa, bien para mojar en chocolate caliente en el desayuno o la merienda, bien como postre después del almuerzo y, en el caso de la Pascua, como vianda indispensable de la merienda de ese día. Sus ingredientes son: leche, levadura, huevos, aceite de oliva, agua de azahar, azúcar, ralladura de limón y naranja y harina de trigo. Para su elaboración, las madres han templado la leche en un cazo. Luego, han desliado la levadura en la leche, batido los huevos y los han incorporado, así como el aceite, el azúcar, las ralladuras y la harina mientras van removiendo la masa. Una vez incorporada toda la harina, amasan la pasta durante unos diez minutos hasta que queda elástica y lisa. Después, la han dejado fermentar durante una hora y media para que doble el volumen. Luego, han hecho bolas con la masa y les han dado la típica forma esférica. Como las monas se adornan con frutas escarchadas y uno o varios huevos duros, han lavado estos, los han secado y los han puesto en la masa. Luego, han pintado las monas con huevo batido y  espolvoreado con azúcar. Finalmente, las han horneado durante unos veinte minutos.

   Una de las picardías que los chicos suelen hacer con los huevos de la mona, y que ellas aceptan aunque siempre protestan por aquello de guardar las apariencias, es aplastarlos en la frente de la mozuela que secretamente han elegido. Para ello, antes pronuncian una peculiar oración, en la que se mezcla el castellano y el valenciano, y que dice: Por la señal de la canal, ací em pique, ací em cou i ací te trenque l'ou. Lo de la rotura se celebra entre las risotadas de los muchachos y las protestas, más aparentes que reales, de las chiquitas. El momento de la fiesta que los adolescentes esperan con más ansiedad, una vez superada la fase de la merienda, es la del bailoteo. Los padres de Queralt les han dejado una gramola de cuerda manual –de las contadas que hay en el pueblo- y una decena de discos de gran formato que va a proporcionarles la música, siempre que haya alguien que se encargue de darle al manubrio. Como las chicas son cinco, una se tendrá que encargar de ello para lo que se turnarán, pues todas quieren bailar, ya que a su edad no tienen muchas ocasiones de hacerlo. La primera que se ofrece a encargarse de la gramola es la Nevera, por lo que de momento queda excluida como pareja de baile. En cuanto suena la música –el pasodoble Suspiros de España- quien primero se lanza al ruedo es Pifarré que le pide el baile a la Potranca. Le sigue Queralt, que elige a la Coloretes. Clavijo opta por sacar a bailar a la China. Y a Pitarch no le queda otra opción que conformarse con la Masovereta. Al acabar el pasodoble suena una rumba, y Pifa y Queralt intercambian parejas, lo que también hacen Clavijo y Pitarch. Y así, a medida que suenan nuevas piezas, las parejas van intercambiándose. Se trata de que todos bailen con todas, pues así lo recomiendan las normas no escritas de los hábitos sociales del pueblo, y que se respetan escrupulosamente. En la primera mitad del baile suenan músicas alegres y movidas: pasodobles, rumbas, valses, polcas, foxtrots, tangos…, pero lo que todos esperan con ansia es la llegada de la música lenta, la que permite mayor sosiego para charlar y, sobre todo, para tener mayor intimidad con la pareja elegida –privilegio de ellos, pero que no siempre cuenta con el beneplácito de ellas-. En esa etapa, los cambios de pareja se ralentizan y una dupla puede bailar muchas piezas seguidas sin cambios. Cuando llega ese momento, las parejas se han definido: Pifarré se ha quedado con la Potranca, formando la dupla más resultona del grupo. Queralt ha optado por la Coloretes, la más lanzada de las mozuelas. Clavijo ha dudado de si optar por la China -la que más le gusta-, pero el hecho de que para charlar con ella tenga que mirar hacia arriba le chincha y, en última instancia, elige –quien lo iba a decir- a la Masovereta, pues no se siente a gusto con la Nevera, que es la otra opción que le queda. Esta última ha vuelto a encargarse del manubrio y Pitarch baila con la China.

   A Zaca le sorprende gratamente la que él definía como un cardo borriquero. Paqui tiene más conversación de la que creía y se comporta con muchas ganas de agradar. Baila con mayor desenvoltura de la que le suponía y no ha puesto ningún reparo en que el chico roce su cara con la suya y, al tiempo que las piezas musicales se van sucediendo, ha terminado poniendo su mano derecha en el cuello de Zaca y de cuando en cuando mueve un dedo en un ademán que podría entenderse como una suerte de caricia, algo que al chaval le hace sentirse en la gloria, hasta que nota, alarmado, que está teniendo una erección. Se pone rojo como un tomate, pero la muchacha parece no haberse dado cuenta, pues sigue charlando con toda naturalidad. El ligero pantalón de dril que lleva el muchacho no es lo suficientemente resistente para contener la tiesura y el bulto de la entrepierna es aparatoso por lo que, cuando acaba la pieza, Zaca se queda de pie charlando con Paqui, pues así la muchacha le sirve de pantalla para que los demás no se den cuenta de la situación. El chico intuye que ella ha percibido lo que le ocurre, pero está teniendo el tacto de aparentar que no lo ha notado y de ayudarle a no ser objeto de las burlas de sus amigos, algo que agradece en el alma y que le hace pensar que Paqui –ya no piensa en ella como la Masovereta- no es el cardo borriquero como la había bautizado. Incluso la encuentra mucho más atractiva de lo que creía y piensa que algún día no demasiado lejano puede llegar a ser una real moza pues, aunque solo tiene doce años dos sugestivos botones hinchan su blusa. “Lo que me he perdido”, se dice el muchacho. Es una frase hecha, porque en realidad no sabe lo que ha podido perderse al no haber frecuentado la compañía de la masovera. Pero Zaca es como es, vive más en su mundo imaginario que en el real.

   La experiencia de la mona de Pascua ha terminado siendo grata para Zaca que la recordará como un punto de inflexión en su madurez hacia la adolescencia. Es consciente de que todavía está muy verde y que del mundo femenino le queda mucho por aprender. Lo mismo le ocurre del universo del sexo que le atrae tanto como le atemoriza. Supone que con el discurrir del tiempo  acabará superando esas lagunas. Y le viene a la mente una máxima que ha leído en alguna parte: El tiempo vuela sin alas. “Que así sea”, se dice. Las alas aparecerán cuando tengan que hacerlo. Y mientras tanto, tendrá que ir haciendo acopio de descubrimientos, aunque sean insignificantes, sobre el misterio que para él representan las chicas de carne y hueso y que no tienen nada que ver con sus mujercitas de papel que son en las que hasta el momento ha centrado sus apetencias. Y la mona de Pascua ha supuesto un arranque prometedor y le ha abierto los ojos al mundo femenino real. Lo que es un paso importante para un tímido.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 47 de la novela “El masover” titulado: ¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!